—Despierta, Julieta, que el desayuno está listo —dijo el abuelo en voz alta desde la cocina para despertar a la niña de seis años que dormía en el piso de arriba, justo en la habitación que estaba al lado de las escaleras de madera.
La pequeña se sentó sobre su manta, estrujando sus ojos de avellana mientras Moby, su simpático y anciano perro border collie la observaba al pie de la cama moviendo la cola.
Se dirigió dando brincos, descalza y con su melena cobriza y despeinada hacia las escaleras, corriendo al piso de abajo a darle los buenos días a su abuelo, quien se encontraba lavando una sartén.
—¡Buenos días abuelo! —Dijo dejando entrever su dentadura incompleta en una sonrisa. Ya había perdido su primer diente y se sentía como toda una niña grande.
—Buenos días, mi niña, ¡anda a lavarte los dientes, que la comida se enfría. Y no andes descalza, que te enfermas!
El olor a café, pescado frito y tortilla de huevo con patatas perfumaba esa mañana la cabaña en la que vivían el anciano pescador y su única nieta.
La pequeña familia se sentó a desayunar en la mesa como hacían todas las mañanas. El hombre leía el periódico local mientras bebía una enorme taza de café negro. Por su parte, Julieta untaba con aceite un trozo de pan tostado y dejaba resbalar bajo su silla trozos de pescado para Moby.
Esa mañana irían de pesca, como solían hacer una vez por semana. Ellos no tenían lujos, pero no les faltaba nada; se tenían el uno al otro, pescaban para comer y labraban un pequeño huerto afuera de su hogar con algunas verduras. Además, el abuelo había guardado dinero durante todos sus años de aventuras marinas, por lo que se encontraba disfrutando de su retiro en una vida tranquila.
Ernesto era un exmarinero septuagenario, delgado y de gran estatura a pesar de estar un poco encorvado por su vejez; tenía el cabello y barba blancos como las nubes y tras sus enormes gafas se escondían unos ojos azules como si el mar durante todo ese tiempo les hubiese estampado su color; llevaba el rostro siempre enrojecido debido a las horas al sol durante las sesiones de pesca que le encantaban, porque le traían buenos recuerdos.
Julieta, su nieta, vivía con él junto al mar y lo acompañaba a pescar en su bote. Ella era una niña pequeña, pecosa, de enormes ojos y voz chillona; inquieta, curiosa e inteligente. Siempre estaba corriendo por la arena en pijama y cantando alegremente por la playa, que tenía como patio donde jugaba con su perro.
A pesar de su corta edad, sabía mucho sobre el mar y la navegación. Desde que nació, acompañó a su abuelo a pescar en las cristalinas aguas de la bahía mediterránea, así que era una excelente nadadora, sabía usar la brújula, remar, utilizar anzuelos y reconocer diferentes especies de la fauna local.
Al terminar de desayunar, subió a su habitación a ponerse el mono, las botas y el sombrero; cogió su mochila y salió junto a su abuelo al muelle para subirse en el rudimentario bote.
Después de remar unos minutos, el abuelo comenzó a pescar mientras ella le ayudaba a preparar la carnada y espantar a las gaviotas. Miraba con emoción desde el bote con sus prismáticos a algunos delfines que saltaban a lo lejos.
—¡He atrapado uno enorme! —Exclamó el pescador mientras tiraba del mar a un gran pez que se agitaba en el anzuelo. Se trataba de una lubina plateada, principal ingrediente de las comidas que solían preparar.
Julieta, que amaba los animales, sentía tristeza por el pez que veía morir, pero sabía que pescaban para comer y solo tomaban lo necesario. Su abuelo le había enseñado a respetar la vida animal y siempre le explicaba las injusticias que los hombres cometían contra la naturaleza.
Una vez reunida una docena de pescados, se volvieron a casa. Julieta recogía algunos tomates del huerto y un par de huevos del gallinero; entró a ducharse, ponerse un vestido y empezar a leer mientras atardecía.
Después de la cena se sentó con su abuelo frente al tocadiscos; juntos podían pasar horas bailando, cantando sus canciones favoritas y conversando. El hombre le enseñaba a la pequeña sobre música que había escuchado durante sus viajes o le contaba algunas historias sobre el mar; ella le escuchaba con atención y le hacía un montón de preguntas porque era una niña muy curiosa:
—¿Cuál es el ser más pequeño del mundo?
