Los renglones torcidos de la ciencia

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Este texto corresponde al tercer premio del X concurso científico-literario dirigido a estudiantes de 3º y 4º de ESO y de Bachillerato, basado en basado en la novela de A flor de piel, de Javier Moro, organizado por la Escuela de Máster y Doctorado de la Universidad de La Rioja.
Texto de Laura Suárez Badel, alumna de 1º Bachillerato del IES La Fresneda (La Fresneda, Asturias)

TEXTO POR LAURA SUÁREZ BADELL
ILUSTRADO POR BLANCA BUENAFÉ CERDÁN
ARTÍCULOS
CONCURSO LITERARIO | COVID | LITERATURA
16 de Octubre de 2023

Tiempo medio de lectura (minutos)

—Arual, levántate de una vez. No puedes trasnochar gastando todas las baterías para el día y luego dormir a hasta mediodía —la voz de su madre es como un láser de cuarta generación taladrándole la cabeza.
—Valeeee, mama —contesta la adolescente desde su cuarto—. Mami, te quiero mucho, pero no se puede ser más plomo.

Las cosas han cambiado mucho desde la colonización de los computadores centrales por los virus combinados con la inteligencia artificial. En el 2093, cuando la humanidad tenía todo controlado y la IA resolvía la mayor parte de la problemática humana, sucedió lo que no tenía que suceder.

Desde los inicios, allá por 2010-2020, el avance fue exponencial y la aplicación altamente beneficiosa. En la medicina se consiguieron enlazar las pruebas diagnósticas con los estudios genéticos y la virología. El resultado era una base de datos de información y una reacción cada vez más rápida ante las nuevas enfermedades. Además, la robótica permitía actuar de forma muy poco intrusiva en las operaciones. La nanorobótica había sido la gran decepción: sus aplicaciones fueron más industriales y para métodos de fabricación que para aplicaciones biomédicas. La coordinación de información entre países fue como en su día el inicio de internet, una red de intercambio. Y el gobierno global inter-países aplacó las disputas bélicas y compartió avances. Todo iba bien. Los alimentos dejaron de ser un problema, la genética permitió desarrollar fuentes de alimento abundantes para la humanidad. La natalidad estaba algo controlada, ya que la esperanza de vida era de noventa y cuatro años y de una calidad bastante buena. En el continente americano el MIT tenía una de las dos bases de datos de gestión global y en ella estaba almacenado el conocimiento de la humanidad, pero no solo eso. Aunque la obtención de energía había dejado de ser un problema —la fusión era una realidad, ya que la IA y la computarización había conseguido establecer un control de reacción en el que cada hogar tenía una conexión de gestión y su microfusión era controlada desde el ordenador central—, el acceso a la misma para la población era limitado. Solo había unidades de almacenamiento de energía (pilas) para emergencias, que una red eléctrica secundaria se encargaba de alimentar. Los transportes eran eléctricos y los vehículos de metales ligeros tenían gestión autónoma central, regulando trayectorias según destino.

—Has gastado tu solita el 15% de la batería asignada para hoy —recrimina Agaetra a su hija—. La energía hoy día es un bien muy valioso. Si lo llego a saber no te doy la máquina retro de videojuegos en pantalla.

Arual baja la cabeza, mira de reojo a su madre y cuchichea:

—Chivata...
—No es chivata, hija —trata de mediar el padre—. Lo mismo que ve ella lo veo yo. Ojalá las cosas fueran como antes, pero esto es lo que hay.

Agaetra, el padre de Arual, trabaja como asistente de redes de datos. Primero era profesor de ingeniería de desarrollos motrices, enseñaba los conocimientos aplicados a medios motrices de transporte, especialmente los aerotransportados. Sin embargo, hacía dos años que le habían destinado a redes de datos. La comunicación de redes era la gran prioridad y cualquier aportación destacada era bienvenida.

—Sabes que necesito conectarme y trabajar, necesitamos solucionar esto —dijo mientras pasaba la mano por la cabeza de su hija.
—Ya, pero es injusto. No sé porque suceden estas cosas. Estoy harta de no poder hacer nada, más que salir un poco al jardín y poco más.

