Ari y el tarro de las nubes

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Primer premio del certamen «Ciéncia-me un cuento» 2021. Organizado por SRUK/CERUK (Society of Spanish Researchers in the United Kingdom).

TEXTO POR ÁLVARO DOÑORO PINA
ILUSTRADO POR SANDRA AGUILAR
ARTÍCULOS | KIDS
FÍSICA | METEOROLOGÍA
30 de Diciembre de 2021

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Era domingo, y la primavera acababa prácticamente de empezar. A pesar de ser un día soleado, perfecto para salir a la calle, una buena pila de deberes había hecho que Ari tuviese que quedarse en casa aquella mañana.

—Si un kilo de manzanas cuesta 1.28€ —comenzó leyendo Ari—, ¿cuánto costarán siete kilos de manzanas?
—Menudo aburrimiento… —suspiró ella. En ese instante, algo le distrajo al otro lado de la ventana. Un grupo de pajarillos cantaba y revoloteaba junto al árbol de la acera de enfrente, como si estuviesen jugando entre ellos.
—Qué envidia… —pensó Ari cuando el grupo de pájaros emprendía el vuelo y se alejaba lentamente.
—¡Ariadna, a comer! —dijo Inma, a lo lejos, desde la cocina. Pero Ari no lo escuchó. Una nube había captado su atención y su mente había volado, cual pájaro, hacia el cielo de aquella mañana primaveral. Se imaginó flotando, suspendida en el aire y surcando aquellas masas algodonosas que siempre le habían fascinado.

«¿Cómo se forman las nubes y cómo llegan hasta ahí arriba? ¿Por qué siempre está el cielo lleno de ellas?», se preguntó. La cabeza de Ari estaba a punto de echar humo cuando Inma entró en su habitación.

—Ari, ¿me has oído?—dijo mientras la veía mirar por la ventana—. Hace diez minutos que la comida está en la mesa. ¡Se te va a enfriar!

Ari bajó de su particular nube y volvió a la realidad.

—Mamá, ¿por qué siempre hay nubes en el cielo?—preguntó al levantarse de su silla.
—Eh, bueno… —la pregunta pilló por sorpresa a Inma y salió del paso como pudo—. No siempre hay nubes en el cielo, cariño. Hay veces que el cielo está despejado y se ve completamente azul. Aunque es verdad que, ahora que lo dices, no hay muchos días en que ocurra eso….

La respuesta de Inma no pareció ser suficiente para Ari, que seguía pensativa en su camino al salón para sentarse a comer.

—¿Por qué no le preguntas mañana a Marisa cuando estés en el colegio?—sugirió Inma—. Seguro que ella puede responder a todas tus preguntas. Cuando uno tiene dudas sobre algo, lo mejor es preguntar directamente a quien mejor pueda responderte.

Inma dio un suspiro de alivio cuando vio que Ari parecía quedar conforme y empezaba a comer.

A pesar de haber quedado con sus amigos para dar una vuelta por la calle aquella tarde, Ari estaba ilusionada e inquieta a partes iguales. ¿Qué pensarían de ella sus compañeros cuando levantase la mano para preguntar en clase?

«Seguro que se reirán de mí y pesarán que soy tonta —pensó Ari—. Le preguntaré a Marisa en la hora del recreo, antes de nuestra clase, para que nadie se entere. Así evitaré las burlas», se dijo a sí misma.

Aquella noche soñó con su viaje a Londres del verano anterior. Se recordó a sí misma viviendo la emoción de su primer despegue, unido a la sorpresa de verse volando por encima de las propias nubes. Nunca pensó que hubiese algo por encima ellas y, sin embargo, parecía haber tanto, o más, que por debajo de ellas. El viaje transcurrió tal y como lo recordaba, sobrevolando el inmenso y continuo mar de nubes blancas y viendo, de vez en cuando, alguna zona de tierra abajo, a lo lejos. Sin embargo, algo pareció no ir bien cuando se acercaban a las proximidades de Londres.

—Estimados pasajeros, les habla el piloto. Les comunico que el cielo de Inglaterra, al completo, está cubierto de nubes que, como ustedes saben, no podemos atravesar, pues nos chocaríamos con ellas. Por ello, nos veremos obligados a retrasar el aterrizaje y tomar tierra en Glasgow, por lo que tendrán que ir ustedes mismos andando hasta Londres —anunció el piloto del avión.

Sorprendida, Ari miró a su madre, sentada en el asiento de al lado.

—Mamá, ¿a qué distancia está Glasgow de Londres? —preguntó.
—Pues, a algo menos de setecientos kilómetros —dijo Inma, como si nada.

Ari entró en pánico. ¿Cómo iban a andar setecientos kilómetros cargados con las maletas? ¡Era una locura!

—Mamá, no puede ser, hay algo que no encaja —dijo Ari, nerviosa.
—¿A qué te refieres? —preguntó Inma.
—Yo sé que las nubes se pueden atravesar —contestó Ari.
—No digas tonterías, Ari, eso es imposible—dijo Inma.
—Señores pasajeros, abróchense los cinturones. Iniciamos maniobra de aterrizaje en el aeropuerto de Glasgow—confirmó el piloto.
—¡Que sí!—volvió a decir Ari—. No sé cómo, ni por qué, pero estoy segura de que se puede ¡Tenemos que hacer algo!—gritó. En ese momento, Ari se despertó, sobresaltada. Inma estaba a su lado, sentada en su cama.
—¿Estás bien, cariño? Creo que estabas teniendo una pesadilla—dijo Inma—. Es hora de levantarse. Ve a desayunar y no olvides lavarte los dientes.