—Los microorganismos, Julieta. Son tan pequeños que no podemos verlos a simple vista, pero están en todos lados y juegan un papel importante en el ciclo de la vida del planeta. El fitoplancton, por ejemplo, aunque es microscópico, puede verse como una nube verde en el agua porque siempre están agrupados millones de individuos.
Contiene algas pequeñísimas que hacen la fotosíntesis (sí, como las plantas), son el alimento de muchos animales marinos y generan más oxígeno que las plantas, por lo que son de enorme importancia para el ecosistema; sin embargo, algunos microorganismos son peligrosos para los humanos, por eso siempre te digo que debes lavarte las manos.
—Yo siempre me lavo las manos, abuelo —respondió Julia sonriendo pícaramente mientras el hombre le hacía una mueca graciosa.
—Abuelo, ¿cual es el ser más grande del mundo?
—Pues… las ballenas, mi niña, son las criaturas más grandes que han habitado los mares. Superan en tamaño a los animales de la tierra, e incluso algunas son más grandes de lo que fueron los dinosaurios alguna vez.
—¡Qué increíble! ¡Quisiera ver una ballena! ¿Tú has visto alguna ballena, abuelo?
—Claro que sí, muchísimas ballenas de todas las especies. La que más llegué a ver durante mis años como marinero fue la ballena jorobada. Ellas pueden encontrarse en todos los mares y océanos del mundo. Viven viajando de un extremo del planeta a otro porque sus zonas de reproducción son cálidas, pero sus áreas de alimentación quedan cerca de los polos. Seguramente te llevaré a ver una cuando nos vayamos de aventura, a veces alguna ballena valiente se desvía de su grupo y viene a comer cerca de aquí.
—¡Me encantaría ver una! ¿Qué comen las ballenas? ¡¡Son tan grandes que seguramente pueden tragarse un tiburón o a una persona!! ¡Qué miedo!
El abuelo empezó a reírse de las ocurrencias de la pequeña y le respondió:
—No, Julieta. Las ballenas jorobadas se alimentan básicamente de peces pequeños y de unos minúsculos camarones de uno o dos centímetros de longitud llamados Krill; el krill se alimenta de fitoplancton y sus cardúmenes son tan enormes que pueden abarcar decenas de kilómetros en el mar. Es uno de los animales más numerosos del planeta. La ballena tiene una de las bocas más grandes del mundo, pero su garganta es tan pequeña que no puede tragar nada que sea más grande que un pomelo. Así que, si te topas con una, no te comerá, pero deberás mantenerte alejada porque es un animal demasiado grande y es preciso respetar su espacio.
El abuelo acompañó a Julieta a su habitación una vez avanzada la noche, no se habían dado cuenta de la hora entre tanta charla. Le dio un abrazo de despedida, la arropó y se levantó para marcharse a dormir.
Justo después de que apagó la luz, Julieta se sentó sobre su cama para hacerle una última pregunta:
—Abuelo, ¿Cómo es qué sabes tanto?
—Bueno, Julieta, cuando vives muchos años y conoces tantos lugares y criaturas diferentes, uno aprende muchísimas cosas que nunca se olvidan. Algún día sabrás tanto o más que yo, y podrás contar historias interesantes a tus nietos. Ahora duérmete, que ya estás haciendo muchas preguntas y es tardísimo.
—Buenas noches abuelo, te quiero mucho.
—Y yo a ti, mi pequeña —respondió mientras cerraba la puerta.
Pasada menos de una semana, amanecía nuevamente en la cabaña frente al mar. Julieta despertó con los ladridos de Moby, notando que algo extraño pasaba: a diferencia de los días anteriores, no se sentía el olor del desayuno en la cabaña. Corrió al dormitorio de su abuelo para despertarlo, pero el señor se sentía mal, había enfermado.
—No te preocupes, Julieta, estaré bien, solo me encuentro resfriado. Te he dejado el desayuno preparado en la cocina. No olvides darle de comer a Moby.
Julieta, que era una niña precoz e independiente, cuidó de su abuelo durante varios días, preparó la comida y le leyó varios cuentos para practicar; pronto entraría en la escuela y quería sorprender a su maestra.
