El astrónomo del mundo molecular

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Las paredes de aquel psiquiátrico de Zúrich poco tenían que ver con las catacumbas: aquellos laboratorios universitarios donde, pese al intenso olor a piridina, el exhausto profesor había pasado mañanas, tardes y noches. Docentes y discentes de química recordarán su nombre por haber obtenido el Premio Nobel de Química en 1913 por sus contribuciones a la química de coordinación, una subdisciplina de la química que estudia la forma en que átomos metálicos se unen con moléculas para formar unas especies químicas llamadas complejos. Otros le conocerán por ser uno de los arquitectos que dio forma a la tabla periódica actual. Ha transcurrido un siglo desde que sus restos fueron incinerados y, sin embargo, su nombre todavía puede ser leído en no pocos manuales y libros de texto. Pero más allá de sus múltiples contribuciones científicas, su vida nos revela la dimensión humana de la ciencia. Una historia que sustituye la heroicidad por la fragilidad y los talentos sobrenaturales por las largas horas de trabajo. Es la historia de Alfred Werner (1866-1919).

TEXTO POR LUIS MORENO MARTÍNEZ
ILUSTRADO POR FELIZA GÓMEZ
ARTÍCULOS
BIOGRAFÍA | QUÍMICA
25 de Junio de 2019

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Alfred Werner nació el 12 de diciembre de 1866 en Mülhausen (Alsacia, una ciudad francesa que pasó a ser alemana con la guerra franco-prusiana). Nacido en el seno de una familia modesta (su padre era capataz de una fábrica), se interesó por la química desde muy joven. Se formó en dicha ciencia en el Instituto Técnico de Karlsruhe (ciudad emblemática en la historia de la química por haber acogido el primer congreso internacional de química en 1860) y en el Instituto Técnico Federal de Zúrich. En 1890 presentó su tesis doctoral sobre la estereoquímica de compuestos nitrogenados, un tema de destacado interés en la época, tal y como muestran los trabajos de Louis Pasteur (1822-1895), Joseph Le Bel (1847-1930) y Jacobus H. van´t Hoff (1852-1911), entre otros. Tras una estancia en París junto al destacado químico francés Marcelin Berthelot (1827-1907), Werner regresó a Suiza en 1893, ocupando la cátedra de química de la Universidad de Zúrich. Aquel año publicó su trabajo Beiträge zur Konstitution anorganischer Verbindungen (Contribuciones a la constitución de los compuestos inorgánicos), en el cual esbozó parte de las ideas que contribuyeron a la ulterior forja de su teoría de la coordinación. Entre 1890 y 1917, Werner publicó más de ciento sesenta trabajos de investigación y dos libros: Lehrbuch der Stereochemie (Manual de estereoquímica) en 1904 y Neuere Anschauungen auf dem Gebiete der Anorganischen Chemie (Nuevos conceptos en el campo de la química inorgánica) en 1905. En dicho año también propuso su clasificación periódica de los elementos en las que los metales de transición quedaban agrupados de forma similar a como se encuentra en la tabla periódica actual.

El químico suizo Alfred Werner (1866-1919) hacia 1907. Su alumno John Read, al que aludiremos más adelante, afirmó que Werner «se sentía más atraído por París que por Berlín» y que durante la primera guerra mundial apoyó a Francia y a las naciones aliadas. No obstante, «por encima de todo sentía una admiración sin límites por Zúrich y Suiza», nacionalizándose suizo en 1895.

