Vacunas. Cuando la evidencia es lo que cuenta.

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Este artículo va de vacunas y las vacunas pasan por ser casi el principal logro de la investigación biomédica y una de las causas de la inmensa mejora en la calidad de vida en el ser humano. Aunque para algunos parezca que esto no es así.

TEXTO POR CARLOS XABIER CERQUEIRO
ILUSTRADO POR QUIQUE ROYUELA
ARTÍCULOS
PREVENCIÓN | SALUD | VACUNAS
6 de Junio de 2015

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Comencemos con la historia de la viruela. Los estudios parecen indicar que su origen está en África y que se extendió hace miles de años por Asia. La primera epidemia histórica data del siglo XIV durante una guerra entre egipcios e hititas. Esta enfermedad provocaba epidemias que diezmaban las poblaciones hasta sus límites y en algunas civilizaciones, no se podía dar nombre a un niño nacido hasta que demostrara haber pasado por ella.

Su índice de mortalidad se calcula en un 30%. Ha matado a reyes y reinas y las secuelas para gran parte de los supervivientes pueden ser graves, incluyendo la ceguera (en la epidemia de Vietnam de 1898 el 90% de los niños ciegos habían padecido la viruela). A finales del siglo XVIII en Francia y Suecia, uno de cada diez niños nacidos fallecía por su causa y en Rusia, uno de cada siete.

Desde el comienzo de las epidemias en China, la experiencia y la observación dieron lugar a los primeros métodos de profilaxis, la variolación. Las primeras evidencias de estas prácticas, atribuidas a Zhang Lu, hablan de tres variedades. La primera sería empapar algodón con pus de pústulas infectadas en la nariz de personas sanas; la segunda, consistía en desecar y pulverizar costras secas que luego se introducían con una cañita en la nariz de los niños; y el tercero, más arriesgado, consistía en hacer que una persona sana se pusiera las ropas de un enfermo. Estos tres métodos inducían en las personas sanas una forma de viruela más atenuada y sin muertes.

De paso, estas inmunizaciones favorecían a los chinos frente a los manchúes invasores, que habían estado mucho menos expuestos a la enfermedad. Su primer emperador falleció por este motivo y el segundo ya obligó a la variolización. Zhu Chungu fue el médico chino encargado de tal empresa y sus métodos (basados en la pulverización de pústulas) fueron más efectivos que los de sus predecesores, incorporándose a la literatura médica. En estos manuales se recomendaba la variolización antes del segundo año de vida del niño y varios textos revelan que de unos 9000 niños tratados, solo habrían muerto entre 20 y 30.

Hindúes y árabes tenían también sus propios métodos de variolización, que llegarían hacia 1670 al Imperio Otomano, quedando en manos de mujeres su ejecución. De Turquía pasó a Europa, donde las primeras noticias (hacia 1671) hablan de una variolización salvaje, es decir, el contacto directo entre enfermos leves y sanos (el método se llamaba “comprar la viruela”). La Royal Society da por primera vez noticia del método chino en 1700 y jesuitas españoles también lo observan en sus viajes al país asiático.

Sin embargo, la inoculación oriental es popularizada en Europa por Mary Montagu (1689 – 1762), enfrentándose, por su condición de mujer, al clero, a su marido y a la propia comunidad científica. Mary Montagu padece la enfermedad y pierde a su hermano a causa de ella. Siendo su marido embajador en la corte otomana, ella establece muy buenas amistades con las mujeres del harén del sultán de Constantinopla. Descubre lo que allí llaman “inoculación”: cada mes de septiembre se buscan voluntarios dispuestos a padecer la viruela. Con una punta de aguja se introduce en sus venas el “veneno”. Al octavo día, les sube la fiebre, les salen unas pocas pústulas, de las que se recogen el pus, y en unos diez días más ya están sanos de nuevo. Montagu afirma en cartas que no se tiene constancia de que nadie haya muerto por la enfermedad.

