El ojo que nunca parpadea: cómo la vigilancia digital podría estar cambiando tu cerebro

Portada móvil

Imagínate vivir en una habitación con un espejo en cada pared. No puedes salir. No puedes esconderte. Todo lo que haces, lo que piensas hacer, lo que dudas, lo que escribes o no escribes, queda reflejado en algún lado. No hay silencio. No hay olvido.Ahora deja de imaginar. Porque eso ya pasa. Y lo llevas en el bolsillo. Vivimos rodeados de pantallas, sensores, cookies, cámaras, micrófonos que se activan «por si acaso» y aplicaciones que saben más de ti que tu madre. Y aunque nos hemos acostumbrado —porque el precio es pequeño y el acceso cómodo—, algo está pasando por dentro. En el cerebro.

TEXTO POR QUIQUE ROYUELA
ILUSTRADO POR MARCOS RUIZ
ARTÍCULOS
TECNOLOGÍA
20 de Junio de 2025

Tiempo medio de lectura (minutos)

El ruido que interrumpe

Estudios recientes han empezado a observar un fenómeno preocupante: la vigilancia constante y la sobrecarga digital podrían estar alterando nuestras funciones cognitivas básicas. No hablamos solo de la capacidad de atención (que, sí, también se resiente), sino de procesos más profundos: la toma de decisiones, la memoria a largo plazo, la regulación emocional. En otras palabras, cómo pensamos, cómo sentimos y cómo nos construimos como personas.

Cuando sabes —aunque sea inconscientemente— que estás siendo observado, cambias tu comportamiento. Lo llaman el efecto panóptico, y se identificó hace siglos con las prisiones. Lo nuevo es que ahora ese panóptico está en tu feed, en tus notificaciones, en tus términos y condiciones.

La mente en modo alerta

Nuestro cerebro evolucionó para responder a amenazas concretas, puntuales. Un rugido en la selva, una sombra que se mueve. Reacciona, se activa, se estresa, y luego se relaja. Pero ¿qué pasa si ese estado de alerta nunca se apaga? ¿Qué ocurre cuando lo que te vigila no gruñe, sino que vibra?

Lo que ocurre es que nos volvemos hiperconscientes, inseguros, y sobre todo incapaces de profundizar. De sostener la atención. De estar presentes sin proyectarnos constantemente en lo que otros podrían estar pensando, leyendo, midiendo. Una forma de auto-censura suave, invisible, que se convierte en hábito.

El precio de estar conectados

Decimos que tenemos el mundo al alcance de un clic, pero también tenemos el mundo mirándonos mientras hacemos clic. Esa exposición no es gratuita. Tiene un coste neuronal. Vivir expuestos reduce la tolerancia al error, alimenta la necesidad de validación constante y nos empuja a tomar decisiones rápidas, sencillas, pero no necesariamente buenas.

No se trata de demonizar la tecnología, sino de entender que el diseño actual de muchos sistemas digitales está optimizado para captar atención, no para cultivarla. Y mucho menos para protegerla.

Un lugar para la pausa

La neurociencia empieza a vislumbrar algo que los poetas y los sabios llevan siglos diciendo: necesitamos silencio. Necesitamos momentos no vigilados. Necesitamos poder equivocarnos sin que quede registrado. Y necesitamos, sobre todo, espacios donde pensar sin ser interrumpidos.

Porque lo que está en juego no es solo nuestra privacidad, sino nuestra capacidad de imaginar, de conectar, de aprender. Y si dejamos que el ojo digital nunca parpadee, corremos el riesgo de olvidar cómo se siente la sombra fresca de un pensamiento propio.

https://shop.principia.io/catalogo/intrepidas-1-6/
«Intrépidas», la serie de tebeos de PRINCIPIA sobre pioneras de las ciencias

 

Deja tu comentario!