Hubo una época en la que la astronomía y la astrología iban de la mano. Por aquel entonces, lo que se veía en el cielo se interpretaba en la Tierra, para regocijo de reyes, reinas y emperadores que tomaban decisiones sobre política expansionista a golpe de oráculo. En las antiguas Grecia y China se cree que diferentes astrónomos y eruditos en su momento ya hicieron observaciones relacionadas con las manchas solares, elucubrando sobre cosas más o menos desechables a día de hoy. Tuvieron que pasar miles de años hasta que John Worcester relatase en 1128 qué es lo que había visto en el Sol, pero no fue hasta principios del siglo XVII cuando, sin competir por ello, Thomas Harriot, Galileo Galilei, Johannes Fabricius y su padre afirmaran que en el Sol se veían unas manchas negras. Aunque se ha confirmado que fue Harriot el primero que las observó, no publicó nada al respecto, y es por eso que hasta nuestros días haya cristalizado la versión de que el primero fue Galileo Galilei. ¿Por qué? Porque fue el que más lo divulgó. De hecho, probablemente hayas visto los dibujos que le ayudarían a terminar concluyendo que los movimientos de las manchas solares en el disco solar que había estado observando solamente podrían ocurrir si el Sol rotara sobre sí mismo. Desde aquel preciso momento, la estrella sobre la que orbitamos se transforma en un objetivo más para la astronomía de la época, y del futuro.
Hasta hace un tiempo pedía consejo para hacer las cosas, ahora lo pido con la decisión ya tomada para saber si soy una rara avis o si, por el contrario, estoy en la senda correcta. Familiares y amigos son los primeros, y los últimos. Sentirse respaldado es algo que, aparte de reforzar, genera un vínculo exponencialmente recíproco, retroalimentado. Usadlo, de verdad, es como un superpoder. Pero, ¿qué tiene que ver eso que he dicho con Galileo y el Sol?
En enero de este año hice algo que pensé que sería un brindis al sol y que resultó estar más relacionado con él que con otra cosa. Apareció en mi timeline de Twitter un enlace para rellenar un formulario con el que inscribirse para ver el lanzamiento en directo de la sonda espacial Solar Orbiter (SolO) de la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). Aunque eso tenía ciertos matices. El lanzamiento se haría desde Cabo Cañaveral, y, por otro lado, la invitación incluía exclusivamente actividades intramuros del Centro de Operaciones (ESOC) que tienen en Darmstadt (Alemania). Eso quería decir que si querías ir tenías que pagarte el viaje y la estancia. Lo único malo de esa fórmula era que lo que parecía un feliz vuelo de martes a jueves acabó siendo de jueves a martes después de un par de retrasos en la fecha de lanzamiento por una serie de problemas que se detectaron al llegar la sonda desde Europa a Estados Unidos. Tanto trastocaba eso los planes, que hubo un porcentaje elevadísimo de solicitantes que solamente pudieron asistir al social event, porque quedarse hasta el lunes del lanzamiento les resultaba imposible.
Pero… ¿de verdad merece la pena ir a Alemania a ver un lanzamiento de un cohete que sale de Estados Unidos? Definitivamente, sí. Y por eso estoy escribiendo esto, para contaros las razones.
Una de ellas es subjetiva: a lo mejor solamente tienes oportunidad de verlo una vez en la vida. Espero que en mi caso haya sido la primera, pero no la última.
También se puede hablar de lo que uno aprende, que es mucho, sobre la ciencia que se va a desarrollar en la misión. En este caso concreto, quién me iba a decir a mí que reconocidos expertos iban a contarnos por qué es tan importante estudiar el Sol y las implicaciones que tiene para con nuestro —aunque no lo parezca— querido planeta Tierra y, por extensión, con toda la gentuza que lo habita.
Parece mentira que la manera en la que la materia se abre paso desde el interior de esa enorme bola de gas hasta su superficie más externa puede determinar que sigamos vivos o que el campo magnético —magnetosfera— de la roca gigante en la que viajamos a miles de kilómetros por hora sea destruido y, por ende, nos achicharremos más pronto que tarde. La temática es complicada, pero entendible por lo gráfico. Y es entendible sobre todo si quienes te lo explican son apasionados de la comunicación científica. Ojo, que esto no solo incluye a los científicos de turno. El nivel de conocimiento de los diferentes miembros del equipo de comunicación de la ESA es envidiable. La única conclusión que saqué de ello es que les encanta su trabajo.
Hay tres fenómenos principalmente identificables en el sol por orden de repercusión en la creación del viento solar: las manchas solares, las fulguraciones y las eyecciones de masa de la corona.
Las manchas solares son esos puntos más oscuros que se ven cuando observamos una imagen del Sol captada en ultravioleta. La razón por la que se ven más negros es que en realidad están más apagados. Las diferentes interacciones entre los campos magnéticos que suceden cuando las partículas consiguen llegar a la fotosfera, están sensiblemente más frías al llegar a ese punto y emiten menos luz por ello.
