Los animales y las matemáticas

Portada móvil

Gabi está de cumpleaños y, por eso, su madre le ha preparado sus galletas preferidas. Antes de la merienda, Gabi se pone a jugar con su perro, Lilo, pero pronto se enfurruña porque Lilo no le hace caso. Ante la curiosidad de su familia por saber qué pasa entre él y el perro, Gabi les explica que todo viene causado por algo que le han dicho en el colegio: que los animales saben contar.

TEXTO POR LAURA GÓMEZ CUESTA
ILUSTRADO POR LAURA GIL CASANOVA
ARTÍCULOS | KIDS
ANIMALES | MATEMÁTICAS | PRINCIPIA KIDS
27 de Febrero de 2024

Tiempo medio de lectura (minutos)

María se disponía a darle los últimos retoques a la merienda. Aquel era un día especial, era el cumpleaños de Gabi y, por eso, no había escatimado en nada. La bandeja estaba repleta de cosas deliciosas: batido de chocolate, zumo, bizcochitos… Y, por supuesto, un plato repleto de las galletas favoritas de Gabi, recién horneadas. Para darle una sorpresa, María había ocultado las galletas bajo un trapo.  

Al terminar de colocarlo todo, cogió la bandeja y la llevó al salón. Empezó a poner las cosas encima de la mesa. Le arrimó una taza de café a su madre e hizo lo mismo para ella.

—¡Gabi, la merienda! —alargó la mano para coger el azucarero—. ¿Mamá, azúcar?

A los minutos, entró el niño corriendo en el salón, como si de un torbellino se tratase. Detrás de él, había un perro correteando. Era Lilo, el caniche de Gabi. Aunque el perro ya era mayor y ya no era capaz de seguir el ritmo, siempre estaba persiguiendo a Gabi de un lado a otro de la casa.

—Ya, ya. Ya estoy aquí.

El niño se aproximó a la mesa, pero no se fijó en la comida. Tenía unos juguetes de perro entre los brazos que le impedían prestar atención a otra cosa. Se agachó y los colocó en el suelo ante la mirada de su abuela, que soplaba el café.

—A ver, Lilo. ¿Cuántos juguetes hay? ­—preguntó Gabi al perro.

Lilo le miraba indiferente, con la lengua sobresaliéndole de la boca y moviendo la cola. Gabi recolocó los juguetes de otra forma diferente y repitió la pregunta. Ante la falta de reacción por parte del perro, el niño resopló, frustrado.

—Cielo, ¿qué es lo que estás intentando hacer? ¿Qué quieres que haga Lilo? ­—preguntó su madre.
—Lilo, ¿cuántos juguetes hay? —El perro permaneció quieto, mirando a todo el mundo—. Jopé, Lilo. No me haces caso. 

La abuela le dijo al niño que empezara a merendar y Gabi obedeció.

—¿Quieres que Lilo cuente sus juguetes? —preguntó María. Gabi asintió—. ¿Cómo vas a hacer eso?
—Es que en clase de mates nos han dicho que hace mucho tiempo, hubo un caballo que sabía contar. Hacía sumas y restas y todo eso. Quería comprobar si Lilo sabía también o no.

Los animales no pueden decir «uno, dos y tres» como nosotros, pero sí que tienen la capacidad para comprender los números de otra manera.

El niño bebió de su batido de chocolate, dejándose un bigotillo de color marrón por encima de la boca. La abuela cogió una servilleta y le limpió. Parecía divertida ante lo que había dicho su nieto.

—¿Un caballo que puede contar? No sé. Parece un poco raro, ¿no crees?
—Me lo ha dicho la seño. Le preguntaban problemas de matemáticas al caballo y él los resolvía golpeando en el suelo con el casco. Si la respuesta era dos, el caballo golpeaba dos veces. Si era tres, tres…
—Y ¿cómo quieres que Lilo te dé las respuestas? Él no tiene cascos —señaló la abuela. 
—Ya lo sé, pero puede ladrar, ¿no? —Gabi se dio la vuelta y se acuclilló hasta el nivel de Lilo. El perro interpretó otra cosa diferente y le lamió el brazo. El niño repitió la pregunta—. ¿Cuántos juguetes tienes delante, Lilo? —Lilo no hizo caso y se tumbó en el suelo.

Ante las quejas del niño, la abuela salió en defensa del perro.

—A ver, Gabi, no te pongas así con él. Lilo no puede contar. A lo mejor ese caballo estaba entrenado o algo así —se llevó la taza de café a la boca y echó un sorbo. Gabi se enfurruñó.
—Venga, no te enfades —le dijo su madre—. Hoy es un día especial. No lo estropeemos, ¿eh? Mira lo que te he preparado.

María retiró el trapo que había sobre las galletas y no tardó mucho en escucharse el chillido de sorpresa del niño. De repente, el mohín de su cara desapareció y fue reemplazado con una mueca de alegría.

—¡Hala! Son mis galletas, mamá —exclamó Gabi. Sus dedos revolotearon por encima de las galletas. Parecía demasiado emocionado como para decidir cuál coger primero.
—¿Te gustan? —le preguntó su abuela, contenta de que se le hubiera quitado el enfado—. Mira, hay de todo: pájaros, leones, ranas, gatos…
—Qué chulas, mamá. Voy a coger esta… No, esta. —Al final, el niño se decantó por una galleta que tenía la silueta de una mariposa. Se la quedó mirando—. Entonces, ¿los animales no saben contar como nosotros? ¿Lilo no sabe hacer mates?

