La serendipia de la alquimia

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Este artículo es el primero de una serie dedicada a la vida y obra de algunos de los científicos a los que más admiro y que han hecho que disfrutemos de numerosas comodidades que hacen más fácil nuestras vidas. Soy investigador en el área de la química, y un convencido de la necesidad de transmitir conocimiento científico a la sociedad, lo que comúnmente se llama divulgación científica, aunque yo prefiero denominarlo cultura científica.

TEXTO POR BERNARDO HERRADÓN
ILUSTRADO POR ROCA MADOUR
ARTÍCULOS
QUÍMICA
1 de Diciembre de 2014

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Alberto Magno y los elementos químicos

 

 Aunque San Alberto Magno es el patrón de los científicos no se le puede considerar como tal, pues una de las especialidades que practicó, la alquimia (la más próxima a mi área científica), está más cercana a las prácticas pseudocientíficas que a las científicas. San Alberto Magno, nacido en la actual Alemania hacia 1200, falleció el 15 de noviembre de 1280. Vivió en la Edad Media, una época muy oscura desde el punto de vista cultural y científico en la que la alquimia era una actividad practicada por muchas personas. El objetivo de la alquimia medieval era encontrar la piedra filosofal, capaz de convertir cualquier metal en oro: un sueño irrealizable. Aunque estas prácticas carecían de fundamentos científicos, debemos destacar que los alquimistas fueron capaces de avanzar en técnicas experimentales y en el descubrimiento de un amplio número de sustancias químicas, aunque esto lo hicieran usando razonamientos que resultaron ser falsos. Entre estos hallazgos podemos destacar el del arsénico, uno de los escasos elementos químicos descubiertos en la Edad Media, y que fue realizado por el propio Alberto Magno.

El objetivo de la alquimia medieval era encontrar la piedra filosofal, capaz de convertir cualquier metal en oro: un sueño irrealizable

Durante el largo periodo alquimista, solo se aislaron cuatro nuevos elementos químicos: el zinc (descubierto alrededor del año 1200), el arsénico (alrededor del 1250), el bismuto (sobre 1500) y el fósforo (descubierto en 1669). El aislamiento de este último elemento se realizó en una época muy tardía y de manera accidental (y curiosa) por Hennig Brandt al intentar obtener la piedra filosofal nada menos que a partir de ¡orina! Para ello aplicó calor sobre ella, la evaporó y calentó el residuo al rojo vivo, lo que dio lugar a la destilación del fósforo, cuyos vapores se recogieron condensándolos en agua. Brandt consiguió fósforo blanco rodeado de una fina capa de vapor de fósforo que, al oxidarse, emite luz en un proceso denominado quimioluminiscencia. Esta propiedad fue la que atrajo la atención de sus coetáneos e hizo que a esta sustancia se le llamase fósforo, una palabra procedente del griego cuyo significado es “portador de luz”. Este descubrimiento fue magníficamente retratado un siglo después por el pintor Joseph Wright.

Brandt intentó mantener el descubrimiento en secreto creyendo que realmente había obtenido la piedra filosofal; aunque finalmente tuvo que vender (literalmente) dicho secreto para poder subsistir. Posteriormente, la obtención del fósforo a partir de orina fue perfeccionada en el laboratorio de Robert Boyle (1627-1691), al que la historia considera el último alquimista y el primer químico. Este método fue usado por uno de sus discípulos, Ambrose Godfrey (1660-1741), para producir grandes cantidades de fósforo que vendió por toda Europa. La disponibilidad de fósforo en estado puro permitió a Lavoisier realizar experimentos, aproximadamente un siglo después, que supusieron un gran avance en la química, como podréis leer en un próximo artículo.

El resultado obtenido por Brandt fue sorprendentemente en su época. Ahora sabemos que obtuvo una pequeña cantidad de fósforo por reducción del escaso fosfato presente en la orina. En la actualidad el fósforo se obtiene igualmente por reducción de fosfatos, concretamente de aquellos presentes en ciertos minerales, pero afortunadamente sin tener que recurrir a la orina.

Los logros de los alquimistas

El caso del fósforo ilustra que, más allá del aislamiento de unos pocos elementos, la principal aportación de la alquimia fue desarrollar una serie de procedimientos experimentales y la preparación de algunas sustancias químicas que seguimos usando incluso hoy. Dentro de estos procedimientos podemos encontrar la preparación de varios ácidos importantes, como el ácido clorhídrico, el ácido nítrico y el ácido sulfúrico; y algunas de sus mezclas, como el agua regia (una mezcla de ácido clorhídrico y nítrico así nombrada porque era la única capaz de corroer el oro).

Más allá del aislamiento de unos pocos elementos, la principal aportación de la alquimia fue desarrollar una serie de procedimientos experimentales y la preparación de algunas sustancias químicas que seguimos usando incluso hoy

El legado de la alquimia continúa con la preparación de sustancias como el alumbre, el bórax, la crema de tartar, el éter etílico, el rojo de plomo, el pláster de París (el actual “acuaplás”) y el sulfuro de bario (la primera sustancia luminiscente). Además, se obtuvieron los procedimientos de laboratorio para extracción de oro por amalgamación (un proceso que permite recuperar y concentrar oro ayudándose de su afinidad por el mercurio), la preparación de álcalis a partir de cenizas vegetales y diversas mejoras en la preparación de bebidas alcohólicas o perfumes.