Si bien Werner contribuyó de forma destacada al estudio de los complejos o compuestos de coordinación, su labor ha de valorarse teniendo en cuenta que el estudio de dichas especies químicas constituía un área de interés en la época. A este respecto, cabe destacar los trabajos de Sophus Jorgensen (1837-1914) en Dinamarca o los de Edmond Frémy (1814-94) en Francia, quien en 1852 había publicado en Annales de Chimie Physique un estudio en el que se recogían los distintos nombres para distintas sales de cobalto basándose en su color. Este aspecto muestra las limitaciones que ofrece articular la conformación de una disciplina o subdisciplina científica en torno a un único individuo. La investigación histórica nos muestra cómo la aparición de nuevas áreas científicas responde a un proceso dinámico colectivo, más allá del recurrente recurso del padre fundador. Otro elemento que permite mostrar las limitaciones de la figura de un padre fundador en las narrativas históricas sobre ciencia lo constituye el hecho de que en ocasiones el papel como fundador de un personaje en una determinada disciplina o subdisciplina puede fagocitar y eclipsar sus contribuciones en otras áreas. Algo que también se observa en el caso de Werner,  tal y como ha estudiado George B. Kauffman.

En un artículo publicado en la prestigiosa revista Ambix en 1973,  Kauffman, profesor de Química en la California State University y autor de diversos trabajos sobre historia de la química, apuntó que el papel de Werner como fundador de la química de coordinación acarreó que los estudios realizados sobre el químico suizo desatendiesen sus contribuciones originales a otros campos de la química. Tal es el caso del estudio de los ácidos y las bases. Así, en noviembre de 1908,  el propio Werner afirmó en un escrito dirigido al entonces presidente de la American Chemical Society (ACS), Charles Holmes Herty (1867-1938), que —en su opinión— el mayor desarrollo de la química de los próximos años estaría centrado en la determinación de la naturaleza de los ácidos y las bases. Para Kauffman, la teoría ácido-base de Werner constituyó el primer intento significativo de explicar los conceptos de ácido y base enfatizando la influencia del disolvente.

Asimismo, las narrativas centradas en padres fundadores suelen ir acompañadas de momentos flash o ¡Eureka! (el sueño de Kekulé y el benceno, el solitario de Mendeleev y la tabla periódica…) y el caso de Werner no es ninguna excepción. En un artículo publicado en Journal of Chemical Education en 1966, Kauffman señaló que el flash de genialidad de Werner fue relatado por su colaborador Paul Pfeiffer (1875-1951). Así, al estilo Kekulé, una noche una estrella habría despertado a Werner sobre las dos de la madrugada. Sobresaltado y con las ideas claras en su mente, Werner se levantó de la cama y comenzó a trabajar. A las cinco de la tarde de aquel día ya habría terminado de escribir los puntos fundamentales de su teoría de la coordinación. Kauffman, amparándose en los trabajos de Thomas Kuhn, criticó esta forma de abordar la historia de la ciencia; apuntando que las contribuciones de Werner a la química no obedecen a un momento de genialidad o a unas cualidades sobrehumanas, sino a la eficacia de su modus operandi. Gracias a uno de los alumnos de Werner, John Read (1884-1963), podemos conocer algunos detalles del modus operandi de Werner. En su obra Humor y Humanismo en la Química, Read (que había realizado su tesis doctoral bajo la dirección de Werner), ofreció diversa información de interés sobre su mentor.

Werner supervisó más de doscientos trabajos de investigación, llegando a contar con un auténtico «ejército de colaboradores». Según Read, Werner inspeccionaba el trabajo de sus investigadores unas dos veces al día. Desde las conocidas como catacumbas de la Universidad de Zúrich, los Doktoranden esperaban atentos la visita de Werner. Si el viejo (como en ocasiones se le llamaba a Werner) dejaba su cigarrillo en el borde de la mesa, el Doktorand podía darse por satisfecho. Tanto Read como Kauffman han destacado de Werner su enorme capacidad de trabajo. Era el primero en llegar al laboratorio y el último en marcharse. Sus jornadas laborales incluían las mañanas de domingo y unas vacaciones escasas. Werner impartía como mínimo ocho lecciones semanales a la que asistían centenares de alumnas y alumnos de diferentes nacionalidades y supervisaba las investigaciones de más de veinte estudiantes de forma simultánea. Para evitar perder tiempo en sus desplazamientos, la bicicleta se convirtió en su fiel aliada. No obstante, según Kauffman, el químico suizo también tuvo tiempo para el excursionismo, la escalada, el buen vino, el buen comer y el ajedrez.

