Herencia inefable

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Como dos imágenes especulares, presente y recuerdo se dan la espalda. El rastro espumoso y las huellas humanas avanzan en direcciones opuestas, partiendo del punto de convergencia entre el ayer y el ahora. Una niña se asoma a la cubierta del barco, su mirada atrapada por la icónica imagen del reloj neogótico. La mujer de incipientes canas y pies descalzos sobre la arena se detiene frente a la roca catedralicia moldeada pacientemente por el pareado que forman tiempo y viento…

TEXTO POR BLANCA SALGADO FUENTES
ILUSTRADO POR NATHALIE ZHANG
ARTÍCULOS
ARQUITECTURA | BIOLOGÍA | GENÉTICA
1 de Abril de 2024

Tiempo medio de lectura (minutos)

«La arquitectura es el arte inevitable» nos dice Leland M. Roth en Entender la arquitectura, «(…) la crónica física de nuestras aspiraciones y nuestros logros». Habitamos y contemplamos los productos de este arte y técnica, trabajamos y descansamos en ellos, amamos y odiamos, gozamos y sufrimos… venimos al mundo y lo abandonamos bajo el amparo de sus muros. Son nuestro hogar, el escenario de nuestros recuerdos y fotografías, los testigos infalibles de los pequeños y grandes acontecimientos de nuestra vida. Gigantes de piedra, ladrillo, cemento… que observan nuestro caminar distraído que los ignora. Sin embargo, nuestro afán edilicio nos acompaña desde la infancia particular y colectiva. Por un lado, la arquitectura nació en el Neolítico como consecuencia de la adopción de un estilo de vida sedentario y la aparición de los primeros asentamientos, y por otro, ¿quién no ha soñado de niño con construir impenetrables fortalezas que luego elevaba sobre la arena o la nieve? En este sentido, parece que la arquitectura es algo innato a los seres humanos, mas no exclusivo, puesto que hay otras especies animales que también construyen, aunque en su caso, se trata de un proceso inconsciente guiado por el instinto y, en definitiva, el dictamen de los genes. Por el contrario, cuando los seres humanos diseñan, proyectan y crean edificios persiguen un fin más utilitario o hedonista. En otras palabras: existe una intención, un pensamiento, una emoción. Pero ¿podría ser esto un motivo para rechazar la idea de que también podemos encontrar arquitectura en la naturaleza?

¿Quién no ha soñado de niño con construir impenetrables fortalezas que luego elevaba sobre la arena o la nieve? En este sentido, parece que la arquitectura es algo innato a los seres humanos, mas no exclusivo, puesto que hay otras especies animales que también construyen...

Si Roth está en lo cierto y la arquitectura es inevitable, tal vez encontremos ciertos paralelismos entre el ejercicio humano y la obra de la naturaleza, reconociendo así auténticos monumentos geológicos a la altura del más prodigioso de nuestros monasterios, palacios o ayuntamientos. Esta es la sensación que nos invade cuando visitamos lugares como la playa de las Catedrales (Lugo), donde el viento y las mareas se han encargado de moldear arcos y columnas en las rocas, esbozando un esqueleto eclesiástico y natural que se adentra en el mar. A diferencia de las edificaciones humanas, que suelen llevar consigo algún tipo de imposición, la naturaleza crea sin premeditación —se deja llevar—, pues sus musas son la inercia y el azar. La belleza natural es inesperada, improvisada y sorprendente, perfectamente adaptada al ambiente y su tiempo. En cambio, parece que los seres humanos solo sabemos amoldarnos a nosotros mismos, a nuestros objetivos y deseos, pero no —o no siempre— a lo que nos rodea, víctimas como somos de un arraigado antropocentrismo.

