El edificio de Fila Clorofila es un bonito árbol que vive en la calle que hay junto a mi colegio. Es un árbol con un tronco grande y unas hojas verdes cuyo borde parece que tiene dientes. Mi abuela me ha contado que se llama Árbol del Hierro.
Hoy, la familia Clorofila está más ajetreada que nunca, pues estamos en septiembre y saben que en breve, al menos en esta parte del planeta, llegará el otoño.
En esta estación la familia Clorofila inicia sus vacaciones; las noches cada vez son más largas y el calor ya no es tan fuerte como semanas atrás, de hecho la luz del Sol es más tenue.
En la familia Clorofila, hay muchos, muchos miembros y todos habitan en la misma casa, desde los tatarabuelos hasta la multitud de tataranietos, aunque algunos primos de Fila Clorofila viven en otros edificios.
- ¡Vamos Fila, hay que darse prisa, la compra está abajo y debemos subirla a las cocinas! –llamaba mamá Cloro desde la puerta.
Fila es perezosa y soñadora, siempre está en las nubes y aquella mañana no iba a ser distinta. Sigue remoloneando en la cama, soñando con las ansiadas vacaciones y con viajar a casa de algunos de sus primos.
- Fila, por favor, ¿puedes ayudar?- gritaba su hermana Verdi. - Oh, ¡qué insistencia!- dijo Fila, mientras se ponía su vestido. La familia Clorofila siempre viste de verde, así que Fila se puso su camiseta verde, sus pantalones verdes y emprendió camino a la parte baja del edificio, la raíz. - ¡Al fin, al fin la señorita se digna a ayudar!- le reprochó su madre.
Allí en la puerta del edificio había decenas de cubos repletos de agua y comida, aunque lo cierto es que la comida no era muy saludable así, sin cocinar, pero a los pequeños les encantaba. Unos cubos contenían nitratos, otros fosfatos, y todos sabían un poco salados, pues Fila y sus hermanos y hermanas siempre metían el dedo para saborearlos (sin que los mayores les vieran, pues si lo hacían les llamaban la atención).
Así que entre todos cargaron los cubos, los engancharon con una cuerda que facilita su ascenso hasta las cocinas, grandes láminas de color verde, que las personas llaman hojas. Estas cuerdas tienen un sistema muy fácil y barato para funcionar, pues como casi todo en la casa de Fila, funciona gracias al Sol. Así que el Sol ayuda a subir los cubos de comida hasta las hojas, donde los adultos de la familia se encargan de cocinar, y es que esta es la tarea más importante de la familia Clorofila.
En la cocina, los adultos vestidos de riguroso verde, se encargan de separar el agua de los cubos de la comida, que es llevada a unos hornos especiales para poder construir nuevos utensilios para la casa, mientras que el agua es introducida en unas enormes ollas verdes. Abren las ventanas para que las ollas contengan aire, y las calientan con la luz del Sol, ¿o por qué crees que las hojas siempre miran al Sol?
Fila se conforma con asomarse por una ventanita de la cocina y observar lo que allí sucede.
Tras un buen rato con las ollas al Sol, estas son destapadas a la vez que se abren las ventanas, y… ¡magia! dentro de la olla hay una sustancia dulce, muy dulce: azúcar.
Pero esto no es lo que más llama la atención de Fila, sino que al destapar las ollas sale humo, un humo que encanta a los animales. En el cole le han explicado que este humo es gracias al cual pueden respirar los animales. Así que le encanta pegar la oreja en la pared y escuchar inspirar a los animales mientras hablan de sus historias.
El abuelo Plasto, tiene una relación especial con Fila, pues encuentra que los sueños de Fila y sus ideas son parte de su naturalidad. Por eso, cuando el azúcar aún está caliente abre un poquito la puerta de la cocina y le da un trocito del manjar a su pequeña nieta.
- Ummm, abuelo ¡cada día está más buena!- responde Fila con una sonrisa de agradecimiento.
