¿Cada cuánto pintáis vuestra habitación? Van Gogh lleva ciento veinte años sin darle una manita de pintura a la suya, y los colores no son los que eran cuando se mudó. La Química puede explicarnos el por qué.
Después de un par de años viviendo en París, Vincent van Gogh (1853-1890) se mudó a Arlés, al sur de Francia. Algunos dicen que fue allí en busca de un clima mejor (por aquel entonces no andaba muy bien de salud). Otros, que viajó al sur por sus preciosos paisajes. Quizás buscaba esa luz intensa que había visto en las obras de sus colegas japoneses. Igual simplemente escapó de la capital porque ya no podía permitirse el nivel de vida de los parisinos. ¿Quién sabe?
Los quince meses que pasó en Arlés no fueron fáciles para Van Gogh. No tenía mucho dinero, tuvo que instalarse en un pequeño estudio encima de una cafetería. No era muy grande pero tenía espacio suficiente para poner una cama, un escritorio, un par de sillas.... Tal vez esta descripción os resulte familiar.
Sin embargo, estos meses en el sur de Francia fueron muy prolíficos. Pintó más de 300 obras entre las que se encuentran muchos de sus cuadros más famosos (Los girasoles, La casa amarilla, Terraza de café por la noche, etc.). Pero es muy probable que estos cuadros no fueran exactamente como los conocemos ahora. Van Gogh no tenía dinero para comprar las pinturas con las que trabajaba normalmente y tuvo que pintar muchas de sus obras maestras con pigmentos baratos y de peor calidad. Muy recientemente, unos investigadores holandeses han descubierto que el color rojo está desapareciendo de los cuadros de Van Gogh. Tal vez sus famosos Lirios azules eran originalmente morados. Quizás la pared de su habitación tenía unos tonos mucho más intensos. En unas décadas, puede que los tonos rojos de muchas de sus obras maestras hayan desaparecido por completo.
Muy recientemente, unos investigadores holandeses han descubierto que el color rojo está desapareciendo de los cuadros de Van Gogh
La química de la «laca geranio»
Aunque todavía no se ha demostrado, la química puede tener una explicación para este curioso fenómeno. Durante su época en Arlés, Van Gogh encargó a varios mercaderes un pigmento rojo barato que no había usado anteriormente llamado «laca geranio». Este colorante está hecho de una mezcla de dos sustancias orgánicas (eosina y eritrosina, dos moléculas derivadas del xanteno) que pueden descomponerse al estar en contacto con la luz. Probablemente Van Gogh no tenía ni idea, aunque por aquel entonces ya se sospechaba que estos compuestos no eran muy estables (algunos libros de principios del s. XX ya advierten de la inestabilidad de estas moléculas).
Este colorante está hecho de una mezcla de dos sustancias orgánicas (eosina y eritrosina, dos moléculas derivadas del xanteno) que pueden descomponerse al estar en contacto con la luz
Estas dos moléculas son muy conocidas por los científicos de hoy en día. Los histólogos (los científicos que se dedican a estudiar los distintos tejidos del cuerpo) utilizan la eosina, mezclada con otra sustancia llamada hematoxilina, para teñir células. La primera se une a las biomoléculas cargadas positivamente, como las proteínas, y las tiñe de color rosa. Por otro lado, la hematoxilina se une a las biomoléculas de carga negativa, como los ácidos nucleicos del núcleo, y los tiñe de un color morado intenso.
La eritrosina tiene aplicaciones más allá del laboratorio, aunque probablemente nadie la reconozca por ese nombre. Se utiliza como colorante rojo en muchos alimentos (especialmente en caramelos y golosinas) y suele aparecer en las etiquetas bajo el seudónimo de E-127. Es uno de los colorantes más utilizados en Europa desde que se prohibieron varios derivados de azo-compuestos.
Para más inri, las pinturas de Van Gogh seguramente contenían un tercer ingrediente que habría podido empeorar aún más la situación. Para que los pigmentos orgánicos y el aceite se adhieran perfectamente al lienzo suelen usarse aglutinantes, generalmente sólidos blancos inertes. A finales del XIX era muy común un producto llamado «alúmina hidratada» (lo que los químicos llamaríamos hidróxido de aluminio). Resulta que, en este caso, puede que el aglutinante no fuera tan inerte como estaba previsto. El hidróxido de aluminio puede comportarse como una base (una sustancia jabonosa y corrosiva, como la sosa cáustica) y acelerar la descomposición de los pigmentos. En los últimos años se han publicado varios artículos en los que se demuestra que la fotodegradación de varios pigmentos derivados de xanteno se acelera en presencia de sustancias básicas.
En definitiva: por su composición química (un cóctel de sustancias fotosensibles con un catalizador que acelera su degradación) los rojos de Van Gogh estaban condenados a muerte.
Van Gogh nunca pensó que fuera a ser famoso. De haber imaginado que sus cuadros iban a ser admirados por millones de personas en museos de todo el mundo, quizás hubiera elegido sus pinturas con algo más de cuidado. No obstante, todos estos avances científicos nos permitirán reconstruir sus obras (y las de muchos otros pintores) y admirarlas tal y como fueron concebidas. ¿Descubriremos nuevas emociones al mirar los cuadros de Van Gogh con sus colores originales?
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