La salud de Ernesto, sin embargo, no parecía mejorar. Cada día pasaba más tiempo descansando en su cama. Un día, Julieta notó que se había acabado el pescado; solo tenían unos cuantos tomates, patatas y un poco de pan para comer, así se mantuvieron durante algunos días.
Una mañana, mientras el abuelo estaba dormido, la pequeña, que ya se creía una niña grande porque había mudado su primer diente y entraría pronto a la escuela, decidió demostrar su madurez yéndose a pescar a escondidas.
—Traeré un delicioso pescado para mi abuelo, así se mejorará pronto —pensó mientras guardaba en su mochila azul unos prismáticos, una manta, un par de bocadillos, una linterna y su libro de cuentos favorito. No se llevó la brújula ni las tijeras porque Ernesto las guardaba en su dormitorio y temía despertarlo.
Tomó el maletín de pesca del abuelo, se calzó las botas, se puso un enorme sombrero y delegó el cuidado del hogar a su perro, Moby, mientras se iba a buscar alimento.
—Cuida del abuelo y la casa, Moby, iré a por pescado y regreso en unas horas.
Julieta desató el pequeño bote de madera, que sabía conducir muy bien y se dirigió a la dirección en la que solía remar con su abuelo cuando salían de pesca.
Preparó el anzuelo y la caña de pescar, amarrándole muy bien al extremo del bote mientras sacaba sus prismáticos para distraerse viendo delfines mientras alguna presa caía en su trampa.
En una hora logró pescar dos peces pequeños sin ninguna dificultad.
—El abuelo estará orgulloso de mi, soy toda una marinera —pensó mientras guardaba los pescados en la cubeta de aluminio.
De pronto, sintió la fuerza de un animal muy grande que había picado el anzuelo.
—¡He atrapado uno enorme! —Gritó de alegría mientras intentaba tirar de la pesca, pero sus gritos se convirtieron en horror cuando su fuerza fue superada por la del animal que arrastró el bote hacia el horizonte en un intento por escapar.
La niña intentó cortar el sedal, pero no traía consigo las tijeras ni el cuchillo, intentó romperlo con sus manos, pero su fuerza no se lo permitió; tampoco pudo romper la cuerda que ataba la caña de pescar al bote.
Julieta, sujetada firmemente a su navío y en completo silencio, petrificada por la situación en la que se encontraba inmersa, veía como su hogar se hacía cada vez más pequeño, perdiéndose como un punto en el vacío azul.
Una vez, habiendo recorrido varios kilómetros, el pez atrapado se detuvo a descansar después de algunas horas de nado. Encontrándose una vez en calma, Julieta decidió que debía negociar con el pez para librarse el uno del otro y seguir cada quien su camino.
—Hola, señor pez, discúlpeme por lastimarlo, intentaba pescar un pez más pequeño para alimentar a mi abuelo, que está enfermo. Si usted deja de nadar hacia dentro del mar, yo con gusto le ayudaré a librarse del anzuelo y ambos podremos volver a nuestras casas.
En ese momento, de las aguas densas de alta mar emergió un enorme pez plateado de grandes aletas que le respondió enojado:
—Dices que eres una niña inofensiva, pero me estás lastimando con ese anzuelo, ¡me duele mucho! Si prometes ayudarme a quitarme esta cosa y me dejas vivir, prometo decirte hacia donde está tu casa.
El pez y Julieta hicieron un trato, así que la niña se acercó al agua para sacarle el anzuelo al animal, que se quedó quieto como si le estuviesen haciendo una cirugía.
—Con delicadeza, por favor, que me lastimas la boca, niña.
Julieta logró retirar suavemente el objeto punzante de las fauces del pez, quien nadó alegremente para celebrar su libertad.
—Gracias, niña, por liberarme, ahora te daré las indicaciones que prometí: si quieres volver a tu casa, debes remar hacia el norte. Si no te desvías, estarás de nuevo frente a esa cabaña en la que vives.
—Gracias, señor pez, pero no traigo mi brújula, ¿sabe usted cómo puedo encontrar el norte?
—Espera a que caiga la noche, cuando mires al cielo, sigue a la estrella del norte; es la única de entre todas las estrellas que permanece quieta, pero deberás ser paciente, las estrellas se mueven muy muy despacio.
Habiendo dicho esto, el enorme pez se sumergió a las profundidades para no volver a aparecer nunca más a la vista de Julieta, quien decidió seguir las instrucciones recibidas, así que se sentó a esperar el anochecer para encontrar a su estrella guía.