Así pasa la mañana y parte de la tarde en el edificio de Fila, subiendo cubos, cocinando y almacenando el azúcar en pequeñas despensas.
Una vez que terminó de ayudar a subir los cubos, se dispuso a jugar con sus primos y hermanos, al escondite de la sardina. Es ese juego en el que uno se esconde y el resto deben de encontrarle y cuando lo hacen se esconden con él. Fila era realmente buena en este juego, pues una vez escondida empezaba a pensar en sus cosas y no hacía nada de ruido. Así que como le tocó esconderse la primera, busco un huequito junto a una de las despensas se acurrucó y… se durmió.
Soñó con unas vacaciones diferentes, unas en las que viajaban alrededor del planeta, visitando al primo Magnesio en la Selva de Brasil. De allí viajaban a México a conocer a la tía Espina. Fila soñaba con ser exploradora, con descubrir cómo vivían el resto de sus parientes.
- ¡Ah, al fin te encontré!- le dijo el primo Doble, mientras se acurrucaba con ella justo a la despensa. - Shhhhh- le reclamó Fila- ¿o es qué quieres que nos descubran?
Poco a poco el resto de pequeños fueron agrupándose. Una vez más la última en encontrarlos fue Verdi, la hermana mayor de Fila.
Así pasaban los días del mes de septiembre en casa de Fila, unos días jugando al escondite, otros a la comba, otros asistiendo a las clases del Profesor Botánico, y poco a poco el otoño invadió la calle donde estaba el Árbol del Hierro.
La familia Clorofila empezó a recoger sus cazuelas, sus cortinas verdes y vistieron todo el hogar de amarillo. El amarillo es un color brillante, el color del que pintan los niños el Sol y el color que indica que las vacaciones están al llegar, pero antes hay que guardar todas las cazuelas verdes en el tronco, pues la familia Clorofila las necesitará la siguiente primavera.
Ahora la familia Clorofila tiene menos trabajo en la cocina, pues hay menos Sol y las cazuelas amarillas no son capaces de fabricar tanto azúcar. Así que durante unos días celebrarán la Fiesta Amarilla en el Árbol del Hierro y decidirán en que emplear el tiempo de vacaciones.
Una mañana la familia Clorofila se despertó con algo más de frío de lo normal, así es como se dieron cuenta de que había llegado el momento de terminar la Fiesta Amarilla y comenzar a vestir de rojo. Fila se puso su bonito vestido de ese color y bajó corriendo a ver al abuelo Plasto.
- Abuelito, ya quedan pocos días, quizá este año tenga una sorpresa por vacaciones- le dijo
Y mientras el abuelo le colocaba los lazos rojos en sus alocadas coletas le dijo: –Quizá pequeña, pero ahora debes ayudar a recoger todas las cazuelas.
Así que con todo el árbol del hierro vestido de rojo, la familia Clorofila empezó la limpieza del edificio: bolsas de basura para arriba, azúcar a las despensas, bolsas y más bolsas de basura a las hojas, y así fue como en unos pocos días las hojas dejaron de verse rojas para verse de color marrón y aspecto seco…
Poco a poco toda la familia fue reuniéndose en el tronco y el viento hizo volar sus cocinas, dejando el manto de hojas en el suelo. El invierno estaba al llegar y los Clorofila comenzaban las ansiadas vacaciones. Con una enorme sorpresa y es que Fila este año viajaría con su padre a conocer la tía Espina.
Y así, en dos días Fila y Plastidio, emprendieron el viaje a México. México es un país situado en América del Norte, que tiene unas grandes extensiones de desiertos, y allí en ese lugar inhóspito y con poca agua, es donde la vive la tía Espina.
Al fin habían cruzado el Atlántico y estaba en el desierto mexicano, delante de la casa de la tía Espina, una casa diferente a la de Fila, una casa sin hojas, con un tallo verde, una casa redondeada rodeada de espinas de color amarillo. Plastidio le contó a Fila, que esta casa se llamaba Bola de Oro, aunque algunos le llamaban Cojín de Suegra.
