Existen multitud de personajes históricos a los que la sospecha de no ser estrictamente heterosexuales o por su decisión de ir contra el papel asignado a la mujer les persiguió durante toda su vida.
El 28 de junio de 1969, durante una de las habituales redadas de la policía en locales frecuentados por personas homosexuales —en este caso en el bar neoyorquino The Stonewall Inn—, algo cambió. Aquellas personas que sufrían amenazas e insultos y eran detenidos por la policía, decidieron que no iban a volver a ser perseguidos, humillados y vejados, como tantas veces.
Se rebelaron. Y durante varios días volvieron a Cristopher Street a reivindicar sus derechos, los mismos que disfrutaban las personas heterosexuales.
No fue sencillo, no fue una marcha pacífica, sino un enfrentamiento duro y sangriento con la policía, que no dudó en usar la fuerza bruta contra aquellas personas (y quienes les apoyaban) que exigían ser tratados con respeto.
Hubo decenas de heridos y detenidos y fue la gota que colmó el vaso: jamás dejarían de luchar por tener los mismos derechos que los demás.
Se creó un movimiento organizado para la liberación homosexual. Sí, liberación. Liberación de las garras de la heterosexualidad que legislaba y organizaba la sociedad en función de lo que habían establecido como normal y natural, condenando enérgicamente todo lo que contradecía su modo de vida.
El 28 de junio de 1970 se organizó el primer día de la liberación gay, que daría lugar a una reivindicación colectiva, orgullosa de haberse enfrentado a quienes les oprimían, humillaban y condenaban.
Por eso, cada año se celebra un día de orgullo gay: para no olvidar que en tu época y en la de tus padres, había personas a las que se les consideraba enfermos mentales, que se les encarcelaban por tener relaciones sexuales aunque fuese en su casa, que se las humillaba en público, se les prohibía bailar y no podían ir de la mano o besarse con su pareja. Afortunadamente, mucho ha cambiado, pero lamentablemente todavía podemos encontrar actitudes y comportamientos homófobos en nuestro entorno y, lo que es más preocupante, en la política actual.
La ciencia en particular y la cultura en general, como un reflejo más de la sociedad en la que vivimos, no han estado exentas de estos prejuicios que condenaban a investigadores y creadores, y no precisamente por la calidad de sus trabajos.
Por ello, con el octavo número de Principia hemos querido hacer de la ciencia y su divulgación elementos culturales inclusivos basados en la diversidad, denunciando situaciones que no tienen cabida en la sociedad actual a través de las historias de personas que las sufrieron: la astronauta Sally Ride, los neurocientíficos Bern Barres y Pío del Río Hortega, la informática Lynn Conway, el artista Leonardo da Vinci, la médica Sara Josephine Baker, el director de cine Alfonso Albacete, el pintor Francis Bacon, el naturalista Alexander von Humboldt o el historiador de la ciencia Aldo Mieli, entre muchas otras personas.
Existen multitud de personajes históricos a los que la sospecha de no ser estrictamente heterosexuales o por su decisión de ir contra el papel asignado a la mujer les persiguió durante toda su vida.
Aunque desde nuestra perspectiva moderna estos detalles biográficos puedan parecernos superfluos, podemos imaginarnos la cantidad de trayectorias que han podido truncarse debido al juicio de las autoridades civiles, religiosas o sociales.
Solo la construcción de una sociedad basada en el cultivo de la diversidad asegurará que esos errores no se repitan.
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