Este texto corresponde al segundo premio del X concurso científico-literariodirigido a estudiantes de 3º y 4º de ESO y de Bachillerato, basado en basado en la novela de A flor de piel, de Javier Moro, organizado por la Escuela de Máster y Doctorado de la Universidad de La Rioja. Texto de Romeo Hidalgo Núñez, alumno de 4º ESO del IES Sor Juana de la Cruz de Cubas de la Sagra (Madrid).
Max, 11 años, miró a su abuela Alicia mientras yacía en la cama del hospital. La enfermedad que había consumido su cuerpo era la peor de todas: el mesotelioma. No podía imaginar lo difícil que había sido para ella tener que vivir con este cáncer durante años, sabiendo que su marido falleció por culpa de una larga y dura enfermedad causada por el mismo asesino. Terrible, saber lo doloroso que será tú final. Siempre se había preguntado qué hubiera pasado si hubiera existido una cura.
Ahora, veinte años después del fallecimiento de su abuela, había una luz al final del túnel. En 2039, la cura para el mesotelioma finalmente es una realidad. Ha sido un gran logro para la ciencia y un momento de alegría para todas las personas que, como Alicia y Pedro, son víctimas de esta enfermedad. Para Max, esta victoria significaba algo más. Significaba el fin de una lucha que había empezado siendo un niño, cuando sus abuelos fueron envenenados por el amianto.
La historia de los abuelos de Max empezó hace décadas. Era 1955, y la vida era dura en el pequeño pueblo de la provincia de Toledo de donde provenían, Valdeverdeja. Como muchas personas en aquella época, dejaron el pueblo y se fueron sin nada. Bueno, sí, con mucha ilusión y con el pequeño ajuar de la boda, nada más, a un pueblo de la periferia de Madrid en busca de una vida mejor.
Pedro, un hombre sin estudios, desde niño tuvo que ir a trabajar al campo. Alicia quedó huérfana de padre siendo adolescente y su madre, una mujer de carácter recio, sacó adelante a tres hijas ella sola: podían ir a clase por las tardes para aprender a leer y a escribir, pero durante el día debían trabajar duro para sobrevivir.
Pedro y Alicia formaban un gran equipo y, con mucho tesón, no tardaron en prosperar. Pedro encontró trabajo en un taller y Alicia se dedicaba a las tareas del hogar y bordado de manteles de lagarterana para después venderlos. Cuando Pedro recibió una oferta de trabajo en una fábrica más grande en la ciudad, no lo pensó dos veces. Él quería darle una vida mejor a su familia y esta era su oportunidad.
Crearon su hogar en una modesta casita con un pequeño patio con pozo que siempre estaba colmado de flores, donde les encantaba bailar su canción favorita: «Dos gardenias». Tuvieron cuatro hijos; dos chicos y dos chicas, y, afortunadamente, ninguno de ellos fue a trabajar a la fábrica, aunque era algo bastante habitual en aquella época.
Pero la decisión de Pedro tendría consecuencias terribles. En la fábrica, Pedro estuvo expuesto al amianto, un grupo de minerales que se utilizaba ampliamente en la industria de la construcción y que se sabía que era peligroso desde hacía décadas. En aquel gigante de hormigón y acero, el amianto, un material fibroso, era el rey indiscutido. El amianto, también conocido como asbesto, era el material prodigioso, el más resistente y duradero, el que permitía a la fábrica prosperar sin escrúpulos. La dirección de la fábrica, en su torre de marfil, nunca compartió esta información crucial con sus trabajadores, las empresas que lo utilizaban no informaron a sus empleados sobre los peligros, y Pedro no tenía idea de que estaba respirando una sustancia letal.
Era un hombre fuerte y robusto, pero comenzó a sufrir de problemas respiratorios y fue diagnosticado con asbestosis, una enfermedad pulmonar causada por la inhalación de fibras de amianto, y EPOC, enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Luego, golpes aún más duros: cáncer de vejiga y aneurisma de aorta.
Los días felices en su casita con el pozo y las flores dieron paso a largas temporadas en el hospital, visitas constantes al médico y una botella de oxígeno que se convirtió en su fiel compañera. Max recuerda cómo su hermano, Jon Ander, que era bastante mayor que él, le contaba que jugaba con aquella botella gigante de metal, que en su inocencia imaginaba como un cohete espacial, listo para despegar en cualquier momento.
Pedro enfermó primero y a los 40 años ya era una persona enferma crónica con EPOC y asbestosis. A los cinco años de fallecer Pedro, Alicia enfermó. Los médicos le dieron la terrible noticia: mesotelioma, una forma rara de cáncer que está directamente relacionada con la exposición al amianto. En aquellos días, no había tratamiento ni cura para la enfermedad. Solo había una muerte lenta y dolorosa. ¿Cómo podía ser, si ella no había trabajado en la fábrica, no fumaba ni bebía? Era una mujer sana y fuerte que gozaba paseando en la naturaleza y disfrutaba haciendo comidas caseras.
El asesino es implacable, silencioso y lleva a cabo su trabajo durante largos periodos de tiempo. Tanto es así que puede tardar entre veinticinco y cuarenta años en aparecer. Eso sí, cuando lo hacía era letal. El asbesto se pegaba a la ropa de los trabajadores, que, sin saberlo, llevaban a sus hogares la muerte. Alicia, en aquellos años, lavaba la ropa de su marido, impregnada de un polvo blanquecino. Primero lo sacudía enérgicamente y posteriormente lo lavaba a mano en un barreño. Fue suficiente para que, como ella, miles de mujeres enfermaran al aspirar estas fibras diminutas. Otras vecinas corrieron la misma suerte.