Esta emprendedora mujer, que será conocida en el futuro como escritora, viajera y feminista, inocula a sus propios hijos en presencia de testigos, entre ellos el médico del embajador, Charles Maitland, que recibirá más tarde el encargo de un ensayo clínico en Inglaterra con seis condenados, en 1721. El experimento de Maitland es un éxito y los reos son indultados. Hasta la familia real decide inocularse y la práctica gana en respetabilidad.

Pero no perdamos el hilo de la historia. La variolización, siendo efectiva y admitida en círculos científicos, nunca llegó a extenderse por toda Europa, especialmente por el escepticismo de gran parte de los médicos y la presión del clero. Un ejemplo es el del reverendo Edmund Massey, que en un sermón titulado “La peligrosa y pecaminosa práctica de la inoculación” se opone a la práctica por considerar que la viruela era un castigo divino y que oponerse a él era una “operación diabólica”.

En este punto de la historia aparece el médico inglés Edward Jenner. Observó que las ordeñadoras padecían una forma leve de la enfermedad llamada viruela vacuna, que no era mortal en absoluto. En un experimento que hoy día no superaría los límites éticos, inoculó a un niño de ocho años el pus de una de estas ordeñadoras. Seis semanas más tarde, expuso al niño a la enfermedad y este no la desarrolló. El método fue rápidamente aceptado y, hasta el año 1800, fueron vacunadas 100 000 personas en todo el mundo. El término “vacuna” fue dado por Pasteur en honor a Jenner.

Un ejemplo es el del reverendo Edmund Massey, que en un sermón se opone a la práctica por considerar que la viruela era un castigo divino y que oponerse a él era una operación diabólica

La ventaja de esta variolización frente a los métodos orientales era que no producía pústulas, no era mortal y no provocaba contagios a terceros. Así que los acontecimientos se suceden y la primera ley de vacunación obligatoria contra la viruela se promulga en Alemania en 1874. Era la misma época que la guerra franco-prusiana, durante la que hubo una gran epidemia que en París mató a 20 000 personas y en Alemania, gracias a la inmunización, solo a trescientas. En 1979, la Organización Mundial de la Salud declara oficialmente erradicada del planeta la viruela.

Poco tardan en llegar más vacunas. Louis Pasteur descubre las vacunas contra el ántrax y la rabia (1880 y 1881 respectivamente). En los años 20 del siglo XX, se descubren las relativas a difteria, tos ferina, tuberculosis y tétanos. En los años 60, las del sarampión y parotiditis, y en 1970 la de la rubeola. Y más con el tiempo.

Actualmente, existen más de veinte vacunas (varicela, fiebre amarilla, polio, sarampión, rubéola, parotiditis, rabia, gripe, hepatitis A, encefalitis japonesa, gripe, hepatitis B, tuberculosis, cólera, tifus, tos ferina, difteria, tétanos, meningococos A,C,Y, W 135, neumococo 23-valente, HiB conjugada (Haemophilus influenzae tipo B), meningococo C, neumococo 7-valente) todas ellas basadas en largos ensayos clínicos y con capacidad de inmunización demostrada como se discutirá más adelante.

La vacunación, por tanto, consiste en la administración de un microorganismo (atenuado, inactivo o muerto), una parte de él (cápsula, lipopolisacárido, proteína, péptido, ADN) o un producto derivado del mismo (toxoide) por vía oral, subcutánea, intramuscular o intradérmica, simulando una infección natural. Deberá generar una respuesta inmune adquirida que proporcione la aparición de un tipo de células sanguíneas llamadas linfocitos de memoria, capaces de reconocer al causante de la enfermedad en sucesivos contactos y de dar una respuesta a este más rápida y efectiva.

Por supuesto, las vacunas deben cumplir una serie de criterios prácticos, como que no deben producir la enfermedad, no deben dar lugar a efectos secundarios y han de ser baratas y de fácil administración. También deben seguir unos criterios inmunológicos, como activar distintas células del sistema inmunitario (células presentadoras de antígenos, linfocitos B y T y, como decíamos más arriba, linfocitos de memoria, que son los que protegen a largo plazo).

