Hipócrates visita Macondo: Gabriel García Márquez y la medicina.

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Sorprende encontrar en las novelas de Gabriel García Márquez un enorme abanico de enfermedades y dolencias descritas con la soltura de un experto médico. Gabo, interesado desde joven por la ciencia médica, da a la enfermedad un papel clave en las vidas de los personajes nacidos de su ingenio. En una obra en la que realidad y ficción tienen las fronteras desdibujadas, no es extraño encontrar que tanto las enfermedades que se describen como los médicos que se encargan de batallarlas tienen sus antecedentes en casos reales que el mismo García Márquez llegó a conocer.

TEXTO POR GUILLERMO VALDELVIRA MEDINA
ILUSTRADO POR LEO TÉLLEZ
ARTÍCULOS
GABRIEL GARCÍA MARQUEZ | LITERATURA | MEDICINA
19 de Octubre de 2020

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Jeremiah de Saint Amour se ha suicidado. Su cuerpo yace combado sobre un catre mientras clava su mirada traslúcida sobre el doctor Juvenal Urbino. Abrumado por el olor de almendras amargas que invade la habitación, el viejo médico se lamenta del destino de los amores contrariados. Así comienza El amor en los tiempos del cólera, novela señera en la obra de Gabriel García Márquez, con una escena estremecedora que bien podría estar sacada de un manual de toxicología: si vencemos el embeleso en el que nos sumerge la prosa genial del nobel colombiano, nos daremos cuenta de que se está describiendo minuciosamente un caso de intoxicación por cianuro: el cuerpo de Jeremiah de Saint Amour se encuentra torcido, con las «pupilas diáfanas» propias de este tipo de envenenamiento en el que la transparencia de la córnea permanece más tiempo en el cadáver. El aroma fatal de las almendras amargas no es otro que el olor del ácido cianhídrico que despide el sahumerio con el que el refugiado antillano ha decidido quitarse la vida.

Encontrar este tipo de descripciones médicas en las novelas de Gabo no es nada extraño, es un recurso casi sintomático de su obra literaria. La enfermedad permite mostrar a los personajes en un desvalimiento absoluto, mostrándoles en su lucha cotidiana contra la adversidad. Como si de castigos divinos se tratase, la enfermedad es una constante en Cien años de soledad. La genealogía maldita de los Buendía encierra una genética fatal que castiga a los hijos nacidos del incesto con una cola de cerdo: la matriarca Úrsula advierte de los peligros de mezclar sangre de la misma familia, admonición de fundada base científica. La cola de la que se habla en la novela bien puede tratarse de un análogo literario de aquel rabo vestigial con el que nacen algunos niños, recuerdo de nuestro pasado como homínidos arbóreos que ya es comentado por Darwin en El origen del hombre. En otros casos, la enfermedad toma la forma de epidemia arrolladora que atormenta a los habitantes de Macondo de forma inclemente: la llamada «peste del insomnio» impide conciliar el sueño a los Buendía, y en los casos más avanzados amenaza con borrarles todos los recuerdos. Solo las artes misteriosas del alquimista Melquíades logran frenar la terrible enfermedad.

García Márquez desconocía la existencia de algún trastorno insomne semejante al que describe en Cien años de soledad en el momento de la redacción de su obra. No obstante, cuenta que cuando formó parte del jurado del Festival de Cannes en su edición de 1981 conoció a una empleada del apartamento en donde se alojaba que aseguraba sufrir una condición que le impedía tanto a ella como a su familia conciliar el sueño durante las veinticuatro horas del día, nunca cansándose ni haciéndoles falta dormir. Esta anécdota supone una excepción en el proceso creativo de García Márquez: el autor colombiano procuraba siempre documentarse de las enfermedades que aparecen tan profusamente en sus novelas. Las descripciones médicas de sus obras son exactísimas, siendo el ejemplo más claro de ello el informe forense del personaje de Santiago Nasar que figura en Crónica de una muerte anunciada. La autopsia del personaje está redactada casi en su totalidad por Danilo Bartulín, médico chileno que años atrás acompañó a Salvador Allende durante sus últimos momentos de vida durante el ataque a la Casa de la Moneda de Santiago de Chile en el golpe de Estado de 1973. Gabo, íntimo amigo del doctor, apenas alteró la descripción descarnada y técnica de la autopsia ideada por Bartulín, con excepción de algunos detalles que introdujo para dotar de calidad literaria a un texto puramente médico. Se muestra así la documentación esmerada que llevaba a cabo García Márquez a la hora de tratar cuestiones médicas. Gabo, que contaba en su círculo de amistades con toda clase de expertos (ginecólogos, psiquiatras, médicos generales, forenses…) atosigaba a sus amigos con toda clase de preguntas de índole médica. En propias palabras del autor: «no hay ninguna sola línea en ninguno de mis libros que no tenga un origen en un hecho real». Tanto es así que varios de los médicos que aparecen en sus novelas están inspirados en personajes reales con los que García Márquez trabó conocimiento. El médico suicida de La hojarasca está inspirado en Antonio José Barbosa, boticario vecino de la familia de García Márquez en Aracataca. Octavio Giraldo, médico que aparece en El coronel no tiene quien le escriba y en La mala hora, presenta numerosos paralelismos con el doctor Mohammed Tebbal, férreo defensor del independentismo argelino al que Gabo conoció en París. Tanto Giraldo como Tebbal reparten propaganda revolucionaria clandestina. En El coronel no tiene quien le escriba, el doctor Giraldo trata el asma de la esposa del coronel; Tebbal fundó un hospital para niños asmáticos en Tlemecén, en su Argelia natal. La diabetes de Don Sabas es descubierta por el doctor Giraldo mediante la detección de cuerpos cetónicos en la orina realizando la llamada reacción de Lieben, método que consiste en calentar la orina del paciente tratando de percibir un olor afrutado, síntoma de la diabetes, enfermedad de la que Tebbal era experto.

