La brecha de género en matemáticas no es innata: la crea la escuela.
Cuando se habla de talento matemático, la historia suele venir cargada de silencios. Se aplaude al genio precoz, se eleva al niño prodigio, se celebra el don como si las cifras fueran innatas, un lenguaje escrito en los huesos. Pero en esas narrativas también hay ausencias. Preguntas que, por incómodas, se esquivan: ¿por qué hay menos mujeres en matemáticas avanzadas? ¿Es una cuestión biológica? ¿O hay algo en el sistema que sesga la historia desde el principio?
Un nuevo estudio realizado en Francia lanza una respuesta clara y, sobre todo, demoledora: la brecha de género en matemáticas no es innata. La crea la escuela.
El estudio, realizado con más de 10 000 estudiantes entre 10 y 14 años, comparó el rendimiento en matemáticas en dos contextos distintos. Por un lado, las notas escolares, es decir, lo que los profesores evaluaban. Por otro, el resultado en pruebas estandarizadas, diseñadas para ser neutrales y anónimas. Los resultados fueron sorprendentes: los chicos obtenían mejores calificaciones en clase, pero las chicas igualaban —e incluso superaban— a los chicos en las pruebas ciegas.
Esto implica que, cuando se eliminan los sesgos del entorno, no hay diferencia de aptitud entre niños y niñas. Las matemáticas no distinguen género. Lo que marca la diferencia es cómo los adultos evalúan, qué esperan de sus alumnos y cómo esas expectativas se traducen en confianza, oportunidades y trayectorias.
El origen del sesgo
Los investigadores identificaron un patrón preocupante: los profesores, sin ser necesariamente conscientes de ello, tienden a sobrevalorar el rendimiento de los chicos y a ser más estrictos o exigentes con las chicas. Esta diferencia de trato no se manifiesta solo en las notas, sino en las interacciones diarias, en los comentarios, en la forma en que se anima —o no— a participar en clase, a atreverse con problemas difíciles, a liderar el pizarrón.
En paralelo, se analizaron encuestas de autopercepción del alumnado. Y ahí surgió otro efecto corrosivo: las chicas tendían a infravalorar sus propias capacidades matemáticas incluso cuando sus resultados eran iguales o mejores que los de sus compañeros. La inseguridad no nace del error, sino del contexto.
Este fenómeno no es nuevo, pero ahora se mide con precisión científica. Y tiene consecuencias profundas: una estudiante que cree que “no es buena en mates” es menos propensa a elegir asignaturas STEM, a pedir becas, a plantearse carreras científicas. La autoestima académica se convierte en profecía.
La paradoja de la igualdad
Una de las observaciones más inquietantes del estudio es que la brecha de género en matemáticas tiende a ser mayor en los países más igualitarios. Es decir: donde las niñas tienen más libertad de elección, suelen huir antes de las matemáticas. ¿La razón? No es que las rechacen por convicción, sino que el sesgo social sigue presente en forma de estereotipos internalizados. Donde no hay presión económica o cultural que obligue a elegir ciertas carreras, los prejuicios no corregidos hacen su trabajo en silencio.
La escuela, lejos de ser el gran nivelador social que soñaron los ilustrados, puede convertirse —si no se cuida— en el lugar donde las diferencias se amplifican.
Reescribiendo la fórmula
Este descubrimiento no debería llevarnos al pesimismo. Al contrario. Si la brecha de género no es biológica, entonces es corregible. Y eso nos devuelve el control. El estudio francés señala que, al introducir evaluaciones ciegas, cambiar métodos pedagógicos y trabajar activamente la percepción de capacidad en el aula, las diferencias desaparecen.
Algunos centros que adoptaron estas prácticas observaron cómo las chicas empezaban a asumir más protagonismo en la resolución de problemas, a levantar la mano con más frecuencia y a elegir con más seguridad optativas científicas. Porque cuando se desactiva el prejuicio, emerge el potencial.
Además, el estudio invita a un cambio narrativo. A dejar de hablar de “talento innato” y empezar a hablar de “confianza cultivada”. A presentar las matemáticas no como un don misterioso que unos pocos tienen y otros no, sino como un lenguaje accesible, potente, colectivo. Como una herramienta para entender el mundo, no un filtro para seleccionar élites.
Más allá de los números
Este tema no afecta solo a las matemáticas. Es un espejo de cómo funcionan los sesgos en todos los ámbitos del conocimiento. Ciencias, tecnología, ingeniería… en todos ellos, el sesgo de expectativa modula el acceso, la motivación y la permanencia. Y lo hace desde edades tempranas.
Por eso, este estudio debería ocupar titulares más allá del ámbito académico. Debería ser parte de la conversación educativa, del diseño curricular, de las políticas públicas. Porque lo que está en juego no es solo la nota de un examen: es la estructura entera de cómo construimos oportunidades.
Las matemáticas no son neutras
Decimos que las matemáticas son el lenguaje universal, que no tienen ideología ni género. Pero eso solo es cierto en la abstracción. En el aula, en los pasillos, en las entrevistas de trabajo, las matemáticas pueden ser una puerta abierta o una barrera invisible. Y depende de nosotros decidir cuál será.
El estudio francés lo deja claro: no es el cerebro, es el contexto. No es una diferencia natural, sino una construcción cultural. Y por eso puede cambiar.
Solo hay que atreverse a contar la historia completa.
Deja tu comentario!