Epónimos anónimos: Ogino
Otro día más. Todos se preparan para la gran carrera. Llevan preparándose toda su vida para ello. Sin embargo, de esta carrera, no siempre sale un vencedor. De hecho, lo raro es que alguien llegue a la meta final. Pero hoy tenemos un presentimiento. Hoy es el día.
10 de Diciembre de 2018
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El día clave
La verdad que a todos nos gusta ganar pero que alguien alcance el objetivo ya es bueno para el grupo, eso significa que hemos logrado el fin para el que hemos nacido. Y hoy vamos a conseguirlo, estoy casi seguro. ¿Que cómo lo sé? Llevo unos siete meses haciendo cálculos, cálculos para los cuales necesito datos, datos que consigo de aquellas pocas células que no se van para siempre. Algunos me toman por loco pero llevo anunciando este día desde hace tiempo y muchos se han animado a participar hoy por esa razón. Me gustaría no equivocarme, aunque, mirándolo por el lado bueno, los que participan no vuelven a la línea de salida así que no pierdo nada. Sin embargo, he diseñado una cámara con la que podré ver si hoy la meta es alcanzable. Se la he prestado a dos de los corredores para poder ver por fin qué hay por el camino y cómo es la tan ansiosa meta. Así, al menos podré seguir estudiando el caso más adelante.
Hoy estamos nerviosos, la sala está caldeada.
—Preparados, listos… Retrocedan, salida nula. Retrocedan ¡por favor!
Algunos han salido antes de tiempo pero el que manda aquí ha retrasado el pitido oficial, aquel que da la señal para que se comience a disputar el trofeo. Entre la multitud no logro distinguir a mis dos ayudantes. ¡Oh! Han debido de salir junto a unos pocos compañeros, ya no hay esperanzas de que consigan la victoria. Esto me entristece, pero iré a ver qué están grabando sus cámaras.
¡Madre nuestra! ¡Parece que van dopados nadando hacia la meta! El recorrido es algo siniestro, la verdad, puede parecer que van perdidos, pero seguro que el burgeonal y su instinto saben guiarles.
—¡Preparados, listos, ya!
¡Corred! ¡Corred! No puedo evitar animarles. Al dar la salida oficial todo el camino se llena de más y más competidores, dispuestos a dar sus vidas por la victoria. Van tan rápido que enseguida distingo en las imágenes de las cámaras de mis dos amigos cómo les alcanzan sus oponentes. ¿Qué sentiría la leyenda de todos ellos? ¿Qué fue lo que le hizo ganar? Además, su trofeo fue mejor que ningún otro trofeo que se haya visto jamás, fue la pequeña Lucía. Hoy sé que no me equivoco.
Mientras continúan por terrenos diferentes y llenos de obstáculos decido revisar mis cálculos. Hace unos doce días que la antigua meta se desmoronó. Sí, sé que lo hizo porque durante unos cinco días no hubo carreras, no había competición. Y eso pasa exactamente una vez cada veintiséis días. Tras el parón comienzan las carreras, pero nadie consigue llegar a meta. Hay quien cuenta que el terreno para alcanzar el objetivo se vuelve más farragoso, que es muy difícil avanzar. Sin embargo, desde hace un par de días hasta mañana, seguramente, todo se vuelve más fácil. Y si se vuelve más fácil será por algo ¿no? Pasados estos días vuelve un período difícil, más si cabe, y de nuevo se suspenden las carreras. Esto ocurre todos los meses. ¿Casualidad? No estoy seguro de ello y por eso comencé a diseñar mi propio calendario. ¿Qué días serían los mejores para correr? Está claro que hoy es uno de esos días y todas mis esperanzas están depositadas en ello.
A lo lejos, en una de las pantallas, comienza a verse algo nuevo, diferente, bastante grande comparado con mis pequeños corredores. ¿Qué será? ¿Será la meta? ¿El objetivo por el que todos luchamos? ¡Un momento! ¡La imagen se ha ido! La cámara de mi otro ayudante muestra cómo han llegado más participantes y golpeando todo lo que había a su paso, incluido mi pequeño amigo. ¡No te asustes! ¡Vamos, amigo! ¡Aún puedes conseguirlo! Aunque veas más competidores tienes que luchar. No te desanimes.
—¿Y qué pasó después, papá?
—Pues que aquel pequeño corredor traspasó las paredes de la gran esfera y consiguió llegar a meta.
—¡Y ya está! ¿Cuál era el trofeo, papá?
—Tienes que adivinarlo tú solita.
—¿Adivinarlo, yo? Pues qué carrera más rollo. Además, ni siquiera tiene nombre.
—¿No te lo he dicho? La carrera se llamaba «fecundación» y aquel investigador que acertó en sus cálculos y predicciones se llamaba Kyūsaku Ogino, igual que el ginecólogo japonés famoso por estudiar los ciclos fértiles de la mujer en relación a sus ciclos menstruales en el año 1924.
—Pero ¿estás hablando del método Ogino? Nos hablaron de él en una charla en el instituto. Aunque no creo que sea el mejor método para… ya sabes.
—¡Ja ja ja! El método se llama Ogino-Knaus pues Hermann Knaus también fue un ginecólogo, austriaco, que colaboró con los estudios de Ogino en 1928. Pero aunque se usa como método anticonceptivo debes saber que su efectividad, si se calculan bien los ciclos menstruales en mujeres «regulares», suele ser de un ochenta por cien. Además…
—¡Ya! ¡Ya lo sé, papá! No es un método que evite el contagio de las ETS. Pero volvamos a la historia que me has contado. ¿Qué era el trofeo? ¿El óvulo? ¡Fíjate! Con lo grande que es con respecto a los espermatozoides y solo uno consiguió fecundarlo.
—El trofeo, hija mía, el trofeo fuiste tú. Y no hay un trofeo capaz de igualar el valor que tú tienes para nosotros.
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