El fuego del siglo XXI: ¿molesta más la ciencia que las llamas?
En las montañas de California, en los bosques boreales de Canadá, en las sierras de Australia o en las dehesas de Extremadura, el fuego se ha convertido en protagonista. No es el mismo fuego que acompaña a la humanidad desde tiempos prehistóricos, domesticado en los hogares o contenido en hogueras rituales. Es un fuego distinto, desmesurado, que se expande con violencia y parece escapar a cualquier estrategia de control. Los científicos hablan de incendios de sexta generación: megaincendios capaces de generar sus propias tormentas de fuego, de alterar la atmósfera y de desafiar a los equipos de extinción más preparados.
Detrás de este fenómeno hay múltiples causas —abandono rural, cambios en el uso del suelo, gestión forestal insuficiente—, pero la investigación científica converge en una conclusión: el cambio climático actúa como acelerante global.
22 de Agosto de 2025
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La ciencia lo confirma
Estudios publicados en revistas como Nature, Science o World Development coinciden en que el calentamiento global aumenta tanto la frecuencia como la intensidad de los incendios forestales. El análisis de World Weather Attribution sobre los grandes fuegos de Los Ángeles en 2025 demostró que las condiciones extremas de calor, sequedad y viento —lo que los expertos llaman fire weather— fueron hasta tres veces más probables debido al cambio climático.
En Canadá, un trabajo de la Universidad de Alberta concluyó que entre 1961 y 2010 el área quemada creció en paralelo con el aumento de las temperaturas medias y la prolongación de los periodos de sequía. En Estados Unidos, investigadores del Journal of Environmental Economics and Management estimaron pérdidas de valor forestal superiores a los 11.000 millones de dólares, de los cuales la mitad se atribuía directamente al cambio climático.
Y en España, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) ha documentado que los días de riesgo extremo se han duplicado en la cuenca mediterránea en los últimos cuarenta años, creando un escenario propicio para incendios de gran magnitud.
España en llamas
Nuestro país, que durante décadas miraba los grandes incendios como desastres lejanos de California o Australia, se ha convertido en escenario recurrente de esta catástrofe. En agosto de 2025, el sistema europeo Copernicus calculó que en solo diez días los incendios españoles habían emitido 5,5 megatoneladas de carbono a la atmósfera, más que el promedio anual de las dos últimas décadas.
Las causas son múltiples. El abandono rural ha dejado miles de hectáreas sin manejo: campos agrícolas que se han convertido en matorrales inflamables, pinares densos sin clareos, pastos sin ganado que los limpie. La despoblación ha creado un paisaje perfecto para que cualquier chispa se convierta en catástrofe. Y al mismo tiempo, las olas de calor son cada vez más intensas y frecuentes: 2022, 2023 y 2024 marcaron récords de temperatura media, con olas que superaron los 44 °C en la península.
Un estudio en Science of the Total Environment sobre el sur de España mostró cómo confluyen factores climáticos, vegetativos y sociales: la sequedad extrema de la vegetación, la acumulación de combustible y la presión humana en el territorio aumentan exponencialmente el riesgo.
El humo que respiramos
Los incendios no solo transforman el paisaje: también afectan a la salud de quienes viven a cientos de kilómetros. Investigaciones en Estados Unidos y Canadá han calculado que el humo de los incendios provoca costes sanitarios anuales de entre 11 000 y 20 000 millones de dólares, debido al aumento de casos de asma, enfermedades respiratorias crónicas y mortalidad prematura.
En España, la ola de incendios de 2022 dejó episodios de contaminación del aire en ciudades como Madrid o Barcelona, donde las partículas finas procedentes del fuego superaron los límites recomendados por la OMS. El fuego, que parecía un problema lejano de pueblos rurales, se convirtió en una amenaza directa para millones de personas urbanas.
Temporadas más largas, incendios más intensos
Los científicos confirman que las temporadas de incendios comienzan antes y terminan más tarde. En California, la temporada que tradicionalmente arrancaba en verano ahora empieza en mayo. En la cuenca mediterránea, los incendios de invierno, alimentados por sequías prolongadas, son cada vez más comunes.
En España, el Índice de Sequía SPEI ha demostrado ser un predictor fiable de superficie quemada en comunidades como Cataluña o Aragón. A medida que las sequías se intensifican, los incendios se vuelven más difíciles de contener. El cambio climático no solo aumenta las temperaturas: también reduce la humedad del suelo y de la vegetación, dejando el territorio listo para arder durante más meses al año.
Megaincendios y sexta generación
El término puede sonar apocalíptico, pero describe con precisión lo que ocurre: incendios tan grandes que generan sus propias condiciones meteorológicas. El calor extremo hace que el aire ascienda con violencia, formando columnas convectivas que terminan en nubes pirocúmulos capaces de producir rayos, vientos erráticos e incluso tormentas de fuego.
España ha conocido ya algunos episodios de este tipo, como los incendios de Ávila en 2021 o los de Cataluña en 2022. Lo que antes era una rareza se está volviendo más habitual. Y la ciencia advierte que en un mundo dos o tres grados más cálido, los incendios de sexta generación podrían convertirse en norma.
La respuesta de la ciencia
No todo es fatalismo. La investigación también abre puertas. Modelos predictivos basados en inteligencia artificial ya permiten anticipar con horas o días de antelación la propagación de un incendio, integrando datos climáticos, topográficos y de combustible.
En España, proyectos financiados por el Ministerio de Ciencia y el CSIC trabajan en sistemas de alerta temprana, en drones capaces de vigilar áreas inaccesibles y en programas de gestión del paisaje que incluyen la recuperación del pastoreo como herramienta de prevención. Iniciativas como Ramats de Foc en Cataluña demuestran que el ganado no solo produce alimento: también reduce el combustible vegetal y frena la propagación del fuego.
¿Y ahora qué?
El cambio climático no es una amenaza futura: ya está reconfigurando nuestro paisaje. Los incendios del siglo XXI no son solo catástrofes ambientales, sino fenómenos sociales, económicos y de salud pública. La ciencia ha demostrado que el vínculo entre calentamiento global y fuego es innegable. Lo que está en nuestras manos es decidir si gestionamos esa realidad o dejamos que nos arrolle.
La solución no será única: requiere reducir emisiones globales, pero también actuar en lo local. Repensar la gestión del territorio, devolver población y actividad al campo, crear paisajes más resilientes, educar en prevención y apostar por la ciencia como guía.
El fuego seguirá siendo parte de nuestra historia. La cuestión es si lo dejamos escribir nuestro futuro.
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