Un alumno aventajado y un maestro brillante: Torricelli y Galileo

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En ocasiones, algunas personalidades carismáticas son el germen de movimientos intelectuales de peso. Es el caso en el origen de la ciencia moderna, donde Galileo concitó a una gran cantidad de personalidades de gran talento, los galileanos.

TEXTO POR ROSA MARÍA HERRERA
ILUSTRADO POR MARTA QUIJANO
ARTÍCULOS
FÍSICA | HISTORIA DE LA CIENCIA
1 de Julio de 2019

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Por temperamento, por salud, por origen y por formación, la personalidad de Evangelista Torricelli (1608-1647) tiene poco que ver con la de su último maestro, Galileo Galilei (1564-1642). La azarosa vida del maestro, llena de altibajos y responsabilidades familiares, es poco parecida a la apacible y sosegada (más o menos, claro está) carrera ascendente del alumno. 

Les unen, seguramente, los intereses científicos: el gusto por la observación y comprensión de la naturaleza, la afición a la perfección de cualquier categoría, el funcionamiento de los mecanismos, la geometría y las concepciones que servían de basamento a ambos. Este cúmulo de afinidades, junto al talento, la admiración mutuamente reconocida y otros intereses comunes, son quizá buenas coincidencias para colaborar. Sus prejuicios o creencias tácitas (no siempre bajo control), por otro lado, a priori seguramente que no eran acordes siempre, pero Torricelli era prudente y respetuoso con su maestro. 

La impresión que queda es que el ambiente que generaron entre ambos fue bastante creativo y quizá cordial. Así, los razonamientos resultaban complementarios más veces que contrapuestos. En fin, una buena combinación. Esta armonía de conjunto productivo y armonioso no implica afirmar con certeza y rotundidad que sus pensamientos sobre el mundo fueran coincidentes. Lo subrayo porque no es una situación infrecuente en la vida en general. 

Veamos. Las ideas cosmológicas de Torricelli enraizaban con las de Kepler (1571-1630) y se empapó de su pensamiento. Por el contrario, el astrónomo alemán resultaba farragoso y antipático a Galileo, quien además gustaba del movimiento circular y no supo ver las elipses keplerianas, por puro desinterés o antipatía tal vez. Somos básicamente sujetos emocionales y esas características contrapuestas convivían en una personalidad compleja y bien avisada que propugnaba y hacía hincapié con éxito en la idea del diálogo del ser humano con el mundo natural.

El impacto que causó la idea de conversar en el lenguaje de las matemáticas con la naturaleza cambió la manera y la mentalidad de los pensadores y naturalistas más avanzados para mirar comprensivamente y reconducir el modo científico y la actitud. Sin embargo, no conviene dejarse obnubilar, pues este diálogo no es simétrico, como asevera el historiador J. F. Robredo:

 «[…] Se concibe a menudo el acto del conocimiento como el fruto de un diálogo entre la naturaleza y el espíritu humano. Pero esta metáfora es engañosa, pues no hay relación simétrica y equilibrio en este diálogo. La naturaleza tal como se presenta a nuestros sentidos no tiene discurso propio, ni mensaje que transmitir […]».

También está bien señalar que el primer sufridor de esta falta de simetría fue el propio Galileo, el gran proclamador de la idea metafórica. Pero, ¿era consciente de ello o lo vislumbraba? Esta concepción era brillante, demasiado buena y explicativa, y eso conlleva un pequeño peligro. Resultaba muy agradable como para considerar los pequeños detalles que mermasen su consistencia. 

El método y el estilo en la demostración entre maestro y alumno eran posiblemente parejos, como pertenecientes al mismo ambiente científico (aunque es difícil asegurar en qué medida y con qué discrepancia), pero esa coincidencia no oculta las diferencias en algunas ideas clave y los modos de estructurarlas. 

Si el maestro resulta más imaginativo e intuitivo, la facultad creativa del alumno tiende más a buscar la precisión de tipo matemático, la sistematización en el modo de trabajo, el gusto por la perfección en el quehacer tanto matemático como artesanal (su dedicación al buen pulimento de lentes es pareja a su interés por el perfeccionamiento de los indivisibles). 

La gran cultura que ambos poseían se observa tanto en el razonamiento como al hacer divulgación. Si uno es maestro en el diálogo refinado, el otro sabe usar la mitología y sus metáforas y comparaciones con gracia para explicar conceptos científicos. Matemáticos de la corte de los Medici ambos, maestro y discípulo tienen nombre propio en la historia de la ciencia.

