Una de tantas heroínas

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Cuento finalista del tercer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR MELINA CARRILLO
ILUSTRADO POR CATALINA PARRA
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA | KIDS
11F | DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER Y LA NIÑA EN LA CIENCIA
12 de Marzo de 2021

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—¿Quién es su héroe favorito? —Preguntó la maestra.

El bullicio se despertó de golpe. Mis compañeros y compañeras discutían a gritos quién les parecía el mejor, por qué Iron Man era más importante que el Capitán América o si consideraban a Batman dentro de esa categoría. A ninguno se le ocurrió pensar en algún personaje de nuestra historia ni mucho menos plantearse si en realidad «el favorito» podría ser en realidad una heroína.

Primero teníamos que escribir unas líneas sobre quién era y por qué lo habíamos elegido, después pasar al frente y exponerlo. Lo haríamos en orden alfabético, y como mi apellido comienza con S, tenía tiempo de sobra para pensar. Aunque de entrada sabía que la tarea no me demandaría mucho tiempo, tenía claro sobre quién escribir.

Hice un borrador con algunos datos importantes para no olvidarme y un pequeño dibujo al costado que me inspiraría al hablar.

Cuando llegó el turno de la letra anterior a la mía comencé a prepararme. Hablar frente a la clase siempre me entraron los nervios, sobretodo desde que entró Juan, el chico nuevo que venía de otra ciudad y parecía más interesante que el resto. La maestra dijo mi nombre y tuve que pasar al frente simulando tranquilidad, aunque me temblaban un poco las manos, pero apenas empecé a hablar se me pasó.

—Mi héroe es una mujer —dije tragándome los nervios con una sonrisa—. Si dijera su nombre no la reconocerían, así que prefiero no hacerlo. Me gusta ser una de sus primeras y únicas admiradoras, aunque por su trabajo debería ser más reconocida.

Podía ver un poco de desaprobación en los ojos de mi maestra, pues la idea era presentar a nuestros personajes con todo lujo de detalles, pero yo sentía que si revelaba quién era la mía, perdería su valor, así que seguí:

—No usa capa ni traje, pero a veces usa un guardapolvo blanco parecido al nuestro. Tiene bolsillos donde siempre guarda un anotador, lapiceras de varios colores, algún que otro tubo de ensayo y a veces cartitas que le escribo cuando vamos a pasar mucho tiempo sin vernos. Igual me conformo con los autógrafos que deja en todos mis cuadernos, que ni siquiera tengo que pedírselos. Ella habla diferentes idiomas, pero el que más me gusta es el que inventamos para hablar de Marcelo sin que él se entere —dejé caer ese nombre como una pista, pero dudo que alguno de mis compañeros pueda seguirla—. Se preguntarán si sabe volar. Bueno, como todo héroe —o heroína en este caso—, vuela bastante. A veces más de lo que me gustaría. Una vez tuve la suerte de que me llevara en algunas de sus misiones, fue increíble. Incluso pude sentarme del lado de la ventanilla y ver el sol ponerse sobre las nubes. Ojo, que también se mueve por tierra y por agua, no le teme a nada. La verdad es que a veces me quedo llorando cuando se va, pero no quiero que mis compañeros lo sepan. Ahora ya no me pasa tanto, pero cuando era más pequeña me costaba entender por qué se iba y no me llevaba. Hubo un tiempo que sí lo hizo, antes del otoño de 2011, cuando yo nací. Ella estaba trabajando en la provincia de Misiones, Argentina, y le era imposible abandonar el lugar, no porque no la dejaran, sino que no quería. Había puesto mucho esfuerzo (y dinero) en esa investigación y yo llegaba a correr el foco de atención. Intentó cambiar eso. Muchas como ella lo hacen, combinan ambas cosas. La maternidad y el trabajo, digo.

Hice una pausa.

—No quiero desilusionarlos, pero no se vuelve invisible ni tiene visión de rayos X. De hecho, usa anteojos, pero no sirven para eso. Son como los de Fausto o Clementina, para ver —señalé con la vista y ambos compañeros, en lados opuestos de la clase, abrieron aún más los ojos en señal de sorpresa—. Tiene defectos y eso es lo que la hace humana, real. Tan real como cualquier otra mujer en la ciencia.
—Queremos saber qué hace… —interrumpió la maestra, como apurándome, ignorando que mi monólogo todavía no terminaba.
—Bueno, eso es un poco difícil de explicar —dije sin dejarla continuar—. Lo que ella hace, junto con otros etnobiólogos, se llama trabajo de campo. Estudia la relación que tenemos nosotros con la naturaleza. Está en contacto con plantas, hongos y animales, pero también con las personas que los consumen y utilizan. Lo que hacen todas estas superheroínas sin capa es muy importante, hasta tienen un día propio: el 11 de febrero, que es como su segundo cumpleaños…
—Eso es imposible, cumpleaños hay uno solo —dijo Sofía confundida desde su pupitre en el fondo.
—No, este también es un día de reconocimiento y festejo —le contesté—. Es el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Así que no solo es suyo, sino de todas las que son y queramos ser como ella.

El timbre que anuncia la hora del recreo cortó mi exposición sin darle un cierre, pero de todas formas la maestra pidió que antes de salir del aula aplaudamos a todos los héroes o heroínas de los que habíamos hablado. Todavía quedaban algunos compañeros por pasar, pero mis amigas estaban muy ilusionadas con mi relato.

—¿Puedo saber quién es? ¿La conozco? —Me preguntó Juan en tono cómplice mientras sacábamos nuestras loncheras de la mochila. Era una de las primeras veces que hablábamos, a mí me llenaba de orgullo que quisiera saber.
—¿Mi heroína? Todos la llaman doctora Ibáñez, pero yo le digo mamá.

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