Sobre todo la gente más joven llevaba mal las restricciones, pero los sistemas no eran seguros y realmente nadie sabía cuál era la causa. Las plantaciones alimentarias funcionaban en modo manual y sus rendimientos nada tenían que ver. Los antiguos edificios de los años 20 en la periferia no histórica de la ciudad habían dejado de ser habitados, sus paredes exteriores e interiores eliminadas y actuaban como invernaderos de hormigón. En cada planta había dos subplantas, con regadío bombeado de aguas tratadas y con lámparas de radiación. Las fuentes de energía habían cambiado el paradigma. La energía era fácil de conseguir y la gestión de IA, analizando crecimiento y maduración, ponía un sencillo sistema con un brazo robótico de cinco ejes guiado desde el techo a recolectar. Un solo edificio generaba más alimento que grandes plantaciones del pasado. Pero el sistema colapsó y hubo que poner granjeros a cuidar las plantas con todo manual y un déficit de sol importante.

Ammeg, la madre de Arual, también estaba harta de la situación, su trabajo en una oficina de gestión de residuos había desaparecido. Los residuos de la ciudad y el entorno eran tratados como las aguas fecales en su momento: canalizaciones que, por vacío, se los llevaban. La gestión de las turbinas de vacío y trampillas de sellado eran controladas por el «ordenador central». Eran como una enorme red de los semáforos que regulaban la circulación en el pasado. Arual había visto algunos semáforos en la recreación de una calle, en el museo. Había también una caja con un comunicador arcaico: era como un asa para poner en la cabeza, cabinas telefónicas las llamaban, típicas de Inglaterra, y rojas, muy rojas. Las luces se ponían verdes y rojas para que pasaran unos y otros. Ahora algo así ocurría con los residuos, eran aspirados y conducidos por una red de tuberías. El camino que seguían los residuos se consiguía con apertura y cierre de trampillas, que sellaban conductos y aspiraban estos a la planta de reciclado. Pero el déficit de energía hacia eso inoperante y el trabajo de mamá se fue al garete.

—Vamos, conéctate ya al servicio de formación, no puedes estar vagueando todo el día.

Ahora la voz del padre no dejaba lugar a dudas quería que se conectara ya.

—Vaya rollo.Que me importa a mí que en 2020 hubiera un pandemia de un virus respiratorio —murmuró Arual—. ¡Ostras! Se quedaron en casa confinados por un virus que infectaba a las personas y hubo miles de muertos en España.

La tarea a desarrollar era una investigación y ensayo original con esa temática. Dado que las fuentes de información eran inmensas, la formación estaba basada en generar criterio selectivo en la persona y saber distinguir y categorizar esta.

Esa situación ahora sería inimaginable, los temas víricos están resueltos, la IA se adelanta a las mutaciones y tiene vacunas preparadas con anterioridad a la llegada del virus. La vacunación de cada inicio de curso ya se anticipa.

—En Madrid hubo un hospital solo para esos enfermos... ¡ostras marinas! Como las leproserías de la antigüedad. Isabel Zendal, ¿quién será esa? Sería la alcaldesa... a ver qué pinta tenía.

«Isabel Zendal Gómez fue una enfermera española, rectora del Orfanato de la Caridad de A Coruña. Participó en la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna de Francisco Javier Balmis cuidando de los…»

La siguiente hora y media se la pasó leyendo trabajos, comentarios y  artículos sobre aquella enfermera. Era impresionante lo que esa mujer había hecho, en mil setecientos y pico...

—Papá...
—Papá...
—Papaaaaá —voceó desde su cuarto Arual.
—Tiene narices que me tenga que levantar yo y venir aquí, ¿Qué quieres hija? —contestó un tanto enfadado su padre.
—¿Conoces la historia de Isabel Zendal? —Preguntó alegre Arual, como la descubridora de un gran tesoro, y haciendo caso omiso del casi enfado de su padre.
—Pues no, ni idea. Para esas cosas sabes que tu madre es mucho más culta. ¿Por qué?
—Fue admirable, me tienes que conseguir el libro «A flor de piel», de Javier Moro, donde cuenta la historia de esta mujer.

Arual sabía perfectamente que esa petición sería satisfecha. Su padre tenía un amigo que había adquirido en una subasta una infinidad de libros en papel, los tenían en vertederos de reciclaje y ya nadie leía en papel, pero él, nostálgico, los adquirió todos y los tenía en enormes naves en un polígono. Casi seguro que lo tendría y en papel molaba mucho más, aunque olía un poco a humedad y no se podía leer a oscuras como los libros digitales con luz propia.

—Intentaré pasarme por las naves de Nauj, pero tendrá que coincidir con un desplazamiento permitido, ya sabes cómo están las cosas —concedió su padre, sin mucho esfuerzo.
—Vale, papi.  

Ese «PAPI» era la puntilla, el comodín que aseguraba que su padre lo traería. Arual cerró el puño en gesto de victoria y murmuró: «lo tengo dominao».

—Te he oído, capulla —sonó desde el fondo del pasillo.

