Julius Axelrod y la química invisible de la mente
Durante años, la ciencia buscó las claves del cerebro en grandes estructuras: lóbulos, regiones, centros del lenguaje o de la emoción. Julius Axelrod, en cambio, decidió mirar en otro lugar. No en el mapa, sino en el mensajero. En las moléculas diminutas que cruzan el espacio entre neuronas y deciden, sin que lo sepamos, cómo sentimos, recordamos o enfermamos.
29 de Diciembre de 2025
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Un científico que llegó tarde… y cambió todo
Julius Axelrod nació en 1912, hijo de inmigrantes judíos en Nueva York. Su carrera científica no fue precoz ni brillante en los términos clásicos. Rechazado varias veces por programas de doctorado y con una trayectoria irregular, Axelrod comenzó trabajando como técnico de laboratorio y químico industrial.
Pero esa posición periférica fue, paradójicamente, su ventaja. Sin una carrera académica que proteger, sin una escuela que obedecer, pudo permitirse hacer preguntas incómodas. Preguntas pequeñas, casi invisibles, pero decisivas.
En los años cuarenta y cincuenta, la neurociencia sabía que existían sustancias químicas implicadas en la transmisión nerviosa. Lo que no sabía era qué pasaba con ellas después de cumplir su función. ¿Desaparecían? ¿Se degradaban? ¿Se reciclaban?
Axelrod decidió seguir el rastro de esas moléculas.
La sinapsis como sistema de reciclaje
Trabajando en los National Institutes of Health, Axelrod se centró en neurotransmisores como la noradrenalina. Lo que descubrió fue revolucionario por su sencillez: el cerebro no se limita a liberar neurotransmisores y esperar a que se disipen, sino que posee mecanismos activos para recaptarlos y reutilizarlos.
Ese proceso, hoy conocido como reuptake, explicaba por qué la señal química no se desborda, por qué el sistema nervioso puede modular con precisión estados como la alerta, el ánimo o la respuesta al estrés.
La sinapsis dejó de ser un espacio pasivo para convertirse en un sistema dinámico, regulado, económico. El cerebro, como buen ingeniero, no desperdicia.
Cuando la farmacología entendió al cerebro
El impacto del descubrimiento fue inmediato y profundo. Si los neurotransmisores se recaptan, entonces bloquear esa recaptación cambia el estado mental. Esa idea permitió comprender, por primera vez con rigor molecular, cómo funcionaban fármacos ya existentes y cómo diseñar otros nuevos.
Los antidepresivos tricíclicos, y más tarde los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, encontraron su explicación científica en el trabajo de Axelrod. Ya no se trataba de «equilibrar humores», sino de intervenir en mecanismos concretos, medibles, reproducibles.
La psiquiatría dio un giro decisivo: de la metáfora a la bioquímica.
El Nobel que reconoció lo invisible
En 1970, Julius Axelrod recibió el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, junto a Bernard Katz y Ulf von Euler, por sus descubrimientos sobre los neurotransmisores y los mecanismos de control de la transmisión nerviosa.
No fue premiado por un gran aparato experimental ni por una teoría grandilocuente, sino por haber demostrado que la mente también se regula desde lo pequeño. Desde enzimas, transportadores y reacciones químicas casi imperceptibles.
El jurado reconoció algo más que un hallazgo: reconoció un cambio de paradigma. La idea de que los trastornos mentales podían estudiarse con el mismo rigor que una enfermedad metabólica o cardiovascular.
Una ciencia sin ruido
Axelrod nunca fue una figura carismática. No buscó titulares ni protagonismo. Prefería el laboratorio al estrado y la precisión al espectáculo. Publicó cientos de artículos, muchos de ellos breves, casi modestos, pero siempre incisivos.
Hasta bien entrados los cincuenta años no obtuvo un doctorado formal. Hasta los sesenta no alcanzó reconocimiento pleno. Su historia es incómoda para el mito del genio precoz, pero profundamente inspiradora para la ciencia real: la que avanza a base de persistencia, curiosidad y atención al detalle.
El legado que seguimos usando
Hoy, cada vez que hablamos de depresión, ansiedad, trastornos del ánimo o psicofarmacología, estamos usando el lenguaje que Axelrod ayudó a crear. La noción de regulación química del cerebro, de equilibrio dinámico y de intervención farmacológica racional, se apoya directamente en su trabajo.
Más aún: su enfoque influyó en la neurociencia moderna al demostrar que comprender un sistema no exige verlo entero, sino entender cómo circula la información en él.
El cerebro dejó de ser una caja negra y empezó a parecerse a una red viva de señales modulables.
Pensar despacio, investigar mejor
La historia de Julius Axelrod es también una lección cultural. Nos recuerda que la ciencia no avanza solo por grandes saltos, sino por preguntas bien formuladas. Que el conocimiento profundo suele surgir de observar aquello que otros dan por supuesto.
En un mundo obsesionado con la velocidad, Axelrod pensó despacio. Y al hacerlo, nos ayudó a entender algo tan complejo como la mente humana con herramientas sorprendentemente simples: química, paciencia y rigor.
A veces, para cambiarlo todo, basta con seguir una molécula hasta el final.
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