El Portalón, entendiendo la evolución.

Portada móvil

El grupo avanza exhausto y desquiciado por ese entorno tan complicado, todavía no saben que tomarán una decisión importante hoy.

TEXTO POR LEONARDO D'ANCHIANO
ILUSTRADO POR MANUEL CARNERERO
ARTÍCULOS
ARQUEOLOGÍA | ATAPUERCA
7 de Marzo de 2024

Tiempo medio de lectura (minutos)

A vista de pájaro son puntos oscuros y separados sobre una tremenda colina de color más claro. Aparentemente inconexos y erráticos, en realidad todos siguen los pasos de los tres miembros que van un poco por delante. Y es que los roles, establecidos de manera casi inercial en función de las capacidades de cada individuo, están muy definidos en la propia micro-sociedad que es la tribu. Los de la avanzadilla han demostrado más veces que los demás su capacidad de orientación, casi de intuición, para encontrar las zonas apropiadas en las que guarecerse durante los imprevistos temporales que se les aparecen en esa travesía nómada hacia ninguna parte, y hacia todas a la vez.

Sin embargo, esta vez todo es un poco más complicado. En realidad, trasnochar es lo más sencillo que necesitan hacer. Las tribus en ese momento se han desarrollado lo suficiente como para tener una enorme lista de cosas que revisar antes de ir con todo. Son un grupo cada vez más numeroso, pero más viejo. El inclemente sol del verano les obliga a hacer más paradas de las que les gustaría, en parte también por los animales que les acompañan: el pastoreo obliga a que las caminatas sean de menos kilómetros. A toda esa suma de circunstancias hay que añadirle la cojera que arrastra uno de los tres adelantados. Su tobillo derecho le pincha cada paso que da, y esa herida medianamente profunda en el antebrazo, a pesar de las hierbas que le dijeron que pusiera sobre ella, empieza a tener mala pinta. Todo ello es resultado de una inesperada y brusca caída en la oscuridad de la noche hace unos días, cuando huía apresuradamente de uno de esos ruidos que pueden acabar con tu vida. Está más cansado de lo habitual y por ello decide negociar con sus dos iguales: hay que buscar un lugar en el que permanecer una temporada.

Desde que cruzaron el río al alba y comenzaron a subir, el sol también ha hecho lo propio en el cielo. Han gestionado el recorrido intentando cumplir la máxima humana por excelencia: subir una colina para ver qué hay al otro lado. De repente, una pequeña pendiente cuesta abajo en medio de la ascensión les resulta extraña, contranatura. Mientras el lesionado espera en un lugar visible a los rezagados, los otros dos bajan por ella para ver adónde lleva. Abajo, al final de esa cuesta, una abrumadora cavidad en el karst les descoloca. Acceden al interior con todo el cuidado que pueden y no acaban de creerse lo enorme que es. El resto del grupo tiene que ver esto, piensan. Vuelven sobre sus pasos contentos por el hallazgo y llegan hasta su compañero casi a la vez que los demás. Él les espera sentado en una de las rocas que afloran del suelo, a la sombra. Una improvisada y breve reunión explicando el tema termina con la visita de unos cuantos más a la cueva. No hay duda, todos coinciden en establecerse: hay sitio para el ganado, hay espacio para la zona de habitación y para todos los elementos indispensables que llevan consigo.

Hombres, mujeres, niños, perros, vacas y cabras. Ellos no lo saben, pero replicando decisiones como esa a lo largo y ancho de la geografía por grupos como el suyo, están estableciendo las bases de un cambio de paradigma en la especie: el paso de la vida nómada al sedentarismo. Están transformando los elementos, tal y como se presentan en la naturaleza, en un hogar. Es un conocimiento sobre la manera de habitar una cueva que ha ido pasando de generación en generación, quienes han ido aportando sus propias experiencias durante años al concepto hasta desarrollarlo de manera formidable. Ahora son ellos los que controlan el entorno, y no al revés. O al menos no siempre, como les ocurría a sus ancestros.

En una especie de liturgia, mientras unos comienzan a colocar los bienes y elementos que llevan a todas partes con ellos, otros están ya adecentando la zona donde descansarán los más mayores y los más pequeños, que siempre son los primeros a los que Morfeo convence. Durante toda la tarde hacen del sitio un entorno en el que perfectamente se diferencian los espacios. Esa noche será la más extraña, la de adaptación; sienten esa misma sensación que ha perdurado hasta nuestros días cuando dormimos fuera de casa. Las primeras jornadas son cruciales para definir las ubicaciones... ¿dónde cocinar?¿dónde dormir? ¿dónde ubicar el ganado?¿dónde alojar los bienes de consumo que forman parte de su equipaje? Poco a poco gestionan el espacio de manera que El Portalón se convierte en su casa.

