«En 2003, Suzana Herculano-Houzel no tenía un laboratorio ni mucho menos financiación».

Intento imaginármela en ese momento tal y como ella se describe en uno de sus libros: tras haber acabado su doctorado sobre neurofisiología en Alemania, decidió no continuar investigando y volver a su Brasil natal, donde consiguió trabajo en un museo en Río de Janeiro. Durante tres años diseñó visitas para niños, la web del museo y escribió un primer libro de neurociencias, lo cual provocó que fuera contratada por la Universidad Federal de Río de Janeiro para enseñar comunicación científica a los futuros investigadores. Con lo cual, Suzana por aquel entonces ya no trabajaba como investigadora sino como comunicadora. Pero como la mayor cualidad de una científica es hacerse preguntas, en el año 2003 la doctora Herculano-Houzel tenía una en la cabeza: ¿cuántas células hay en el cerebro humano?

A principios del siglo XXI ya se sabía, desde hacía décadas, que el cerebro humano está compuesto principalmente por dos tipos celulares: neuronas y células gliales. De hecho, toda la comunidad científica creía que había en el cerebro humano 100 000 millones de neuronas y unas diez veces más de células gliales. Eran datos tan básicos que Suzana los incluyó en sus actividades de comunicación en una encuesta sobre temas de neurobiología básica. ¿Cuántas neuronas hay en el cerebro humano? 100 000 millones. Era un dato asumido por todos los científicos del planeta, pero cuando Suzana buscó el estudio original del cual procedía ese dato… «No pude encontrar la fuente original de la frase tan repetida “100 000 millones de neuronas en el cerebro humano”». Lo más cerca que estuvo fue un estudio de 1988 donde a partir de estimaciones parciales habían llegado a la cifra de 85 000 millones de neuronas, y luego, al parecer, con los años, esa cantidad se había redondeado a 100 000 millones y asumida como correcta.

En el 2003, toda la comunidad neurocientífica llevaba veinticinco años basando gran parte de sus investigaciones en un dato redondeado que en realidad era una aproximación. No eran buenas noticias. Pero incluso si Suzana en ese momento hubiera tenido un laboratorio y financiación, le hubiera resultado muy difícil descubrir si los datos eran correctos o no; había un problema técnico. Las herramientas disponibles para contar la cantidad de células en un tejido cerebral eran extremadamente lentas e imprecisas. Lo que se hacía era cortar un pedazo minúsculo de cerebro y contar una a una al microscopio cuántas células había en él. Pero el cerebro humano pesa entre 1,3 y 1,5 kilos, por lo que contar todo el tejido de este modo era inviable, así que se contaban solo unos cuantos fragmentos y se calculaba la cantidad total a partir de ellos.

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