El mágico magnetismo. Los magos y la ciencia

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TEXTO POR ROSA MARÍA HERRERA
ILUSTRADO POR ROCÍO RAYA
ARTÍCULOS
FÍSICA | MAGIA
3 de Septiembre de 2020

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De la magia a la ciencia

La ciencia nació de la evolución del pensamiento mágico, del deslizamiento paulatino hacia la decisión de aceptar la observación, que se corresponde a su vez con la complicada evolución del pensamiento grecolatino que se va impregnando poco a poco de otros aires, de nuevas evidencias y, por otra parte, se va liberando de las formas asociadas a la autoridad detentado de la sabiduría, que es el techo donde rompía toda iniciativa de pensamiento o de acción que la contradijera. Tuvo que ser la tozuda realidad, largamente pertinaz, la que poco a poco se fuera imponiendo mediante la observación constante. El pensamiento mágico es el eslabón que encadena el mundo antiguo con el mundo moderno. El aristotelismo, el platonismo, el hermetismo y alguna otra tendencia muy potente… las grandes teorías que dominaron hasta el fin de la Edad Media, estas y la noción de autoridad dueña del saber.

La acción a distancia

La historia del estudio del magnetismo terrestre no se comprendería sin la aportación inicial y la mentalidad de los filósofos herméticos: «las cosas de la misma especie pueden interactuar a distancia sin ningún intermediario material». Este pensamiento seguramente fue muy sugerente para Kepler, aunque él lo usó de modo diferente, e introduciendo algunas ideas científicas. Los magos elaboraron esta idea motriz que inspiró el pensamiento cosmológico inicial del filósofo natural y médico William Gilbert, quien se fue alejando de este principio motor a medida que fue elaborando su estudio y perfeccionando sus ideas, al mismo tiempo que el resto de pensadores científicos iban distanciándose de la idea mágica de que entre el microcosmos (el ser humano) y el macrocosmos (el universo) existe alguna clase de paralelismo o relación.

En los inicios, la cultura hermética influyó en la medicina, el primer traductor del misterioso y controvertido Hermes Trismegisto —polémico personaje mítico del que hay numerosas referencias contradictorias, incluso de quien no existen datos fehacientes de su existencia— fue Marsilio Ficino un médico florentino (con muchas otras habilidades profesionales) que recomendaba el uso de talismanes y artilugios semejantes para tratar enfermedades mentales. Según Ficino, había astros alegres y felices (y cualidades humanas equivalentes) como Júpiter, Venus y el Sol. Con estas bases, este médico aconsejaba cómo pintar las habitaciones y aspectos cotidianos similares para proponer algunas mejoras en el equilibrio mental y la salud de las personas. También se empezaba a pensar en máquinas con capacidad de aprender, parece ser que existen citas del filósofo conocido como Delminio, quien quería construir un teatro en miniatura fabricado a base de muñequitos, lleno de talismanes y figuritas adecuadas para que, en este ambiente, cualquiera que buscara conocimiento hallara inspiración proveniente del macrocosmos.

Otros escrutadores del conocimiento no usaban imágenes físicas y optaban por concentrarse en imágenes mentales, Giordano Bruno clasificó las imágenes mentales para adquirir a través de ellas conocimiento del macrocosmos.

Los herméticos elaboraron la idea genérica de la influencia a distancia entre semejantes que a medida que se fue extendiendo, contribuyó a la estructuración de la mentalidad general y el modo de observación, además resultó una herramienta explicativa muy potente con capacidad de obtener conocimientos empíricos coherentes, que de suyo eran bastante inconexos. Así, la idea mágica de influencia a distancia se afianzó en la mentalidad europea y evolucionó hacia conceptos con gran poder explicativo que se fueron dibujando mucho mejor en el curso del tiempo, como la «gravedad universal» o la «atracción magnética».

En cuanto a la gravitación universal, Newton consiguió tratar el concepto original bastante bien delineado por Kepler en su reflexión general sobre el sistema solar, encajándolo racionalmente en su conjunto de conocimientos, distanciándose paulatinamente de la mentalidad mágica, y en ese sentido se considera junto con la estructura científica de su talante estudioso y compilador de conocimiento. Análogamente los estudios sobre el magnetismo (la interacción magnética), según Gilbert la concebía, parecen sostenerse sobre la idea de influencia a distancia.  

