La carta de Lavrentiev (I)

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En enero de 1950, el joven sargento Oleg Aleksandrovitch Lavrentiev, destinado en la isla de Sajalín, en el extremo oriental de Siberia, escribió una carta a Stalin. La carta no recibió respuesta pero Lavrentiev, que se batió como voluntario en la Segunda Guerra Mundial, no tenía costumbre de desanimarse. Redactó una segunda carta, esta vez destinada al Comité Central del Partido Comunista de la URSS. Al cabo de pocas semanas llegó desde Moscú la orden de facilitar a Lavrentiev una habitación tranquila para que detallase las ideas expuestas en su carta y en julio de ese mismo año un correo secreto remitió la carta del sargento a Andréi Sájarov. 

TEXTO POR VÍCTOR SOMBRA
ILUSTRADO POR MIKEL MURILLO
ARTÍCULOS
FÍSICA
27 de Junio de 2016

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¿Qué contenía la carta de Lavrentiev? ¿Por qué fue remitida a la máxima autoridad de la URSS en física nuclear, padre de la bomba atómica soviética y futuro premio Nobel de la Paz?

La carta contenía el esbozo de una instalación para producir la fusión nuclear de forma controlada. Conforme al plan de Lavrentiev, el magnetismo era la clave para mantener apresada en la Tierra una energía similar a la del Sol. La carta se conserva todavía en Moscú, pero no he sido capaz de hacerme con una copia por lo que me limito aquí a imaginar su contenido, distinguiendo sus partes. De un lado, la carta contenía fórmulas matemáticas y gráficos, garabateados en la forma rudimentaria que se le supone a un sargento destinado al confín más remoto de un país empobrecido, que apenas cinco años antes había sufrido la pérdida de más de veinte millones de habitantes, la mayor parte civiles, en la más atroz de las guerras. 

Portada de un documento desclasificado del archivo del presidente de la Federación Rusa que recoge tres documentos distintos:

1) Extracto del Decreto del 5 de mayo de 1951 del Consejo de Ministros de la URSS y redactado por el viceministro de energía atómica de la República Rusa, L.D. Raybev sobre «la realización de trabajos de investigación científica y experimentales para la clarificación de la posibilidad de crear un reactor mangético termo-nuclear».
2) Texto del primer trabajo de O.A. Lavrentiev (julio de 1950)
3) Crítica (o revisión) de dicho trabajo por A.D. Sajarov (18 de agosto de 1950).
Traducción (y agradecimientos) del texto: Antoni Munar. Créditos: http://ufn.ru/ru/articles/2001/8/t/

La parte narrativa que acompaña a la descripción científica de la carta me parece también importante. Al fin y al cabo fue esta la que convenció a sus primeros receptores de remitirla a los siguientes, y así sucesivamente, hasta que la carta llegó a manos de quien podía entender las fórmulas. Tenemos así pues a Lavrentiev, desplazado a un paraje inhóspito pero negándose a lamentarse por lo que podría haber llegado a ser si la Gran Guerra Patria no hubiera truncado sus planes de ir la universidad. En cambio, miró a las estrellas imaginando un sistema para traer a la Tierra su energía ilimitada. Lo que me llama la atención en esta anécdota es que la carta se abriera o que, una vez abierta, no acabara en el cesto de los papeles tras verificar que el remitente carecía de una posición y unos estudios que avalasen su contenido. Me gusta imaginar que Lavrentiev transmitió en su carta algo de la determinación y la ingenuidad con que se negaba a dar por perdidas sus ilusiones, de sus ganas de mirar adelante, arriba e imaginar que un día la humanidad atraparía las estrellas. Pensando en el tiempo que Lavrentiev pasó en la guerra podemos imaginarlo cruzándose con un combatiente del bando contrario que ofrece una figura al tiempo semejante y antitética. Digamos que, en el fragor del combate, en medio de la ventisca, Lavrentiev levanta la mirada y divisa el último avión alemán que salió de Stalingrado. En ese avión, esquivando el fuego enemigo, viajaba Artur Fischer, miembro de las Juventudes Hitlerianas y mecánico de la Luftwaffe. Tras la guerra, Fischer continuó trabajando de mecánico, pero poco a poco pudo dedicar más tiempo a su pasión, los inventos, llegando a superar con sus 1100 patentes el número de las registradas por Edison. Llama la atención cómo las biografías de Fischer y Lavrentiev se acercan y distancian. Combatientes de baja graduación, ambos carecían de estudios universitarios. Mientras que Lavrentiev desarrolló una singular y ambiciosa idea, de casi imposible aplicación pero capaz de cambiar el destino de la humanidad, Fischer es el inventor de un sinfín de aplicaciones extremadamente prácticas para la vida cotidiana, como los tacos, cuyas estrías de plástico o nylon afianzan clavos y tornillos a la superficie taladrada. Es el héroe de los oficios y el bricolaje frente al soñador Lavrentiev, que pretende poner en práctica la ciencia más etérea. Mientras que el sargento Lavrentiev falleció en la pobreza, Artur Fischer, que murió a principios de 2016, fundó una empresa para gestionar sus invenciones que hoy cuenta con 4000 empleados y vende 14 000 productos en 100 países.   