Al apagarse el último rayo de sol, se abrigó muy bien y se acostó en el fondo de su bote a observar las estrellas. Quedó impresionada al ver tantas, eran miles, millones brillando por todos lados, como si la naturaleza hubiese derramado un salero en el manto negro de la noche.
Decidió ser paciente y estar atenta al cielo para encontrar al astro inmóvil del cual el pez le había contado, pero había demasiadas estrellas y ninguna parecía moverse.
En ese momento, Julieta escucho un fortísimo ruido muy cerca de ella. Cogió su linterna para alumbrar y vio frente a sus ojos una enorme cola sumergiéndose en la profundidad mientras generaba enormes olas que hicieron tambalear el bote. La pequeña se asustó tanto que se escondió bajo su manta con la linterna encendida.
—Por favor, enorme criatura, no me lastimes, solo soy una niña perdida que intenta volver a casa.
—No voy a lastimarte, solo estoy por aquí de paso para aprovechar las nutritivas aguas mediterráneas. Vi tu bote desde lejos y me acerqué a curiosear. ¿Qué hace una humana tan sola por aquí?
La niña se asomó fuera del bote para mirar a los ojos a la criatura más enorme que había visto jamás, se trataba de un cetáceo de aproximadamente unos veinte metros de largo con un peso de veinticinco mil toneladas. Era de color gris oscuro casi negro en su espalda, donde tenía una pequeña aleta, y lucía un color blanco en su panza. Poseía unas enormes aletas pectorales y una larguísima y flexible cola.
—¿Es usted una ballena jorobada? —Preguntó la niña, recordando las historias que su abuelo le contaba antes de dormir.
—Así es. ¿Ya has visto la bonita joroba que se me forma cuando me sumerjo? Me he desviado de mi grupo para traer a mi bebé aquí, es un lugar tranquilo para enseñarle a pescar. Ya es hora de que deje la leche materna, ¡que está creciendo mucho y me tiene cada vez más delgada! Hijo, ven a saludar a la humana, es pequeñita como tú.
Del fondo del mar apareció un ballenato de pocos meses de edad, empezó a saltar de alegría por todos lados para saludar a Julieta, que no podía disimular su asombro al ver a una criatura tan encantadora
Aunque el bebé era mucho más pequeño que su madre, alcanzaba casi los ocho metros de longitud y pesaba poco más de una tonelada. Julieta, que amaba los animales, empezó a saludar a la cría de ballena que hacía piruetas en el mar para que la niña se divirtiese.
—Un placer conocerlas, ballenas. Mi abuelo me ha hablado mucho sobre ustedes, pero jamás me mencionó que bebían leche, ¿Es cierto que tu cría bebe leche? —Preguntó Julieta a la Ballena que tenía en frente.
—Claro que sí, tendré que amamantar a mi pequeño durante sus primeros seis meses de vida para que crezca grande y fuerte. Mi leche es capaz de mantenerlo saludable y hacerle engordar hasta cuarenta kilos al día. -
—Es sorprendente. Su bebé es el más grande que he visto —dijo julieta sonriendo.
La ballena le agradeció el comentario y le miró a los ojos para seguir la conversación.
—¿Cómo te llamas, humana? ¿Qué haces aquí en medio del mar tu solita? ¡No sabía que los humanos dejaban tan rápido a sus madres!
—Me llamo Julieta, señora ballena. Vivo con mi abuelo y me he perdido. Intento volver a casa, ¿Cómo se llama usted?
La ballena dijo su nombre a la niña produciendo un canto agudo, profundo y estruendoso, que hizo eco varios kilómetros a la redonda. Al finalizar su compleja alocución, aclaró:
—Te he dicho mi nombre por el que me conocen otras ballenas, pero supongo que tu garganta humana no puede pronunciarlo; nuestras vocalizaciones son tan complejas que pueden variar en más de seiscientas frecuencias, así que, si quieres, puedes decirme «Mamá ballena».
Mamá ballena y Julieta intercambiaron una sonrisa para sellar su presentación, en lo que el cetáceo continúo hablando:
—¿Así que los abuelos humanos cuidan también a las crías? ¡Qué suerte tienen los humanos!
