He tratado de posponer el momento de la despedida, como si doliera menos.
Pero no se puede aplazar el adiós a quien ha cambiado la forma en que miramos el mundo.

Nos enseñaste que la ciencia también puede hacerse con ternura.
Que observar no es dominar, sino comprender.
Que detrás de cada descubrimiento hay respeto, paciencia y una infinita curiosidad por la vida.

Tu mirada —esa mezcla de asombro y calma— cambió para siempre nuestra forma de ver el mundo.
Mostraste que los chimpancés no eran otros, sino parte del mismo nosotros que tantas veces olvidamos. Les diste nombre, historias, emociones. Y con ellos nos hiciste reconocernos.

Gracias por recordarnos que la inteligencia no es solo cuestión de cerebro, sino de empatía.
Gracias por demostrar que la ciencia no necesita gritar para transformar el mundo.
Gracias por dedicar tu vida a tender puentes entre especies, generaciones y conciencias.

En Principia siempre fuiste el faro que marcaba el camino de regreso a casa, por si alguna vez nos perdíamos.
Tuvimos la suerte de conocerte en persona y entregarte en mano nuestro juego Ciencia a pares, aunque en realidad es más tuyo que nuestro, porque ahí tu también eres protagonista y es gracias a científicas como tú que podamos inspirar curiosidad en los más peques... y, a veces, también en algún adulto que vuelve a mirar el mundo con ojos nuevos.

Jamás olvidaremos el momento en el que pudimos hablar contigo, emocionados. Y aquel instante bastó para confirmar lo que ya sabíamos: que estabas hecha de la misma serenidad que predicabas.

Tu voz seguirá escuchándose en cada bosque que aún respira, en cada niña que mira la naturaleza con preguntas nuevas, en cada científico que decide mirar más despacio antes de concluir.

Gracias, Jane, por todo lo que nos diste.
Por todo lo que nos enseñaste.
Y por recordarnos que, mientras queden ojos curiosos y manos dispuestas a cuidar, el mundo seguirá teniendo esperanza.

Con amor y gratitud.