Los métodos de obtención de vacunas han variado mucho desde los “artesanales” procesos de variolización: puede utilizarse el microorganismo vivo atenuado, muerto o inactivado. Las modernas técnicas de biotecnología permiten nuevas vacunas recombinantes (generalmente levaduras a las que se insertan genes de algún microorganismo para que produzcan determinadas moléculas, como el caso de la hepatitis B) y las vacunas sintéticas, en desarrollo actualmente.

La siguiente cita está extraída de la web de la Libertad de Vacunación (LLV): “Existen suficientes indicios que hacen pensar que las vacunaciones pueden estar en la base del incremento de enfermedades como el asma, los síndromes autistas, las diabetes juveniles…”

Esta organización que, además de defender el derecho a no vacunarse ni ellos ni sus hijos, afirma que las vacunas no son la causa de la desaparición de estas enfermedades infecciosas. Estos grupos van más lejos y afirman que se ha extendido “la creencia de que las epidemias han desaparecido o han sido controladas  gracias a las vacunaciones. “La mejor medida en salud pública es no vacunar (…) Vacunando (se) nos está complicando la salud de las poblaciones, a nivel neurológico, a nivel de autismos, a nivel de retrasos evolutivos, (…)” son afirmaciones hechas por el presidente de LLV, Xabier Uriate. Para él, la causa del espectacular descenso en las tasas de incidencia de enfermedades infecciosas no se debe a la vacunación, sino a seis factores que él enumera de la siguiente manera: disponibilidad de alimentos, arquitectura urbanística, baja demografía y gran entrada de Sol, ausencia de heridas graves, soledad o angustia y ausencia de violación (sin especificar si esto favorece al hombre o a la mujer).

Uriarte afirma que a partir del año 2000 muchos “vacunalistas” se han separado de la corriente oficial a partir de los problemas de las vacunas de la neumonía y la meningitis. Afirma que ambas vacunas no son eficaces, pero si recurrimos a la bibliografía vemos que hay estudios del 2003, de 2006 y de 2007 que demuestran la efectividad de la vacuna conjugada, la que se aplica a niños de menos de dos años.

En cuanto a la meningitis, se trata de una enfermedad que puede ser causada por varios microorganismos: Neisseria meningitidis o meningococo, Haemophilus influenzae y Streptococcus pneumoniae o pneumococo, entre otros. H. influenzae ha sido prácticamente erradicada de los países con campañas de vacunación (algo ampliamente reflejado en la literatura científica). S. pneumoniae, el conocido como neumococo, puede dejar secuelas graves, incluida la sordera debida a otitis, y trabajos del 2000 ya prueban la eficacia de esta vacuna en la prevención de enfermedad invasiva y otitis media.

El meningococo, N. meningitidis, no solo produce meningitis, sino otras enfermedades graves, incluida la sepsis (infección en la sangre y con ello la posibilidad de alcanzar cualquier órgano). El problema que plantea es que existen varios serotipos y no hay vacuna para el tipo B, el más frecuente (en EEUU, en 2001 el 65% de los casos se debieron a este tipo). La vacuna contra el serotipo C se ha mostrado eficiente en numerosos trabajos. Se ha anunciado la inminente salida al mercado de la vacuna contra el serotipo B, el que es capaz de provocar muerte por septicemia y graves daños cerebrales.

Otra vacuna que origina controversia es la del papilomavirus o VPH (virus del papiloma humano o en inglés human papillomavirus: HPV) en la prevención del cáncer de cérvix. En el año 2009, (cuando se realizó la entrevista a Xabier Ugarte) ya existían estudios que avalaban la eficacia de la vacuna, aunque un trabajo reciente lo confirma. Se da la circunstancia que Australia fue el primer país en poner en marcha un plan de vacunación contra el papilomavirus, en 2007 y han confirmado una reducción en alteraciones precancerosas de un 38% en mujeres menores de 18 años en comparación con los datos anteriores a la vacunación. Los propios autores del trabajo no atribuyen exclusivamente a la vacuna el espectacular descenso, sino que dan como factores favorables a ello la mejora en los programas de detección precoz, proponiendo más estudios sobre la cuestión y poniendo de relieve otros factores importantes, como son la prevención.

