Helado de fresa

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Su helado favorito siempre había sido el de fresa. Juan, su hermano pequeño, prefería el de coco. Pero el de fresa tardaba mucho más en derretirse y así disfrutas del helado durante mucho más tiempo.

TEXTO POR FERNANDO GOMOLLÓN-BEL
ILUSTRADO POR CARLA DEL FUEYO
ARTÍCULOS
HELADO | QUÍMICA
6 de Diciembre de 2018

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Su padre, a menudo la tomaba por loca: «¿Cómo va a tardar más en derretirse? No digas tonterías, hija». Claudia, entonces, se enfurruñaba y miraba a su padre con tirria. «Algún día –pensaba– seré científica. Y demostraré que tengo razón». Y es que a Claudia le encantaba la ciencia. Conocía a pocas científicas famosas, pero eso no le iba a impedir alcanzar su sueño. Al fin y al cabo era la más lista de la clase. La llamaban empollona. Y no le gustaba nada, porque a su amigo Luis nunca le decían eso. Decían que era un genio.

Claudia siguió trabajando muy duro y estudiando un montón. De vez en cuando, antes de sentarse en su escritorio a revisar sus apuntes, se preparaba un bol de helado de fresa. Lo disfrutaba con tranquilidad. La luz del flexo apenas lo derretía. «Estoy convencida de que tarda más en fundirse que cualquier otro helado y algún día averiguaré por qué», se decía.

Una tarde, mientras estudiaba para un examen de química, descubrió un apartado en el libro de texto que hablaba de las emulsiones. No le sonaba en absoluto que su profesor les hubiera hablado de eso, seguramente se lo había saltado porque no entraba en el examen. «Pero, ¿no vamos al instituto para aprender? Qué más da que entre o no en el examen, si lo importante es descubrir cosas nuevas», se preguntaba Claudia casi todos los días. Y sí, se lo preguntaba a sí misma, porque un día se le había ocurrido preguntárselo a su profe de historia y el rapapolvo que le cayó fue, valga la redundancia, histórico. «¡¡Pero qué preguntas más tontas, la república se acabó y punto, no hay más que hablar!!». Cuánta simpleza y cuánto desprecio había en aquellas palabras. «En fin», suspiró. Decidió dejar de lado sus malos recuerdos y el aburrido libro de química y ponerse a investigar sobre las emulsiones.

Como casi todas sus investigaciones particulares, sus pesquisas sobre las emulsiones empezaron en Google. Menuda maravilla era este buscador, ¿cómo podía vivir la gente sin él? Tras un par de clics, descubrió que «una emulsión es una mezcla de dos líquidos inmiscibles de manera más o menos homogénea». Vaya sarta de palabras incomprensibles. «Los científicos deberían aprender a expresarse de forma un poco más clara», pensó.

Buscando un poco más averiguó que los líquidos «inmiscibles» son aquellos que no se pueden mezclar, como el agua y el aceite. Y también que algo «homogéneo» es algo uniforme. Las mezclas son homogéneas –según leyó en algún sitio– cuando su composición y su aspecto es el mismo por todas partes. Un helado es homogéneo porque todo el helado sabe a fresa. Si lleva trocitos ya no lo es tanto, porque hay cucharadas que llevan más trocitos que otras... Eso no es homogéneo, si una mezcla no es uniforme, es heterogénea.

Siguió buscando. De alguna manera, cuando preparabas una «emulsión», dos cosas que no deberían combinarse lo hacían sin ningún problema y encima dando un resultado perfecto, una mezcla homogénea. Y no solo el helado era una emulsión. Resulta que otros alimentos muy comunes como la leche, la mayonesa o la mantequilla, y muchos cosméticos –como cremas, pastas de dientes, maquillajes o champús– también son emulsiones. Buceando en páginas sobre la química de las emulsiones, descubrió que existían unas sustancias denominadas «emulsionantes» que favorecían que los componentes inmiscibles se llevaran bien. Muchos fabricantes añadían estas sustancias a sus recetas. Así, evitan que la mayonesa se corte o que la crema solar se separe en sus distintas fases y acabe descomponiéndose en un pegajoso y asquerosillo aceite y un aguachirri blanquecino.

Pero, esperad un momento. Si existen sustancias que estabilizan las emulsiones, que las hacen más resistentes... ¿Es posible que el helado de fresa lleve alguna de esas sustancias? Quizás las fresas son una especie de emulsionante natural y por eso el helado de fresa aguanta mucho más tiempo sin derretirse.

Claudia todavía no era científica, no al menos de forma oficial, pero sabía que si quería demostrar su teoría tenía que hacer experimentos y encontrar pruebas que respaldaran su hipótesis. Corrió a la cocina y buscó la heladora que le habían regalado los reyes el año pasado. Arrasó el frutero: se hizo con un par de plátanos, tres manzanas, varias ciruelas, una naranja y... vaya, no quedaban fresas. Fue a su cuarto a por algo de dinero y bajó a la frutería a comprar unas pocas. Subió a casa y se puso manos a la obra. Preparó cinco helados distintos, uno con cada fruta. Terminó al cabo de un par de horas. Metió las cinco mezclas al congelador y volvió a su cuarto a seguir estudiando. Pero ya era casi la hora de cenar, así que cerró los libros y volvió a la cocina. Ella era la encargada de poner la mesa, Juan siempre recogía los platos y ponía el lavavajillas. Le encantaba esta forma de repartir las tareas porque no podía soportar el olor del lavaplatos cuando estaba lleno de cacharros sucios.