En realidad sí que le tenía dominao. Arual era un chica madura, brillante, y ahora no tanto, pero antes de la caída sistémica era muy trabajadora. Los incentivos habían desaparecido y la sociedad estaba adormilada, la subsistencia estaba razonablemente asegurada, pero realmente no existía ninguna motivación por la cual intentar esforzarse más en alguna dirección. Solo un grupo de elegidos trabajaban por un bien social superior: reconfigurar todos los sistemas de IA y volver a la situación anterior.

La realidad actual era francamente confusa y la civilización estaba debatiéndose entre dos paradigmas. El primero era claro, una trayectoria de automatización y crecimiento controlada por los sistemas de IA que poco a poco iban adormilando a la sociedad. Cada vez las cosas eran más fáciles y más desincentivadas mentalmente. De alguna manera nos habíamos acostumbrado a no pensar. Por tanto de algún modo hasta había venido bien «desapijotar a la gente». Es verdad que la calidad de vida y la comodidad se había perdido, pero de alguna forma se había activado la investigación desorganizada. En los últimos años todos los científicos seguían un camino más o menos guiado. Se había perdido la investigación con elevado grado de incertidumbre... el no saber para dónde ir. Y en esa situación de no saber para donde ir estaban ahora. Realmente no tenían ni idea de que pasaba. Recordaba a las caídas de los sistemas informáticos iniciales atacados por malware. Pero ahora no era así.... No había nada tan sumamente dañino que acababa con todo. «Apretaba, pero no ahogaba». El otro...incierto.

—Es de locos —murmuraba malhumorado Agaetra—. Cuando parece que la caída de la generación es un hecho, los sistemas se recuperan. Y, además lo hace elevando la temperatura del reactor. Baja el rendimiento y consume más residuo.
—¿Qué es de locos? —pregunta suavemente Ammeg, mientras apoya la mano en el hombro de su marido—. Llevas horas analizando consumos y producciones, es imposible que analices todo eso con claridad después de tantas horas.
—Cierto, estoy molido y no veo nada. Me voy a la sala a estar sentado un rato sin hacer nada.

No habían pasado ni cinco minutos y ya estaba Arual encima de su padre. Pura energía, y con una joven y sana capacidad para cuestionarlo todo. Y cuando cogía un tema, realmente no lo soltaba. Era....persistente y concienzuda.

—¿Sabías que hay virus buenos? —Examinó a su padre mientras se sentaba en su regazo como si tuviese muchos menos años.
—¡Claro! Igual que ñalgadas en el culo buenas, como decía mi abuela —contestó socarronamente su padre.
—¿Lo dices en serio o en broma?
—Hija, que no sepa quién era Isabel Zendal, hija de la Ignacia, no quiere decir que no sepa nada.
—¿Cómo sabes que era hija de la Ignacia?
—¿A ti que te parece? Me picó la curiosidad y tu madre, que ya lo leyó, lo puso muy bien.
—¡Vaya vida de mierda que tenían en esa época!
—¡Eh! Lo primero, esa lengua y ese vocabulario. Lo segundo, la vida es un valor incalculable incluso en aquellas duras condiciones. No te olvides, gracias a nuestros ancestros y las Isabeles de la historia estamos aquí.
—Sí, pero era lamentable como vivía la gente en esa época. La gran noticia era ir a servir, porque así la penuria era menor —se defendió.
—Pues aplícatelo cuando protestas por cualquier cosa —aprovechó su padre—. Pero tenemos que darnos cuenta de las acciones de gran valor del pasado y el mérito que tenían. Una niña, que es lo que era, arreaba con todo cuando murió su madre —insistió—. Ahora a la cama, mañana me vas a acompañar a las naves de Nauj y buscaras tú el libro, si tanto interés tienes en él.
—Guay —le encantaban los libros en papel.

Las naves de Nauj estaban en las afueras de la población. En lo que antiguamente se llamaba polígonos. En la antigüedad, los centros de fabricación se encontraban dispersos. Y relativamente cerca de las poblaciones había polígonos con fábricas y negocios. Además las fábricas tenían muchas personas trabajando. Sin embargo, la robotización, junto con la facilidad de transportes redundó en empresas de logística que distribuían a los consumidores. Los centros de producción estaban centralizados por continentes. Básicamente eran intensivos en robots, y el control de estos podía realizarse por teletrabajo.

Solo los mecánicos que reparaban y sustituían estaban en fábrica. Los movimientos de materiales y control de suministros estaban telecontrolados. El teletrabajo era en centros de trabajo, mezclado con los domicilios. Las estancias demasiado continuadas en casa, se había demostrado que eran tan malas como el estrés de no poder parar y conciliar malamente con la vida familiar... Así, los polígonos estaban llenos de naves donde guardar trastos los habitantes de centros urbanos.

