Cómo conocí a vuestra madre (un amor muy profundo)
¿Sabías que los caballitos de mar cambian de color cuando se aparean? ¿Sabías que es el macho quién los lleva en su bolsa y que pueden llegar a tener hasta dos mil crías? Descubre los misterios de los caballitos de mar en el relato «Cómo conocí a vuestra madre (un amor muy profundo)».
312: Papá 53: Padre 726: Papi 1022: Papaaaaaaaá 908: Papá, papá, papá, papaaaaaá Padre: Un momento hijos que faltan todavía… 1524, 1525, 1526 y…. anda, chiquitín,1527. Ahora sí, ya estáis todos. A ver, que cojo un poco de aire (suspira). ¿Qué pasa? 312: ¿Dónde está mamá? 766: ¿Es esa de ahí? 1022: No, es aquella, la de verde y naranja… Igual que yo Padre: A ver, venid todos aquí un momento. Sentaos un segundo… tranquilos. Hagamos un recuento para saber si están los 1527 hermanos… 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7… (tres horas después), 1526 y 1527. Volvemos a empezar porque 352 se ha escapado.
(1527 voces al mismo tiempo): Nooooo estamos todos!!!!
Padre: Vale, vale, está bien. Sentaos tranquilos. Hijos, voy a contaros una historia increíble. La historia de cómo conocí a vuestra madre, vuestra madre caballito de mar. 312: Vale, papá, pero rapidito que tenemos que ir a vivir la vida, ¡eh! Padre: Si, ya sé que queréis iros, que apenas nacéis ya os gusta la independencia, pero es importante que escuchéis la historia, porque algún día encontraréis a alguien con quien compartir la vida… 813: ¡Puaj! ¡Que asco! Padre: …y como es para siempre, es importante que aprendáis a elegir. Y a que os elijan. Os cuento: antes de que nos viéramos con vuestra madre por primera vez, cada uno había bailado con diferentes parejas, pero no… 1452: ¡No les saltaron los colores! Padre: Exacto, no nos saltaron los colores. Cuando bailen por primera vez con otro caballito…
(827 levantó su trompa y sonrió, alzando las cejas)
Padre:… o caballita de mar… se darán cuenta muy rápido: nosotros, los machos, cambiaremos de color y ellas responderán con los mismos colores. Y así van a bailar, todos los días, al amanecer, durante una media hora. Cuando pase una semana… 577: Momento, momento, momento… ¿Para qué cambiamos de color? 998: ¿Y cómo lo hacemos? Padre: ¡Muy buena pregunta! Algunas veces cambiamos de colores para protegernos: copiamos los colores de lo que nos rodea, los corales y las algas, y así no nos ven los depredadores. Pero, otras veces, como cuando encontramos a un caballito – y mirando a 827 guiñó un ojo – o caballita de mar, cambiamos de color. Nosotros tenemos en la piel unos pequeños órganos llamados cromatóforos… 667: ¿Croma qué? Padre: Cromatóforos. Son como unas bolsitas muy pequeñitas que tienen diferentes colores. Si las contraemos, como hago yo ahora (y cerró los ojos)… hmmmm, cambiamos de color. Y si las relajamos… volvemos a cambiar de color.
Los 1527 a la vez: ¡¡¡Hala!!! Qué chulo.
503: Pero si un malo nos persigue, tardamos mucho en hacer el cambio, ¿no? Padre: Muy bien pensado, hija. Los caballitos de mar… y sí, también las caballitas, tenemos dos formas de cambiar de color, de contraer o relajar esos sacos de colores. Una es gracias a nuestro cerebro: es muy rápida y por eso la usamos cuando huimos. Pero cambia únicamente a los colores que tenemos alrededor. En cambio, hay otra forma de cambiar de color que es a través de las hormonas, por ejemplo, cuando estamos enamorados o enamoradas… 432: ¡Yo no me voy a enamorar nunca! Padre: Cuando nos enamoramos, los cambios son mucho más lentos, pero lo podemos controlar y nuestros colores pueden ser muchos y diferentes. Y eso es lo que hacíamos cada mañana vuestra madre y yo: una danza de fuegos artificiales que llevamos en la piel. 656: Y luego ¿qué? Padre: Cuando pasó la semana, bailando todas las mañanas, subimos a la superficie y mamá depositó sus óvulos en este saco –señalándose una bolsa como la de un canguro–, yo los cuidé por casi dos meses en mi vientre… a cada uno de ustedes, a los 1527. Aunque hay papás que llegan a tener hasta dos mil hijos… Pero ninguno tan hermoso como ustedes. 811: ¡Eso lo dicen todos los padres y todas las madres! Padre: Puede ser, pero yo no les miento –les dijo guiñando un ojo–. Los caballitos de mar formamos parte de una enorme familia, ustedes tienen cuarenta primos: algunos muy grandes, como los que viven en Australia, que pueden medir treinta y tres centímetros; y otros tan pequeñitos, como los pigmeo, que apenas si llegan a los dos centímetros. Y todos tenemos algo en común: una vez que estamos embarazados, todas las mañanas, durante el tiempo que tarden en nacer, nos encontramos con mamá para bailar como al principio. Y mañana por la mañana, cuando ustedes ya estén recorriendo el mar por vuestra cuenta, vamos a volver a bailar con mamá. Así toda la vida. Pero antes que os vayáis, que ya os veo, dos cosas: no nadéis por debajo de los setenta y cinco metros de profundidad, hace mucho frío para ustedes y allí los colores no os van a servir. Y, por último, si algún día habláis con los humanos, decidles que no somos un bonito objeto de decoración, que no servimos para curar ninguna enfermedad y que el mejor lugar para nosotros es el mar. Ahora sí, podéis iros. Los voy a echar mucho de menos y ¿saben por qué?
Los 1527 caballitos de mar (y caballitas, sí), se quedaron callados mirando a su padre.
Padre: Porque sois una parte de mi, la más importante: la que aprendió a bailar con colores.
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