Le habría gustado continuar su experimento al día siguiente, pero tocaba ir a clase. La ciencia tendría que esperar al fin de semana. Los científicos y las científicas de verdad, ¿trabajan los fines de semana? Seguro que sí, siempre había leído que son gente muy constante, con una dedicación absoluta. Pero entonces, ¿cuándo descansan? ¿Tienen vacaciones? No conocía a nadie que se dedicara a eso. Esto le daba muchísima rabia. «¡La de preguntas que le haría!», pensaba. Fue a pasar un aburridísimo viernes al instituto. Al menos los viernes tenía dos horas de ciencia –biología y mates– y se hacían entretenidos.

El sábado se despertó mucho antes que Juan y eso que había Fórmula 1. Se lavó la cara a toda prisa y corrió a la cocina a continuar su experimento. Sacó los cinco helados del congelador. Maldijo un poquito en voz baja porque alguien se había zampado más de la mitad del helado de plátano. Buscó cinco vasos iguales y llenó cada uno de ellos con un sabor. Encendió el cronómetro de su móvil y se sentó a esperar. El móvil no debía de funcionar bien, porque el tiempo corría lentísimo. Pero si miraba al microondas, marcaba los minutos a la par. Sería su impaciencia, entonces, la que le hacía percibir el tiempo más lento. «Será como cuando me aburro en clase», pensó. Por un momento, también pensó que la ciencia tenía que ser aburrida. «Como siempre tengan que estar sentados esperando a que pase algo con sus experimentos, los científicos tienen que ser las personas que más se aburren en el planeta». Decidió que no podía esperar y se fue un rato a ver vídeos en su ordenador. Seguía a muchas youtubers científicas. Le encantaban Simone Giertz, una científica que hace robots chulísimos, y Dianna Cowern, Physics Girl, que era muchísimo más divertida que su profesor de física y encima explicaba mucho mejor. Volvió a la cocina y se encontró cuatro helados derretidos y uno desaparecido. Se ve que su hermano había decidido desayunar helado de plátano mientras veía la carrera. Y justo entonces, cuando comenzaba a enfadarse consigo misma por ser tan despistada y no haber prestado atención a su experimento, entró su madre en la cocina. «¿Qué haces aquí a oscuras, Clau?», preguntó. Como ocurre en los dibujos animados –y como acababa de pasar en su propia cocina– se le encendió una bombilla. «¡Eso es, la luz!», exclamó. Cogió cinco vasos limpios, volvió a llenarlos con los diferentes helados y se fue a su cuarto. Los puso todos debajo del flexo, procurando que quedaran todos a la misma distancia de la luz. De nuevo, encendió el cronómetro y se puso a observar. El helado de naranja se derritió enseguida. Poco después se fundieron el de plátano y el de manzana. Unos dos minutos más tarde se fundió el de ciruela y cinco minutos después de encender la luz, el helado de fresa seguía ahí, duro como una piedra. Emulsionado a tope. ¡Ja! La ciencia ya no era tan aburrida. Descubrir cosas, ¡menuda sensación más chula!

¿Pero cómo puede ser? ¿Sería ella la primera en descubrir esto? Se puso a buscar de nuevo y, por desgracia, resultó que no. Encontró varias páginas –todas en inglés, así que si quería ser científica tendría que ponerse las pilas con el idioma de J. K. Rowling, por lo visto– que explicaban cómo esto se sabe desde hace unos años, gracias a un estudio científico realizado en Japón. Resulta que hay unas sustancias, llamadas polifenoles, que están presentes de forma natural en la fresa y que actúan como emulsionantes. Hacen que el agua y la grasa que forman el helado se hagan súper amigos y nunca quieran separarse, como cuando conoces a alguien en un campamento de verano. Claudia indagó un poco más y también descubrió que hay proteínas que tienen un efecto parecido, según se había investigado en varias universidades del Reino Unido. Hizo un par de capturas de pantalla y corrió al dormitorio de sus padres. Su padre aún remoloneaba, pero no le importó despertarle: «¿¡Ves?! No estoy loca. El helado de fresa tarda más en derretirse por los polifenoles y lo he comprobado haciendo mi propio experimento». A su padre no pareció importarle mucho, pero ella estaba orgullosísima. Igual no había sido la primera, pero sí que había hecho un descubrimiento importantísimo.

Claudia descubrió que le encantaba la ciencia. Le gustaba más, incluso, que el helado de fresa. Recuerda perfectamente ese soleado sábado de mayo. Fue entonces cuando decidió ser científica. Y también fue entonces cuando decidió que, cuando fuera científica, jamás dejaría de hablar de ello. Porque, como había leído un par de meses antes, no recordaba muy bien dónde: «Si no explicara la ciencia sería un ser perverso. Cuando estás enamorado, tienes que contárselo a todo el mundo».

 

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