—¿Arual? ¡Cuánto tiempo! —Saludó sonriente Nauj—. No me lo puedo creer, está hecha una mujercita.
—Ya ves, nos hace viejos.

«Siempre las mismas frases —pensó Arual para sus adentros—. Qué poco originales son».

—Sí, hija, nos haces viejos —era como si su padre leyese sus pensamientos. En realidad, la expresividad de su cara lo hacía fácil.
—En esa nave —dijo Nauj señalando la que estaba más a su derecha—. En la estantería cuatro, que tiene obras en Castellano, está ahí.... Pero buscarlo lo buscas tú —le dijo guiñando un ojo.

Salió como un disparo y Agaetra y Nauj se quedaron solos. Tenían mucho de lo que ponerse al día. Se tomaron una cerveza en un cuartucho en el interior de la nave, mientras veían a Arual sacar y meter libros de los estantes.

—¿Para cuanto tiene? —Rió Agaetra.
—Un rato, está dos pisos más abajo, justo donde aquel travesaño azul.
—Que lo busque un rato, que se les da todo hecho, y así tenemos tiempo a charlar.

Después de media hora y de ponerse más o menos al día, salió el tema. Las cosas habían cambiado, y la forma de vida también.

—No tenemos ni idea de que está pasando. Y somos muchos los que estamos en ello.
—Se os descontrola todo, eh... pero ,realmente todo sigue una evolución normal —el argumento era innovador, nadie decía eso.
—¡Lo encontré! —Arual venía entusiasmada. Curiosamente una cosa de valor residual, lo habían tirado, le alegraba más que otros muchos juegos 4D.

Tomaron el camino a una antigua oficina donde periódicamente se reunían los analistas de producción y consumos. Había un bucle cerrado de consumo de energía y materiales, con recuperación de residuos que durante años funcionó como un reloj. Era el ciclo del agua, pero a lo bestia. Empezó a fluctuar, dejó de ser perfecto y la humanidad dejo de tener el control, o mejor dicho la programación y gestión total.

—La naturaleza es sabia papa —espetó repentinamente—. En hambruna, con frío y condiciones climáticas adversas... Con todo, la vida se abre paso.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, si te fijas, ha habido virus dañinos desde el principio de los tiempos. El libro de Zendal lo muestra. Sin embargo, se superó. La pandemia por COVID-19 en los años 20 también. Es como si algo aleatorio sumado a la lucha de la humanidad fuera saltando los obstáculos. Pero cuando uno aparece, no te puedes echar a dormir.
—Sí, así es y así será.
—Lo que me dices siempre del colegio: «cuando ya te sabes bien una cosa, ya no te preguntan eso... ¡TEMA SIGUIENTE!».
—Pues sí, si no sería todo muy aburrido —contestó meditabundo—. Ayer me dijiste que había virus buenos... ¿a qué te referías?
—Pues que leí que los virus mutan, que normalmente lo hacen para coexistir con el cuerpo que alojan, porque si lo matan se quedan sin hotel —argumentó—. Leí que los virus se utilizan para combatir superbacterias, que mutan y ocupan el lugar de otras versiones más dañinas o que incluso enseñan a los anticuerpos a defenderse.
—Vamos, que tienen mala fama ganada en muchos casos, pero que no siempre es así. Le estaba dando que pensar y estaba abriendo vías alternativas para la resolución del problema...el gran problema.
—¿Te estoy ayudando? ¿Son preguntas inteligentes? —preguntó Arual.
—Más de lo que crees.

El resto del camino hubo silencio, Arual sabía que su padre cuando estaba concentrado no quería mucha cháchara. Además estaba henchida de orgullo, «estaba ayudando a su padre».

—Me tienes que esperar en la sala de lectura, estarás sola, llévate el libro si quieres y tardaré, ya sabes que estas cosas llevan bastante rato.
—No te preocupes, me gusta venir.

Agaetra entró en la sala, sin papeles como siempre. Sus compañeros llegaban con todo tipo de gráficos, presentaciones y animaciones. Sin embargo, para Agaetra se había pasado ese nivel. El problema era más profundo.

