Fue en el año 2150 de la Era Común (E.C.), que la sociedad terrestre, que hoy en día conocemos, sufrió un cambio radical: las primeras minas lunares fueron exitosamente inauguradas. Esto significó, a nivel social, la creación oficial de la primera colonia fuera del planeta Tierra, la primera sociedad lunar. Y aunque solo dos centenas de personas fueron enviadas, esto fue suficiente para que se diera comienzo a lo que históricamente sería llamado como «el despertar de la Luna».
Después de cumplir con diversas tareas, como reportar el estado de las instalaciones o revisar los mecanismos de emergencia, fueron saliendo pequeños grupos de diez personas a hacer sus primeras exploraciones sobre la superficie lunar. Era de día en la Luna y el clima pronosticaba un cielo eternamente despejado, con variaciones grandes en la temperatura que, sin embargo, tomarían muchos días terrestres en ocurrir. Esto es debido a que un solo día lunar transcurre durante veintinueve días en nuestro planeta. Es decir, aproximadamente dos semanas en la Tierra toma vivir la mitad del día lunar, así como otras dos semanas para su noche.
Así pues, con el Sol en el cenit y una temperatura máxima de 127 °C, los habitantes lunares hicieron su primera caminata. Alaia estuvo en el primer grupo. Un observador podría haber notado fácilmente que Alaia no caminaba como los demás; ensalzaba cada paso, agregándole más lentitud, más misterio, más gusto y, de ser uno un muy buen observador, podría también haber notado como las dos comisuras de sus labios estaban ampliamente estiradas hacia arriba, denotando travesura, juego, sospecha y, ante todo, una felicidad enorme e inigualable.
Todos vestían trajes amarillos con franjas rojas, que permitían divisarles de inmediato de la monótona escena lunar. Por cierto, la monotonía en paisaje que alberga nuestro único satélite se debe a que el suelo o polvo lunar, llamado regolito, está mayormente compuesto de elementos químicos representativos (los cuales tienden a rebotar la luz solamente en una escala de grises claros). Muchos de los caminantes se agacharon y tomaron un puñado de polvo en sus manos; para después lanzarlo y observar su caída. De hecho, varios de ellos recordaron que, durante sus entrenamientos, les informaron que el suelo lunar está compuesto mayormente por dióxido de silicio. Un compuesto químico que también se encuentra de forma natural en nuestro planeta y que muchos ya hemos comido en forma de aditivo alimentario E551.
Alaia caminó sin parar en dirección al cráter más cercano. Durante todo ese tiempo, solo enfocó su vista en las huellas que iba dejando detrás de ella, así como en la poca irregularidad del paisaje lunar. Fue una voz suave y masculina que repentinamente le avisó de su proximidad al cráter:
—Ten cuidado —precisó. —No te preocupes —respondió de inmediato Alaia—. Tengo todo... —al tiempo que accidentalmente cruzaba erróneamente sus dos pies y caía, literalmente, en cámara lenta, al suelo. La fuerza de gravedad es seis veces más pequeña que la de la Tierra, lo que hace que un objeto en caída libre tarde aproximadamente tres veces más tiempo en tocar la superficie. Y fue en los siguientes tres segundos que tardó en caer que, mientras flotaba, terminó lenta, intencional y humorísticamente su frase—...baaaaaa...joooooo coooooon...trooooool!
Desde el suelo, y con su mirada puesta en el firmamento, descubrió con gran asombro a su no muy antigua casa: la Tierra. Un disco azulado, medianamente lleno de manchas blancas que se esparcían en grandes cúmulos, y cuyo tamaño alcanzaba aproximadamente cuatro veces el recuerdo de cualquier luna llena. Y entonces, como un torrente incontenible, le azotaron de golpe todos los recuerdos terrestres.
Recuerdos
El primero fue uno de su niñez. Era su padre sosteniéndola frente a su rostro. Una luz cálida, que entraba por una ventana cercana, le iluminaba todo el perfil izquierdo. De hecho, gracias al haz de luz, eran visibles varias partículas de polvo flotando entre los dos. En medio de una calma misteriosa, él la veía con amplio detenimiento, como si al hacerlo, quisiera sembrar en ella todo su deseo por verla superar los obstáculos que estaban por acontecerle.
«Siempre estaré contigo, hija. No importa la situación. No importa el miedo que haya en ti, yo estaré ahí, a tu lado, sosteniéndote».