A Fila le invadieron un montón de dudas, ¿cómo vivirán aquí con tanto Sol?, ¿de dónde sacarán el agua? Y la más importante, ¿dónde están las cocinas, las hojas, de este edificio?
Al fin accedieron al interior del edificio y pudieron contemplar las grandes diferencias que había con su hogar. A las raíces llegaban muchos más cubos de comida salada que de agua, y además parte de esa agua se empleaba para hacer gelatina.
Esto le gustó mucho a Fila, que saltaba sobre la gelatina como si se tratase de una cama elástica. Preguntó para qué fabricaban gelatina y el tío Tilo le explico que era una forma de tener agua si no llovía, que la gelatina no se convierte en humo cuando el sol calienta y no se hace hielo cuando llegan las noches.
- Ah, eso lo he estudiado. Aquí por las noches hace mucho frío- contestó Fila mientras anotaba todo en su pequeña libreta.
Estaba ansiosa de ver las cocinas pero Tilo le explico que lo que hacían durante el día era guardar el calor del Sol para poder cocinar en las noches.
Esto Fila no lo entendía bien, así que su padre, Plastidio, le explicó que durante el día el calor es tan fuerte que si abrieran las ventanas para coger aire y cocinar se evaporaría mucha agua, y claro, en un desierto el agua no se puede desperdiciar.
- El agua no se debe desperdiciar en ningún sitio- reclamó Fila.
Y así, mientras los mayores hablaban de sus cosas, Fila buscó un asiento junto a una ventana, y con los ojos tan abiertos como los de una lechuza, miraba al horizonte, sin pestañear. Permanecía atenta, pero no vio nada. Desilusionada, busco al tío Tilo, que era un señor rechoncho con cara amable y que siempre sonreía.
- Tío, ¿para que tenéis una casa con tantos pinchos si no hay animales que puedan comerse vuestra casa?- pregunto Fila. - Ay, es una duda común. Lo que sucede es que nuestras cocinas están en el tallo, pues las hojas como las del Árbol de Hierro, dejan escapar demasiada agua, así que poco a poco, durante muchos años, hemos ido cambiando nuestras hojas por pinchos, para evitar la pérdida de agua y hacernos una pequeña sombrilla- contaba Tilo. - ¿Una pequeña sombrilla de pinchos? - Sí, como las sombrillas que hay en algunas playas, hechas de palitos. - Ah, ahora entiendo. Habéis transformado vuestras hojas para poder sobrevivir con tanto Sol y evitar perder agua- afirmó Fila. - Eso es pequeña, nos hemos adaptado a vivir en el desierto- contestó su tío mientras le acariciaba suavemente la cabeza.
Era sorprendente, tanto para Fila como para Plastidio, comprobar los cambios que habían hecho en el hogar para poder sobrevivir.
Al fin cayó la noche y la tía Espina saco algo de azúcar para cenar, mientras otros miembros corrían a las cocinas para abrir las ventanas. Fila se acerco a una de las ventanas abiertas y, mientras comprobaba el frío exterior, pudo ver una de las imágenes más lindas. El cielo plagado de estrellas; más estrellas de las que nunca hubiera soñado, tantas que casi era imposible distinguir donde acababa una y comenzaba la siguiente.
Y poco a poco, los días en México fueron pasando. Fila aprendió que no todo era como en el Árbol del Hierro, y que no había un sistema mejor que otro para fabricar azúcar, sino que cada uno tenía el sistema más adecuado para el sitio en el que vive.
Acabaron las vacaciones y regresaron. El Sol comenzaba a brillar en Madrid, los días eran más largos que las noches y eso indicaba que había llegado el momento de fabricar nuevas hojas, desempolvar las cazuelas verdes y comenzar a soñar con las próximas vacaciones.
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