Catacumbas de la Universidad de Zúrich En ellas trabajaban los Docktoranden de Werner entre, según Read, un fuerte olor a piridina.

En el verano de 1918, Werner impartió su última clase con la intención de tomarse aquel invierno como un periodo de descanso y regresar con energías renovadas el próximo curso. Había trabajado veinticinco años sin disfrutar de unas largas vacaciones y su cuerpo le exigía descanso. Sin embargo, no llegó a incorporarse. Werner encontró finalmente reposo el día de San Alberto Magno de 1919 en el centro psiquiátrico de Zúrich. Según Kauffman, su fallecimiento fue consecuencia del exceso de trabajo. Dos días después, el 17 de noviembre de 1919, se celebró su funeral. El entonces rector de la Universidad de Zúrich, Theodor Vetter, encomió a los asistentes a recodar a Werner no como vivió en la recta final de su vida, sino como había vivido antes del triste final. En definitiva, a recordarle como un hombre profundamente dedicado a la ciencia y la enseñanza. Investigador y docente para quien la química debía convertirse en la astronomía del mundo molecular.

Cita en la que Werner (firmante) alude en 1905 a que la química debía convertirse en la astronomía del mundo molecular, recogida en la introducción de la biografía de Werner elaborada por Kauffman.

Precisamente, la historia de la astronomía nos muestra la variedad de empresas colectivas desempeñadas por el ser humano desde tiempos remotos para la comprensión de los fenómenos celestes. Esa colectividad subyace del mismo modo en otros episodios de la historia de la ciencia. En las líneas anteriores hemos podido indagar en algunos rasgos de la vida y la obra de un destacado químico. Más allá de una imagen simplista como fundador de la química de coordinación, Werner abordó otras cuestiones como la estereoquímica, la clasificación de los elementos químicos o la acidez de las sustancias. Asimismo, sus contribuciones a la conformación de la química de coordinación no pueden entenderse sin considerar el trabajo de otros autores menos conocidos, como Jorgensen o Frémy.

Más allá de una narrativa histórica basada en momentos ¡Eureka! o revelaciones oníricas, la biografía de Werner nos permite apreciar un modus operandi. Esto es, una forma de trabajar en la que jugaron un papel destacado sus estudiantes; un colectivo frecuentemente desatendido en las narrativas históricas sobre ciencia. Lejos de un relato naif de la actividad científica, la biografía de Werner nos revela la dimensión humana del quehacer científico con cuestiones como las condiciones laborales (también en la ciencia), la importancia de las colaboraciones y el trabajo en equipo, el papel de las prácticas pedagógicas en la carrera académica, la diversidad de métodos de investigación o la relevancia de los espacios de ciencia. Cuestiones que permiten ir de una imagen de la ciencia como conjunto de saberes a la ciencia como actividad humana. Esto es, la ciencia como una empresa humana que nos permite explorar la disposición de estrellas y planetas, de átomos y moléculas. Para este último (sub)universo, la biografía de Werner nos ofrece un observatorio privilegiado.

Este artículo es una adaptación del publicado en la sección Apuntes de Historia de la Ciencia del Boletín del Grupo Especializado de Didáctica e Historia de las Reales Sociedades Españolas de Física y de Química, y constituye una colaboración de Principia con dicho grupo. 

Para saber más

—Kauffman, George B. (1966). Alfred Werner. Founder of Coordination Chemistry. Nueva York: Springer.
—Kauffman. George B. Reflections on Chemistry and its teaching. On the occasion of the Alfred Werner Centennial. Journal of Chemical Education, 1966, 43(12), 677-679.
—Kauffman, George B. Alfred Werner’s Theory of Acids, Bases, and Hydrolysis. Ambix, 1973, 20(1), 53-66.
—Read, John (1953). Humor y humanismo en la química. Madrid: Aguilar.

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