Nosotras, las ballenas hembras, nos hacemos cargo solas de nuestros bebés, ¡nadie nos ayuda!
—Bueno, ¡los humanos somos complicados! Algunos crían solos a sus hijos, otros lo hacen acompañados, a unos los cuida mamá, a otros, papá, también hay quien tiene dos mamás o dos papas, y a mí me cuida mi abuelo…
Julieta se quedó pensando preocupada, sabía que debía volver a casa lo más pronto posible.
—Mamá ballena, ¿podrías ayudarme a encontrar la estrella del norte? Debo remar hacia esa dirección para volver a mi hogar con mi abuelo; yo también debo cuidar de él porque está enfermo, además que le extraño muchísimo.
Mamá ballena miró con ternura a la pequeña que pedía su ayuda. Aunque estaba ahí para enseñar a su bebé a cazar, y aun sabiendo que los seres humanos podían ser peligrosos, decidió ayudar a la cría de humano que tenía en frente.
—Tranquila, Julieta, yo te ayudaré a regresar a casa, pero debes prometer no volver a entrar sola en el mar, está repleto de peligros, incluso para seres tan grandes como yo.
Mamá ballena señaló con su boca hacia el cielo, pidiéndole a Julieta que mirase arriba con sus prismáticos.
—Ves esas estrellas que forman la figura de un pez en el cielo, esa es la constelación de la Osa Mayor, Julieta. Muy cerca de ella verás otro pez más pequeño orientado hacia abajo, como si fuesen dos peces en el agua, uno grande y uno pequeño nadando en círculos, la constelación pequeña es conocida como la Osa Menor ¿Puedes verlas?
—Las veo, mamá ballena, ¿dónde está la estrella del norte?
—Es justo la última estrella de la cola del pez pequeño, esa estrella se llama Polaris, y está justo encima del polo magnético de la tierra. Nuestro planeta gira debajo de esa estrellita, por eso parece que no se mueve y así nos señala el norte.
Julieta agradeció la información a la ballena y decidió empezar a remar, pero la ballena le detuvo con su aleta pectoral:
—No debes remar, dame una cuerda y te llevaré yo misma, así llegarás más rápido y no te perderás cuando salga el sol.
Julieta dejó caer el extremo de una enorme cuerda que tenía guardada en el bote, la ballena lo sujetó y comenzó a arrastrar con sumo cuidado a la pequeña embarcación mientras se dirigían juntos hacia tierra firme.
Durante el recorrido, el ballenato saltaba cerca de Julieta mirándola con curiosidad, mamá ballena se asomaba de vez en cuando a tomar aire y hacer preguntas a su pasajera.
La luz de la linterna y los rayos lunares ayudaban a Julieta a observar a sus nuevos y enormes amigos, motivo por el que le empezaron a surgir muchísimas preguntas.
—Mamá ballena ¿por qué no te ahogas como los peces cuando pasas tiempo fuera del agua?
—Porque las ballenas, al igual que los seres humanos, respiramos aire con nuestros pulmones; podemos resistir hasta cuarenta minutos sin tomar oxígeno, pero eventualmente salimos para respirar a través de nuestros espiráculos, son como nuestras fosas nasales, pero las tenemos en la cabeza.
Mientras la ballena hablaba, Julieta pudo ver que no tenía dientes en su boca y que en su lugar le colgaban más de una centena de enormes pelos largos que cubrían el interior de su paladar, a lo que le preguntó con mucha curiosidad:
—Mamá ballena ¿cómo puedes comer si no tienes dientes? Y ¿por qué tienes pelo en la boca?
La ballena respondió amablemente:
—Nosotras, las ballenas jorobadas, pertenecemos al suborden de los misticetos, es decir, no poseemos dientes porque nos alimentamos a través de la filtración. Cuando cazamos krill o peces, engullimos enormes cantidades de agua que luego expulsamos de nuestra boca; nuestros pelos, llamados barbas, capturan al alimento que luego tragamos poco a poco.
Habían recorrido varios kilómetros y ya empezaba a amanecer. El bebé, que se encontraba cansado, decidió recostarse en el lomo de su madre para dormir un poco.
Salía frecuentemente a la superficie a respirar, por supuesto. Las ballenas, al igual que los delfines, duermen en un hemisferio del cerebro mientras que el otro continúa despierto para regular la respiración. De esta forma intercambian las mitades cerebrales para dormir y estar despiertos al mismo tiempo.
