Bitch Planet, del laboratorio al cómic

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Le he preguntado a Nieves, cuyos amigos tienen potestad para llamarla Neus, si queda café con leche. Me ha dicho que sí, que me sirva y le he hecho caso.

TEXTO POR PUNTOS DE FUGA
ARTÍCULOS
CIENCIA-FICCIÓN | CÓMIC
25 de Septiembre de 2017

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Suspendo el ordenador que utilizo mientras su dueña ilegítima, Sonia, regresa de Colombia. Sonia era la que ponía orden en este lugar. El primer rapapolvo, sutil y leve pero rapapolvo al fin y al cabo, me lo soltó ella. Todo lo que sé me lo enseñaron dos personas. Una fue Sonia y la otra fue Libia.

Antes de salir con el café de cápsula aguado recién hecho, la veo mover los brazos a lo loco, dando vueltas a folios con la actitud de un esquizofrénico catatónico, murmurando cosas mejicanas como «ándale, estos papeles ya están listos» pero quitando lo tópico del asunto, ardiendo de impaciencia ante los días que faltaban para terminar su tesis.

El matiz de esquizofrenia me hace recordar a Jacinta, a la que cariñosamente llamamos Jacin y que hace un tiempo que ya no trabaja aquí. Tenía el metabolismo tan acelerado que si se quedaba sin moverse más de tres minutos podía morir por implosión. Era un tema serio, no os riais mucho, porque nunca conoció esa sensación reparadora de no hacer nada. Ella era de las que llegaba al laboratorio durante tu primera semana y te abrazaba mientras gritaba «¡me han cogido, me han cogido!», para acto seguido salir corriendo a abrazar al del laboratorio de al lado.

Por el pasillo que lleva al ascensor que conduce a la zona del café siempre encuentro el despacho entreabierto de Cristina. No sé muy bien qué cargo tiene pero sí sé que si algo ocurre en todo este departamento es a ella a quien vienen a ver para arreglarlo. Es sosegada, no se altera ante los imprevistos y si surgen disputas yo creo que ella podría pararlas dejando KO a los participantes con unos golpes de kárate. Pero no lo sé seguro, ya os digo.

He pulsado el botón del ascensor, que algunos días es muy rápido y otros es muy lento, especialmente lento, como hoy. Piso -1, y tiene que llegar hasta el mío, el 3. El cómic que llevo en la mano es de los que se leen en un momento si no frenas un poco. La portada me ha enamorado, pero el lema que reza más: «¿Eres lo suficientemente mujer para sobrevivir?». Yo creo que no lo sería. No es fácil serlo. Piso 1. Pero porque los hombres lo hacemos complicado. Porque al parecer nos jode un poco perder el poder que ganamos a base de hacerlas sentir inferiores. Creo que en el fondo es porque muchos nos sentimos pequeños y es peligroso que ellas se sientan gigantes. Piso 2. Cómo jode tener que hablar de ellas y ellos. Jode, pero la igualdad hace tiempo que se camufla de desigualdad y como tal, hay que enfrentarla. Piso 3, por fin llega el ascensor, pero no he podido entrar.

El ascensor iba lleno. El café se me ha caído al suelo, el cómic no. Ha sido la tensión de lo que estaba contemplando: seis tíos con armas de fuego, escudos antidisturbios, cascos militares y trajes blindados están mirándome fijamente. De mi ensimismamiento me ha sacado el primero al avanzar sin importarle que estuviese entorpeciendo su camino, golpeándome y tirándome al suelo sobre el café aguado que corría por el piso. Tuercen a la derecha y se dirigen a mi pasillo. Estoy en shock.

—¡Ángel! ¡Muévete, joder!

Yolanda me está agarrando del brazo para levantarme. Agito la cabeza con los ojos cerrados y le hago caso. Juntos torcemos el pasillo y observamos la terrible escena. Los policías han empezado a poner a algunas mujeres contra la pared con mucha violencia para esposarlas. Huertas está entre ellas. Está llorando, le duele el roce de su cara contra el gotelé. Es la persona más risueña del pasillo, y ahora mira…

Voy corriendo hacia el guardia, decidido y valiente (o estúpido, según se mire), y lo golpeo. El guardia no se inmuta, se da la vuelta y me sonríe con vehemencia y mala hostia. Se lanza hacia a mí con una porra eléctrica y está a punto de alcanzarme cuando un brazo un poco menos femenino que el mío (signifique lo que signifique esa palabra), se cuela por la espalda del guardia y lo agarra del cuello hasta que cierra los ojos y cae a plomo al suelo, inconsci… Espera, ¿está inconsciente? Creo que no respira. Cristina agita el brazo entumecido y entrecortada y dice:

—Ni se te ocurra tocar a mi compañera, cabrón.

Estoy asustado. Quedan cinco policías y se dirigen a mi despacho. No les da tiempo a llegar porque han salido todas mis colegas vestidas con sus batas, portando en sus manos una serie de material de laboratorio un tanto cortante. Sonia lleva tijeras. Nieves lleva un machete gigante que nunca he sabido qué hacía en el laboratorio pero que ahora me alegro de ver. Libia lleva un matraz roto a modo de botella de cerveza en un bar del oeste. Cristina, confirmo, sabe kárate. Jacin está moviendo el cuerpo ansiosa con una grapadora. Y ahora las cinco están paradas ante los guardias que, por un momento, no tienen tan claro si podrán con ellas.

—Atención —comenzó a decir uno de los policías— mujeres, si os rendís pacíficamente no os ocurrirá nada. Según la nueva ley, cualquier mujer soltera, independiente, científica, homosexual, de color, escritora, de alto cargo ejecutivo, así como cualquiera que se considere NC (no conforme), deberá ser trasladada inmediatamente al puesto de obediencia auxiliar.
—Al planeta de las zorras, querrás decir —increpa Sonia.
—Último aviso. Rendíos pacíficamente y no ocurrirá nada malo.
—¡Ándale! ¡Venid si tenéis pelotas!

Esto último lo ha gritado Libia. Bueno, eso pero sin lo tópico del asunto. Y ha sido el desencadenante para que los guardias se abalancen sobre las mujeres y las mujeres, a su vez, sobre los guardias.

«¡Pipipipipí!». El timer me avisa de que el sonicador ha terminado con las muestras y de que es hora de cerrar el cómic, dejar de imaginar tonterías y dar por finalizado el descanso para el café. Cierro Bitch Planet y pienso en esta guerra que domina el mundo a día de hoy. Noto la furia de Kelly Sue DeConnick, la mala leche que corre por el cómic. Las hostias que mete sin puño a base de los dibujos de trazo ochentero de Valentine De Landro. Los hilarantes anuncios al final de cada capítulo. Al final, me da miedo pensar que la sensación que te queda es que esta descarnada distopía no es tan imposible como debería ser.

Así que seguid echándole ovarios, Sonia, Neus, Libia, Jacin, Cristina, Yolanda, Huertas, todas…

Son días difíciles para ser lo suficientemente mujer.

Título: Bitch Planet
Autoras: Kelly Sue DeConnick y Valentine De Landro
Edición: Astiberri
Año de publicación: 2017
Número de páginas: 136
Precio: 18€

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