Los conceptos con gran poder explicativo, como el señalado de la «acción a distancia» en varios fenómenos físicos bien conocidos, hicieron en cierto modo que la magia empezara a ser operativa y paulatinamente fuera deviniendo en ciencia, las «fuerzas» naturales se usaban para obtener resultados prácticos; un ejemplo claro: la observación de la capacidad motriz del agua sirvió para, manipulando esta característica de la naturaleza, construir molinos hidráulicos, considerados el prototipo de las máquinas en la Edad Media.

Los imanes tenían la propiedad de mover algunos objetos en cierta dirección según convenía a quien los manipulaba, esta relación es difícil de establecer para la capacidad humana que necesita de explicación sensorial.

La atracción entre cuerpos esbozada por Kepler y otras influencias a distancia

Kepler, en quien se encuentra el origen científico de perfección y la asunción de la idea de «la tendencia atractiva a distancia entre cuerpos», que Newton daría forma científica, pensaba también que la luz y el magnetismo se propagaban entre diversos sitios del cosmos, y los consideraba auténticas influencias a distancia. Algunas de las ideas que tuvieron origen en pensadores como Kepler, Gilbert y otros muchos en el siglo XVII, junto con la teoría del atomismo, dieron origen a la potente ciencia física.

Para entender la mentalidad de los pensadores de la época, hegemónica en la visión general de la naturaleza, hay que destacar a un personaje curioso y complejo que fue el napolitano Giambattista della Porta, erudito de personalidad pintoresca, cuya actividad hoy se encuadraría en varias ramas incluida la magia natural, que describe como «el aspecto práctico de la filosofía natural…, un mago es quien trabaja solo con la ayuda de la naturaleza […]». Aquí se nota la diferencia con la magia negra; la buena magia explica al modo aristotélico della Porta, quien así concebía la materia «toda sustancia natural es una combinación de materia y forma, y de sus tres principios… de tal modo que a menos que uno fuese más fuerte que otro no se percibirían sus propiedades individuales… […]».

Otra idea con la que della Porta trabajaba era la de «temperatura de los elementos» como un modo de clasificar las cosas según su constitución, considerando su estructura, si en ella predomina lo caliente o lo frío, lo húmedo o lo seco; en su concepción, las formas son sustanciales, tienen su manera de ser y no dependen de las cosas. La idea renacentista de «forma sustancial» va más allá de los conceptos temperatura y materia que son aquellos con los que trabajaba la forma sustancial primitiva; esta idea que probablemente procede de Platón, o que hace evocar el platonismo, se adaptó al sistema mágico. Los magos actúan solo con la ayuda de la naturaleza.

La idea filosófica actual de diseño incluida conceptualmente en la noción de innovación, y que resulta muy útil en los problemas que no están bien definidos matemáticamente, puede desempeñar actualmente el puente que fue la magia en su momento. La noción diseño no tiene carácter mágico ni en su formulación ni en su   estructura profunda, pero cumple una misión de enlace entre concepciones, aquellas que podrían describirse matemáticamente y las que, al menos de momento, son más difícilmente definibles o están en fase de desarrollo. 

Desde la Antigüedad a la Edad Media

Los pueblos de la Antigüedad sabían que la magnetita atrae al hierro, y habían elaborado teorías para interpretar el fenómeno, pero no parece que hubieran constatado que los imanes interactúan entre sí y que el hierro puede imantarse, tampoco conocían que los imanes se orientan. Fue hacia el siglo XII cuando tanto en Europa como en China hay constancia de que se conocía que un imán suspendido tiende a orientarse en la dirección norte sur. La primera descripción se debe al religioso y filósofo Alexander Neckham y se trata de un pequeño dispositivo formado por una aguja de imán soportada por un pivote que se orienta regularmente y podía utilizarse para conocer la dirección. Los «orígenes profundos» de las propiedades de los imanes las explicaba por analogía de especie entre el atractor y el atraído.

El ambiente científico en tiempos de Gilbert

Gilbert, en la primera etapa del atomismo de ambiente inglés, muy pronto tuvo acceso a la ideas que se barajaban y entre las primeras apareció la de «efluvio», que consistía en una clase de niebla de pequeñas porciones fluidas, una especie de jugo de partículas exprimible de la materia, como un zumo de frutas, y su modo de actuar sería similar al de cierto tipo de spray de líquido. Aunque había varias modalidades de fenómenos que podían explicarse con esta concepción de partícula. Si bien estas teorías avanzadas, como suele ocurrir, convivieron con teorías más antiguas, herméticos, aristotélicos, etc., que, a pesar de haber realizado grandes aportaciones en su tiempo, se convirtieron en retardadores, en lenguaje filosófico actual.