Julieta aprovechaba el sol para ver con más claridad a sus compañeros de viaje. Notó a plena luz lo inmensos que eran. Sentía una enorme tentación de lanzarse a nadar con el bebé, pero recordó que su abuelo le había dicho que se debía respetar el espacio de los animales.
De pronto, Julieta empezó a gritar de emoción, podía ver su casa a lo lejos.
—¡Mamá ballena, esa es mi casa!
—Ya casi llegamos, Julieta, sujétate bien del bote. –
Mamá ballena empezó a nadar a veinticinco kilómetros por hora, su velocidad máxima, para llegar lo más pronto posible a su destino.
Al acercarse, Julieta pudo ver en la orilla de pie a su abuelo, había pasado toda la noche esperándola muy preocupado.
—¡Abuelo, estoy aquí!
Cuando la distancia se acortó y pudieron verse el uno al otro, ambos se llenaron de alegría y tranquilidad. La niña estaba de vuelta, sana y salva, gracias a la amable ballena jorobada que la había rescatado de alta mar.
El abuelo no podía creer lo que observaban sus ojos, en todos sus años sobre las olas, nunca había presenciado un espectáculo tan asombroso.
La ballena y su cría detuvieron su marcha como en un acuerdo tácito y observaron a la niña que habían remolcado durante varias horas.
—Julieta, te hemos traído lo más cerca que nos permite nuestra anatomía, acercarnos más podría ser peligroso. Ahora debes remar un poco tu solita para reunirte con tu abuelo. Volveremos a visitarte de vez en cuando para saber que estás bien.
—Muchas gracias, Mamá ballena, por traerme a mi casa, espero volver a verte pronto.
Julieta miró con agradecimiento a las maravillosas criaturas que le habían salvado la vida y decidió hacerles una última pregunta.
—Mamá ballena ¿cómo puedo agradecerte por lo que has hecho por mí?
—Diles a tus amigos humanos que tomen solo lo necesario de la naturaleza, que no arrojen plásticos ni basura al mar, pues muchas ballenas hemos muerto asfixiadas por tragar plástico accidentalmente mientras nos alimentamos; por último, por favor, pídele a todos los de tu especie que aprendan a vivir en paz con los seres vivos. Todos tenemos derecho a vivir tranquilos y ser felices.
—Lo prometo —dijo la niña haciendo una cruz en su corazón con su dedo índice.
Mamá ballena soltó la cuerda y se fue dando saltos, emitiendo sus hermosos y misteriosos cantos junto a su bebé que no se separaba de ella en ningún momento.
La niña y su abuelo se reunieron abrazándose. Julieta le prometió jamás volverse a separar de él y mucho menos, volver a aventurarse sola en el peligroso mar.
—Lo siento abuelo, quería ir a pescar para hacerte un desayuno y me he perdido.
El pescador y su nieta se despidieron de las ballenas agitando sus manos y al dejar de verlas, se dirigieron camino a casa. La niña, que estaba muy emocionada, le contó a su abuelo sobre sus aventuras y la promesa que le había hecho a la ballena jorobada.
En pocos días, el señor Ernesto recuperó su salud gracias a los cuidados de su nieta. Ambos dedicaron sus vidas a proteger a las criaturas marinas e informar a los viajeros sobre la importancia de mantener las aguas limpias.
De vez en cuando, Mamá ballena se acercaba a la bahía para alimentarse y visitar a sus amigos humanos. Juntos salen a pasear en bote a ver las estrellas y contarse historias. Esta reunión se repitió durante mucho tiempo, pues las ballenas jorobadas pueden vivir hasta sesenta años.
Mientras tanto, Julieta y su abuelo continuaron viviendo felices, teniendo emocionantes aventuras en el mar, pero ninguna tan grande como la de aquella vez.
Referencias
—Entrevista a Alejandro Zambrano Vizquel, biólogo marino de la Universidad de Oriente, Nueva Esparta, Venezuela.
—En la zona de alimentación de las ballenas. Documental producido en 2015 por Sigurd Tesche, documentalista alemán.
—Las ballenas jorobadas llegan al estrecho para alimentarse. Artículo publicado el 10 de enero de 2019 en el portal web del diario digital Algeciras al minuto.
Deja tu comentario!