Diferentes temperamentos y modos de relacionarse entre príncipes y científicos

Florencia y sus gobernantes es otro nexo de unión relevante, quizá el soporte material más fructífero entre los dos científicos. Estilos mundanos diferentes o circunstancias distintas, quizá haya algo de las dos cosas en la relación de ambos científicos con la casa Medici. 

Galileo, con la ayuda de su cannocchiale (catalejo), hizo las primeras observaciones conscientes de los cuatro satélites mayores de Júpiter: Io, Calisto, Ganimedes y Europa. Transcurrió un tiempo hasta que cobraron pleno sentido científico: cuando la reflexión, la observación continuada de las extrañas visiones de cuerpos con apariciones y desapariciones en las proximidades de Júpiter, que iba anotando minuciosamente, tuvieron significado para él. ¿Qué tipo de astros eran? ¿Cometas, asteroides, satélites u otro tipo de objetos desconocidos? ¿Se trataba de casualidades astronómicas, objetos de ir y no volver? Pero no, quizá esa hipótesis de cuerpos de paso tuviera algún sentido durante cierto tiempo, aunque la aparición reiterada debió hacer descartar pronto al gran inventor de intuiciones esa naturaleza de objetos ajenos. Hasta que comprobó con rotundidad que eran cuatro y no tres, hasta que decidió que eran vecinos de Júpiter debieron transcurrir muchas horas de observación, grandes dosis de reflexión, conocimiento del mundo, mucha intuición y muchos sueños visionarios. 

Una vez corroborada la cualidad de estos astros como cuerpos residentes, cuerpos que formaban parte del sistema, puso en marcha su mundología, su saber hacer y estar en la sociedad, su deseo de divulgación del conocimiento y su afán de agradar a sus mecenas para seguir gozando de su destacada posición. Así ofreció a los Medici su descubrimiento, una forma segura de ganarse su gratitud y colaboración, príncipes de Florencia, mecenas del saber. Los cuerpos jovianos llevarían el nombre de Mediceos en su honor y el mundo podría saber a quiénes debía agradecer la contribución a la elevación del conocimiento, sabría que eran príncipes cultos y generosos, que su corte albergaba y patrocinaba los estudios más avanzados y, en suma, que otorgaban al mundo entero conocimiento.

Torricelli, por otra parte, actuó de otro modo con su importante experimento barométrico (crucial en la determinación de la presión atmosférica), que su autor designó como «experimento del argento vivo», pero no pasó a la historia universal de la misma manera. Verdaderamente recorrió Europa como exhalación gracias, entre otros, al conocido como el correo de los científicos: el monje francés Marin Mersenne (1588-1648), y también a la colaboración inestimable de Descartes (1596-1650) y sus experimentos, la interesante consolidación de las teorías de atomistas como Pierre Gassendi (1592-1655), experimentos sobre el vacío como el de las esferas de Magdeburg realizado por Otto Von Guericke (1602-1686) y algunos otros. Todo parecía estar a punto para recibir esta nuevo hallazgo científico. 

Sin embargo, Torricelli no agasajó a sus mecenas con la dádiva de hacer alguna alusión en la denominación de su trabajo al patronazgo de los Medici. No hizo falta tampoco, estos príncipes eran muy listos, y quizá ya habían comprobado, con la ayuda de Galileo, los buenos réditos que podían sacar al hecho de ver su nombre involucrado en experiencias científicas relevantes y de trascendencia visible. Así, un poco por esto y otro poco quizá por el placer intrínseco del autobombo, se dedicaron a enviar embajadores por toda Europa bautizando la experiencia con su propio nombre, como gobernantes generosos patrocinadores de la sabiduría. 

No es desdeñable considerar la posibilidad de que ese ejercicio principesco propagandístico tuviera algo que ver con el hecho de que este trabajo torricelliano adquiriera mayor trascendencia para la posteridad que algunos otros. Y lo cierto es que realizó algunas otras aportaciones de relevancia considerable.

Referencias

—Herrera, R. M. La génesis del experimento barométrico. Pensamiento Matemático (UPM), Madrid (2012).
—Robredo, J.-F. Les métamorphoses du ciel. De Giordano Bruno à l’Abbé Lemaître, puf, París (2007).

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