La mente habitada

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TEXTO POR ANA HUERTAS LÓPEZ
ILUSTRADO POR PABLO ALCÁZAR
ARTÍCULOS
CIENCIA-FICCIÓN | PARASITOLOGÍA | UMU DIVULGA
18 de Octubre de 2021

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Año 2241.

Mañana se cumplen doscientos años del Evento. «¡Como para celebrarlo!», piensa Lidia, mientras recorre las calles desiertas de lo que aparentaba ser una zona residencial de una gran ciudad. ¿Dónde? Hace mucho que dejó de hablarse de países y regiones. Lidia observa la hiedra que cubre las paredes de las pocas casas que permanecen en pie, mientras una rata cruza la calzada llena de baches hacia un antiguo desagüe. «Debió ser un sitio bonito donde vivir». De pequeña, su madre le contaba las leyendas de la Antigua Era, cuando los seres humanos dominaban el mundo y podían recorrer todos los rincones del planeta. Pero todo cambió con el Evento, cuando esos humanos que se creían los dueños del universo decidieron que necesitaban un empujón para poder conquistarlo. Cada día, Lidia recuerda lo último que le dijo su madre antes de morir: «Al cumplir los treinta y dos años termina su fase de maduración. En ese momento, tu mente deja de pertenecerte. Al cumplir los treinta y dos años, no lo olvides».

Año 2040.

Sede central de la Agencia Espacial de la Tierra.

—…así que el problema es el mismo de siempre. Sin poder hacer uso del criosueño durante el viaje, se tardarían varios siglos en llegar al planeta Z195-8. Y no hay personal que se ofrezca voluntario para ofrecer su vida, y la de sus futuros descendientes, para tripular la nave hasta el destino, sabiendo que nunca verán nada más que esa nave hasta el fin de sus días.
—¡Pero alguien habrá! Ofreciendo grandes sumas de dinero a los familiares que queden en la Tierra o por el hecho de aparecer como un héroe en los futuros libros de historia. No todos los días se tiene la oportunidad de explorar un nuevo planeta.
—Nadie, señora. El miedo a la soledad de la nave está demasiado presente en todos los posibles candidatos.
—Entonces, habrá que hacer algo para combatir ese miedo.
—Perdonad que interrumpa, pero, sobre esto último, he escuchado que quieren comenzar una investigación que, de salir bien, ayudaría a eliminar el miedo definitivamente.
—¿Y en qué consiste?
—¿Conocéis el parásito Toxoplasma gondii? Se ha visto que este parásito provoca un cambio en el comportamiento de las ratas a las que infecta, haciendo que disminuya su miedo a los depredadores, y así facilita que sean cazadas por los gatos, que se infectan al ingerirlas. De esta manera, Toxoplasma puede continuar su ciclo. Pues bien, al parecer, en humanos tiene un efecto similar, pero también produce otros síntomas de enfermedad, como problemas oculares, neurológicos o reproductivos. La hipótesis de la doctora Hernández sostiene que una modificación genética de Toxoplasma podría hacer que solo afectara a la percepción del miedo, sin causar ningún daño en el resto del organismo. Y, además, podría darle cierta autonomía, de manera que solo se activara la infección al detectar un aumento de la hormona cortisol, por ejemplo, que es de las primeras en elevarse ante una situación de miedo o estrés.
—¿Estás sugiriendo infectar a todos los tripulantes de la nave? ¿No podría causarles una enfermedad grave?
—Para nada. En teoría, el procedimiento sería rápido y sin ningún tipo de efecto secundario.
—Y para la descendencia, ¿tendrían que llevar cultivos del parásito a bordo para poder infectarles?
—Este parásito se transmite de madres a hijos, así que solo sería necesario infectar a la primera generación.
—Bueno, eso sería una gran ventaja… De todas formas, en el hipotético caso de que funcionara, necesitaríamos ponerlo en práctica antes de 2043, cuando nos cortan la financiación del Proyecto Our Whole Universe. Doctor Dubey, por favor, llame a la doctora Hernández y que le haga una estimación de los plazos para realizar la investigación.

Todos quedan en silencio mientras el responsable del comité científico sale de la sala para hacer la llamada. Cuando vuelve, el ambiente es casi de celebración. Se está gestando algo importante.

—La doctora Hernández sostiene que es factible realizar la modificación genética en seis meses, y en un año se podrían comenzar las pruebas en humanos.
—Entonces está decidido. Damos luz verde a la investigación.

Año 2241.

Lidia continúa andando hasta llegar a un mirador desde donde se divisa toda la ciudad. No sabe bien qué hace allí, pero aquel instante evoca, como una bruma a punto de disiparse, las palabras de su madre sobre el Evento:

«Todo salió mal. La modificación genética también provocó algo que no habían previsto los científicos: dio al parásito la capacidad de transmitirse por el aire. Y nada más comenzar las pruebas en humanos, se propagó fuera del laboratorio. Así comenzó el Evento, una pandemia mundial que destruyó nuestro mundo. Conforme se contagiaba el parásito, aparecieron nuevas mutaciones que lo hicieron cada vez más autónomo, hasta el punto de lograr controlar la mente de su hospedador y quitarle todos sus miedos, y también sus recuerdos, su humanidad».

Lidia se sube al muro para contemplar mejor el campanario semiderruido al final de la gran avenida. Y más allá, el mar. Le hubiera gustado compartir esta hermosa vista con alguien, pero hace tiempo que no se encuentra con nadie. Cada vez está más cerca del borde. Apenas recuerda cómo ha llegado hasta allí. «Hay algo mágico en este sitio, ¿no crees, Lidia?», escucha en su cabeza. Lidia siente la brisa marina en su rostro, sabe que el más mínimo desequilibrio hará que se precipite a una caída de más de cincuenta metros. Pero ella está tranquila, es una vista tan bonita… «Feliz cumpleaños, Lidia».

 

Este relato nace a consecuencia del concurso propuesto como tarea en la clase «Narrativa científica» (impartida por Enrique Royuela) a los alumnos de la III edición del curso ‘La divulgación científica: un relato transmedia’, organizado por la Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (UCC+i) de la Universidad de Murcia (UMU).

 

 

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