Pero volvamos a la carta que nos ocupa. Lo segundo que quiero resaltar es que la recepción de dicha misiva, especialmente en una sociedad tan burocratizada como la de la URSS, no fue un acto individual y aislado. Una serie precisa de personas e instituciones analizaron y aprobaron la carta, que fue ganando peso con cada receptor, sumando la autoridad de quien la reenviaba, peldaño a peldaño hasta que se alcanzó la decisión de enviársela a Sajarov y darle al sargento una habitación para continuar su estudio.

La historia de Lavrentiev pone de relieve que la ciencia no solo la producen los científicos. Otros la piden, la encargan y planifican, y a veces incluso la imaginan. Y creo que el novelista juega un papel relevante en esta ciencia de todos. No me refiero solo al escritor de ciencia ficción que, como Asimov o Verne, anticipa inventos de forma más o menos precisa, sino al que se sitúa en las encrucijadas que plantea la ciencia, reconociendo la dimensión social de sus desafíos y riesgos. Primo Levi insistía en que sus cuentos no eran ciencia ficción, mera fantasía futurista. Las historias que relataba, decía, eran más posibles que muchas otras. Lo eran no solo porque sus inventos anticiparon aspectos de la manipulación genética, de la realidad virtual e internet, sino porque, tal y como señala Marco Belpoliti, nos hablan del «horror de lo posible, lo posible que ha experimentado en el universo trastornado de Auschwitz donde la racionalidad y la irracionalidad han intercambiado sus papeles...». Cosmópolis (Barcelona, Seix Barral, 2012) de Don Delillo describe un entorno tecnificado al extremo como modo de separar de sí a los semejantes, que dejan de serlo, e imponer el dominio social. El Padre de Blancanieves (Madrid, Anagrama, 2009) de Belén Gopegui, relata el esfuerzo titánico, rayano en la quimera, y su impacto en las relaciones familiares y sociales de un grupo de jóvenes empeñados en construir un dispositivo para reducir el CO2 mediante el cultivo de algas. Desde un punto de vista completamente diferente, Trífero (Barcelona, Ediciones Destino, 2000) de Ray Lóriga, recrea con humor los prejuicios que rigen las relaciones entre la comunidad científica y la sociedad. 

Detengámonos por un momento en tres encrucijadas sociales de la ciencia y la tecnología de nuestros días: internet y el entorno digital; las promesas y temores asociados al avance de la biotecnología y, finalmente, el cambio climático. Hoy, nos adentraremos en el entorno digital para pasar luego, en entregas sucesivas de este artículo, a los otros dos territorios. Internet y la tecnología digital ofrecen un ejemplo especialmente visible del impacto social de la ciencia y de cómo esta se configura y presenta, no como un saber inaccesible, aislado por su lenguaje y fundamentación arcanas, sino como un artefacto modelado por la interacción social. Y ello con independencia de que las aplicaciones y desarrollos que finalmente utilizamos procedan mucho más de las preferencias del capital y el mercado, de los usuarios, si usamos otra terminología, que de la tecnología en sí misma. Facebook propone un modo concreto de comunicarse, pero la misma tecnología podría haber sustentado otra plataforma si se planteara otra comunicación y no se hubiera tomado el modelo de los catálogos de estudiantes de las escuelas y universidades estadounidenses. La compresión MP3 solo reproduce un 5% de los datos originales y el CD apenas un 15%. Como dice Neil Young, que lidera hoy en día los esfuerzos para alcanzar un estándar de reproducción digital aceptable desde el punto de vista musical, «cuando Steve Jobs llegaba a casa siempre escuchaba discos de vinilo». El mercado optó aquí por la cantidad más que por la calidad y sin duda esta opción tuvo por efecto que los proveedores de banda ancha ganaran mucho dinero. Ya no es el caso: el consumidor, tras asumir la gratuidad de todos los contenidos, se vuelve hacia la última barrera, ante el nerviosismo de los grandes operadores. Si todo es gratis ¿por qué hay que pagar por usar el móvil?. Dependiendo del resultado de los conflictos sociales que tienen a internet como medio y objeto, la red es un instrumento que impulsa y potencia nuestras facultades, un espacio que transitamos o navegamos para acceder a contenidos variados desde el lugar y momento que escojamos, y por tanto un apoyo a nuestra capacidad de decisión, o la trama que permite que el capital intervenga en nuestras vidas con una intensidad y sutileza hasta ahora desconocidas.  

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