En cuanto a la seguridad de la vacuna para el VPH, desde su puesta en marcha en junio de 2006 hasta diciembre de 2008 se analizaron un total de 23 millones de dosis administradas, de los que hubo 12 424 efectos adversos informados. La inmensa mayoría se deben a enrojecimiento o hinchazón de la zona, dolores de cabeza y otros leves. De ellos, 772 casos fueron de efectos graves, 32 de los cuales concluyeron con la muerte. Cuando se revisaron estas muertes, no se encontró un patrón común en ellas y muchas se debían a otras causas, como diabetes, efectos de drogas ilegales y fallos cardíacos, entre otras. En el estudio, no fue posible vincular la vacuna con la causa de la muerte.

Otro trabajo del 2011, con 600 000 personas vacunadas, llega a la misma conclusión. Los casos de tromboembolismo hallados se debían a problemas previos: problemas de coagulación, uso de contraceptivos orales y otros.

También se correlaciona vacunas con efectos secundarios neurológicos, encefalitis, muertes, crisis de ansiedad, etc. Uriarte es categórico al afirmar que el virus del papiloma no tiene relación con el cáncer de cérvix, algo que va en contra del consenso científico ya alcanzado antes del año 2004.

Estos son solo una ínfima parte de los estudios que avalan las vacunas y la vacunación. Se trata de trabajos de diferentes países, de organizaciones públicas y privadas, con los más variados objetos y rangos de estudio, que avalan y certifican la seguridad (o no) y eficacia (o no) de las vacunas y de la vacunación. Algo demasiado complejo y extendido como para que haya algún tipo de ocultación o conspiración detrás.

Sin embargo, no todos los miembros de la Liga para la Libertad de Vacunación son tan tajantes en sus postulados. El Dr. Pablo Saz, director del Curso de Postgrado de

Medicina Naturista de la Universidad de Zaragoza, afirma que la Liga no está contra la vacunación, sino por proporcionar información para que el ciudadano elija libremente sobre la conveniencia o no de esta práctica. Cuando se le pregunta sobre si no son suficientes todas las evidencias mostradas en las publicaciones científicas, afirma que se muestran resultados sesgados.

El Dr. Saz da por buena la validez de las vacunas en la inmunización, pero no asume su seguridad y opina que son necesarios más estudios para demostrar la necesidad de las vacunas. Afirma: “No recomendaría no vacunar ni sí vacunar porque no estamos seguros de lo que pueda pasar con una población que no se vacune comparada con otra que se vacuna en las mismas condiciones, por ejemplo, durante cinco años. Parece que lo correcto sea vacunar, pero no hay ninguna seguridad en los datos y yo particularmente sigo tendiendo interrogantes”.

El siguiente capítulo de esta historia trata, precisamente, de un fraude científico. En 1998, se publicó un impactante estudio en la prestigiosa revista científica The Lancet, liderado por Andrew Wakefield y titulado “Ileal-lymphoid-nodular hyperplasia, non-specific colitis, and pervasive developmental disorder in children“. En él, básicamente, se relacionaba enfermedad gastrointestinal y retraso en el desarrollo en niños con la administración de la vacuna trivalente, también llamada triple vírica (SPR: sarampión, paperas y rubeola). El estudio refería los síntomas de doce niños, de los cuales nueve de ellos padecían autismo posterior a la administración de la vacuna, entre otros desórdenes. El trabajo causó un gran impacto y dio alas al movimiento antivacunas que puso inmediatamente en marcha campañas mediáticas de gran difusión, muchas de ellas lideradas por famosos (la playmate Jenny McCarthy y el actor Jim Carrey) relacionando el autismo con la vacuna SPR.

Pero en 2009, las cosas se torcieron para Wakefield. Un periodista de investigación del periódico The Sunday Times, Deer Brian, descubrió hechos en su trabajo que no le dejaban bien parado: solo uno de los niños tenía autismo, cinco de ellos tenían, previo al estudio, algún trastorno del desarrollo, la recogida de datos sobre los efectos secundarios comenzó meses después de la administración de la vacuna y por último y más importante, descubrió que los pacientes fueron reclutados por plataformas antivacunas con la intención apriorística de llevar a cabo una demanda. En 2010, la revista The Lancet publica en su web que se retractaba del artículo de Wakefield y el Consejo General Médico (GMC) de Gran Bretaña le retira su licencia para ejercer la medicina. La ciencia médica ha demostrado, posteriormente, que no existe relación alguna entre el autismo y la vacuna SPR, haciendo que la práctica totalidad de los autores del artículo también se retractaran de él.

