El rincón secreto de la célula

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Durante décadas, los mapas del interior celular parecían casi completos. Mitocondrias, retículos, lisosomas... un catálogo bien etiquetado de orgánulos con funciones precisas. Y sin embargo, en medio de esa aparente familiaridad, un grupo de científicos acaba de descubrir una estructura jamás vista antes: el hemifusoma. Un rincón microscópico que podría reescribir lo que creíamos saber sobre cómo las células reciclan, transportan y organizan su interior.

TEXTO POR ARIADNA DEL MAR
ILUSTRADO POR SANDRA FIZ
ARTÍCULOS
BIOLOGÍA | BIOLOGÍA CELULAR
8 de Julio de 2025

Tiempo medio de lectura (minutos)

Hay algo profundamente inquietante en pensar que, en pleno siglo XXI, aún hay paisajes inexplorados dentro de nuestro propio cuerpo. No en planetas lejanos, ni en los fondos oceánicos, sino en las células que componen la piel, el corazón, el cerebro. Pequeños universos, cada uno con su propio clima, su arquitectura y su caos.

Hace apenas unos días, un equipo de investigadores del Instituto Whitehead de Investigación Biomédica en Massachusetts publicó en Cell un hallazgo tan inesperado como revelador: una estructura celular completamente nueva, observada en células humanas gracias a una técnica de imagen tridimensional avanzada. La han bautizado con un nombre casi musical: hemifusoma.

No es un nombre casual. Fusoma viene de fusión; «hemi», de mitad. El término remite a una especie de punto de encuentro incompleto entre membranas celulares, como si dos mundos internos intentaran unirse y se quedaran a medio camino. Ese espacio intermedio es, precisamente, el que parece esconder secretos funcionales todavía desconocidos.

Una nueva ventana al interior celular

El descubrimiento fue posible gracias a una técnica conocida como cryo-electron tomography (criomicroscopía electrónica tomográfica), que permite observar la célula en tres dimensiones y con una resolución casi atómica, congelando el momento justo de una interacción molecular. A diferencia de las imágenes planas a las que estábamos acostumbrados, esta técnica revela una topografía celular con profundidad, curvas y pliegues. Y entre esos pliegues, apareció el hemifusoma.

La estructura fue observada en el interior del retículo endoplasmático, uno de los orgánulos más antiguos y enigmáticos del repertorio celular. El retículo es una red laberíntica de membranas, esencial para la síntesis de proteínas y lípidos, pero también para el transporte interno de sustancias. Es, en cierto modo, la autopista intracelular. Y en un cruce de esa autopista, el hemifusoma se alzó como un edificio sin planos.

Lo curioso es que el hemifusoma no parece cumplir una única función. Según los investigadores, podría actuar como un centro de clasificación, reciclaje y distribución de material intracelular. Una especie de aduana microscópica que decide qué moléculas pasan, cuáles se destruyen y cuáles se reenvían a otros compartimentos.

La célula, ese cosmos imperfecto

Durante mucho tiempo, la biología celular funcionó como una especie de geografía estable: cada orgánulo tenía su forma, su función, su lugar en el mapa. Mitocondrias como centrales energéticas. Lisosomas como digestores. Núcleo como centro de control. Pero en los últimos años, esta visión ha empezado a resquebrajarse. Se han descubierto estructuras dinámicas, híbridas, efímeras. Paisajes que aparecen y desaparecen según el estado metabólico de la célula.

El hemifusoma se inscribe en esta nueva tendencia: es una estructura transitoria, resultado de un proceso de fusión incompleta entre vesículas y membranas internas. No es un compartimento cerrado, sino un lugar intermedio. Una especie de intersticio funcional, donde las reglas del tráfico molecular cambian.

El hecho de que esta estructura no se haya visto antes no significa que no existiera. Probablemente ha estado allí todo el tiempo, demasiado pequeña o demasiado sutil para nuestras herramientas antiguas. La criomicroscopía ha hecho visible lo que siempre fue real. Y eso nos obliga a replantear qué otras cosas podrían estar ocurriendo, invisibles, en ese teatro microscópico donde cada acción cuenta.

Función sin forma, forma sin nombre

Una de las preguntas más fascinantes del hallazgo es qué papel exacto juega el hemifusoma en la fisiología celular. Por ahora, se barajan varias hipótesis. La más sólida sugiere que es un punto clave para el reciclaje de membranas, un proceso esencial en células que deben adaptarse rápidamente a estímulos externos, estrés o daño.

Las membranas celulares no son estructuras pasivas. Son dinámicas, se doblan, se fusionan, se rompen. Y cada vez que una vesícula transporta una proteína de un lugar a otro, necesita una interfaz donde acoplarse y vaciar su contenido. El hemifusoma podría ser esa interfaz. Pero también podría ser algo más: un lugar donde las decisiones moleculares se toman, donde la célula evalúa qué hacer con ciertos compuestos antes de integrarlos o degradarlos.

Otra hipótesis apunta a un posible rol en la respuesta inmunitaria, especialmente en células fagocíticas que necesitan ingerir, procesar y eliminar material extraño. En ese contexto, el hemifusoma podría actuar como una sala de espera molecular, donde lo ingerido se clasifica antes de su destino final.

Lo que el mapa no mostraba

Este descubrimiento se suma a una serie de avances recientes que están transformando la forma en que entendemos el interior celular. Desde la identificación de condensados biomoleculares (estructuras sin membrana que organizan reacciones químicas por concentración) hasta los orgánulos transitorios que aparecen sólo en ciertas fases del ciclo celular, la célula está dejando de parecerse a una fábrica con departamentos fijos, y se parece cada vez más a una ciudad viva, con barrios que surgen, se transforman y desaparecen según las necesidades.

El hemifusoma, en este sentido, es una pista más de que nuestras categorías clásicas —núcleo, citoplasma, mitocondria— son sólo una parte del relato. Hay una narrativa más sutil, más fluida, que aún no hemos terminado de escribir.

¿Y si no es el único?

Uno de los efectos colaterales de este tipo de descubrimientos es que alimentan la sospecha de que hay más estructuras ocultas esperando ser vistas. ¿Cuántos más hemifusomas hay en las células humanas? ¿Cuántos hemos pasado por alto por no tener los instrumentos adecuados? ¿Cuántos mapas celulares están incompletos?

La ciencia tiene una tendencia natural a construir sistemas cerrados, a clasificar, a nombrar. Pero la naturaleza, con frecuencia, se escapa de las taxonomías. En ese escape reside gran parte de su belleza. Y también del reto para comprenderla.

El hallazgo también tiene implicaciones biomédicas. Si el hemifusoma resulta estar involucrado en procesos de reciclaje celular, es posible que tenga un papel en enfermedades donde ese reciclaje falla, como trastornos neurodegenerativos o ciertos tipos de cáncer. No es descabellado imaginar que en un futuro cercano se desarrollen fármacos que modulen su actividad o marcadores que lo utilicen como señal diagnóstica.

Ver lo que no sabíamos que estaba ahí

Hay algo profundamente transformador en descubrir una estructura que ha estado delante de nosotros todo el tiempo y que, sin embargo, no habíamos sido capaces de ver. Nos recuerda que la ciencia no es sólo una cuestión de acumular conocimientos, sino también de refinar nuestras preguntas, nuestras herramientas, nuestros ojos.

La historia del hemifusoma es, en última instancia, la historia de un cambio de escala. De mirar más de cerca. De atreverse a preguntar si el mapa realmente es el territorio. Y de aceptar que incluso en lo más estudiado —la célula humana— hay todavía sorpresas esperando.

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