Tilia y sus colores

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Tilia era una arbolita que crecía feliz en un prado. En primavera se llenaba de flores y de vida, dando la bienvenida a un nuevo ciclo de estaciones que transcurrían año tras año en armonía.

TEXTO POR NAIARA NIETO REMENTERIA
ILUSTRADO POR ADRIAN D.
KIDS
BOTÁNICA | PIGMENTOS
30 de Septiembre de 2021

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Tilia se encontraba pletórica con sus nuevas hojitas verdes y luminosas que iban llenando sus ramas como si de un precioso tocado de fiesta se tratara:

—¡Bienvenidas, amigas hojas! y ¡Bienvenidos, queridos pigmentos que teñís de color y dais vida a mis hojas!
—¡Gracias Tilia! —respondían todos con entusiasmo.

Nuestro cuento tiene como protagonistas, precisamente, a los pigmentos de las hojas, que son las sustancias responsables de sus colores. Pero, como veremos, dar color no era lo único que hacían los pigmentos: ¡Tenían una misión muy pero que muy importante!

Cada año, con el brote de las hojas, los pigmentos comenzaban su labor como alumnos entusiastas y aplicados al comienzo del curso: hacían de antena para captar la luz del sol.

—¡Ánimo equipo! ¡Atentos a los rayos de luz! —Se animaban los unos a los otros, listos para actuar.
—¡Este haz es nuestro! —gritaban diligentes mientras absorbían la luz solar.

La luz blanca del sol está compuesta por luz de todos los colores con los que nos deleitan los arcoíris, y los pigmentos tenían sus propios gustos. De hecho, estaban divididos en equipos, cada uno de los cuales absorbía sus colores favoritos:

—¡A por los azules y rojos! —decían unos.
—¡Violetas para nosotros! ¡Y los azulados, a medias! —replicaban otros.
—¡Que sean para los más rápidos! —De nuevo los primeros, muy seguros de sus habilidades.

Y los colores que no les interesaban, los rebotaban. Y eran precisamente estos colores que reflejaban los que quedaban a la vista dando nombre a cada equipo de pigmentos.

Entre todos estos equipos de pigmentos destacaba, sin duda, el equipo verde de clorofilas. Este equipo capturaba la luz en la zona verde y, como decíamos, se veía en este color porque era el que se producía cuando la clorofila atrapaba sus colores favoritos, que no eran otros que los azules y rojos.

Al margen de dar color, el equipo de clorofilas —nuestro equipo verde— tenía una misión importantísima para la planta. El equipo de clorofilas, además de antena de luz, era capaz de aprovechar la energía de dicha luz en el principal y más característico proceso de la hoja: la fotosíntesis.

Aunque, a primera vista, el nombre puede imponer un poco, la fotosíntesis es un proceso fascinante, al que merece la pena que hagamos un pequeño hueco en este relato.

Básicamente, sirve para que las plantas (y también las algas y algunas bacterias) se fabriquen su propio alimento. Pero lo más extraordinario es que lo hacen a partir de aire (en concreto, a partir del CO2 del aire) y agua, empleando la energía de la luz del sol, que, como ya sabéis, atrapa la clorofila.

Y por eso es por lo que las plantas no necesitan ningún otro organismo para alimentarse, ni vegetal ni animal. Como dice el dicho, «ellas se lo guisan, ellas se lo comen». Aunque, como en la mayoría de las historias, también hay excepciones, así que no podemos olvidar a las plantas carnívoras, pero incluso para estas, la fotosíntesis es esencial.

Y no solo eso, ¡aún hay más! Durante el proceso, los organismos fotosintéticos (exceptuando a algunas bacterias… Ya veis que no podía faltar una excepción) ¡liberan el oxígeno que respiramos!

Así que, como veis, la fotosíntesis no solo es necesaria para las plantas, sino para todo el equilibrio de la vida en la tierra. Provee alimento, oxígeno… ¡Energía!

Pero como nos estamos desviando a otra historia, apasionante, pero extensa, vamos a volver de nuevo a nuestros queridos pigmentos.

Como decíamos, el equipo de clorofilas era el equipo fotosintético por excelencia y por ello era considerado como la élite de los pigmentos.

—¡Buen trabajo! ¡Adelante con la fotosíntesis! ¡Vamos a lograr que Tilia crezca con fuerza este año! —decían los pigmentos verdes llenos de orgullo.