Las fulguraciones son esas lenguas de fuego que seguramente hemos visto en la corona del sol cerca de las manchas solares en épocas de mayor actividad de los ciclos solares. La liberación súbita de energía que se produce a niveles atómicos hace que se generen lo que denominamos tormentas de protones. La sonda Solar Orbiter está equipada con un detector de partículas energéticas (made in Spain). Saber qué partículas conforman el viento solar, qué hace que se aceleren o cómo afectan al tiempo del espacio (Space Weather) permitirá al ser humano poder identificarlas y quién sabe si crear mecanismos para mitigarlas. Hoy sabemos que las auroras boreales y australes son la consecuencia del choque de esas partículas cargadas con la membrana protectora del planeta Tierra, y también sabemos que llegan partículas de viento solar hasta Plutón. Afinar los modelos de previsión del tiempo en el espacio analizando cómo se comporta el campo magnético del sol es fundamental.
Seguramente, cualquier variación del campo magnético terrestre afectaría a la vida tal y como la conocemos. Y eso podría ocurrir con las hermanas mayores de las fulguraciones: las eyecciones de masa coronal (CME). Las CME son grandes cantidades de plasma solar que, al explotar, por su masa y su velocidad consiguen escapar del sol iniciando un particular viaje a velocidades altísimas por el espacio. En función de su tamaño, esas CME podrían incluso alterar el campo magnético de nuestro planeta, y eso es algo que tendría consecuencias desastrosas para nuestro futuro, pudiendo afectar a cantidad de elementos que podrían verse perjudicados por la acción de ese viento solar que llega hasta nosotros y que perturbaría nuestra rutina diaria. Por ejemplo, los satélites que tanto necesitamos hoy en día.
Para entender todos estos comportamientos del Sol, la sonda Solar Orbiter nos permitirá ver unas zonas nunca antes vistas: sus polos norte y sur. Gracias a ello, los científicos esperan poder definir patrones en la forma de actuar de la materia en su salida desde el centro del sol hacia el exterior o, dicho de otro modo, cómo esos átomos de helio en los que se convierte el hidrógeno avanzan desde dentro hacia afuera a través de los diferentes campos magnéticos por los que discurren. La nave está equipada con una decena de instrumentos con los que la ciencia quiere desentrañar algunos de los misterios que a día de hoy encierra nuestra estrella. Cuatro de ellos son elementos in situ con los que obtener datos sobre partículas elementales o viento solar, y los otros seis son sensores remotos, entre los que se encuentran diferentes tipos de telescopios.
La misión comenzó su andadura hace aproximadamente diez años y el pasado 10 de febrero despegaba de Cabo Cañaveral (EE. UU.) para poner en práctica todo lo estipulado. En los próximos diez necesitará hasta ocho asistencias gravitatorias de Venus y una de la Tierra. Durante esas complejas maniobras, los ingenieros de dinámica de vuelo irán inclinando la trayectoria orbital hasta hacerla llegar de los 33º de inclinación de la eclíptica. Ese proceso permitirá orientar la sonda de manera que puedan observarse los polos norte y sur del sol desde unos cuarenta y dos millones de kilómetros de distancia en el punto más cercano (una cuarta parte de la distancia que nos separa de él, y desde un punto más cercano que Mercurio).
Estar tan cerca del Sol solamente puede ser posible gracias a una membrana tecnológica que se ha desarrollado en Irlanda llamada SolarBlack. Hablamos de materiales como titanio, pero también de huesos. Sí, huesos. Después de un tiempo investigando, se ha creado un material de capas superpuestas que absorbe y disipa el calor y la radiación solar llevándolos hacia el exterior de la sonda, de manera que los aparatos no se vean perjudicados por los más de 500 ºC a los que estarán expuestos… pero eso es en lado del sol. En el otro, donde no da el sol, los 270 ºC del espacio también podrían perjudicar el correcto funcionamiento, de no ser por esa cobertura. Es maravilloso lo que el ser humano puede desarrollar cuando centra sus esfuerzos en algo.
Una de las cosas más satisfactorias de la estancia en la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) fue la visita guiada por todas las instalaciones. Nos enseñaron cómo se trabaja en un centro de operaciones espaciales desde la pecera contigua a la sala de control principal (Main Control Room) y también en los diferentes espacios de trabajo del resto de misiones en curso. La monitorización de datos, el cálculo de trayectorias, la generación de soluciones y todos esos temas de calado que pueda requerir una misión de este tipo. Durante los diferentes paseos del ESOC, nuestro cicerone, Thomas, nos explicó hasta el más mínimo detalle y contestó a todas las dudas que los niños grandes que tenía delante le íbamos planteando.
Aunque después de contar todo esto, he de decir que para mí, lo mejor del viaje no fue el mero hecho de tuitear en directo un lanzamiento —cosa que hago más o menos habitualmente—, sino el conocer a gente maravillosa apasionada por la ciencia y la tecnología, saber qué se hace en los niveles más altos de la ingeniería y conseguir que la edición española de National Geographic pensase que mi experiencia era de utilidad para este cometido. Así, publiqué un artículo, tuiteé en directo el lanzamiento desde su propia cuenta y en breve haré una entrevista a Ignacio Tanco, director de vuelo adjunto de la misión Solar Orbiter. Ha sido gratificante para alguien como yo, más aficionado a los planetas, los cometas y los satélites, ver cómo los misterios que aún entraña el sol me han despertado ese afán de saber más sobre el tema. Y en esas estamos, porque la vida es aprendizaje.
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