La familia de Max no se rindió. Los hijos de Pedro y Alicia iniciaron una lucha legal contra la empresa, exigiendo una indemnización por el daño que habían causado. Fue una batalla larga y difícil. A pesar de tener reconocida una enfermedad profesional y estar censado en los registros de enfermos por amianto, a Pedro no le llegó este reconocimiento por parte de la empresa que lo había envenenado. Sin embargo, con Alicia fue diferente, pues la autopsia fue clara, ya que el mesotelioma es un tipo de cáncer muy extraño directamente relacionado con el amianto, aunque, en este caso, la empresa ya había usado todo tipo de artimañas para no hacer frente a las indemnizaciones: estaban en concurso de acreedores y no hubo compensación económica, solo un muerto más a sus espaldas.
Max nunca conoció a su abuelo, pero siempre había sentido que formaba parte de su vida. Escuchaba historias sobre él desde que era pequeño y siempre había sentido una conexión especial. A pesar de su enfermedad era un hombre jovial, divertido y luchador.
Su abuela había luchado hasta el final y su abuelo había sido una de las primeras víctimas del amianto en España. Algo que nunca olvidará es cómo su familia relata que varios vecinos del mismo barrio, trabajadores todos de la misma empresa, sufrieron los mismos síntomas por la asbestosis y EPOC y todos tuvieron el mismo final. Qué duro ir viendo cómo tus compañeros fallecieron y saber a lo que te enfrentas.
Eran hombres rudos y valientes que se asociaron para luchar contra su asesino, para conseguir la eliminación del amianto de la vida diaria. Fue —y es— un proceso costoso, pero esencial para proteger la salud de las personas. En España se empezaron a llevar a cabo esfuerzos para eliminar el amianto de las escuelas y otros edificios públicos, pero todavía hay mucho trabajo por hacer. Los científicos y las organizaciones de salud están trabajando juntos para desarrollar planes de acción para la eliminación segura del amianto y educar a la sociedad sobre los peligros de esta sustancia.
Los días pasaban y Max seguía trabajando en el laboratorio. Después de años de investigación y ensayos, finalmente, con la ayuda de su equipo habían desarrollado una vacuna que protegería a las personas que habían estado expuestas al amianto en los últimos treinta años. Era un gran logro para la ciencia y Max estaba emocionado de compartir la noticia con el mundo.
En 2039, veinte años después del fallecimiento de su abuela y treintay tres de su abuelo, se logra una vacuna para proteger a las personas expuestas al amianto. Pero ¿qué pasa con aquellos que ya habían sido identificados con mesotelioma, pero aún no habían desarrollado síntomas?
El equipo de investigadores liderado por la doctora Elena González decidió buscar una solución para ayudar a estas personas que ya habían sido diagnosticadas con la enfermedad. Después de otros muchos ensayos, pruebas y errores, se llegó a una solución: un microchip que el paciente ingería y que mediante ingeniería llegaba al tejido donde estaba instalada la fibra de amianto, normalmente recubierta de tejido. El microchip, que fue diseñado específicamente para este propósito, encapsulaba la fibra de amianto junto al tejido dañado, lo comprimía y el organismo la eliminaría de forma natural. El proceso era completamente seguro y sin efectos secundarios.
El equipo de investigadores llevó a cabo un ensayo clínico en el que se probaron los resultados de la vacuna en personas que ya habían sido diagnosticadas con mesotelioma. Los resultados fueron sorprendentes: el 95% de los pacientes que recibieron la vacuna experimentaron una mejoría en su salud y muchos incluso se recuperaron por completo.
Estos resultados se han presentado en una conferencia internacional de oncología y compartido sus resultados. Los expertos en la sala están sorprendidos y emocionados por el descubrimiento. Algunos colegas, quienes han estado investigando la relación entre el amianto y el cáncer durante décadas en determinadas zonas por su alta incidencia, han aportado también su conocimiento sobre el tema y van a colaborar para lograr nuevos avances.
La vacuna ha sido aprobada rápidamente por las autoridades sanitarias de todo el mundo y se ha comenzado a administrar a todas las personas que han estado expuestas al amianto. La noticia, esta vez sí tuvo repercusión y muchas personas respiraron aliviadas sabiendo que ahora estarían protegidos contra el mesotelioma.
Max no podía dejar de pensar en sus abuelos. A pesar de todo el dolor que habían sufrido, nunca se dieron por vencidos. Lucharon por la justicia hasta el final y nunca perdieron la esperanza. Max sabe que su abuela estaría orgullosa de él si estuviera para ver el gran avance en el que había participado.
Han logrado lo que parecía imposible. Han utilizado la ciencia para vencer a un enemigo mortal que había estado causando estragos en el mundo durante décadas y a la vez han vencido a la codicia.
Max sabe que su trabajo aún no había terminado. Todavía hay mucho por hacer para seguir avanzando en la lucha contra el cáncer.
Continuar investigando y desarrollando tratamientos para otras formas de cáncer.
Este relato está basado en la vida de mis abuelos, ambos fallecieron a causa de enfermedades terribles directamente relacionadas con el amianto. Es también una historia de perseverancia y esperanza, demostrando que nunca es tarde para luchar por lo que es correcto y seguir adelante en la búsqueda de soluciones para las enfermedades que afectan a la humanidad.
Deja tu comentario!