Era llamativo su derroche de entusiasmo, su emoción y excitación, cada vez que el equipo de clorofilas se bañaba en luz. Pero, como hemos dicho antes, no eran los únicos pigmentos de este cuento… Más discretos, pero igual de comprometidos, eran los carotenoides. El equipo de carotenoides estaba integrado por pigmentos anaranjados y amarillos, que eran los colores que se veían al absorber los violetas y verde azulados, que eran sus favoritos.

El equipo de carotenoides era el principal apoyo de las clorofilas. Tenía dos grandes funciones: Por un lado, transferir, es decir, pasar al equipo verde la energía que captaban en su zona de acción y, por otro lado —y esto también era muy importante—, absorber el exceso de energía que el equipo de clorofilas recibía de la luz y que, en días excesivamente soleados, podía llegar a dañar seriamente a la planta.

Tilia siempre había visto trabajar en conjunto a todos los equipos de pigmentos. Captar luz, transformar energía o disipar el exceso de la misma, entre otras cosas. En resumen, complementarse y protegerse. Se sentía orgullosa de ese compañerismo y el resultado era que ella crecía, año tras año, fuerte y sana. Sin embargo, en aquella ocasión le sorprendía lo presuntuoso que estaba siendo el equipo verde. Alardeando de su importancia y desprestigiando la labor del equipo de carotenoides.

—Somos los superhéroes de los pigmentos, ¡no hay rayo que se nos resista! No necesitamos vuestras minucias de energía. Sinceramente, podríais iros de vacaciones. Ja, ja, ja —reían maliciosamente.

Tilia estaba horrorizada.

—No te preocupes, Tilia, nosotros estamos tranquilos. Seguimos con nuestro trabajo, que es ayudar a que crezcas, y un grupito de clorofilas vanidoso no va a hacer que cesemos en nuestro empeño —le sonreían humildemente los carotenoides.

Tilia intentaba hacer ver a todos, aunque sin mucho éxito, que el trabajo en equipo no solo era parte del éxito final, sino que hacía más bonito todo el camino.

Así transcurrieron los meses y llegó el verano, preciosos días soleados que se fueron convirtiendo en un verano de excesivo calor, cielo raso y mucha luz. Al principio, nadie parecía preocupado, pero pronto el equipo de la clorofila empezó a sentirse sobrepasado. Demasiada luz, demasiada energía...

—¡Esto está siendo ya demasiado! ¡No hay quien lo aguante! —decían los pigmentos verdes, nerviosos y alterados.

Por suerte, tenían a su lado al equipo de carotenoides. Conscientes de su papel, fueron disipando todo ese exceso de energía que podría haber llegado a destruir al equipo verde.

—No os preocupéis. ¡No permitiremos que estos rayos de sol acaben chamuscándonos a todos!

Los carotenoides trabajaron sin descanso, acalorados, incluso parecían febriles. Pero este calor que emitían no era enfermedad, sino su manera de liberarse del exceso de energía que llegaba del sol.

No fue una batalla sencilla, el verano era largo y al exceso de luz se le sumó la falta de agua. Al final de la época estival, Tilia se encontraba cansada, algunas de sus hojas incluso se habían marchitado, pero, por fortuna, volvieron las nubes y con ellas la lluvia y todos pudieron respirar tranquilos. En aquel momento, el equipo de clorofilas, que durante la primavera se había mostrado tan altanero, agradeció a su equipo compañero, la labor realizada.

—Gracias de corazón, porque nos habéis salvado. Como bien nos repetía Tilia, el trabajo en equipo nos ha salvado. Y vosotros habéis sido los auténticos héroes.

El equipo de carotenoides y la propia Tilia sonrieron felices, porque, a pesar de un mal verano, se había creado un sentimiento de unidad.

Un nuevo ciclo se estaba cerrando. Con la llegada del otoño, las hojas de Tilia comenzaban a perder sus pigmentos y las clorofilas eran las primeras en desaparecer. Ahora, los discretos pigmentos que habían pasado inadvertidos durante los meses anteriores comenzaban a mostrar sus colores. Un precioso abanico de anaranjados y ocres vestía a Tilia con los colores otoñales que acompañaban a la caída de las hojas. Los árboles caducos, como ella, empleaban la perdida de las hojas como estrategia para ahorrar energía y protegerse de los estragos del frio invierno.

Así paso Tilia el invierno, medio adormilada, hasta que la luz de la primavera volvió a despertarla con su luz y su alegría y las nuevas hojas volvieron a brotar de nuevo verdes y luminosas, como cada año.

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