Con este texto sobre Edward Jenner y el nacimiento de las vacunas queremos contribuir durante la Semana Mundial de la Inmunización (del 24 al 30 de abril) al objetivo de promover la vacunación para proteger contra enfermedades en todas las edades para concienciar sobre la importancia de las vacunas y que más personas y comunidades estén protegidas contra enfermedades prevenibles.
Las enfermedades surgieron al mismo tiempo que comenzó la existencia humana, en la remota antigüedad. Para defenderse contra ellas e intentar evitarlas, ya las sociedades primitivas crearon un conjunto de medios y acciones, inicialmente simples e ineficaces y ahora muy complejas y efectivas: lo que hoy llamamos medicina. Pero el desarrollo de los conocimientos sobre el cuerpo humano, sobre la salud y la enfermedad ha sido muy lento, aunque progresivo. Los sistemas médicos evolucionaron desde la arcaica e ineficiente medicina mágico-creencial, basada en mitos y leyendas, pasando por un periodo empírico hasta llegar a la medicina científica actual que se fundamenta en la evidencia, en las pruebas objetivas. También han variado mucho las consecuencias de un mejor conocimiento de las enfermedades, la praxis concreta en cada situación. Como en todas las ciencias, los saberes médicos tienen una validez transitoria: los avances continuos modifican y mejoran la actuación en cada problema determinado.
Durante muchos siglos, incluso en la reciente actualidad como ha demostrado la pandemia de COVID-19, las principales enfermedades de carácter masivo fueron lo que hoy se conoce como enfermedades infecto-contagiosas. Pero eso es un concepto relativamente reciente, de finales del siglo XIX, cuando Louis Pasteur y Robert Koch demostraron que seres vivos microscópicos, los microbios, eran la causa de las enfermedades infecciosas. Antes poco se sabía de ellas. Esta teoría de los gérmenes inició la lucha contra los microbios, un reto que se mantiene todavía.
Las grandes epidemias
Las terribles enfermedades que hoy llamamos infecto-contagiosas se extendían rápidamente en forma de olas epidémicas y afectaban a un porcentaje muy alto de la población, causando una elevada mortalidad y grandes repercusiones socio-económicas.
Las epidemias de peste fueron las dominantes en Europa entre los siglos VI y XVII, sobre todo en el periodo medieval. Además de rezos y plegarias, y en ausencia de tratamientos efectivos, la protección contra la enfermedad, aprendida de manera empírica, era sobre todo evitar el contacto con los enfermos. El Decamerón de Boccaccio informa de la epidemia de peste de Florencia de 1348, que mató a la mitad de su población, y los cuentos los relatan unos jóvenes que, para protegerse, han huido de la ciudad apestada para aislarse en el campo.
La peste remitió y las posteriores olas epidémicas dominantes fueron la viruela en el siglo XVIII y el cólera en el XIX, además de otras que siguieron en el siglo XX como la gripe, la poliomielitis y la malaria o paludismo. No hace falta destacar la pandemia por COVID-19 ya en el siglo XXI.
Las epidemias de viruela
Este año se cumple el bicentenario de la muerte de Edward Jenner (1749-1823), el padre de las vacunas. Después del éxito de la vacunación contra el coronavirus, que controló la pandemia de COVID, es justo el recuerdo de cómo se gestó la primera vacunación, la antivariólica. Fue uno de los avances médicos más importantes de todos los tiempos y un gran ejemplo del poder de la investigación racional, que comenzó en Europa con el movimiento ilustrado durante la segunda mitad del siglo XVIII, «el siglo de las luces». Representa el primer intento científico de controlar una enfermedad grave y de rápida transmisión como la viruela con un procedimiento preventivo novedoso.
La viruela se conoce desde la Antigüedad y cursaba con fiebre muy alta y lesiones pustulosas en la piel y las mucosas. Sus epidemias fueron más intensas a partir del siglo XVII. En cada ola epidémica se afectaba alrededor de la mitad de la población, sobre todo en núcleos urbanos por el hacinamiento y las malas condiciones higiénicas. Se calcula que durante el siglo XVIII en Europa morían cada año de viruela alrededor del 10 % de sus habitantes, unas 500 000 personas. Además, una tercera parte de los supervivientes quedaban con ceguera por la afectación de los ojos y la mayoría con lesiones residuales en la piel. Afectaba a todas las clases sociales, incluso murieron reyes y una hija del rey de España Carlos IV. En palabras de Timoteo O´Scalan, un médico militar ilustrado español de origen irlandés, la viruela era en la segunda mitad del siglo XVIII «una guadaña venenosa que siega sin distinción de clima, rango o edad a la cuarta parte del género humano».