La abuela meneó la cabeza de lado a lado, negando. No le parecía posible. María, por el contrario, asintió decidida.

—¿Sabes? En un documental que vi el otro día dijeron algo que podría resultarte interesante.

El niño la miró mientras daba un mordisco a la galleta, dejando migas en el suelo del salón. Lilo se incorporó y se acercó, haciéndolas desaparecer.

—¿El qué, mamá?
—Resulta que hay animales que sí pueden contar —antes de que Gabi pudiera hablar, su madre le paró haciendo un gesto—, pero no como tú te piensas.
—¿Qué estás diciendo, Mari? —preguntó la abuela, confundida.
—Los animales no pueden decir «uno, dos y tres» como nosotros, pero sí que tienen la capacidad para comprender los números de otra manera. Entienden cantidades, por ejemplo.  
—¿Cómo? —Gabi echó mano de otra galleta, esta vez con la forma de un delfín.
—En la naturaleza, los animales tienen que estar muy atentos para evitar ser depredados o cazados, ¿verdad? —Gabi asintió—. Pues bien, digamos que poder diferenciar entre el número de cosas les viene bien para eso y otras muchas cosas más. Les conviene para sobrevivir.
—Ya, ya. Pero ¿cómo cuenta entonces un…? —El niño gesticuló con las manos y señaló a otra galleta, una de una rana—. ¿Cómo cuenta una rana?
—Los animales parecen no diferenciar bien entre cantidades muy parecidas, como entre grupos de cuatro o seis galletas —María hizo dos grupos de galletas a modo de ilustración—. Pero una rana podría diferenciar entre un grupo de cuatro alimentos de otro de ocho. ¿Lo ves? ¿Ves que se nota mucho la diferencia?

Gabi asintió, pero la abuela no parecía convencida.

—¿Y para que querría una rana hacer eso?
—Pues le sirve para decidir qué zona tiene más alimento, más moscas, por ejemplo, a su disposición. Es una cuestión de supervivencia.
—¿Y qué me dices de un león? ¿Cómo cuenta un león? —Gabi cogió la galleta del león y se la dio a su madre.
—En el documental, unos científicos dijeron que a un grupo de leonas les habían hecho escuchar grabaciones de leonas que no eran de la manada. ¿Sabes qué pasaba, Gabi?

Él negó con la cabeza. Era tal su nivel de atención que no se había dado cuenta de que la galleta que había mojado con el batido ya se había roto y se había hundido en el fondo del vaso.

—Según el número de rugidos que escuchaban, si eran solo uno o varios, las leonas atacaban de manera más contundente o menos. Cuando solo había un rugido, atacaban decididas; si había más de un rugido en la grabación, dudaban más.
—Qué guay… —Gabi parecía animado, la abuela no tanto.
—¿Y cómo les sirve eso para comer a las leonas que atacaban?
—Contar no solo es importante para alimentarse. Quizás hay más probabilidades de ganar cuando la manada tiene más leones que la manada de los enemigos, ¿no? —contestó María. El café ya se le había enfriado, pero no le importó.
—Claro. Si son más, las leonas pueden defender mejor su casa de aquellos que las quieran atacar —remarcó Gabi.
—¿Sabes algo acerca de los pájaros, Mari? —la abuela preguntó.
—¿Hacen algo los pájaros, mamá?

María se río. Había conseguido captar la atención de todos, incluso de Lilo, que se había estado quedando adormilado. Ahora miraba de un lado a otro a la gente, como si estuviera esperando a que le descubrieran más cosas acerca de las palomas a las que le encantaba perseguir por la calle.

—Hay algunas especies que se avisan entre sí acerca de si hay depredadores cerca o no. Dependiendo de cómo píen, del número de notas que canten, están diciendo una cosa u otra: la distancia a la que está el depredador, su tamaño… De esa manera se pueden esconder y proteger del depredador antes de tiempo.
—¿En serio? —La abuela frunció el ceño.
—Sí, sí. La verdad es que el documental era súper interesante —añadió María.
—Un momento. Si los animales hacen matemáticas también, aunque son un poco raras, ¿por qué Lilo no quiere hacerme caso? ¿Es que no sabe contar? ¿O es que se le dan mal las mates como a mí?

La abuela y María se rieron. Con la risa alertaron a Lilo y este levantó las orejas, en guardia.

—Cariño, puede que a Lilo sí se le den mal los números —concedió María.
—Ten en cuenta que ya es muy mayor. Quizás ya está cansado para hacer cuentas —agregó la abuela, acariciando al perro.

Gabi se acercó a Lilo y se sentó en el suelo junto a él. Lilo empezó a mover la cola más alegremente.

—¿Es verdad eso, Lilo? ¿Estás muy cansado para contar? —Lilo respondió volviéndole a lamer—. Eso también me pasa a mí a veces.
—Anda, ven aquí y termínate la merienda, que hay que hacer los deberes —dijo María. Ante la queja de Gabi, añadió—. Después de los deberes te sigo contando cosas de estas, ¿te parece?
—¡Vale!

 

BIBLIOGRAFÍA

Nieder. 2020. The adaptive value of numerical competence. Trends in Ecology & Evolution 35: 605-617.

 

https://shop.principia.io/
10 temporadas de Principia Magazine en portadas

 

Deja tu comentario!