Jocelyn esperó a que el telescopio volviera a apuntar en la dirección adecuada y, cuando llegó el momento, redujo la velocidad del papel en la registradora de pluma para que, de esta forma, la señal se expandiera. No apareció nada.
De nuevo, Tony le recomendó que se olvidara de ello puesto que de no tratarse de una interferencia lo más probable es que hubiera sido una estrella fulgurante. Pero la curiosidad de Jocelyn era enorme y siguió intentándolo durante todo un mes sin éxito. Hasta que un día a finales de noviembre de 1967 la pluma de la registradora gráfica comenzó a agitarse: «Blip, blip, blip, blip...»
¡Jocelyn lo había conseguido! Su señal había aparecido de nuevo y ahora se podían ver perfectamente sus características. Se trataba de una serie de pulsos regulares separados siempre en intervalos de 1.3 segundos cuya intensidad crecía y decrecía en unos pocos centímetros de papel. Jocelyn llamó inmediatamente por teléfono a Tony:
—No seas estúpida, algo así solo pueden ser interferencias.
Hasta aquel momento no se conocía ningún objeto celeste capaz de emitir su radiación en forma de pulsos totalmente regulares. Para descartar que la señal se trataba de un artefacto causado por algún fallo en las antenas, Jocelyn le pidió a Robin Collins, un compañero que hacía su tesis en otro radiotelescopio del Observatorio Mullard, que estuviera pendiente la noche en la que sus telescopios apuntaran de nuevo en dirección a la señal.
El radiotelescopio de Collins estaba diseñado de tal forma que barría la misma área que el de Jocelyn veinte minutos más tarde, así que cuando Jocelyn detectó su señal, salió corriendo hacia la caseta en la que se encontraba Robin con todos sus instrumentos. Este bajó la velocidad del papel en su registradora y ambos se quedaron mirando cómo la pluma iba dibujando su trazo. Los veinte minutos pasaron y la señal no había aparecido. Jocelyn, decepcionada, trataba de encontrar un porqué cuando, de repente, Robin gritó:
—¡Aquí está!
La pluma de la registradora gráfica había comenzado a dibujar, uno tras otro, los pulsos de la señal observada. Eufóricos, ambos estudiantes de doctorado se dieron cuenta de que habían calculado mal el retraso entre los telescopios, que era cinco minutos mayor.
Con esta prueba, Jocelyn convenció a Tony de que su señal era real, aunque tras analizarla se encontraron más desconcertados todavía. Por un lado, la intensidad de la señal indicaba que su origen era una fuente tremendamente energética, y por lo tanto, pesada. Pero por otro lado los pulsos sugerían que el objeto estaba rotando y para poder tener un periodo de 1,3 segundos el objeto debería ser muy pequeño. Además, la señal no mostraba más efecto Doppler (cambio de frecuencia de una onda en función del movimiento) que el que producía la Tierra al girar, lo que significaba que el objeto no rotaba alrededor de nada. Tony le consultó a Martin Ryle, esperando que pudiera aportar alguna pista al misterio, pero este tampoco le encontraba explicación al origen de la señal y llegó a sugerir que pudiera proceder de una civilización extraterrestre y que, quizás, lo mejor sería olvidarse de ella.
Jocelyn estaba preocupada: aunque ya había recogido un montón de datos útiles, su tesis se podía ir al garete por culpa de esa señal pulsada, a la que habían llamado LGM1, acrónimo del inglés Little Green Man 1 (Hombrecillo Verde 1).
El posible origen extraterrestre era una de las razones que Martin Ryle, figura mundial de la astronomía y jefe del jefe de Jocelyn, había dado para explicar la señal pulsada tan extraña que la joven irlandesa había descubierto.
Afortunadamente, tras la reunión con Martin Ryle y Toni Hewish, Jocelyn encontró un dibujo de lo que parecía ser una señal pulsátil procedente de un lugar diferente del cielo mientras estudiaba sus registros tirada en el suelo del desván del Laboratorio Cavendish en Cambridge. Si se confirmaba que esta señal era igual que la primera, se descartaría por completo que los extraterrestres estuvieran tratando de comunicarse con la Tierra, porque es muy improbable que dos civilizaciones alienígenas en dos lados opuestos del universo quisieran enviar señales a un planeta relativamente oculto como la Tierra al mismo tiempo, usando el mismo método e incluso la misma frecuencia de radio. Jocelyn calculó que su telescopio iba a barrer de nuevo la zona del cielo donde se encontraba la nueva candidata esa misma noche a las dos de la madrugada, así que preparó un termo de té y ropa de abrigo y se fue al telescopio. A las dos en punto, tal y como había previsto, la registradora captó la señal pulsada procedente del segundo objeto. Jocelyn, que estaba muy satisfecha, dejó una nota para Tony y se fue a casa. Era el 22 de diciembre y en unas pocas horas tenía que coger un tren y un ferry para ir a Lurgan a visitar a su familia. Le iba a acompañar su novio, Martin Burnell, porque planeaban contar una gran noticia: se habían prometido y planeaban casarse en cuanto Jocelyn terminara su tesis.
