La habitación está llena de sombras silenciosas que se mueven al compás de Paula. Está sentada en el escritorio, la lámpara enfoca al reloj que, destripado, está en el centro de la mesa. Ella manipula los cables con delicadeza y con el pulso firme acopla las últimas conexiones. Richard, su contacto en la organización Werner, se lo dejó bien claro «al moverte con el reloj estás creando un momento. No puedes conocer tu realidad en ese instante y hacia donde te lleva a la vez». Paula cierra la tapa del reloj, observa su obra y por fin se permite dejar ir todo el aire acumulado. Las palabras de Richard resuenan en su cabeza, «Recuerda, las realidades están entrelazadas. Si cambias una, la otra también cambiará, sin importar donde esté. Todo dependerá de ti». El cansancio le puede, bosteza y se deja llevar por el sueño.
—¡Despierta!
Paula se incorpora, con la respiración agitada y desorientada. Otra vez la misma pesadilla, donde su grito, lejano, la despierta. Está empapada en sudor. Mira a su alrededor. Sus sábanas están revueltas, no recuerda cuándo se fue a dormir. El reloj de su mesilla marca las 07:00. Lo mira con atención. La organización confió en ella para las pruebas, buscaban a alguien para estabilizar el momento perfecto, alguien que no tuviera miedo a saltar.
Se levanta y se prepara para ir a clase. En el instituto la misma historia, los empujones en el pasillo, las risas de los de siempre y ella en el centro de la diana.
Se sienta en su pupitre, saca el cuaderno y los bolis. Suspira, no recuerda si ha traído el libro. Se pone a rebuscar por su mochila durante unos segundos pero se rinde ante la evidencia. Se lo ha vuelto a olvidar. Al incorporarse, su cuaderno ya no está. El corazón le golpea en el pecho, «otra broma… no, por favor» piensa mirando a su alrededor. Pero no hay nadie.
La clase avanza lentamente. Los minutos pesan en el reloj de la pared y parecen no alcanzar nunca la hora.
—Eres peor que las cucarachas —le susurra Meri al salir de la clase mientras Sofía la empuja y la deja temblando de rabia.
—¡Paula! —la llama la profesora de Química por el pasillo, ahuyentando a las dos chicas—. Te estaba buscando. Me falta tu trabajo de clase. Lo he estado buscando, pero parece que no lo tengo.
—Yo se lo di —asegura convencida.
La profesora mira con curiosidad a esta estudiante tan brillante como hermética.
—Seguro que aún lo tienes en el ordenador. Tráemelo mañana martes sin falta. Sabes que mi despacho está siempre abierto ¿no? —le dice mirándola fijamente a los ojos.
Paula asiente y se aleja rápidamente. Por más que lo intenta no recuerda haber hecho ese trabajo, ni haber estado en esa clase.
Sobrevive al día. Ha anotado todo lo que necesitaba saber. Coge el reloj y mueve la manecilla. Se va a dormir sabiendo que el martes puede esperar.
—¡Despierta!
Paula se levanta otra vez inquieta, con el nudo en la garganta, con un grito que no le sale. La pesadilla no le da tregua, y no puede quitarse la sensación de que el tiempo se le acaba. Se retira el pelo pegado de la frente y sonríe, hoy vivirá su versión del lunes.
Al entrar en clase, pasa por al lado de Sofía y Meri.
—¡Quita, bicho! —le gritan al unísono.
Paula hace una pequeña reverencia para evitarlas y se sienta en su sitio. La clase pasa lenta, como si el tiempo estuviera cansado de revivir el mismo día otra vez.
—¡Paula! Te estaba buscando…
—Aquí lo tiene, se había traspapelado en mi carpeta —dice Paula, cortando a la profesora de Química.
En ese momento, unos gritos llenan el pasillo. Una multitud rodea a Sofía y Meri. Paula corre hacia allí, dejando a la profesora con la palabra en la boca. Llega a tiempo de ver cómo cucarachas trepan por los brazos de las chicas, que saltan y gritan intentando sacudirlas. Hoy puede dormir sabiendo que está lista para pasar al martes.
Pero el martes no la recibe como esperaba. Las represalias no se hacen esperar. Llega llorando a casa. Coge el despertador y deja ir el grito reprimido. Puede modificarlo, solo necesita otra oportunidad, «puedo hacerlo… solo necesito…» piensa obstinada. Pero cada vez que planea un nuevo hoy el mañana se le escapa.
—Estás agotando tu tiempo, Paula —le dice Richard al interceptarla en el instituto.
—No, yo… solo probaba. El reloj me está ayudando… —Se apoya en la pared, todo le da vueltas—. Richard… Necesito más tiempo…
—No lo entiendes, cada vez que eliges un momento, destruyes las otras versiones de ti.
Paula vuelve a tener la sensación de vértigo de su pesadilla. Los colores se le mezclan y tiene ganas de devolver. Baja la cabeza. Una sombra se le aproxima.
—¡Paula! ¿Estás bien? El trabajo de Química… —oye de fondo—. Me diste un dosier en blanco. ¿Paula? ¡Paula!
Paula se va corriendo y llega a casa tambaleándose. Entra en su habitación y se queda quieta, cogiéndose la cabeza y apretando los dientes para contener sus recuerdos. Sabe que algo no está bien, pero no recuerda qué.
En la mesilla, el reloj se detiene. Las manecillas se sueltan y los números se convierten en líneas que, como serpientes, empiezan a rodearla. Ya no hay tiempo. Le suben por una pierna y luego por la otra.
—¡Despierta! —grita una voz como la suya— ¡Ya no hay dónde ir!
Las serpientes desaparecen, el reloj se recompone. Paula suspira. Las manecillas…
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