Un estudio realizado en Dinamarca y dirigido por Anders Hviid, en el que participaron 537 171 niños nacidos entre el 1 de enero de 1991 y el 31 de diciembre de 1998, concluyó que los casos de epilepsia no aumentaban en niños que tenían episodios febriles tras la administración de la vacuna SPR en comparación con los niños que tenían estos episodios febriles pero debidos a otras causas. Otro trabajo hecho por los mismos autores llega a la misma conclusión respecto de la responsabilidad del timerosal en el autismo, un componente de mercurio de algunas vacunas, al que los antivacunas atribuyen ahora esta afección, esta vez estudiando 467 450 casos y comparando los que se habían vacunado con preparados que contenían timerosal y los que no lo contenían.

Recientemente, en un estudio de este año 2015, llevado a cabo sobre 95 000 niños ha confirmado que no existe ninguna relación entre el autismo y la vacuna triple vírica. Este trabajo ha sido publicado en la prestigiosa revista Journal of the American Medical Association, ratificando lo que numerosos estudios previos habían demostrado.

Mientras, Wakefield emigró a los EEUU donde es tratado como un héroe entre los colectivos antivacunas e inconsciente del daño causado. Así es, porque el ruido ambiental provocado por los antivacunas está comenzando a verse. Cuando alguien a nuestro alrededor dice que no está vacunado o que no vacuna a sus hijos y no ha padecido ninguna enfermedad prevenible mediante dicha vacunación, debemos tener presente que se están valiendo de la llamada inmunidad de manada o de grupo: una población está a salvo de una determinada infección si un porcentaje importante de ella está inmunizado contra ella, exactamente lo que se pretende con unos porcentajes altos de vacunaciones. Pero los datos que están llegando empiezan a ser preocupantes, como demuestra el reciente caso de difteria en España.

En Francia, se declararon en el primer trimestre de 2011 casi 5000 casos de sarampión, los mismos que en todo 2010, debido a que las tasas de vacunación no están alcanzando el 95% requerido para mantener a raya la enfermedad. En EEUU, los mayores brotes de sarampión en los últimos veinte años están teniendo lugar últimamente, atribuidos también a los no vacunados y viajeros que regresan de Europa, cuando lo habitual son no más de 70 casos por año (en ese país, antes de la vacuna había entre tres y cuatro millones de casos anuales). En general, en EEUU y Gran Bretaña se han detectado importantes descensos en los porcentajes de vacunación. En esta última, llega en algunas zonas a alcanzar el 50%, una cifra muy lejana a la mencionada anteriormente. En EEUU, se ha calculado que unos 125 000 niños no están vacunados con la SPR, 125 000 niños capaces de padecer la enfermedad y contagiarla a quién sabe cuántos otros más. Allí, el 90% de los casos que se están dando son de no vacunados.

Aquí en España desde el año 2010, se están produciendo brotes constantes. Por ejemplo, en noviembre de 2010 se dio uno importante de sarampión en un colegio de Granada. Se dieron 36 casos y la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía responsabilizó a los padres, algunos de los cuales se negaban a vacunar a sus hijos. Al no ser obligatoria la vacunación, tuvo que ser un juez el que obligara a los padres a vacunar a sus hijos en beneficio de la salud pública. En ese momento, solo unos días después, ya había 45 enfermos, 14 de ellos en el hospital. En enero de este mismo año, otro importante brote de sarampión se da en Sevilla. Comenzó con 17 casos y cuatro meses después ya eran 800 afectados. En esta ocasión, el problema surgió por un mal seguimiento del calendario de vacunaciones. El Dr. José María Bayas Rodríguez, Presidente de la Asociación Española de Vacunología, nos confirma que episodios de este tipo se están dando en todos los países de la Comunidad Europea.