Los siguientes amaneceres comienzan con la mayoría del grupo saliendo de caza, y al mismo tiempo que hay varios que pastorean en los alrededores de la cueva, otros preparan la tierra para la siembra. Dentro de la estancia han comenzado ya con el tratamiento de los suelos; les dan estabilidad con un método de fuego, ramas, el carbón resultante y arcilla. Repiten el proceso decenas de veces dentro de la estancia con un mismo fin: hacerlo más habitable. También han investigado un poco el conjunto de galerías que se adentran varios centenares de metros en la montaña. A pesar de que ese tobillo derecho ha mejorado bastante con el reposo durante este tiempo, la herida del antebrazo ha empeorado. La infección le está provocando fiebre y un dolor agudo incapacitante si quiere hacer algo con la mano derecha. Cada día se le hace eterno, por mucho ungüento y muchas plantas que los más veteranos le hacen tomar. Procura distraerse del dolor ayudando a colocar cosas donde le piden, trabajando la cerámica como buenamente puede o separando las pajas de centeno por grosores para adelantar algo de trabajo a las que pasan sus horas haciendo cestos de considerable tamaño en los que meten el grano o los frutos que se recolectan. Las hebras más gruesas las usan para la base y las más largas y finas para la elaboración de las paredes.

El emplazamiento hace tiempo que tiene el empaque que requiere. Cada vez tienen más claro que es su sitio, sobre todo por la buena tierra que hay para siembra, los cercanos pastos para el pastoreo y por las formidables condiciones para la caza: desde aquel punto en el que se reunieron por primera vez pueden otear las manadas establecidas por toda la extensión entre los dos ríos. Eso sí, todos tienen en mente que, cuando llegue el invierno, habrá que ver qué sucede. En verano las cosas son muy diferentes, y a lo mejor lo que hoy es una idea estupenda, una decisión fácil de tomar, dentro de un tiempo se convierte en una calamidad en forma de inundación, desprendimiento, o quizás un día de excesivo viento hace inhabitable la cueva hasta el punto de plantearse su abandono. De momento, y después de aquella reunión sobre el terreno, consideraron darle un voto de confianza a la intuición de los tres exploradores. Sólo el inquebrantable paso del tiempo dirá si acertaron otra vez, o no. Lo cierto es que la movilización de todo el grupo se antoja cada más complicada.

Finalmente, no ha aguantado. Hacía unas cuantas jornadas que veía a sus compañeros volver de la cacería rezumando adrenalina y cansancio a partes iguales. Tan numerosos y con sus técnicas muy mejoradas, les da igual la presa, ya se atreven con cualquier bestia. La infección ha avanzado demasiado rápido, y la necrosis de toda esa zona le ha ido provocando dolores cada vez más intensos. Mientras las mujeres pensaban en que, si todo iba bien, en pocas lunas tendrían grano para cocinar, carne de ciervo o caballo, leche de cabra, y un lugar en el que disfrutar del calor de un hogar, él al oírlas hablar imaginaba los cestos repletos de frutos y cereales y las vasijas llenas de leche. Sin decir nada, se sentía reconfortado por haber sido parte de la avanzadilla que descubrió lo que hoy era su casa. Lo consideraba su legado para los que les sucederán, cómo todos forman parte de la tribu de una u otra manera, los más mayores se encargan de remarcarlo cada vez que pueden. Con los primeros rayos del día su corazón se ha parado para apartarle del camino que también fue descubriendo, el de su vida, en un mundo del que no se conocía casi nada. Lo que fue una caída huyendo en la noche, acabó derivando en una infección del torrente sanguíneo que le ha costado la vida. Cada deceso es un capítulo que golpea con fuerza al grupo y sus miembros detienen todas las actividades, porque no acaban de acostumbrarse a la desazón de la pérdida de un ser cercano. Descubren el cuerpo con rostro tranquilo, como si estuviera dándoles a entender que ahora está mejor, esperando un enterramiento a modo de despedida. Una de las peculiaridades de su nuevo hogar es la interconexión entre cavidades que la erosión ha conformado bajo tierra. Han explorado casi todas, y han consensuado una como el lugar donde tener cerca a los integrantes que fallecen.

Será el primero de la tribu que descanse en esa galería, y a ese viaje a la otra vida le acompañarán vasijas cerámicas y algunas herramientas. Un simbolismo que se reconoce por la forma y ubicación elegidos. El acceso es una lengua de aproximadamente medio kilómetro que se adentra en el karst por el que sus congéneres caminarán hasta llegar al punto escogido. Un tremendo dolor acompaña a los únicos sonidos del crepitar de las antorchas y el agudo plick de alguna que otra gota de agua al impactar contra la estalagmita que entre ellas están creando sin prisa, pero sin pausa. Con el paso del tiempo irán añadiendo conceptos al ritual, con el grabado y las pinturas rupestres como principales señales de lo que ahí sucedía durante el funeral. Han pasado de abandonar a los fallecidos donde morían, o despedirlos ritualmente a cielo abierto, a crear zonas de enterramiento interiores, a rememorar el dolor de la pérdida teniéndolos cerca. La aceptación de la muerte fue un capítulo importante en el paso de la vida nómada al sedentarismo.