Por tanto, podría decirse que la arquitectura y la geología serían los máximos exponentes de una fuerza creadora basada en el binomio construcción/destrucción. Ambas son químicas de lo macroscópico que conjugan los elementos del entorno y los transforman. También influyen sobre ellos y los condicionan, constituyendo el patrimonio de todo lo que habita en la Tierra. En definitiva, nuestra herencia. Curiosamente, esta palabra proviene del latín y su significado original era estar adherido. En cierto sentido, la herencia representa aquello de lo que no podemos desprendernos porque nos pertenece íntimamente. Y es eso lo que sentimos tanto rodeados por formaciones rocosas como en medio del centro histórico de una ciudad. Habitamos el pasado, el presente y el futuro de los lugares en los que estamos, experimentando por breves instantes la eternidad. Rodeados de este patrimonio, cultural o natural, nos invaden emociones muy diversas y acabamos descubriendo cosas acerca de nosotros mismos que desconocíamos. Así, aprendemos que somos capaces de flotar estando fuera del agua mientras caminamos por el sereno y silencioso patio central del Real Monasterio de Santo Tomás en Ávila, recibimos una lección de humildad ante la grandiosidad y la belleza de construcciones como la Alhambra de Granada o nos sentimos hechizados por ciudades fénix como Teruel, mudéjar y modernista, que resurgieron de sus cenizas. Pero también nos conmueven las ruinas, como en Itálica (Santiponce, Sevilla), aquellas construcciones fortuitas que encontramos en la naturaleza o los edificios ordinarios que amparan nuestra cotidianeidad. Estos escuchan las conversaciones que mantenemos con nosotros mismos y recogen el eco de nuestras risas y llantos. Sus sencillas y austeras estructuras nos son familiares, las reconocemos y las llamamos hogar.

...la arquitectura y la geología serían los máximos exponentes de una fuerza creadora basada en el binomio construcción/destrucción. Ambas son químicas de lo macroscópico que conjugan los elementos del entorno y los transforman...

No obstante, la arquitectura no es solo símbolo sino también función, o así lo expuso Vitruvio al defender que la arquitectura debía proporcionar solidez, utilidad y belleza (firmitas, utilitas, venustas). Por ello, para respetar la famosa tríada es necesario conocimiento. Saber acerca del espacio, la estructura, los materiales… pero también sobre las necesidades y la psique humana, o el efecto recíproco entre el entorno y las edificaciones. Esto último es de especial importancia teniendo en cuenta la crisis medioambiental actual o la recurrencia de las crisis energéticas. De esta forma, podemos no estar de acuerdo en la respuesta a la pregunta que formulaba al principio y pensar que la arquitectura, al ir más allá de la mera construcción, sí que es algo exclusivo de los seres humanos. En cualquier caso, no puede desligarse de la naturaleza que ocupa, pues ambas se influyen entre sí.

La concepción de la arquitectura cambia con el transcurso del tiempo y el devenir de las diferentes culturas, atendiendo esta a las particularidades de cada espacio y cada momento —se adapta a su contexto. Sin embargo, de un tiempo a esta parte el progreso técnico ha permitido que podamos desentendernos del mensaje de la naturaleza, al no tener que prestar atención —o eso creíamos— a las limitaciones impuestas por el entorno. De esta manera, mientras que las construcciones primitivas y tradicionales aprovechaban los recursos más inmediatos y «revelan (…) sutiles y complejas respuestas al medio ambiente», como nos dice Roth; ahora nos enfrentamos a problemas de eficiencia energética con, por ejemplo, ostentosos edificios que nos seducen con sus coberturas de vidrio, pero que se convierten en abrasadores invernaderos durante el verano. Tal vez debamos volver a observar, o más bien, escuchar a la naturaleza, no solo para tomar ideas que nos ayuden en nuestros propósitos, sino también para aprender a vivir en consonancia con ella.

Finalmente, pese a los nuevos retos y la metamorfosis que ha sufrido la arquitectura a lo largo de los siglos, hay una cualidad que se mantiene intacta y que quizás sea lo que más nos conmueve de este polifacético arte que es también ciencia. Y es que todo producto de la arquitectura, ya nos refiramos a un monumento o una humilde construcción rural, es un palimpsesto de historias. Habitamos las proyecciones de los pensamientos de unos artistas anónimos, lugares regados con el sudor de quienes los construyeron. Entonces, sentimos que nos pertenecemos unos a otros y que nuestros relatos se superponen y entrelazan en el gran telar del universo. Por ello, sirvan estas palabras de homenaje a todos esos artistas y obreros que construyen los lugares que habitamos y la realidad inefable que heredamos.

Finalmente, pese a los nuevos retos y la metamorfosis que ha sufrido la arquitectura a lo largo de los siglos, hay una cualidad que se mantiene intacta y que quizás sea lo que más nos conmueve de este polifacético arte que es también ciencia. 

Bibliografía

—Roth. 2015. Entender la arquitectura. Gustavo Gili

Principia Magazine en portadas

 

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