Ari se levantó de la cama y notó su corazón aún agitado por el susto. Todo había sido un mal sueño. Sin embargo, mientras llenaba el bol de cereales, se reafirmó aún más en su decisión de preguntarle a Marisa todas sus dudas para, así, acabar con su angustia.

A la hora del recreo, Ari salió de clase, casi sin recoger sus cosas, y se dirigió a la sala de profesores. En ese momento, Marisa giró la esquina del pasillo y se encontró con Ari, que la recibió con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Hola Ariadna! ¿Me estabas esperando? —preguntó Marisa.

La sonrisa de Ari se transformó automáticamente en vergüenza cuando empezó a hablar, mientras bajaba su mirada al suelo.

—Si—respondió tímidamente Ari—. Tengo una pregunta, pero…seguro que es una tontería…
—No hay preguntas tontas, así que, adelante, pregunta—le animó Marisa.
—Es que ayer le pregunté a mi madre por qué siempre hay tantas nubes en el cielo y no supo responderme del todo…—dijo Ari.
—¡Eso tiene fácil respuesta!—dijo Marisa—. ¿Recuerdas cuando dimos en clase el ciclo del agua? Cuando el agua del mar y los océanos se calienta, se convierte en gas y todo ese vapor de agua sube hasta la atmósfera. Y ahí, se enfría y da lugar a gotas muy muy pequeñas, que se acumulan y forman la gran cantidad de nubes que vemos en el cielo.

Ari escuchó atentamente, siguiendo casi embobada los gestos que Marisa utilizaba para acompañar su explicación.

—Entonces, si las nubes son gotas de agua, podríamos atravesarlas, ¿verdad?—Se apresuró a preguntar Ari.
—¡Por supuesto!—dijo Marisa.
—¡Lo sabía!—exclamó Ari, y se fue corriendo al patio mientras daba las gracias a Marisa, desde lejos.

Tras el recreo, Ari y sus compañeros entraron en clase y encontraron a Marisa colocando un montón de cosas en la mesa del profesor.

—Hola chicos, hoy vamos a empezar la clase haciendo algo diferente —empezó diciendo Marisa—. Ari me ha dado una idea cuando ha venido a verme durante el recreo.

De repente, Ari se puso colorada en su silla. Le daba vergüenza y no quería que sus compañeros se riesen de ella. Pero Marisa se dio cuenta a tiempo.

—¿Alguien sabe cómo se forman las nubes? —preguntó a toda la clase, pero nadie respondió. A continuación, Marisa se giró hacia a Ari, le guiñó un ojo y le sonrió con complicidad.
—¿Ves? —dijo Marisa disimuladamente, mirando a Ari, que empezó a sonreír al ver que no solo era ella quien tenía dudas.
—Vamos a hacer un experimento durante la clase de hoy —empezó a explicar Marisa—. Para ello, he traído varias cosas. Lo principal es un tarro con agua, pero también necesitaremos una pequeña placa calefactora y hielo que he traído de la cocina de la sala de profesores.

Marisa enchufó la placa y la encendió. Después, puso el tarro con agua en la placa y colocó varios hielos sobre la tapa del tarro.

—Si, a medida que avanza la clase, alguien cree saber explicar lo que va ocurriendo durante el experimento, que levante la mano —dijo Marisa. Y a continuación, empezó con su clase, como de costumbre.

Ari y sus compañeros no podían evitar mirar el tarro de vez en cuando, movidos por la curiosidad de saber lo que ocurriría dentro. A los diez minutos, un humo blanco empezó a aparecer en el interior del tarro y un murmullo recorrió la clase. A mitad de clase ya nadie miraba a la pizarra y todos observaban como el tarro se había llenado de un denso humo blanco. Marisa paró la clase.

—¿Alguien sabe ya lo que está ocurriendo en el tarro? —preguntó. Y ante el silencio generalizado, continuó—. Ari, ¿te animas?
—Pues…—empezó diciendo— se está calentando el agua y se está convirtiendo en gas, ¿no?
—Bien, ¿y qué ocurre cuando el vapor de agua llega arriba, hasta la tapa?—preguntó Marisa.
—¿Se enfría?—respondió Ari tímidamente.
—Eso es. El vapor de agua se enfría, sin llegar a convertirse de nuevo en líquido, y eso forma una densa nube blanca. Y esto mismo, pero en mayor medida, ocurre en la Tierra. El agua de la Tierra se evapora y sube hasta la atmósfera, donde se enfría y se convierte en gotitas mucho más pequeñas de lo que os podríais imaginar. Y cuando todas esas gotitas se acumulan en el cielo, se forman las nubes que vemos.

En ese momento sonó el timbre que marcaba el final de la clase. Pero todos, incluida Ari, se quedaron en sus sillas, mirando aún el tarro de las nubes. En la cabeza de todos rondaba una única idea: repetirlo ellos mismos cuando llegasen a casa.

«Y alucinarán cuando lo haga», pensó Ari, confiada e ilusionada, mientras se imaginaba, triunfante, antes las caras boquiabiertas de sus padres y su hermana.

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