Emilio Gino Segrè. El Premio Nobel exiliado que neutralizó el odio antisemita
El siglo XX acababa de aprender a andar. Era enero de 1905 y Einstein acababa de perfilar su Teoría de la Relatividad Especial teniendo en mente publicarla lo antes posible. En ella, el genio alemán desarrollaba algo sobre lo que ya había dejado constancia Galileo Galilei en 1632: el principio de relatividad en el que hablaba de un barco, movimiento constante y gotas de agua cayendo en un recipiente a pesar del movimiento, así como moscas y mariposas volando a su libre albedrío sin agolparse hacia la popa por culpa del movimiento. La relatividad especial de Einstein se fija en la relación de esos movimientos restringiéndolos a cuando la gravedad no curva el espacio-tiempo.
29 de Agosto de 2017
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Lejos de la Escuela Politécnica de Zurich en la que Albert trabajaba desde hacía algún tiempo, en Tivoli, una histórica ciudad del Lacio italiano, Amelia no podía dormir. Una de tantas noches tumbada boca arriba en la cama, sentía que el momento había llegado. Sin hacer mucho ruido, posa su mano izquierda sobre la cadera de Giuseppe a sabiendas de que eso sería suficiente para despertarle. «Giuseppe…», le susurra. Él se gira medio dormido. «¿Emilio?», pregunta. Rápidamente, se calza para acercarse al teléfono más cercano desde el que contactar con la partera. Estamos a principios del siglo XX y no había teléfono en la mayoría de casas, ni se atendían los partos en hospitales. Aquella madrugada del 30 de enero al 1 de febrero, llegaba al mundo Emilio Gino Segrè (Tivoli, 1905 - Lafayette, 1989), el tercero de tres hermanos. Amelia era hija de un conocido arquitecto florentino y Giuseppe un empresario de la industria papelera.
El progreso era un hecho. La bola de nieve era cada vez más y más grande, de la misma manera que el pequeño Emilio crecía jugando a la pelota en aquel viejo patio de colegio con sus compañeros de clase. La niñez de Segrè discurrió entre las calles de Tivoli, su ciudad natal. Una de las urbes cercanas a Roma que gozaron de cierto renombre durante la antigüedad. Entonces era Tibur, famosa gracias al travertino con el que se decoraban los monumentos de la Roma Imperial. Sí, entre ellos, el Coliseo. Los Segrè habían echado raíces allí gracias al arrojo empresarial del padre. Posteriormente, la familia se trasladaría a la capital, donde el joven Emilio cursó sus estudios de bachillerato. Una época en la que el propio Einstein había desarrollado su Teoría de la Relatividad Especial añadiendo la constante que implicaría un cambio en el paradigma. Era 1915 y había entrado en escena la relatividad general, donde la gravedad podía curvar el continuo espacio-tiempo.
Interesado por los números, en 1922 Segrè se matriculó en la Universidad de Roma en la que decidió embarcarse en los estudios de ingeniería. Pronto se daría cuenta de que su mente era mucho más abstracta de lo que la aplicación práctica en ese campo exigía, y pensó que se había equivocado de carrera. No, no le gustaría ser ingeniero toda la vida. Él necesitaba algo más intangible, más teórico. Por eso, cree que la mejor opción es la Física, con la tremenda suerte de ser tutelado por Enrico Fermi, destacado físico nuclear del siglo XX.
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