La Edad Media no solo fue una época en la que se aportaron procesos, sino que también se consiguió la fabricación de instrumentos de laboratorio especialmente adecuados para hacer transformaciones con los ácidos fuertes indicados anteriormente (como los crisoles); y para destilar (alambiques, retortas, etc.) que se usaron para obtener perfumes, alcoholes, elixires, etc.

Paracelso

Posiblemente la figura más destacada de los alquimistas fue Philipupus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, más conocido como Paracelso (1493-1541), cuya principal aportación fue la aplicación de la alquimia a la curación de enfermedades, así que le podemos considerar como un pionero de la química médica y farmacéutica; lo que se ha denominado “iatroquímica”.

Paracelso fue una figura típica del Renacimiento y la Reforma. Fue seguidor de Lutero (1483-1546), tanto en religión como en filosofía; y aplicó las ideas de éste a algunas de sus actividades; siendo un gran orador, escéptico y un polemista de fuertes convicciones, que, en cierto modo, marcaron su vida.

Paracelso nació en Einsiedeln (Suiza), aunque desde los 14 años tuvo que viajar por numerosos países (España, Austria, Alemania, Turquía, Italia y Rusia). Hijo de un médico y alquimista, empezó sus estudios de medicina en Basilea, finalmente se licenció por la Universidad de Viena en 1511 y se doctoró por la de Ferrara en 1516. En ese mismo año adoptó el nombre de Paracelso, que significa “igual o superior a Celso”, un médico romano (26 a.C.-50 d.C.) cuyas teorías médicas eran seguidas por la profesión médica de la época. Su primera ocupación académica fue la de profesor en la Universidad de Basilea. Allí empieza su etapa de polemista en la que empezó a criticar a la profesión médica establecida; incluso realizando una quema de libros de los médicos más prestigiosos, a imitación de su admirado Lutero. Por supuesto, desechó el latín como idioma para la enseñanza, prefiriendo en su lugar el alemán. Su carácter polémico le causó numerosa enemistades, y fueron la razón de muchos de sus cambios de domicilio.

Debido a que tuvo éxito como médico, no le faltó trabajo, ocupando puestos en distintos centros de enseñanza y como médico de diversos estamentos; atendiendo a personas influyentes, como Johan Frobenius (1460-1527) y Erasmo de Rotterdam (1466-1536); o diversos ejércitos. Falleció en Salzburgo, posiblemente envenenado cuando iba a entrar al servicio de Ernst de Baviera.

Aunque debemos considerarlo como un alquimista, podemos decir que Paracelso empezó a aplicar algunas ideas muy avanzadas para su época. Esto le proporcionó un gran éxito a nivel académico y práctico, escribiendo “El gran libro de la cirugía” en 1536. A nivel clínico identificó la causa de la enfermedad pulmonar de los mineros, estudió el efecto de la mineralización del agua sobre el bocio (tumoración de la tiroides) y fue capaz de curar la sífilis con derivados de mercurio. Paracelso estaba convencido del poder curativo de las sustancias de la naturaleza, siguiendo las ideas de Hipócrates (460 a.C.-371 a.C.). Como él mismo afirmó, la principal motivación en su trabajo queda resumido en la siguiente frase: “Muchos han dicho que la alquimia es para fabricar oro y plata. Para mí no es tal propósito sino considerar solo la virtud y el poder que puede haber en las medicinas”. También es recordado por la frase “Todas las cosas son venenosas y nada es inocuo. Únicamente la dosis determina lo que no es un veneno”. En esta frase están recogidas algunas ideas modernas, como la importancia de la concentración y su relación con la actividad biológica. Paracelso también fue el primero en identificar el efecto placebo.

Como todos los alquimistas, Paracelso no era capaz de identificar los conceptos de elemento químico ni de compuesto; adaptó las ideas de la alquimia árabe, que creían que todo estaba constituido por dos elementos (en el sentido aristotélico del término): el mercurio y el azufre (que no coinciden con los elementos químicos, excepto en el nombre), al que añadió un tercero: la sal. Cada uno de estos elementos dotaba a las especies que constituía una cierta propiedad: la sal otorgaba solidez, el mercurio liquidez y maleabilidad y el azufre el espíritu de la inflamabilidad. Obviamente, Paracelso estaba equivocado en estas ideas, que no se empezaron a clarificar hasta finales del siglo XVIII.

Conclusión

La Edad Media fue una época oscura en la historia de la ciencia y en este artículo he intentado destacar algo de los pocos avances y los escasos alquimistas que aportaron algún progreso. Tuvimos que esperar hasta el Renacimiento para poder hablar de una auténtica ciencia, lo que será objeto del próximo capítulo de esta serie.

Sobre “Protagonistas de la historia de la ciencia”

Estos artículos se basan en la conferencia impartida, el día 15 de noviembre de 2013, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá con motivo de la festividad de San Alberto Magno, en el acto de entrega de diplomas a graduados, licenciados y doctores en Ciencias Químicas.

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