El caso de Wakefield, y por extensión el de todo el movimiento, no es una cuestión exclusivamente jurídica. A pesar de que la Generation Rescue, una asociación antivacunas norteamericana, le considere “una mezcla de Nelson Mandela y Jesucristo”, las consecuencias de su fraude y posterior actividad propagandística están por venir.

Las vacunas son uno de los más grandes avances de la humanidad. Previenen enfermedades infecciosas gravísimas, limitando sus muertes y sus secuelas. No es hablar por hablar. Lo dicen los cientos de estudios contrastados publicados por multitud de revistas de índole científico. Junto al concurso de otro tipo de medidas, mejoran sensiblemente la salud y la calidad de vida. En conclusión, su necesidad es ineludible. ¿Dejamos de buscar vacuna contra el VIH? ¿Y contra la malaria?

Los científicos e investigadores pueden estar pagados por grandes corporaciones, estas pueden estar velando por sus intereses, incluso a veces de modos más que discutibles, pero la evidencia científica poco tiene que ver con esto. Son conceptos separados. Lo que debe saber el ciudadano de a pie es que los trabajos científicos son supervisados por otros científicos. Sus experimentos y resultados tienen que poderse replicar, repetir, porque si no, no se dan por válidos o existen serias dudas sobre que hayan tenido lugar en algún momento. En el caso de la investigación en vacunas es lo que ocurre.

El ruido causado puede tener efectos desastrosos. El Dr. Bayas Rodríguez nos recuerda el caso del eurodiputado alemán Wolfgang Wodarg, que es epidemiólogo, pero que no ha publicado nunca nada al respecto. Wodarg, opuesto a la vacunación contra la gripe A, afirmaba que en estas vacunas había adyuvantes que podrían causar daños, que la vacuna no se había investigado suficientemente y sugería, además, que estas vacunas estaban hechas con algo parecido a células madre que, en sus palabras, eran muy parecidas a las cancerígenas. La relación entre la vacuna de la gripe A y el riesgo de padecer cáncer estaba siendo propagada por un eurodiputado y la noticia salía en los informativos de sobremesa, generando una duda importante entre muchas personas que, de buena fe pero desinformadas, se preocupan por los suyos.

J. B. Handley, fundador de Generation Rescue, expresa claramente el problema fundamental de esos grupos. “No me importa lo que digan sobre la triple vírica: a mi hijo le pusieron seis vacunas en un día y sufrió una regresión. No hay datos científicos que me puedan demostrar que el retroceso no fue provocado por las seis vacunas”. ¿Es posible imaginar una conclusión tan tajante con un solo experimento? Y si hubiera diez casos, ¿sería atribuible la causa al efecto? Por supuesto que no, ambas, causa y efecto, han de demostrarse con grandes estudios de campo y, afortunadamente, la conclusión es que no hay tal causa. Michele Bachmann, política norteamericana que aspiró a la presidencia del país con más producción científica del mundo en 2012, ahonda en la misma irresponsabilidad al afirmar que esta vacuna “es una droga muy peligrosa y produce retraso mental”.

Una de las últimas “diversiones” de los antivacunas es la práctica que se está poniendo de moda entre ellos: la fiesta de la varicela (también del sarampión). Consiste en compartir objetos, como piruletas, ropa, etc. (que se envían por correo) contaminadas con el virus de otros niños que ya la han tenido para, así, mostrar en su grupo de Facebook (Find A Pox Party Near You) las llagas de sus hijos que, seguro no agradecerán las dos semanas de escozor, dolor de oídos y otros síntomas.

Es por tanto, todo menos un problema científico. Es un problema de creencias. Handley lo dice bien claro: da igual que le pongan toneladas de evidencias sobre la mesa, el cree que la regresión de su hija se debe a las vacunas y nada le hará cambiar de opinión. Puede que así sea, incluso, pero no está demostrado. Es por eso que los esfuerzos de las autoridades científicas y sanitarias deben desviar importantes recursos hacia la buena información de la población previa a la desinformación, una labor de prevención como la que consiguen las vacunas.

BIBLIOGRAFÍA

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