Martin Ryle tampoco le encontraba explicación al origen de la señal y llegó a sugerir que pudiera proceder de una civilización extraterrestre y que, quizás, lo mejor sería olvidarse de ella.
A la vuelta de las vacaciones, Jocelyn descubrió en sus registros más señales pulsadas procedentes de múltiples puntos del firmamento de las que no se había percatado antes. Tony se irritó mucho cuando se enteró, aunque en el fondo estaba feliz ya que tenían suficiente información para dar cuenta a la comunidad científica de su hallazgo. Tony llamó al editor de Nature y este aceptó publicar inmediatamente un artículo —en aquella época era común que solo el editor revisara lo que se publicaba— con toda la información sobre el descubrimiento. El artículo se tituló Observación de una fuente de radio rápidamente pulsada. Jocelyn estaba muy orgullosa de todo lo que había conseguido, así que tan pronto como recibió un ejemplar impreso del número de Nature con su artículo, se lo mandó a Henry Tillott, su profesor del Mount School, porque sentía que él era también uno de los responsables de su éxito. Ante la expectación creada por el descubrimiento, el director del departamento, Martin Ryle, Tony y Jocelyn dieron una rueda de prensa a la que asistieron todos los medios de comunicación del Reino Unido y corresponsales extranjeros. En ella explicaron cómo se había producido el descubrimiento y lo que significaba para la astronomía.
El turno de preguntas fue un reflejo de la imagen de la mujer en la sociedad británica de los años 60. Mientras que los periodistas aclaraban ciertos detalles científicos con Martin y Tony, a Jocelyn le preguntaron si su pelo tenía el color original, si tenía novio, sus medidas de pecho, cintura y cadera o si era más alta o más baja que otra celebridad de la época, la princesa Margarita. Incluso un fotógrafo le pidió que se abriera más botones de la blusa. Al día siguiente la noticia apareció en todos los periódicos. La mayor parte de ellos se centraron en la importancia del descubrimiento, pero algunos fueron más sensacionalistas. Por ejemplo, el titular del amarillista The Sun fue «La chica que vio los hombrecillos verdes» junto a una fotografía de Jocelyn y una antena parabólica enorme que como pie decía: «Jocelyn Bell… una estrella ha nacido». Los días siguientes, Jocelyn recibió un montón de cartas de conocidos que la habían visto en las noticias felicitándola, en su mayoría, por su compromiso matrimonial y unos pocos por el descubrimiento. En esos días fue también cuando se bautizaron las fuentes de radio como púlsares, que era la contracción de «radioestrella pulsante» en inglés, tras una sugerencia del corresponsal científico de The Daily Telegraph.
Mientras que los periodistas aclaraban ciertos detalles científicos con Martin y Tony, a Jocelyn le preguntaron si su pelo tenía el color original, si tenía novio, sus medidas de pecho, cintura y cadera o si era más alta o más baja que otra celebridad de la época, la princesa Margarita.
Unos meses después, en enero de 1969, Jocelyn presentó su tesis con éxito tras haber analizado 5.3 kilómetros de papel de registro. Jocelyn Bell no solo pudo terminar su tesis doctoral gracias a este descubrimiento, sino que con su señal LGM1 también cambió la historia de la astronomía.
Pocas veces un doctorando ha sacudido así los cimientos de la ciencia. Los púlsares que había descubierto confirmaron la teoría —que hasta ese momento muy pocos tomaban en serio— de Fritz Zwicky, según la cual después de que una estrella muriera explotando como una supernova, su núcleo, compuesto exclusivamente de neutrones, sobreviviría. Según los cálculos de Zwicky, este objeto, al que llamó estrella de neutrones, debería tener un campo magnético millones de veces más fuerte que el de la Tierra, lo que generaría intensísimos aportes de radiación electromagnética en sus polos magnéticos. Si estos no coincidían con el eje de rotación de la estrella de neutrones, esta emitiría la radiación al universo de igual forma que lo hacen los faros en la costa. La confirmación de que estos objetos existían abrió la puerta a otros descubrimientos y teorías que han resultado fundamentales para desarrollar el modelo actual de universo. Si las estrellas de neutrones eran reales, entonces también podían serlo otros objetos teóricos como los agujeros negros que proponía otro miembro de la Universidad de Cambridge, un tal Stephen Hawking.
Si las estrellas de neutrones eran reales, entonces también podían serlo otros objetos teóricos como los agujeros negros que proponía otro miembro de la Universidad de Cambridge, un tal Stephen Hawking.
Si pensáis que con este gran descubrimiento, Jocelyn Bell tuvo la vida resuelta, estáis muy equivocados. Pero para saber cómo termina la historia (si todavía no la conoces) deberás esperar a la siguiente y última entrega de «De mayor, astrofísica (III): toma de decisiones».
Leer: «De mayor, astrofísica (I): superando obstáculos»
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