Pliqui es una gota de agua. Está formada por bolitas pequeñas, llamadas átomos, de oxígeno y de hidrógeno. Juntos forman una pandilla atómica de tres amigos: dos átomos de hidrógeno y uno de oxigeno. Se hacen llamar… molécula de agua.
Hasta hace bien poco era vapor de agua. Vivía en una nube. Era vaporosa y ligera. Sus moléculas bailaban de un lado a otro. Deprisa, muy deprisa. Se chocaba entre sí, se divertían mucho. Convivían en una especie de inmenso parque de atracciones molecular. En la nube Pliqui estaba contenta, pero un día empezó a notar como cada vez se estaba menos calentita, hasta que el frío empezó a sentirse claramente. Sus moléculas de agua también lo notaron y empezaron a moverse cada vez más despacio. Se acercaban más unas a otras. Ya no corrían tan rápido. Todo era más lento. Nadie entendía nada. No tardó mucho tiempo en producirse el gran cambio…
¡Zas!
¡Pliqui se había convertido en líquido! Ya no era gas, no, no. Era una gota de agua regordeta. No era ligera como antes. Ya no podía quedarse en su nube, así que no le quedó más remedio que… ¡dejarse caer!
Fiuuuuuuuuuuuu Pliqui desciende en caída libre al suelo. STOP. Nada le sujeta ya a su nube. STOP. Está un poco estresada. STOP. No sabe a dónde irá a parar. STOP. Lleva un rato cayendo, pero no sabe cual es el destino… ¡Splashhhhhhh!
Interrumpo la narración para informar al lector de que Pliqui acaba de aterrizar provocando un gran salpicón.
No sin un gran susto, Pliqui aterriza sobre una hoja seca situada en el suelo en las proximidades de un árbol. Ahora tiene forma redondita. Es un poco más pequeña que antes porque se ha roto en diminutas gotas que se esparcen por toda la superficie de la hoja.
«¡Uffff! —resopla Pliqui tranquila—. ¡Ya se acabó!», piensa para sí misma.
Pero… cuando creía que su periplo había terminado, la hoja del árbol, por el peso del agua, se vence hacia un lado formando un tobogán perfecto para gotas. Las gotitas separadas durante el aterrizaje comienzan de nuevo a unirse entre sí hasta terminar todas a apelotonadas formando un charquito en el suelo. No había hecho más que tomar tierra cuando, sin darse cuenta, una fuerza invisible tira de ella hacia abajo y le hace filtrarse entre los granitos de arena del suelo.
¡¡Ahhhhhhh!!
¡¡El viaje continúa!!
Pliqui se amolda a los huecos. Saluda a una lombriz. Atraviesa la casa de una familia topo, descubre un tesoro escondido, salpica la cabeza a un bicho extraño que se enfada.
Grñññññññññ
Pero Pliqui no puede parar a disculparse. Continúa su descenso en plena oscuridad hacia no se sabe dónde. Deformándose, dividiéndose y volviéndose a unir, superando todos los obstáculos que encuentra en el camino. Pasado un buen rato y cansada de tanto misterio, Pliqui descubre el delgado pelito de una raíz y decide parar esta desconcertante travesía. Se agarra como puede al delicado pelo y forma una pequeña balsa de agua alrededor.
Pero qué gran equivocación, amiga Pliqui. El pelito de la raíz está tan contento de recibir a tan acuosa visita que comienza a absorber a Pliqui, a la pandilla atómica y a todos los minerales interesantes que se encuentran en el suelo. Como si no hubiese un mañana.
Slurrrrrrrrp
«Ahhhhh», gritan todos.
Entran a toda prisa al interior de la raíz de un árbol que toma el sol en la superficie, ajeno a la algarabía molecular. El espacio es tan delgado y alargado que las moléculas de Pliqui no tienen más remedio que colocarse en fila. Las moléculas más adelantadas forman una especie de batallón de avance abombado, mientras que las moléculas de los laterales se agarran a las paredes del estrecho tubo y comienzan a ascender poco a poco. Todas unidas. Al cabo de un tiempo y sin apenas darse cuenta superan la raíz, alcanzan el tronco, tuercen a la derecha hacia la rama gruesa que sostiene un nido. Se desvían a la izquierda hacia una rama pequeña que brotó en primavera. Continúan por el estrecho túnel, hasta llegar, por fin, a una hermosa y nuevecita hoja verde.
«¡Ayyyy! —gritan ilusionadas Pliqui y sus moléculas—. ¡¡Qué bonito lugar!! ¡¡Qué verde!! ¡¡Qué luminoso!!».
Las moléculas se separan ahora en pequeños grupos y recorren radiantes el sinfín de tubitos que se extienden por la hojita. Pueden sentir la luz y el calor del sol en el exterior.
Por un momento piensan que este es, quizás sí, su destino final… Sin embargo, el cielo comienza poco a poco a nublarse. El sol se esconde tras las nubes. Un inmenso nubarrón oscuro se forma en el cielo cada vez más y más grande. Escondidas en el interior de la hoja, Pliqui y sus moléculas reconocen un sonido familiar:
Plic, plic, plic, plic
¡Llueve!
No tardarán en darse cuenta de que su viaje, no ha hecho más que empezar.
Deja tu comentario!