Una bacteria en órbita: el inesperado pasajero de la estación Tiangong

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Mientras soñamos con colonizar Marte, terraformar lunas o plantar la primera semilla en suelo extraterrestre, hay otros organismos que ya están ensayando la vida fuera de la Tierra. No llevan traje espacial, no entienden de protocolos de seguridad y, sin embargo, están viajando con nosotras desde el principio. Son nuestras compañeras invisibles, las bacterias.

Recientemente, la estación espacial china Tiangong (cuyo nombre poético significa «Palacio Celestial») ha sido el escenario de un hallazgo microbiano que parece sacado de una novela de ciencia ficción: los investigadores han identificado una nueva especie de bacteria, adaptada a las condiciones extremas del espacio. La han bautizado Niallia tiangongensis. Y aunque su tamaño es microscópico, su significado es gigantesco.

TEXTO POR QUIQUE ROYUELA
ILUSTRADO POR ANA RUIZ ROMERO
ARTÍCULOS
MICROBIOLOGÍA
24 de Junio de 2025

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Un hallazgo entre módulos presurizados

La Tiangong, símbolo del creciente liderazgo chino en la exploración espacial, no solo alberga astronautas, experimentos físicos o jardines orbitales en miniatura. También es un ecosistema artificial donde la vida terrestre interactúa con un entorno completamente ajeno a su origen: microgravedad, radiación cósmica, atmósfera controlada y un aislamiento casi total del planeta azul.

Fue en este contexto donde un equipo de microbiólogos, como parte de un programa sistemático de monitoreo, recogió muestras de superficies interiores de la estación. La sorpresa vino al secuenciar los genomas: una bacteria desconocida para la ciencia, aunque emparentada con una especie terrestre —Niallia circulans— conocida por su capacidad para sobrevivir en ambientes adversos… y, en algunos casos, por causar infecciones graves como sepsis.

Pero esta nueva cepa no era un simple polizón accidental. Había cambiado.

Adaptarse o flotar

Niallia tiangongensis no es la misma que su prima terrestre. En el entorno espacial ha desarrollado variaciones genéticas y adaptaciones estructurales que podrían haberla hecho más resistente a la radiación o a la escasez de nutrientes. Y esto, aunque fascinante, también abre un inquietante abanico de preguntas.

¿Puede la vida microbiana evolucionar más rápido en el espacio? ¿Podrían estas adaptaciones convertir a bacterias inofensivas en patógenos resistentes? ¿Y qué pasará cuando colonicemos otros mundos: llevaremos con nosotros vida... o problemas?

La microbiota que también viaja

Lo cierto es que, desde el primer vuelo orbital, nunca hemos viajado solas. Cada astronauta lleva consigo millones de microorganismos. Nuestras bocas, intestinos, piel y ropa forman una especie de arca microbiana que puebla las estaciones espaciales con comunidades invisibles. Algunas de ellas se adaptan, cambian e incluso prosperan.

En estudios anteriores, la NASA ya había descubierto cepas de Staphylococcus aureus más resistentes en la Estación Espacial Internacional (EEI), e incluso una especie de Enterobacter que desarrolló resistencia a antibióticos mientras flotaba en órbita. Lo que ocurre en el espacio no siempre se queda en el espacio: si alguna de estas bacterias regresa a la Tierra con “nuevas habilidades”, podría suponer un reto para la medicina.

Ni enemigas ni heroínas

Pero no nos dejemos llevar por el alarmismo. La mayoría de estas bacterias no son amenazas, sino oportunidades para entender mejor la biología de la adaptación. Algunas podrían ser claves para biotecnología espacial: producir materiales, reciclar residuos o incluso contribuir a la terraformación futura.

Además, Niallia tiangongensis podría ayudarnos a desarrollar modelos más precisos sobre la evolución microbiana en ambientes cerrados, un conocimiento valioso para futuras misiones largas, como las que aspiran a llegar a Marte o establecer bases lunares.

¿La vida se abre paso… o flota?

El hallazgo de esta bacteria plantea una cuestión más profunda: si nuestros microorganismos pueden adaptarse tan rápido al espacio, ¿qué significa esto para la hipótesis de la panspermia? ¿Podrían bacterias como esta sobrevivir a trayectos interplanetarios y sembrar vida más allá de la Tierra? ¿O ya lo están haciendo?

La ciencia todavía no tiene todas las respuestas. Pero mientras seguimos soñando con las estrellas, deberíamos prestar más atención a lo que llevamos en nuestros bolsillos invisibles. Porque, al final, puede que el futuro de la vida en otros mundos no dependa de cohetes… sino de bacterias.

Y quién sabe, tal vez cuando plantemos la primera bandera en Marte, ya haya una pequeña Niallia observando desde la sombra de un módulo, orgullosa de haber llegado primero.

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