"Queridos participantes en los Encuentros de Mestizajes, hemos organizado una visita a los laboratorios del DIPC (Donostia Internacional Physics Center)".
Recibo este correo y mi primera reacción es: "Estupendo, voy". Pincho en el link que acompaña el correo y leo: centro de cálculo, laboratorio de síntesis de polímeros, laboratorios de dieléctricas, AFM, STM...
¿STM? ¿No era SPM de Síndrome Premenstrual? Decido que con este tipo de pensamientos, mejor no voy. ¿Qué pinta una chica como yo en el Donostia International Physics Center? ¿Puede alguien con muy básicos conocimientos de físicas aprender algo de una visita a sus laboratorios?
Doy vueltas en la cama y lo consulto con la almohada: voy, no voy, voy, no voy. Me falta una margarita. Voy y pongo cara de enterada. No voy y me echo la siesta. Voy y pregunto hasta que me echen por plasta. No voy y dejo mi plaza a alguien que lo vaya a aprovechar más…
Al levantarme decido que debo salir de mi zona de confort y atreverme a visitar unos laboratorios de física. ¿Qué puede salir mal? Mientras me tomo el café, me visualizo expulsada del DIPC tras haber roto algún instrumento superdelicado.
Caminando por San Sebastián de camino al DIPC voy recordando mi época escolar. Abro el cajón de mi cerebro con el rótulo "física", y me encuentro con que solo hay telarañas, bolas del desierto y algún físico (material reservado). Nada más.
¿De quién es la culpa de mi completo desconocimiento sobre física? Lo sé: de mi profesora de 2º de BUP que explicaba la física de tal manera que resultaba no solo incomprensible sino directamente hostil. Recuerdo pensar, a mis tiernos 15 años, que si tuviera que ganarme la vida dedicándome a la física, moriría de hambre.
Con este pensamiento tan incorrecto y deprimente me planto en la puerta del DIPC, un centro de física situado en el campus de San Sebastián de la UPV y que está a unos 2.000 km de mi zona de confort. De hecho, está justo en el centro de mi zona de pánico.
Con más miedo que vergüenza y mi mejor sonrisa comienza la visita por el Centro del Cálculo del DIPC. Txomin Romero, su responsable, nos explica que para idear y producir nuevos materiales es necesario hacer simulaciones por ordenador que puedan anticipar y dar una idea sobre el comportamiento de los mismos. Por supuesto, estas simulaciones no pueden hacerse con el ordenador que todos tenemos en casa sino con unas supercomputadoras de las que en el DIPC tienen de dos tipos. Soy capaz de seguir la explicación con bastante facilidad, pero al pasar a la sala donde están ubicados los superordenadores confieso que me llevo una pequeña decepción. Se parece a cualquier sala de servidores de una empresa. Armazones que protegen los ordenadores, un ruido infernal y un extintor tan alto como yo.
Eso sí, uno de los superordenadores que ellos llaman “de memoria compartida” y que agrupa el equivalente de 1024 PCs, se llama ULTRAVIOLET 1000 que me parece un nombre precioso, evocador y capaz de protagonizar una película de ciencia ficción en la que ULTRAVIOLET se enamore de Txomin. Me abstengo de compartir esta reflexión durante el turno de preguntas.
Para continuar la visita, tenemos que cruzar la calle para entrar en el CFM, (Centro de Física de Materiales), un bonito edificio, rojo por dentro. Un lugar cálido y luminoso. Acogedor. No parece una cueva de cerebritos, lo que me hace pensar que quizás debería replantearme mis estereotipos.
El Laboratorio de Polímeros es la siguiente parada. Menos mal que la palabra laboratorio me resulta conocida, porque “polímeros” no consigue activar ninguno de mis circuitos neuronales. O al menos ninguno con un mínimo de sentido.
Todos mis miedos se esfuman en cuanto entramos en el laboratorio de Isabel Asenjo, técnico de laboratorio y Alex Latorre, estudiante de doctorado, que nos reciben con una gran sonrisa.
—¿Cuánto sabéis? -pregunta Alex que parece un modelo del catálogo de Massimo Dutti y que es encantador.
Nadie dice nada.
—Nada, empieza desde el principio más principio que puedas.- me animo a sugerir.
—¿Sabéis lo que son las moléculas? - pregunta Alex levantando las cejas.
—Ahí puedes empezar.
