El derecho a la alimentación: una responsabilidad global en el Día Mundial de la Alimentación
Cada 16 de octubre, se celebra el Día Mundial de la Alimentación, una jornada para reflexionar sobre uno de los derechos humanos más fundamentales: el derecho a la alimentación. Este año, con el lema #DerechoAlaAlimentación, se pone en el centro de atención la necesidad de garantizar que todas las personas tengan acceso a alimentos adecuados, nutritivos y suficientes. Sin embargo, esta garantía es más una ilusión que una realidad para millones de personas en todo el mundo.
En los países desarrollados, solemos hablar de seguridad alimentaria en términos de inocuidad, es decir, de alimentos libres de contaminantes, aditivos peligrosos o enfermedades transmitidas por los mismos. La seguridad alimentaria, desde esta perspectiva, rara vez contempla la posibilidad de la falta de acceso a los alimentos; simplemente asumimos que siempre habrá comida disponible en los supermercados. Sin embargo, para gran parte del mundo, la seguridad alimentaria significa algo mucho más básico: la garantía de poder comer al día siguiente.
¿Qué significa realmente el derecho a la alimentación?
El derecho a la alimentación no se refiere únicamente a poder acceder a alimentos, sino a alimentos que sean suficientes, seguros y nutritivos. Es un derecho reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y está profundamente ligado a la dignidad humana. Sin embargo, la realidad actual está muy lejos de cumplir este ideal.
En 2023, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) advirtió que cerca de 828 millones de personas padecían hambre en todo el mundo, y más de 2300 millones experimentaban inseguridad alimentaria moderada o grave. Esto representa un aumento significativo en los últimos años, impulsado por la pandemia de COVID-19, los conflictos y el cambio climático.
Seguridad alimentaria en el primer mundo: una cuestión de inocuidad
En los países industrializados, cuando hablamos de seguridad alimentaria, nos referimos principalmente a la inocuidad de los alimentos, es decir, a evitar riesgos relacionados con la contaminación, los patógenos y los productos químicos dañinos en los alimentos. Es un problema importante, sin duda, ya que la exposición a alimentos contaminados puede causar enfermedades graves o incluso la muerte. Sin embargo, este concepto de seguridad alimentaria está incompleto, ya que pasa por alto una de sus dimensiones más cruciales: la disponibilidad.
A diferencia de muchas partes del mundo, donde la disponibilidad de alimentos es un problema crítico, en las sociedades desarrolladas se asume que la comida siempre está al alcance. No nos preocupa si habrá suficiente comida en los estantes, sino si los alimentos que compramos son seguros para consumir. En muchos casos, este enfoque reduce la seguridad alimentaria a la calidad sanitaria del producto, olvidando que el acceso físico y económico a los alimentos es una preocupación primordial para millones de personas.
Por ejemplo, en Europa o Estados Unidos, la regulación de la seguridad alimentaria se centra en evitar brotes de E. coli, Listeria o Salmonella, pero raramente se aborda la posibilidad de que las personas no tengan acceso a los alimentos en absoluto. En cambio, en los países en desarrollo, la seguridad alimentaria se entiende como una cuestión de vida o muerte, donde la disponibilidad de alimentos es un desafío diario.
Hambre en un mundo de abundancia
Una de las ironías más profundas del siglo XXI es que vivimos en un mundo que produce más alimentos de los que necesita, pero millones de personas todavía pasan hambre. Esto se debe en gran parte a las desigualdades estructurales en la distribución y acceso a los alimentos. Según la FAO, el problema del hambre no radica en la producción insuficiente de alimentos, sino en la incapacidad de muchas personas para adquirirlos.
El cambio climático, los conflictos y la pobreza son factores clave que agravan esta situación. Las sequías prolongadas, las inundaciones y otros eventos climáticos extremos están destruyendo cultivos y forzando a las personas a abandonar sus tierras. A medida que los recursos naturales se vuelven más escasos, las comunidades más vulnerables son las primeras en sufrir las consecuencias.
En lugares como el Cuerno de África, donde las sequías han devastado la agricultura y el ganado, el hambre está alcanzando niveles críticos. Los conflictos en países como Yemen y Sudán del Sur también han empeorado la situación, al interrumpir la producción y distribución de alimentos.
Los desafíos del sistema alimentario global
El sistema alimentario global está plagado de ineficiencias y contradicciones. Por un lado, aproximadamente un tercio de todos los alimentos producidos a nivel mundial se desperdicia, lo que equivale a unos 1300 millones de toneladas anuales. Por otro lado, millones de personas no pueden acceder a alimentos debido a la pobreza, la desigualdad y las crisis económicas.
El desperdicio de alimentos no es solo una cuestión moral, sino también un problema medioambiental. La producción de alimentos requiere enormes cantidades de agua, energía y recursos naturales. Cuando se desperdicia comida, también se desperdician todos estos insumos, contribuyendo a la crisis ambiental. La pérdida de biodiversidad, la deforestación y las emisiones de gases de efecto invernadero están directamente relacionadas con las prácticas agrícolas insostenibles y el desperdicio de alimentos.
¿Qué podemos hacer?
Frente a esta compleja crisis alimentaria, el lema #DerechoAlaAlimentación del Día Mundial de la Alimentación nos recuerda que el hambre no es una consecuencia inevitable, sino una cuestión de injusticia social y política. ¿Qué podemos hacer, como individuos y como sociedad, para garantizar este derecho para todos?
—Reducir el desperdicio de alimentos: podemos comenzar en nuestros propios hogares, comprando solo lo que necesitamos, aprovechando al máximo los ingredientes y educándonos sobre cómo almacenar correctamente los alimentos. También podemos apoyar iniciativas que rescaten alimentos no vendidos de los supermercados para donarlos a bancos de alimentos o comunidades necesitadas.
—Apoyar la producción sostenible: la agricultura sostenible no solo reduce el impacto ambiental, sino que también puede mejorar la seguridad alimentaria al hacer que los sistemas agrícolas sean más resistentes al cambio climático. Elegir productos locales, de temporada y producidos de manera ética puede marcar una gran diferencia.
—Presionar a los gobiernos para que adopten políticas más justas: el hambre es un problema estructural que requiere soluciones estructurales. Es fundamental que los gobiernos prioricen la inversión en agricultura sostenible, protejan a los agricultores pequeños y adopten políticas que promuevan una distribución equitativa de los alimentos.
—Combatir el cambio climático/crisis climática: dado que el cambio climático está exacerbando la inseguridad alimentaria, cualquier esfuerzo para mitigar sus efectos también contribuirá a mejorar el acceso a los alimentos. Apoyar políticas de energía limpia, reforestación y conservación de los ecosistemas es esencial para garantizar un futuro alimentario sostenible.
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