La teoría del todo o la física del amor

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Caprichoso nos resulta a veces el mundo de Hollywood. Ahora les ha dado por los hombres de ciencia y en el último trimestre del 2014 se han estrenado en EEUU, de cara a los venideros premios de la Academia, “The imitation game” y “La teoría del todo”. Ya le dedicamos en Principia unas palabras a la primera de ellas y ahora le llega el turno a esta última. Al salir de la proyección, uno no puede evitar pensar en que sin el trabajo de Turing a Hawking le hubiera resultado más complicado mantener una conversación o escribir un libro, porque desde que le practicaron la traqueotomía se comunica con los seres que le rodean gracias a un ordenador. Coincidencias al margen, se trata de un largometraje que es todo un biopic al uso con una excelente factura, aunque de trasfondo cuestionable.

TEXTO POR ALFREDO MANTECA
ARTÍCULOS
CINE
20 de Febrero de 2015

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Hay que dejar claro que no estamos ante un filme centrado en los descubrimientos del famoso científico. Tampoco ahonda en ver cómo, a medida que crecen sus limitaciones físicas, su mente se expande y sigue explorando los extremos más lejanos de la física teórica. Nada hay de eso en “La teoría del todo”. El nuevo trabajo de James Marsh está basado en el libro de memorias de Jane Hawking “Travelling to Infinity: My Life with Stephen”. La película profundiza en la relación amorosa de Stephen y Jane, desde que se conocieron en Universidad de Cambridge, hasta su separación. Lo que al principio Jane no se podía ni imaginar era que su amor sería puesto a prueba de forma tan dura: al joven físico del que acaba de enamorarse le dan dos años de esperanza de vida tras diagnosticarle un trastorno de la neurona motora, más concretamente la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Se trata de un desorden neurológico progresivo que destruye las células cerebrales que controlan actividades musculares incapacitando al paciente para las actividades de la vida diaria. A pesar de todo, Jane y Stephen deciden casarse y construir una familia.

Jane Wilde y Stephen Hawking en sus tiempos en la Universidad de Cambridge
Jane Wilde y Stephen Hawking en sus tiempos en la Universidad de Cambridge. Imagen cedida por Universal Pictures Spain.

En realidad la vida de Hawking es una historia muy hollywoodiense, y muy oscarizable. Es un cuento para adultos que tiene todos los ingredientes necesarios para ser un exitazo. Vender la figura del hombre más brillante que hay sobre la tierra (siendo esto discutible entre el gremio de Físicos) es una tarea verdaderamente simple. No dudamos un instante que el próximo día 22 de febrero el Oscar al mejor actor será para el joven Eddie Redmayne, máxime sabiendo el gusto de los académicos estadounidenses por premiar a personajes con minusvalías, sirva de ejemplo el pintor Christy Brown y “Mi pie izquierdo” (Jim Sheridan, 1989).

Marsh se aleja por completo de sus trabajos documentales como el oscarizado “Man on wire” y nos ofrece un largometraje amable, carente de la menor arista, centrado en la pareja entre el físico y esta estudiante de la facultad de arte que sacrificó todo por sacar adelante su núcleo familiar. Todo es un bálsamo, no hay momento de disputas, como mucho se intuyen. Tanto Anthony McCarten, guionista de este film, como su realizador rehúyen por completo de adentrarse en los aspectos más complicados de la vida conyugal.

La lucha de un matrimonio frente a la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica)
La lucha de un matrimonio frente a la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) Imagen cedida por Universal Pictures Spain.

Irónicamente, sus creadores no apuestan en ningún momento por reivindicar esa figura femenina. Esa Jane Wilde de mentalidad cristiana, que decide entregarse en cuerpo y alma a una teórica causa perdida. Hawking acaba siendo un agujero negro que absorbe toda la energía de los cuerpos que gravitan a su alrededor, quedando la historia de esta mujer relegada a un “segundo plano”. Será inevitable que el espectador deje de pensar en esa joven, que acaba renunciando a sus intereses personales por los de Stephen, quien por lo que se deja entrever, no contó con la ayuda de su familia cercana.

Marsh nos cuenta magistralmente cómo este matrimonio acaba deteriorándose poco a poco, cómo la comunicación entre los dos acaba fallando, pero de una forma casi dulce, sin caer en dramatismos. Sin embargo, le pone un broche repleto de moralina hollywoodiense que sí resulta cuestionable, con ese plano final de un matrimonio roto en la cumbre del éxito pero que mira a sus hijos y se siente orgulloso. Es como si Jane opinara que el ateo de Stephen lleva toda su vida buscando una sola ecuación unificadora que explique todo en el universo y siempre lo ha tenido delante de sus ojos: el amor incondicional. Los aspectos más filosóficos enunciados como “¿cuál es la naturaleza del tiempo?” “¿Por qué motivo retrocederías en el tiempo?” “¿Cambiarías el futuro?”, etc. Todos cabrían responderse con la idea vertebradora del filme: el universo no tiene límites al igual que no los tiene el amor. El amor lo puede todo. Implícitamente queda claro que Jane se siente orgullosa y no cambiaría nada en su vida.

La ciencia y la física teórica quedan totalmente relegadas a un segundo plano en “La teoría del todo”
La ciencia y la física teórica quedan totalmente relegadas a un segundo plano en “La teoría del todo” Imagen cedida por Universal Pictures Spain

Es justo en ese instante cuando el biopic acaba entrando en terrenos fangosos, por eso el espectador puede sentirse ciertamente manoseado, porque se da cuenta de que el relato va cargado de una importante dosis de moral protestante. Tenemos que aceptar que todos somos diferentes y que con esfuerzo se consigue todo. Por terrible que parezca la vida no tires la toalla porque siempre hay algo que puedes hacer con éxito. Una vez más, el subtexto es “el sueño americano” esta vez encarnado en la figura del científico británico que hace suyo el mito de que el trabajo y la perseverancia te harán superar cualquier dificultad y te llevarán a lo más alto.

Lo más irónico es que la realidad se acaba imponiendo al mensaje, porque el amor tiene límites y la historia de Jane y Stephen es el claro y vivo ejemplo: no supieron o pudieron sobrevivir a su lucha contra esa enfermedad degenerativa. Vale que se tienen cariño, pero no están juntos. No son un matrimonio feliz. Cada uno ha rehecho su vida con otras parejas. Eso sí, tienen tres hijos, que (nos imaginamos a tenor del plano final) son adorables. También siguiendo la deriva de evitar terrenos escabrosos quedarán en el tintero todas las posibles diatribas derivadas de la pugna religiosa: Jane, creyente y practicante, frente al ateísmo de Stephen; o cómo eso marca sus decisiones a la par que determina su visión de la vida y el mundo.

Es imposible poner objeciones a la profesionalidad del realizador británico, su narrativa nos brinda planos de gran belleza, algunos cercanos a proporciones áureas como los encuadres de las escaleras. Un montaje eficaz que le da ritmo a la historia y, a pesar de los pesares, consigue que el espectador mantenga interés por la trama, todo ello lubricado por los tiernos acordes de Jóhann Jóhannsson. Magnífico el uso del sonido, por ejemplo, en la secuencia de la celebración de la lectura de la tesis, Marsh consigue transmitir al espectador la soledad de Hawking, a pesar de que está rodeado de sus más estrechos colaboradores, amigos y esposa. El elenco completo de actores está formidablemente dirigido, pero el trabajo prostético y actoral de Redmayne lo acaba fagocitando todo en este caro, dulce y brillante folletín romántico de tintes científicos donde lo único singular que posee es su personaje principal: Stephen Hawking.

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