La enfermedad permite mostrar a los personajes en un desvalimiento absoluto, mostrándoles en su lucha cotidiana contra la adversidad

En la obra de García Márquez se encuentra un contraste entre la medicina tradicional (remedios yerbateros y ritualísticos aún vivos en las zonas rurales de Colombia) y la medicina positivista y deshumanizada del hombre moderno que amenaza con destruir los saberes ancestrales. Ahora, ¿de dónde le viene al genial escritor este interés inusitado por la medicina? Desde su infancia en Aracataca, Gabriel García Márquez pudo haberse iniciado en el mundo de la medicina de manos de su padre, Gabriel Eligio García, el cual cursó de forma poco oficial homeopatía y farmacia en la Universidad de Cartagena. En 1934 abre una farmacia en Aracataca cuyo éxito indujo a la Junta de Títulos Médicos del Departamento del Atlántico a otorgarle la licencia para ejercer como médico homeópata (perdón por el oximoron). Cuatro años después, el Ministerio de Educación le revalida la licencia de médico homeópata con alcance nacional, pudiendo asistir de oyente a las prácticas quirúrgicas de la medina oficial, a la que siempre miró con recelo. No es extraño pensar que el oficio de su padre despertase en el joven Gabriel García Márquez el interés por la medicina. Su condición de bibliófilo empedernido le hacía devorar cualquier libro que cayese entre sus manos: en sus años de vendedor ambulante de enciclopedias por la zona de Valledupar y la Guajira visitaba a toda clase de personalidades de la comarca (médicos incluidos) persuadiéndoles de la calidad de los libros técnicos que vendía (los cuales sería extraño que no hubiese al menos ojeado). Dasso Saldívar, biógrafo de Gabo, refiere en El viaje a la semilla, que allá por la década de los 60, mientras Cien años de soledad empezaba a tomar forma, la mesa de trabajo del escritor estaba repleta de «manuales de medicina casera, crónicas sobre las pestes medievales, manuales de venenos y antídotos, crónicas de Indias, estudios sobre el escorbuto, el beriberi y la pelagra», evidenciando su preocupación por documentar sólidamente sus novelas.

Gabo, que contaba en su círculo de amistades con toda clase de expertos (ginecólogos, psiquiatras, médicos generales, forenses…) atosigaba a sus amigos con toda clase de preguntas de índole médica

La prosa alucinada del genio colombiano muestra con auténtica compasión a sus personajes alcanzados por la enfermedad (ya nos confirmó él mismo el amor qué sentía por sus personajes cuando aseguró que pasó horas llorando la muerte del coronel Aureliano Buendía). La epidemia es un recurso que usa como símbolo de una Latinoamérica asolada por la injusticia social y por un fatídico destino. Logra mostrar la enfermedad con poética crudeza y a la vez manejando con naturalidad términos y técnicas propias de un doctor experto. Quiero intuir que Gabo, en su gran simpatía por sus personajes y considerando su precoz interés por las artes galénicas, habría podido ser un gran médico (eso sí, en el sentido más humano de la palabra).

 

Referencias:

Sánchez Torres. 1999. La Medicina en la Obra Literaria de Gabriel García Márquez. Medicina (Academia Nacional de Medicina, Colombia) 21 (2): 15-23.

Fernández de la Gala. 2016. Médicos y medicina en la obra de Gabriel García Márquez.

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