Su padre la abrazó y la devolvió a su pequeña cuna inteligente, que de inmediato comenzó una canción tranquila y pequeñas luces fueron prendiéndose en sincronía. Fuera de la habitación, muy lejos de ella, se escucharon varios gritos y un portazo. Y esa fue la última vez que ella lo vio.
El siguiente recuerdo trajo consigo el aroma a humedad y el intenso frío de los cuartos del primer orfanato en el que estuvo, y que, debido a la falta de dinero, no había podido ser modernizado. De paredes verdes, poca luz y mucha resonancia, el recinto recibía a todos los menores de edad que no tenían familiares. Alaia se recordó a ella, escondida en una esquina de su habitación, con varios niños y niñas corriendo a su alrededor, todos ellos cantando una canción en tono de burla:
«Alaia, no halla, no halla, a nadie, no halla, no halla...».
En medio del terror, recordaba las palabras de su padre y se imaginaba en medio de una fortaleza impenetrable. De pronto, vio que todos comenzaron a correr y dispersarse en todas direcciones, buscando esconderse de la encargada del turno nocturno. Alaia la vio de pie en el marco de la puerta y sintió que su padre la había enviado para protegerla. Fue esta misma encargada, con pelo rizado y una sonrisa que emanaba mucha dulzura maternal, quien logró moverla a otro orfanato donde se aseguró recibiría un trato humanamente adecuado.
El último recuerdo fue cuando, a la edad de siete años, tuvo su primera pelea. Estaba tan segura que su padre estaría ahí para ayudarle, que no reconoció que su contrincante era notoriamente superior en fuerza y tamaño (basta notar que era tres años mayor que ella). Tras la eminente derrota, no pudo jamás conciliar el hecho de que le hubieran mentido. Fue entonces que, dentro de la soledad de un armario, decidió olvidar a la única promesa que la sostenía y valerse por sí misma, sin depender nunca más de otra persona.
El secreto lunar
Todos los presidentes del mundo se reunieron, durante un mes y sin interrupciones, en distintas sedes del globo terráqueo. Cada uno de ellos trajo consigo a un grupo de consejeros, expertos en temas de ciencia o psicología, entre otras áreas, para poder participar en una votación secreta. Cada sede representó una dificultad que los futuros ciudadanos de la Luna habrían de encontrar.
La primera sede fue en el desierto de Atacama en Chile. Este lugar intentó representar, no solo la soledad que los pobladores lunares habrían de enfrentar, sino también la absoluta falta de agua. Todos los participantes se comprometieron a llevarse al borde emocional, con el deseo de averiguar qué clase de obstáculos se vivirían ante la falta de dicho líquido. Los resultados fueron muy interesantes. Los niveles de ansiedad y depresión, por el aislamiento voluntariamente sometido, se vieron intensificados por la falta de agua.
De Chile viajaron a Rusia. Con la intención de sufrir, de forma segura, las temperaturas más frías, el segundo lugar elegido fue la ciudad rusa de Oymyakon, situada en el polo norte. Este lugar es considerado el lugar habitado más frío del planeta, ya que puede alcanzar temperaturas de aproximadamente -70 °C. Nuevamente, hubo un aislamiento por voluntad y vieron que el frío extremo, al igual que la deshidratación, provocaba depresión y una imperiosa necesidad por mantenerse en hibernación, es decir, con poca actividad y resguardados del frío.
Por último, viajaron al desierto de Lut en Irán. Ahí decidieron enfrentarse a los efectos psicológicos de vivir en un lugar con calor extremo. Las temperaturas máximas alcanzables pueden llegar hasta 70 °C. En esta ocasión descubrieron que, bajo temperaturas extremas, era imposible sentir depresión, sin embargo, la irritabilidad y violencia entre las personas aumentaba considerablemente.
Concluyeron pues que, sin un control efectivo de la temperatura, los habitantes de la Luna oscilarían entre estados de depresión intensa, con casos de hibernación social y laboral, y estados de irritabilidad extrema, donde podrían ocurrir asesinatos y/o suicidios. Fue en secreto que todos los presidentes votaron para emplear esta información como una herramienta de control ante cualquier revuelta. Y esa sería la razón por la que los trajes espaciales, sin conocimiento de los habitantes lunares, podrían ser operados desde la Tierra. Así, la sociedad terrestre cometió su primer error al creer que dicho control de la temperatura les garantizaría estar a salvo de cualquier amenaza futura de los habitantes lunares.
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