Por qué los lunes son tan mierdas

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Los lunes no solo son un estado de ánimo: son un fenómeno biológico y cultural. Desde el aumento del cortisol y el mal sueño del domingo hasta el estrés anticipatorio, la ciencia demuestra que el inicio de la semana afecta de verdad a nuestra mente y a nuestro cuerpo. Pero también nos enseña cómo recuperar el sentido de los días y reconciliarnos con el tiempo.

 

Imagen de portada: Annie Spratt

TEXTO POR QUIQUE ROYUELA
ARTÍCULOS
NEUROCIENCIAS
27 de Octubre de 2025

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Son las siete de la mañana. La alarma suena con la violencia de un disparo.
El cuerpo parece más pesado que el viernes. El café tarda en hacer efecto.
El cerebro, espeso, se resiste a arrancar. Y en algún punto del pecho hay una mezcla extraña de cansancio, ansiedad y desgana.
Es lunes.

Desde hace décadas, psicólogos, sociólogos y neurocientíficos intentan entender por qué el primer día de la semana se siente tan distinto. No es una simple superstición colectiva: los lunes afectan de verdad a nuestro cuerpo y a nuestra mente. Hay datos, hormonas y gráficos que lo demuestran.

La biología del desencanto

En 2024, un equipo internacional de investigadores analizó muestras de cabello para medir cortisol acumulado, la hormona del estrés. Los resultados fueron claros: los niveles eran un 23 % más altos los lunes que en cualquier otro día de la semana. No era un efecto puntual, sino sostenido. El cuerpo parece anticipar la exigencia antes incluso de que empiece.

Otros estudios, como el publicado en Occupational Health Science en 2020, midieron el desempeño cognitivo y la calidad del sueño de empleados de oficina. El lunes aparecía como una anomalía biológica: menos horas dormidas, mayor latencia al conciliar el sueño la noche anterior y más fallos de atención durante la mañana.

El problema no es solo la falta de descanso. Es el choque de ritmos.
El fin de semana desajusta el reloj interno: dormimos más, comemos distinto, alteramos rutinas. El lunes llega como un jet lag social, un cambio horario emocional que el cuerpo no ha tenido tiempo de asimilar.

El cerebro también tiene calendario

La psicología ha documentado lo que llama el Monday blues, una depresión leve o estado de ánimo negativo recurrente asociado al inicio de la semana. Los datos son consistentes: los lunes puntuamos más bajo en escalas de felicidad, motivación y energía, y más alto en irritabilidad, estrés y tristeza.

Un estudio británico que analizó millones de publicaciones en redes sociales lo confirmó: las palabras asociadas al mal humor se disparan los lunes por la mañana y solo comienzan a normalizarse a partir del martes. Curiosamente, el pico inverso —de optimismo y alivio— llega los viernes a las cinco de la tarde.

Los lunes, por tanto, no son solo un día: son una emoción colectiva.

El peso invisible de la cultura

El malestar del lunes no es solo fisiológico; también es cultural.
En la mayoría de sociedades modernas, el lunes representa el inicio de la productividad, el regreso a la norma. Es el día en que nos reinsertamos en el engranaje del tiempo social: reuniones, correos, tareas pendientes.

Desde niños aprendemos que el lunes marca el fin del descanso y el comienzo de la obligación. Ese condicionamiento se instala en el subconsciente y, con los años, se refuerza. Incluso los jubilados, según un estudio de 2023, reportan un estado de ánimo más bajo los lunes, aunque ya no trabajen. La mente conserva el hábito del deber, aunque el calendario haya perdido sentido.

Lo que el cuerpo recuerda

El lunes también deja su huella en la salud física.
Varios estudios epidemiológicos han encontrado que los infartos de miocardio y los episodios de hipertensión aguda son ligeramente más frecuentes al inicio de la semana laboral. No se trata de causalidad directa, sino de un cóctel de factores: estrés anticipatorio, sueño insuficiente, ansiedad y, en algunos casos, consumo de alcohol durante el fin de semana.

El cuerpo recuerda lo que la mente intenta ignorar.

Cómo hackear el lunes

No hay cura mágica, pero la ciencia sugiere algunos antídotos.
Uno de ellos es reducir el salto entre fin de semana y semana laboral: mantener horarios de sueño estables, planificar el domingo con calma, reservar la mañana del lunes para tareas sencillas.

Otra estrategia es cambiar el enfoque emocional. Si asociamos el lunes a una oportunidad de reinicio, en lugar de castigo, el cerebro modula la respuesta de estrés. No se trata de optimismo naïf, sino de entrenamiento cognitivo.
Pequeños gestos —un paseo antes del trabajo, un desayuno más largo, una conversación amable— pueden alterar la química del día.

Incluso en entornos laborales exigentes, introducir rituales positivos de comienzo de semana (reuniones breves, mensajes de propósito o reconocimiento) mejora el ánimo y la concentración.

El lunes no se elimina, pero se reprograma.

La rutina como espejo

Quizá los lunes duelen porque nos devuelven a la pregunta que intentamos esquivar: ¿qué hacemos con nuestro tiempo?
Cuando la semana arranca con ansiedad, es posible que el problema no sea el lunes, sino la estructura que hemos construido alrededor del trabajo.

Los psicólogos laborales coinciden en que el malestar del primer día actúa como termómetro existencial. No mide la meteorología del día, sino la temperatura de nuestra satisfacción vital. Si odiamos el lunes, quizá lo que necesitamos revisar no es el calendario, sino el propósito.

Un día cualquiera, un síntoma universal

El mal de los lunes no distingue profesiones ni geografías. Lo siente el conductor y el cirujano, la maestra y el programador. Es un recordatorio de que, por mucho que hayamos sofisticado nuestras herramientas, seguimos siendo animales de ritmo, de luz y de pausa.

La ciencia puede explicar el cortisol, la falta de sueño y la dopamina. Pero la sensación de arrastrar el cuerpo cuesta arriba un lunes por la mañana tiene también un componente poético: es la fricción entre lo que somos y lo que el mundo espera de nosotros.

Quizá la solución esté en reconciliar esas dos fuerzas: encontrar, incluso en los lunes, un motivo para seguir mirando adelante.

 

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