—¿Novedades? —preguntó el coordinador de área.
—Yo tengo un gráfico de correlación...—inició uno de los presentes.
—¡Otra pijada más, con perdón!¡Pijadas como esas hemos traído todos y estamos en el punto de inicio!
—¿Qué quieres decir? —murmuraron varios compañeros a la vez, con actitud más critica que con interés en una respuesta.
—Que la línea de trabajo debe ser otra. Durante la historia de la humanidad, la naturaleza evolucionó con nosotros como parte de ella. La naturaleza nos afectó y nosotros tratamos de controlarla, con éxito mediano. Fuimos capaces de gestionar los designios con más o menos éxito y evolucionar, pero sabiendo que tiene un carácter indomable. Mi hija estaba leyendo el libro de Isabel Zendal… ¿cómo era? Sí, «A flor de piel»...y relata la lucha contra un virus mortífero, que convivía con otros muchos en la naturaleza beneficiosos, y otros que simplemente establecían algún tipo de equilibrio. En los años 20 apareció la COVID-19, y la investigación tuvo que acelerarse, usar técnicas de ARN mensajero y otras cosas que realmente no domino... pero obligaron a la humanidad a espabilarse y evolucionar.
—¿Y qué? —respondió con ganas de revancha el compañero anteriormente aludido.
—Pues... bueno, antes de nada no tomes como personal mi comentario... más que con tus datos, es con la sensación propia de haber estado caminando por un bucle que no nos llevaba a ningún lado. Tu trabajo seguro que es intenso y lo último que pretendía era molestarte, y si lo hice te pido perdón.

Supo relajar el ambiente y que los compañeros comenzasen a escuchar de forma más positiva. Si quería que el análisis tuviera éxito debería pasar sucesivos comités y consenso de ámbitos territoriales cada vez mayores.

—Lo que digo es que fuimos generando una nueva naturaleza, una naturaleza virtual,que se entrelazaba con la sociedad. Las redes, la programación y la IA, han ido evolucionando. Los primeros juegos de las consolas en el siglo pasado eran, evidentemente guiados, y los programas también. Eso evolucionó, se aumentó la interactividad y por tanto la aleatoriedad.
—Cierto, los programas eran sota, caballo y rey...
—Así es, los virus informáticos también. Eran dañinos por definición, así habían sido creados. Pero eso también evolucionó. Los programas corruptos se atacaron con programas de limpieza. Pero desde el punto de vista del programa corrupto eso es un virus que le ataca. Los sistemas que creamos, con control y automatización y gestión de IA, que buscan su objetivo, pueden haber evolucionado tanto que entren en conflicto entre sí. Por ejemplo, los algoritmos de gestión energética, pueden entrar el conflicto con los de pH de las aguas suburbanas, o con los de radiación del aire, y buscar protegerse atacando otros sistemas. Al más puro estilo de los equilibrios de la naturaleza.
—Tiene sentido, quizás estamos buscando un enemigo externo y sólo es un equilibrio interno.
—Eso quería decir, quizás tenemos que trabajar en la dirección de paliar momentáneamente los desequilibrios de los sistemas, en vez de quedarnos en casa a la espera de la solución total. En la pandemia del 20, hubo de convivir, riesgo, mortandad, vacunación, etc... y evolucionar. Ahora hay que solventar de forma más puntual los pinchazos energéticos, ver los fallos puntuales y no buscar un fallo todopoderoso que solucionándolo, todo se arregle. Evolucionar con pequeñas acciones, salir a convivir con la evolución. -Sabía, que tenía razón y Agaetra había hecho su labor. Sólo quedaba esperar y que el sistema tomara su idea en consideración.
—Ese punto de vista me parece más que interesante, pero habrá que convencer a la élite política del cambio de paradigma. Necesitaremos convencer y atraer a muchos especialistas, pero creo que no será difícil —el coordinador de zona estaba convencido—. Agaetra, el lunes a primera hora venga vestido en condiciones, tendremos una reunión importante. Esto puede cambiar muchas cosas.

De camino a casa, Arual y su padre estaban contentos, así que se pararon a tomar un helado. Algo había que celebrar, no se sabía muy bien qué, pero algo.

—¡Fue bien, ehhh, papá! —bromeó.
—Creo que sí, hija. No sé cuándo, pero puede ser el principio de un cambio. No podemos seguir semiencerrados esperando que todo ruede como antes. Hay que salir y solventar poco a poco, no esperando el «gran Maná».
—¿Qué es el «gran Maná»?
—Búscalo...y no preguntes tanto.

No habían pasado dos meses y las restricciones de consumo se eliminaron y las plantas automatizadas comenzaron a funcionar. Había nuevos gestores de imprevistos y en el día a día se funcionaba, se equilibraban sistemas y la vida no era una partitura controlada, sino un equilibrio dinámico, muy dinámico, con fallos, con aleatoriedad... pero mejor.

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