—Lo que hacemos aquí es ordenar moléculas sencillas por enlaces químicos para formar moléculas muy largas, algo parecido a un collar de muchas cuentas. Cuando muchas de esas largas moléculas están juntas (un buen símil es un plato de espaguetis) podemos agrupar algunas de ellas para formar nanopartículas. Después, con todos estos instrumentos que tenemos aquí, analizamos los materiales resultantes para comprobar sus características y ver si se comportan como pensamos o como queremos y las maneras en que se unen al formar la nanopartícula.
—Para esas caracterizaciones tenemos hornos, congeladores, desecadores, un rotavapor (una máquina que me parece preciosa y que según me entero después han usado mucho los chefs Roca), un cámara de vacío, un liofilizador, un humidificador (por si nos interesa tener la muestra húmeda) y un cromatógrafo líquido de exclusión molecular (para medir la distribución de pesos moleculares de los polímeros, es decir, cómo de largos o cortos son los espaguetis).
Pasamos un rato pululando e inspeccionando los cacharros y salgo de allí sabiendo lo que son los "zapatitos" gracias a la explicación de Isabel. Sé que no es una pregunta muy emocionante pero me pudo la curiosidad y ella me lo explicó tan amablemente que sé que es un dato que jamás olvidaré.
Alto, fibroso, delgado, con un precioso jersey gris cerrado con un botón y un curioso acento a medio camino entre el italiano, el argentino y el ruso, Daniele Cangaliosi, Investigador del CSIC y científico permanente en el DIPC, nos explica la labor que realizan en el Laboratorio de Dieléctricas.
Nos enseña dos círculos de plástico semitransparente que a simple vista parecen iguales pero que resultan ser diferentes porque uno es rígido y el otro flexible. Daniele sumerge uno de ellos en nitrógeno líquido para enfriarlo y mostrarnos como al bajar la temperatura, las moléculas dejan de moverse y el material se vuelve rígido.
Continúa explicando otros tipos de experimentos de una manera tan amena, sencilla e interesante que consigue que me olvide de los orígenes de su acento y comience a pensar en lo maravilloso que debe ser sentir tantísimo entusiasmo por tu trabajo. Se puede fingir que se trabaja pero no se puede simular la emoción que te provoca lo que haces.
Alejandro Miccio, Investigador Postdoctoral, nos presenta el AFM, el Microscopio de Fuerza Atómica (de las siglas en inglés Atomic Force Microscopy) que con ese nombre trae a mi mente calenturienta imágenes de pelis de James Bond. Alejandro va vestido completamente de negro, como un malo de película, pero nada más lejos de la realidad: con una paciencia infinita y de manera entretenida, informativa y comprensible nos explica el principio por el que funciona el microscopio, nos muestra imágenes en el ordenador de las muestras y contesta a todas nuestras preguntas.
La traca final y última parada de la visita es el Laboratorio STM (del inglés Scanning Tunneling Microscopy), microscopio de efecto túnel. El AFM al menos parecía un microscopio, hasta yo hubiera sido capaz de identificarlo como tal, pero el STM es algo increíble, si bien poco impresionante de aspecto (porque su pinta está más cerca de un cacharro de cocina gigante forrado de papel de aluminio que de un súper-instrumento de investigación).
A Jorge Lobo-Checa, investigador permanente del CSIC, le toca lidiar con mis pensamientos absurdos y explicarnos cómo funcionan las cámaras de alto vacío de Rayos X, la de Laser y el STM y por qué tienen que estar forradas de papel de aluminio perdiendo tanta prestancia. Jorge se remanga, mueve las manos y gesticula mientras nos cuenta qué hace cada instrumento, qué intentan conseguir con ellos y los problemas técnicos a los que tienen que enfrentarse, como las vibraciones, las paradas por averías o la complejidad en el manejo de estos aparatos.
Sin perder la sonrisa habla de la importancia de la investigación básica con una pasión y una entrega que me dan ganas de quedarme a pasar la tarde preguntando todo tipo de cuestiones que aletean por mi mente.
Salgo del DIPC sintiéndome igual que una niña, igual que cuando con 8 años visité una fábrica de galletas. Entusiasmada, contenta, asombrada, fascinada y pensando que si tuviera otra vida, quizás podría dedicarme a los polímeros.
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Mi visita a los laboratorios del DIPC tuvo lugar dentro de los encuentros "Mestizajes" organizados por Gustavo Schwartz. Mil gracias a todo el personal del DIPC y en especial a Nora, que nos acompañó durante la visita.
El DIPC tiene un programa de visitas para centros escolares para estudiantes de Bachillerato y 4º de la ESO. Animo a todos los docentes con cercanía geográfica a interesarse por este programa.
CRÉDITOS DE LA IMAGEN: DIPC
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