Ojos para lo infinitesimal

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En esta serie de artículos nos acercaremos al microscopio, un hechizo tecnológico que nos permite ver más allá de lo evidente, un peculiar artilugio que terminó por convertirse en el icono de las ciencias de la vida durante dos centurias.

TEXTO POR DANIEL MORENO
ILUSTRADO POR QUIQUE ROYUELA
ARTÍCULOS
MICROSCOPIA
1 de Enero de 2015

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Por una razón u otra llegó el momento en que quedó claro al ser humano que sus ojos desnudos eran incapaces de explorar las lejanías del espacio o de ahondar en las profundidades de la materia cotidiana. La curiosidad y el intelecto pudieron más que las limitaciones naturales de nuestros asombrosos, imperfectos y limitados sentidos y entonces, hace unos 250 años, empezaron a proliferar los cilindros rellenos de lentes organizadas. Con la experiencia, los artesanos se habían dado cuenta de que vidrios y cristales debidamente tratados eran capaces de hacer malabares con la luz. Con el tiempo, durante el florecimiento de la física, se describirían matemáticamente estos fenómenos. Sea quien fuere el inventor del microscopio (mérito que se disputan varias personas), desde entonces, usando distintas triquiñuelas, se han franqueado todas las limitaciones ópticas de cada época.

La microscopía es un ejemplo soberbio de cómo la ciencia, la tecnología y la inventiva se unen para hacer posible lo imposible. Mucho tiempo después de la aparición de estas lentes primigenias, los primeros microscopios supieron conjugar una o varias lentes en el orden adecuado; multiplicando esa amplificación hasta el punto de hacer visible lo que hasta el momento era imperceptible para el ojo humano más agudo.

La curiosidad y el intelecto pudieron más que las limitaciones naturales de nuestros asombrosos, imperfectos y limitados sentidos y entonces, hace unos 250 años, empezaron a proliferar los cilindros rellenos de lentes organizadas

Es difícil imaginar hoy en día el asombro que debió embargar al primero que, después de poner una gota de agua frente a esas lentes, observó moverse agitadamente a una plétora de bacterias y protozoos de diversas formas y tamaños. La mitología le habría hablado de titanes, gigantes, gnomos, duendes y hadas, pero aquellos animálculos (como los denominó un tal Van Leeuwenhoek allá por 1683) quedaban lejos del tamaño de cualquier mito. Sea lo que fuere lo que sintieron aquellos pioneros de la exploración infinitesimal hace más de trescientos años, no creo que fuese muy diferente de la emoción impactante que me sobrecogió cuando, de niño, decidí imitar los pasos de Leeuwenhoek usando un potente microscopio…de juguete. La receta estaba clara, un poco de agua, tierra y algunas hierbas mezcladas en un frasco de conservas de cristal bien cerrado. Todo ello reposando durante una semana en la estantería de tu habitación ante la suspicaz mirada de tu señora madre, que no entendía bien qué andabas tramando. Recuerdo aquella semana más llena de curiosidad y alentadora espera que la de la noche de Reyes. Una sola gota de la maloliente mezcla en el portaobjetos de mi nuevo Micronova me mostró un mundo fascinante de cuya existencia no tenía ni la más remota idea, desatando una avalancha de incógnitas: ¿qué eran aquellos seres? ¿De dónde habían salido? ¿Por qué había tantos y tan distintos? Entonces no lo sabía, pero ese momento explica gran parte de mi interés por buscar algunas respuestas en lo infinitamente diminuto, al igual que supongo que le pasó a Leeuwenhoek y después a tantos otros. Esas son sensaciones que produce la ciencia: la curiosidad de la espera, el placer de encontrar la respuesta y el vértigo de tomar conciencia de lo desconocido. Años después, los microscopios que manejo a diario han dejado de ser pequeños y rudimentarios juguetes para convertirse en orgullosos exponentes de la tecnología de nuestros días. Y sin embargo, la fascinación con cada nuevo hallazgo es la misma que aquella primera vez.

El microscopio es el perfecto paradigma de herramienta científica. Ya con los primeros pasos de la microscopía a finales del siglo XVI, dados por Zacharias Jansen, Anton van Leeuwenhoek y Robert Hooke, quedó expuesta una parte del mundo en que vivimos a la que no se esperaba. Muchos otros les siguieron y la vastedad de aquél nuevo micromundo (que se extiende en la escala de la millonésima parte de un metro) se acrecentó con cada mejora en la técnica y en el entendimiento de la física detrás de la técnica.

La microscopía es un ejemplo soberbio de cómo la ciencia, la tecnología y la inventiva se unen para hacer posible lo imposible

Esa fascinación que surge mirando hacia el abismo de lo más pequeño es mayor si cabe conociendo la evolución del microscopio. La suya es una historia de la “magia” de la ciencia y la tecnología, que han usado pequeños grandes trucos para derribar los límites que la propia naturaleza de la luz y los materiales imponen a nuestro deseo de mirar más abajo.

Micronova. Cuando alguien tuvo la magnífica idea de poner la magia del microscopio al alcance de todos
Micronova. Cuando alguien tuvo la magnífica idea de poner la magia del microscopio al alcance de todos Fuente: Todocolección

Mi propósito con esta serie es mostrar las maravillas de microscopía. No pretendo repasar exhaustivamente su historia; ni tampoco ahondar en el sinfín de sesudas adaptaciones y mejoras técnicas, sino mostrar -desde mi punto de vista y en zapatillas de andar por casa- sus principales limitaciones históricas y las ingeniosas soluciones que se han encontrado para superarlas. Estas soluciones, a veces muy diversas, han generado una gama microscopios para todos los gustos.

Recuerdo aquella semana más llena de curiosidad y alentadora espera que la de la noche de Reyes

Para hacernos una idea general de la escala de tamaños en las que se mueve la microscopía bastará decir que la ameba Proteus, un gran Titán del mundo microscópico, ronda el medio milímetro de longitud (500 micrómetros). Los sucesivos perfeccionamientos de la técnica microscópica ha llevado de observar “enormes animálculos” (como la ameba Proteus) con dificultas a permitirnos seguir perfectamente el derrotero de una sola molécula de unos pocos nanómetros (mil veces más pequeño que un micrómetro) dentro de una célula viva. Si queréis saber cómo ha sido esto posible, seguid atentos a Principia.

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