¿Quién pintó a los árboles arcoíris?

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Dos amigos, Sara y Jaime, se pierden en el bosque. Al escuchar pasos corren sin rumbo y llegan, sin buscarlo, a donde se hayan unos árboles maravillosos cuyos troncos tienen colores verdes, naranjas, granates, morados y marrones. Son los árboles arcoíris, o Eucalyptus deglupta, les explica una mujer que encuentran por los azares del destino y quien les explicará por qué esos eucaliptos tienen tan fascinantes colores.

TEXTO POR PAULA MARIEL LIVERATORE
ILUSTRADO POR PEDRO DUNCAN
ARTÍCULOS | KIDS
BOTÁNICA | EUCALIPTO
1 de Diciembre de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

—Te dije que no tendríamos que haber venido —dijo Sara enfadada con ella misma por haber seguido como siempre a Jaime, su mejor amigo, en sus descabelladas aventuras.
—Sí, estamos perdidos —avergonzado confirmó Jaime—. No sé cómo fallaron mis cálculos. En teoría, si hubiésemos seguido en ángulo recto a la luz del sol, deberíamos haber llegado a casa hace tiempo.
—Por qué tengo que hacerte caso, venir al bosque, justo ahora que está atardeciendo. ¿Se puede saber qué se nos perdió aquí? —pensaba en voz alta Sara viendo que sería muy difícil llegar al pueblo antes del anochecer.
—¡Tengo una idea! No hay más que identificar nuestras huellas, y deshacer el camino. ¡Fácil! —expresó orgulloso Jaime.
—Claro, como llevamos caminando en círculo una hora seguro que encontramos el sendero de regreso —irónica respondió Sara—. Mira, ¿ves esta piedra azul y esta florecilla roja? Pues ya hemos pasado por aquí antes.
—Shhh. ¿Qué es ese ruido? —interrumpió Jaime temeroso.
—Deben ser las hojas de los árboles que se mueven con el viento —dijo Sara sin prestar atención. —Ahí está otra vez —sentenció Jaime.

Una hilera de imponentes eucaliptos mostraba radiante sus más variados colores: verdes brillantes, naranjas, granates, morados y marrones. Una especie de caleidoscopio se dibujaba en los troncos de esos árboles altísimos.

Se quedaron en silencio: «Crunch, crunch, crunch». Era cierto, había un ruido, eran pasos… y se acercaban cada vez más. Los dos amigos se miraron y dijeron al unísono:

—¡Corramos!

Corrieron y corrieron hasta que unos colores brillantes que emanaban de los troncos de una hilera de árboles les cortó completamente la respiración. Se detuvieron.

—¿Es un espejismo? —dijo Jaime obnubilado.
—Los espejismos se producen cuando miramos algo que está lejos, estos árboles están justo delante de nuestros ojos —explicó Sara como pudo.

Maravillados los dos amigos ante tan fantástico espectáculo se olvidaron de los pasos que hasta hacía unos instantes les aterraban. Una hilera de imponentes eucaliptos mostraba radiante sus más variados colores: verdes brillantes, naranjas, granates, morados y marrones. Una especie de caleidoscopio se dibujaba en los troncos de esos árboles altísimos.

—Parece un arcoíris.
—O que están disfrazados, ¿quién los habrá pintado?

Eucalyptus deglupta, es un tipo de eucalipto que va mudando su piel… algo así como la serpiente.

No se animaban a tocarlos, por miedo a que estuviesen envenenados o a que escondiesen a saber qué extraños poderes. Sara y Jaime se encontraban concentrados en sus pensamientos cuando se escuchó:

—Hola —detrás de ellos una señora peculiar, con aspecto de niña, los saludaba—. Salisteis disparados y ni me dejasteis que os hablara. ¿Pensasteis que era un fantasma?
—Sí, el fantasma del bosque —afirmó Jaime.
—Pero los fantasmas no existen, deja de fantasear —negó rotunda Sara.
—Bueno, menos mal que mis amigos intervinieron y logré alcanzaros. Me di cuenta de que estabais perdidos, os indicaré el camino de regreso —continuó simpática la señora.
—Muchas gracias, sí —agradeció Sara.
—¿Cómo sus amigos? —confundido preguntó Jaime.
—Sí, estos árboles son mis amigos, crecimos juntos. Ellos me dan sombra, de sus hojas extraemos aceite que sana y huele tan bien. Y sus flores blancas, gracias a las abejas, nos dan rica miel. Mis ancestros utilizaban a sus ancestros para hacer instrumentos de música, canoas, y para uso medicinal. Y yo los abrazo, para agradecerles.
—Nunca había pensado lo útil que pueden ser los árboles. Normalmente, cuando miro sus ramas o su tronco lo único que me interesa es si su forma y consistencia serán los suficientemente fuertes para treparnos y resistir una casita en él. Pero estos son preciosos y estas cortezas son impresionantes, son como pinturas en medio del bosque —expresó Sara encantada.
—Me preguntaba antes ¿quiénes los pintaron? —volvió a interrogar Jaime.
—La leyenda cuenta que fueron los jefes de las antiguas tribus que vivían aquí quienes pintaron estos árboles para espantar con su belleza a los fantasmas. Creían que los espíritus, que se mueven en la oscuridad, no soportarían sus colores. Diríamos que los disfrazaban de bellos guerreros para que defendieran el bosque y así evitar que los fantasmas anduviesen molestando. De esta manera, los habitantes de las tribus podían cazar y recolectar frutos tranquilamente. Pero lo cierto es que son ellos mismos, los árboles, los que producen sus colores.
—¿Cómo lo hacen? —indagó Jaime curioso.
—Estos árboles se llaman Eucalyptus deglupta, es un tipo de eucalipto que va mudando su piel… algo así como la serpiente. El tronco de un árbol es el nexo entre las raíces y las hojas. Por su interior suben y bajan nutrientes, oxígeno, dióxido de carbono, minerales. Estos eucaliptos, desprendiéndose de su corteza más antigua elimina atacantes como insectos, hongos, musgos, líquenes y bacterias, y de esta forma se protege. Al cambiar su corteza vieja rápidamente por una nueva, evitan enfermedades y que parásitos lleguen a donde está su alimento. Además, estos eucaliptos son altos y crecen rápido. Por eso, para aumentar su tamaño velozmente, necesitan mudar de ropa con facilidad.
—Sí, pero ¿por qué cambian sus colores? ¿Y por qué estos colores? 
Es verdad, que me voy por las ramas. La corteza no se cae toda al mismo tiempo, y por la misma zona en el tronco. Va creando ventanitas de colores en él a medida que se seca y se cae.

El tronco está cubierto de varias capas finas de corteza superpuestas, como una cebolla. Cada capa de esta corteza tiene una superficie transparente y debajo clorofila, de color verde brillante. ​

—¿Clorofila?
Sí, un pigmento de color verde que se encuentran en los vegetales. Es una molécula que absorbe la luz del sol y la transforma en energía. Pero no solo la clorofila otorga color. Cuando la corteza va madurando, la superficie que era transparente se torna granate, marrón, que son los colores que les otorgan los taninos. Y supongo que lo taninos tampoco sabéis qué son, ¿verdad?

Sara y Jaime negaron con sus cabecitas esperando la respuesta.

—Eso mismo. Los taninos son sustancias producidas por las plantas para defenderse y preservar los tejidos, evitar que envejezcan. Entonces, entre todas estas sustancias en el interior de estos hermosos árboles tenemos verdes, marrones, granates en diferentes capas que, además, se combinan entre ellos. Y al conjunto disparejo de estas capas, hay que sumarle que la clorofila se agota en la parte inferior. Todo ello hace que aparezca este arcoíris de colores tan precioso en los troncos de estos eucaliptos, en este bosque húmedo y cálido.
—¿Viste, Sara? Si no nos hubiésemos perdido no hubiésemos encontrado estos fabulosos arboles arcoíris —dijo Jaime orgulloso.

Sara miró resignada a su mejor amigo y tras las carcajadas de los dos, la amable mujer les preguntó:

—¿Queréis que os acompañe de regreso?
—¡Muchas gracias! —respondió Sara alegre.
—¡Síííí! —emocionado añadió Jaime.

Y se fueron los tres, con una estela de colores por detrás, parecida a un arcoíris o espíritus disfrazados de guerreros, quién lo sabrá.

 

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