Hedy Lamarr y la composición inalámbrica

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El 9 de noviembre de 1914 nacía en Viena Hedwin Kiesler, conocida por su nombre artístico como Hedy Lamarr (también era actriz), inventora que desarrolló, junto a George Antheil, un sistema de detección de torpedos teledirigidos para uso bélico, inspirado en un principio musical que funcionaba con 88 frecuencias de forma similar al funcionamiento de un piano, cuya concepción de la transmisión de señales en la frecuencia del espectro electromagnético resultó en el desarrollo de la tecnología precursora de las las comunicaciones inalámbricas utilizadas hoy en día para la telefonía móvil, los sistemas de localización por satélite (GPS) o la tecnología wifi, entre otros. Falleció un 19 de enero del año 2000 en Florida, Estados Unidos.

TEXTO POR QUIQUE ROYUELA
ILUSTRADO POR ANGYLALA
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA | EFEMÉRIDES
GEORGE ANTHEIL | HEDY LAMARR | INVENTOS | WIFI
9 de Noviembre de 2016

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Las últimas notas de la pieza volaron por la sala hasta que el sonido metálico de la última de las teclas del piano dejó de escucharse. El compositor, George Antheil, entrelazó los dedos de ambas manos y esperó el veredicto.

—Me gusta, es distinta —sentenció Hedy Lamarr.
—La compuse para una película de Léger hace ya unos años —explicó George. 

Hedy miraba por la ventana, distraída. Parecía encontrase a mil leguas de allí, en su Viena natal. El tiempo había cambiado y los días nublados le recordaron la etapa más terrible de su vida. Su matrimonio en contra de su voluntad con tan solo 19 años con el fabricante de armas Friedrich Mandl casi acaba con ella. Pero como la persona optimista que era, supo aprovechar el confinamiento al que le tenía sometida para retomar sus estudio de ingeniería y su pasión por los inventos, mientras su vena artística seguía reclamando un papel que interpretar a las órdenes de los mejores directores de cine.

Un do del piano la transportó hacia un país lejano, hacia recuerdos amargos. Junto con el sonido de aquella nota, que se le antojaba siniestra, pudo saborear de nuevo el miedo. Todavía recordaba el peculiar olor de la colonia de Adolf Hitler y cómo este le repugnaba e intimidaba a partes iguales. Un pensamiento llevó a otro y el asqueroso olor del tabaco de Mussolini alcanzó sus sentidos: podía saborearlo. Sintió un escalofrío rememorando las miradas lascivas del líder fascista italiano en aquellas cenas de negocios de su marido, quien les proveía de armas.

El sonido in crescendo del piano le provocó una fugaz imagen de su huida que le devolvió a la realidad y a la seguridad que le había proporcionado desde hacía unos años su amada América.

—Suena… —Hedy hizo una pausa buscando la palabra adecuada— al futuro. ¡Eso! ¡Sí, al futuro! No sé por qué, pero evoca a la obra El gran vidrio de Duchamp.

George Antheil soltó una sonora carcajada y tocó una conjunto de rápidas y divertidas notas al piano, como si de una comedia de Charlot se tratara. Solía hacer aquellas cosas: acompañaba con música los comentarios de sus invitados.

—¡Suena al futuro! —exclamó George divertido— ¿Cómo es eso, Hedy? Eres tan ocurrente y divertida. Por eso me gustas tanto —dijo guiñándole un ojo.
—Lo sé, querido —respondió Hedy al halago—. La gente piensa en el futuro como algo lejano, incierto y ajeno…
—Debe serlo, por definición, ¿no? —interrumpió George.

Hedy lo miró como lo hacen las madres con los hijos cuando se equivocan, con una mezcla de cariño y ternura, despojada de todo rastro de condescendencia.

—Te voy a contar un secreto —dijo Hedy con un susurro—. Solo los necios y aquellos que pasan por la vida sin ninguna pretensión piensan que el futuro es algo ajeno, que no les pertenece. Si no prestas atención al presente, jamás formarás parte del futuro. Todo lo que ves a tu alrededor —dijo extendiendo los brazos tratando de abarcar toda la sala— ya forma parte del futuro, pues este se construye a partir de lo que hagamos hoy.

George Antheil observó fijamente a Hedy Lamarr. Sentía una profunda admiración por aquella mujer, cuya inteligencia resultaba abrumadora. No comprendía cómo había quien solo era capaz de apreciar en ella un hermoso rostro de atractivas facciones y un cuerpo anatómicamente perfecto. No entendía cómo algunos solo podían ver en ella a la mujer que mostró su cuerpo desnudo por primera vez frente a las cámaras de Gustav Machatý. La mujer más bella del mundo era mucho más que efímera belleza física. 

—Tócala de nuevo, por favor —pidió Hedy.

George accedió con gusto. Flexionó varias veces los dedos de las manos, que ya sentía entumecidos, y resolvió la pieza al teclado una vez más.

—¿Cómo dices que se llama esta composición? —preguntó Hedy.
Ballet mecánico. Pero deberías escucharla completa. ¡Es tan maravillosa! La percusión y el piano mezclados con sonidos eléctricos y mecánicos, es tan, tan…
—¿Futurista? —sentenció Hedy riendo.