Los precusores de la vacuna
Pronto se constató que los supervivientes de la viruela no podían padecerla de nuevo. Quedaban protegidos o, como se diría en el lenguaje actual, inmunes. Desde luego no se sabía el porqué. Los métodos de protección contra la diseminación de la enfermedad se reducían a medidas higiénicas o a evitar contactos. Hasta que a comienzos de la década de 1710 se introdujo en Europa y América una técnica oriental ancestral que se llamó inoculación o también variolización. Llegó a Londres desde Constantinopla por medio, entre otros, de la esposa del embajador británico ante la Sublime Puerta, Lady Mary Wortley Montagu, una superviviente de la viruela que quedó con la secuela de la cara desfigurada por las cicatrices de las pústulas.
La técnica consistía en la inoculación con una lanceta debajo de la piel de la persona sana de una pequeña cantidad del líquido de las pústulas maduras del enfermo de viruela. El resultado protector era incierto, había muchos fracasos, y algunas veces, entre el 2 y el 3 % de los casos, ocasionaba la propia enfermedad en el inoculado de forma violenta o mortal. Pero la viruela natural era tan preocupante que, a pesar de sus deficiencias, alrededor de 1720 la llamada variolización estaba bastante generalizada tanto en Europa como en América.
En 1721 una gran epidemia de viruela en Boston afectó aproximadamente a la mitad de sus habitantes. Entre los que la adquirieron naturalmente la mortalidad fue del 14 %, mientras que en las personas previamente inoculadas o variolizadas la mortalidad fue solo del 2 %. Fue la primera vez que se usó un análisis comparativo numérico para evaluar un procedimiento médico. Pero surgieron dudas éticas. Ya Immanuel Kant advirtió «que este procedimiento no era del todo admisible moralmente» ya que ponía al variolizado en peligro de muerte provocada.
La historia de Edward Jenner
En 1757, en Berkeley, una pequeña localidad del suroeste de Inglaterra, fue variolizado un hijo del vicario local, de 8 años de edad. Era Edward Jenner. Como él mismo comprobó de adulto, el procedimiento fue efectivo y quedó protegido de por vida contra la viruela, algo muy útil para su posterior trabajo de médico.
El joven Edward tenía interés por la naturaleza y las ciencias y en 1764 entró como aprendiz con un practicante de la cirugía de la zona de Bristol, George Harwicke. Allí permaneció hasta los 21 años de edad en que se trasladó a Londres como alumno en el hospital Saint George del prestigioso cirujano John Hunter (1728-1793), con el que desde entonces le unió una gran amistad. En el siglo XVIII la cirugía mejoró sus técnicas, se enriqueció la observación clínica y el cirujano alcanzó rango universitario. Hunter trató de fundamentar el tratamiento en el conocimiento de las causas y el mecanismo de las enfermedades, iniciando también la investigación experimental. Su fervor por el empirismo abrió el camino a la observación y la experiencia activa.
En 1773 Jenner volvió a Berkeley para ejercer de médico rural. Practicaba la variolización, pero dudaba de su eficacia. Como le enseñara su maestro Hunter, observaba atentamente los fenómenos que ocurrían en su entorno. Las vacas padecían en la piel de sus ubres una enfermedad pustulosa pero benigna, el cowpox oviruela vacuna, que se contagiaba a las manos de sus ordeñadores. Se manifestaba por una pústula en la piel de la mano, que pronto se cubría con una costra y curaba, a veces acompañada de fiebre ligera y malestar. Pero contaban algunos viejos campesinos que el que había pasado el cowpox no padecía nunca la terrible viruela humana, el smallpox. Jenner dedicó muchos años a comprobar esta suposición, siguiendo atentamente la evolución de los que habían padecido cowpox. Finalmente se convenció y tomó una decisión atrevida, audaz, que hoy sería éticamente inconcebible.
