11 de julio de 1735. El mundo giraba como de costumbre, aunque aún faltaban casi dos siglos para que alguien decidiera que ese pequeño punto helado al borde del sistema solar merecía un nombre mitológico. Pero ese día —y esto lo sabemos gracias a los cálculos matemáticos, no por la observación— Plutón dejó de ser el planeta más alejado del Sol. Durante unas décadas, Neptuno lo superó en distancia.
Este cambio de posición no fue producto de un fenómeno catastrófico, ni de un encuentro celestial entre titanes del espacio, sino simplemente de una consecuencia matemática de sus órbitas excéntricas.
Porque, como ocurre con muchos objetos lejanos del sistema solar, la órbita de Plutón no es circular, sino una elipse muy estirada. Tan estirada, de hecho, que, durante unos años cada dos siglos, Plutón se acerca más al Sol que Neptuno, su vecino interior.
Así que, aunque en los libros de texto de la vieja escuela se afirmara que «Plutón es el noveno y más lejano planeta del sistema solar», esa afirmación era solo generalmente verdadera. Entre 1735 y el 30 de septiembre de 1749, y más tarde entre 1979 y 1999, no lo fue.
Órbitas que se cruzan, pero no colisionan
¿No deberían haber chocado, o al menos rozado sus campos gravitatorios hasta formar un desastre cósmico? Para nada. Las órbitas de Plutón y Neptuno están inclinadas respecto al plano solar y sincronizadas gravitacionalmente, de forma que nunca se cruzan realmente en el espacio tridimensional. Como si dos coches circularan por pistas diferentes de una montaña rusa, cruzándose solo en apariencia si se mira desde arriba.
Es uno de los muchos ejemplos del baile armónico del sistema solar, en el que fuerzas titánicas pueden mantener un equilibrio delicado durante millones de años, y donde incluso una anomalía aparente, como un planeta que se adelanta en su posición orbital, forma parte de una coreografía más amplia.
La ironía del tiempo
Cuando en 1930 Clyde Tombaugh descubrió a Plutón desde el Observatorio Lowell, lo identificó como el noveno planeta. Pero lo hizo justo durante una de las épocas en las que Plutón no era el más lejano, ya que Neptuno lo superaba desde 1979. Nadie pareció darle importancia entonces. Plutón, por tamaño y lejanía, seguía siendo especial.
Pero la historia es caprichosa. En 2006, la Unión Astronómica Internacional reescribió las reglas del juego, y Plutón pasó a ser un planeta enano. Hoy orbita en compañía de otros pequeños mundos transneptunianos como Eris o Haumea. Su categoría cambió, pero no su personalidad. Sigue siendo ese mundo helado con corazón, que protagoniza órbitas imposibles y recordatorios humildes de lo complejo que es el universo.
Porque a veces, incluso los más pequeños, durante un instante, logran colarse delante.
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