George rió de nueuvo ante aquella obsesión de su amiga por el futuro.

Hedy se acercó al piano en el que George había comenzado a improvisar unas notas que a la postre se convertirían en parte de la banda sonora de Éramos desconocidos (John Huston, 1949). Repentinamente, una de las notas sonó desafinada. George volvió a pulsar la tecla pero esta vez no afloró sonido alguno. Pulsó la tecla de nuevo, pero esta había perdido la firmeza y permanecía lánguida, sin vida.

—¡Maldita sea! —exclamó George.

Hedy frunció el ceño mientras veía a George acercarse a la caja de su piano y levantar la cubierta. Al acercarse, pudo ver el mecanismo interno del instrumento y quedó fascinada.

—George, vuelve a tocar —pidió Hedy.

Él la miró extrañado.

—Por favor —añadió.

George la observó fijamente durante unos segundos y trató de protestar, pero de su boca no salió ningún sonido. Vio algo en aquellos ojos de un color verde casi hipnótico, una chispa, un brillo especial, que le invitó a no preguntar. Quiso poner la cubierta del piano en su sitio pero Hedy le detuvo.

—No, deja que vea sus entrañas funcionar —pidió ella con agitación.

George volvió a tocar Ballet mecánico mientras los ojos de Hedy corrían de un lado a otro, observando cómo aquellas piezas se movían acompasadas siguiendo las veloces instrucciones del pianista hasta su final.

Emocionada, Hedy miró a George y le abrazó por la espalda. El pianista la miró boquiabierto y contagiado por su entusiasmo se levantó y la alzó por los aires, girando como si estuviesen bailando. Eran amigos desde hacía mucho tiempo y este tipo de expresiones emotivas eran bastante frecuentes entre ambos, incluso en público.

—No sé qué he hecho, pero me alegro —dijo George y ambos estallaron en una armónica y sonora carcajada.
—No es lo que has hecho, querido, sino lo que vamos a hacer…. Nunca te conté en lo que llevo años trabajando, ¿verdad? Pues ahora es el momento.

 ……………….

Esta historia no es más que un relato de ficción en el que trato de imaginar cómo pudo ser el momento Eureka en el que, tras un largo proceso de investigación personal, Hedy Lamarr y el compositor George Antheil visualizaron su Sistema de comunicación secreta.

El 9 de noviembre de 1914 nacía en Viena Hedwin Kiesler, conocida por su nombre artístico como Hedy Lamarr, inventora —estudió en varias etapas de su vida ingeniería de telecomunicaciones— cuya vena artística le hizo abandonar su más que prometedora carrera para estudiar arte dramático a las órdenes del director Max Reinhardt. Tras una vida más propia de una película de Hollywood, huyó de su marido y emigró a los Estados Unidos, donde participó y protagonizó más de una veintena de películas (algunas de ellas de gran éxito) y patentó —junto al compositor americano George Antheil— el 11 de agosto de 1942 un sistema de detección de torpedos teledirigidos para uso bélico. Este sistema, inspirado en un principio musical que funcionaba con 88 frecuencias de forma similar al funcionamiento de un piano, fue cedido gratuitamente al ejército de los Estados Unidos para su uso en la Segunda Guerra Mundial que tenía lugar justo en ese momento.

Cartel de la película Sansón y Dalila (Cecil B. DeMille, 1950)

Además, ser una estrella de cine le permitió actuar de forma activa en la recaudación de fondos para la lucha del ejército americano en la Segunda Guerra Mundial.

Hedy Lamarr en portada de la prensa - Principia
Hedy Lamarr en portada de la prensa

No obstante, la tecnología patentada por Lamarr y Antheil no fue utilizada en la contienda por miedo a que el ejercito enemigo pudiese copiarla y usarla en su contra. No fue hasta la crisis de los misiles de Cuba, en la década de los años 80 del siglo pasado, cuando el ejercito americano empleó tecnología basada en esta patente.

Página de la patente de Hedy Lamarr - Principia
Página de la patente de Hedy Lamarr

Sin embargo, la inteligencia que mostró Lamarr en este aspecto no solo sirvió para desarrollar metodología armamentística en la defensa antimisiles, sino que su concepción de la transmisión de señales en la frecuencia del espectro electromagnético resultó en el desarrollo de la tecnología precursora de las comunicaciones inalámbricas, es decir, el sistema de comunicación utilizado hoy en día para la telefonía móvil, los sistemas de localización por satélite (GPS) o la tecnología wifi, entre otros.

El reconocimiento a su vida y creación le ha llegado tarde pero desde todos los ámbitos, incluso el buscador Google le dedicó el año pasado por el 101 aniversario de su nacimiento su propio doodle.

Doodle de Google dedicado al 101 aniversario de Hedy Lamarr - Principia
Doodle de Google dedicado al 101 aniversario de Hedy Lamarr 

Por eso hoy, en el día de su nacimiento se conmemora también el Día del Inventor, y en Principia queríamos rendirle nuestro particular homenaje recreando cómo pudo ser aquel instante maravilloso en el que ambos fueron conscientes de lo que habían creado.

La portada de este artículo es una ilustración de Ángela Alcalá.

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