Un experimento enormemente arriesgado
El 14 de mayo de 1796 Jenner inoculó mediante dos pequeñas incisiones en un brazo del niño de 8 años James Phipps, hijo de su jardinero, el fluido que extrajo de una pústula de cowpox en la mano de la vaquera Sarah Nelmes, que la había adquirido ordeñando a la vaca Blossom. El niño tuvo ligeras molestias durante los séptimos y octavos días tras la inoculación. En el noveno día apareció una pústula en el lugar de las incisiones, que después se cubrió con una costra y curó.
Seis semanas después de la inoculación, el 1 de julio, Jenner tomó una decisión todavía más arriesgada: inoculó en el otro brazo del niño líquido extraído de las pústulas de un enfermo de viruela humana. Había la posibilidad de que le inoculara la viruela mortal. Pero no pasó nada: algo en el cuerpo de James lo preservaba del contagio. Así Jenner demostró que la inoculación con líquido de viruela vacuna protegía contra la viruela humana. Desde luego no sabía el mecanismo, pero era una evidencia. No se puede juzgar el experimento con los criterios actuales, sino situarlo en su contexto.
Repitió el mismo procedimiento en 23 personas más, con idénticos resultados. Envió una comunicación a las autoridades médicas de Londres, que rechazaron el método y dudaron de su eficacia. Pese a esto, en 1798 se decidió dar a conocer su hallazgo publicando el opúsculo «An inquiry into the causes and effects of the variolae vaccinae, a disease discovered in some of the western counties od England, particulary Gloucestershire, and know by the name of de cow pox». Escribió: «Lo que hace que el veneno de la viruela de las vacas sea digno de particular atención es que, si alguien ha estado alguna vez infectado en él, quede preservado para siempre de la viruela. Este último no se le puede comunicado ya más, ni exponiéndolo a los efluvios de la viruela ni inoculándolo».
La extensión de la vacuna
A pesar del inicial rechazo oficial, el procedimiento ya llamado vacunación por el animal de donde procedía, se extendió rápidamente y el libro fue traducido a varios idiomas. Un profesor de la Universidad de Harvard, Benjamín Waterhouse lo introdujo en América con el apoyo del presidente Thomas Jefferson. Ya en 1800 Francisco Piguillem vacunó en Cataluña con fluido procedente de Francia y al año siguiente Ignacio Jaúregui vacunó en Aranjuez. Eran miles los vacunados en Inglaterra y en 1801 la Armada Británica comenzó a vacunar a sus soldados, al igual que Napoleón con los suyos.
Un problema importante era que la difusión de la vacuna dependía de la buena conservación del líquido vacunal que se inoculaba, el procedente de las vesículas cutáneas. Era fácil si se disponía de vacas con cowpox o con los recién vacunados con vesículas, pero difícil si había que trasportar el líquido a distancia. Se enviaba en un hueco entre dos cristales, sellando las juntas con cera para que no escapara. Pero si el viaje era largo el líquido se secaba y quedaba inactivo. También se podía transportar in vivo viajando el propio vacunado. F. X. Balmis utilizó una cadena humana de niños expósitos como director de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que, ordenada por el rey Carlos IV en 1803, llevó la vacuna a todos los territorios de la Corona en ultramar, a todo el Imperio español. Fue otra de las gestas médicas y sociales más importantes de la historia de la medicina y el gran reto de la España tardo-ilustrada.
Reflexión final
Estrictamente, Jenner no descubrió la vacunación, hubo precedentes, pero fue el primero en darle status científico con la constatación de las evidencias de su procedimiento. Destaca su enorme voluntad para seguir sus investigaciones y después luchar por difundir sus hallazgos a pesar de las críticas y rechazos.
La vacunación antivariólica es el más importante y temprano ejemplo de una rápida difusión de un avance médico para beneficio de muchos. Abrió un periodo de desarrollo de la medicina, la era vacunal, de enorme importancia para la salud pública y la sociedad. La eficacia de las vacunas se ha constatado una vez más en la reciente, y todavía no resuelta, pandemia por coronavirus.
La vacuna antivariólica tuvo numerosas y profundas modificaciones en las décadas posteriores, que sería largo detallar. Pero la viruela tiene la importancia de ser la primera enfermedad infecto-contagiosa erradicada totalmente en el mundo gracias a la vacunación masiva, aunque esto no ocurrió hasta 1980. Sí, ¡ya no hay viruela desde hace medio siglo!, y como consecuencia ya no hay que vacunarse contra esta enfermedad. Pero las vacunas siguen siendo indispensables para prevenir muchas otras.
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