Cuando alguien me explica con detalle algo que pasó hace mucho tiempo en ese lugar, suelo inventar un pasado que nunca fue, pero que podría haber sido. Eso fue lo que me pasó en El Portalón. Ya estábamos dentro; la ubicación para la explicación del yacimiento por parte de la persona responsable la suelen convenir con los camarógrafos, el famoso tiro de cámara. Esperamos obnubilados observando el mimo con el que los especialistas recogen los sedimentos, brocheta y carbonera en mano. Después de miles de años, cada palada de esa tierra terminará metida en sacos perfectamente identificados en el lavadero junto al río Arlanzón para cribar los restos de la microfauna que ayude a esclarecer el panorama climático de la época.

— Ok. Ahí, perfecto—. parece una contraseña que, al ser pronunciada, hace que los demás nos arremolinemos frente a Amalia.
— Lo primero, preséntate para la entradilla, por favor. Nombre, apellido...

Mi smartphone comienza a grabar la explicación sustentado en la postura más cómoda que he desarrollado para esas ocasiones: fijo mi codo contra el abdomen, y la mano sujeta el codo del otro brazo, que está completamente extendido. A medida que Amalia nos va desgranando los datos sobre la campaña, mi cabeza va sobrevolando la escena, imaginando una situación que pudo darse hace miles de años en ese preciso espacio. A mi izquierda oigo susurrar mi nombre, es Patricia, una de las culpables de que yo esté ahí, que me saca de ese viaje en el tiempo cuando se me acerca para pedirme la grabación porque había entrado un poco más tarde que el grupo.

Desde que aquellos primeros habitantes ocupasen la cavidad de ese pequeño relato ficticio anterior, evolucionaron el entorno hacia lo que hoy comúnmente llamamos «hogar», lo hicieron su casa. Un asentamiento que sirvió para que todos los que conformaban la tribu se vieran en la tesitura de asumir el emplazamiento como el presente y futuro de su particular sociedad. Una forma de vida que llegó para quedarse y que tuvieron que desarrollar desde cero durante generaciones. A nuestro cerebro le cuesta concebir que ellos fueron los primeros en hacerlo. Y así pasaron los milenios, desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce.

El lugar fue en primera instancia ocupado por aquellos primeros cazadores-recolectores (y cada vez más pastores), que hace más de 7000 años se instalaron en Cueva Mayor, adaptando los suelos para convertirlos en algo distinto a lo que eran hasta ese momento. Quemaron ramas y el carbón resultante lo mezclaron con arcilla. La misma arcilla para hacer cerámicas que, también hoy, se siguen encontrando en el yacimiento, algunas lisas y otras más trabajadas, que se complementan con la industria lítica y los restos óseos de macrofauna. En Atapuerca se ha descubierto por primera vez a nivel mundial la evidencia de ese tipo de tratamiento a un suelo de esa antigüedad para convertir el lugar en una zona de habitabilidad. Un hallazgo único, otro más.

La excavación de El Portalón está dividida en diferentes alturas. La parte más alta corresponde a la Edad del Bronce medio (aprox 2000-1600 a. C.). Una zona empezada a excavar hace muchos años en la que, según nos comentó Amalia, cesaron los trabajos para que avanzase la tecnología de estudio y atacarla cuando eso ocurriera. Ese momento es ahora. La parte baja del yacimiento pertenece al Neolitico (hace unos 7200 años). El hecho de ser un descubrimiento único hace que se trabaje en él con extrema precaución en cuanto a registros porque, por desgracia, como dijo ella "en arqueología todo lo que tocamos lo tenemos que destruir”. Para ello se ayudan de la tecnología GPS y el escaneo 3D. Gracias a una estación total pueden localizar la altura de cota de cada elemento mínimamente interesante, que se añade a la metodología habitual de fotografiado previo y posterior en cada zona excavada. En total ha habido un grupo de unas veinte personas trabajando en una superficie en conjunto de unos 18m2... aunque la responsable admite que lo que realmente les gustaría es algo tan inabordable como poder excavar la totalidad del suelo de la cueva, incluso desde la cota del suelo que estábamos pisando nosotros durante la visita. «Estamos en el inicio del Neolítico, aún siguen cazando y recolectando, y de alguna manera comienzan a estabular el ganado, e incluso se han encontrado láminas preparadas para segar», nos comenta Amalia. Si se excavase en su totalidad, quizá podría encontrarse ese establo que probablemente tendrían. No obstante, lo que ya se ha descubierto en la Galería del Sílex contigua es el enterramiento de una niña que sienta las bases para afirmar que esa zona era un cementerio, en cuanto a los objetos aparecidos, este año 2023 están apareciendo cerámicas que son más de cocina, piezas más prácticas que decoradas, realizadas por los primeros agricultores y ganaderos de la península. Un registro tan diverso que cuando terminó la visita había que digerir, por eso lo grabamos todo, para no perder detalle... y también para poder pasárselo a Patricia si vuelve a perderse el inicio de las explicaciones, como aquel día.

N. del A.: Este texto está escrito semanas antes del espectacular hallazgo de la niña de 13 años descubierta en la Galería del Sílex, es por eso que «he dado sepultura» a otro miembro de la tribu, con el único fin de querer mencionar la existencia de enterramientos dentro del complejo de Cueva Mayor.

10 temporadas de Principia Magazine en portadas

 

Deja tu comentario!