Newton, como ya se ha esbozado, en su concepción de la acción a distancia arrancó directamente de la tradición hermética, simultáneamente le interesó el atomismo, que también está relacionado con las mónadas de Leibniz. Según esta idea esencial la materia que forman los cuerpos está constituida por unidades indivisibles que confieren las propiedades de la materia y se perciben mediante los órganos sensoriales. La imagen se completa con la existencia del vacío, vacío de átomos, opuesta a las concepciones aristotélicas que no albergan esta posibilidad en su corpus de conocimiento. Durante el siglo XVII, la mayoría de las personas no aceptaba, o no encontraba coherente con la experiencia esta concepción, ni siquiera Descartes y ello a pesar de algunos experimentos de Torricelli que demostraron la existencia de vacío.

Gilbert y De Magnete

La trayectoria de William Gilbert se conoce relativamente bien, pero falta información de algunos periodos en los que algunos suponen viajó a Italia; era hijo de un abogado y estudió medicina, disciplina que ejerció en diversas localidades, en 1581 pasó a ser miembro del Real Colegio de Médicos de Londres donde trabajó hasta su muerte. Según parece fue un buen conocedor de enfermedades propias de la gente del mar, y simultáneamente atendió a personajes de alta alcurnia. He leído que su temperamento era alegre.

Como otros científicos en la historia, además de los asuntos centrales de su profesión médica, dedicó bastante tiempo a realizar experimentos magnéticos cuya descripción y análisis publicó en su libro De Magnete. En este trabajo describió sus estudios sistemáticos sobre imanes y sus propiedades, la atracción de los cuerpos magnéticos, y llegó a considerar la idea de la que la Tierra es un gran imán. También efectuó estudios sobre electricidad que son subsidiarios de su idea de que esta interacción es distinta de la magnética y menos estable.

La concepción de Gilbert se basa en la idea básica de que el mundo tiene algún tipo de unidad con alguna forma de interacción fundamental entre sus partes, que según su opinión es magnética; el hierro en su formulación está conectado con lo más básico del universo. Y la relación magnética es un tipo de interacción mutua entre cuerpos. Distinguiéndola o separándola de la atracción que en su consideración es una relación tiránica de un cuerpo que actúa sobre otro. Desde luego, según su visión, los eventos naturales fluyen básicamente de forma armónica.

En su trabajo sobre el magnetismo se vislumbra el diseño de una capacidad de orientación espacial combinada con una aceleración. Algunos historiadores de la ciencia vislumbran en este pensamiento una especie de esbozo o de símil de lo que será posteriormente la idea de campo. El magnetismo no depende de un material intermediario, y toda sustancia verdadera atrae a las de su especie.

En Gilbert algunos han querido encontrar el pariente lejano, quizá inconsciente, de algunas ideas modernas que se han perfeccionado o modificado. Por ejemplo, al referirse a la luz, Gilbert estima que la luz no es materia real, sino que es materia en potencia; los ópticos enunciaban que la luz llega instantáneamente, y Gilbert aseguraba que el magnetismo se propaga de modo más inmediato y es mucho más sutil que la luz. Y en su paralelismo señala «así como la luz incide sobre cualquier cosa que excita, el imán actúa sobre un cuerpo magnético al que excita».

La forma del imán influye en su modo de relación; por ejemplo, esférica, o cualquier otra de las habituales entre imanes (aquí algunos establecen una correspondencia con la idea de campo). Finalmente, Gilbert consideraba que «los efectos magnéticos proceden de las formas de cuerpos primarios como el Sol o la Tierra, están asociados a la dirección, y no son fenómenos de atracción».

Ciertamente, De Magnete es un trabajo pormenorizado y minucioso que ilustra bien sobre el pensamiento magnético de Gilbert, y en numerosas ocasiones es un anticipo nebuloso de concepciones más modernas. Es un trabajo puente que enraíza y esclarece algunos de los tránsitos del pensamiento mágico, sus antecesores y el pensamiento científico y que encierra muchas concepciones precursoras de otras visiones posteriores y actuales.

Con respecto a la Tierra afirma en su trabajo que el globo terrestre gira magnéticamente y resume «El movimiento eléctrico es el movimiento de coacción de la materia, el movimiento magnético es el de orden y ajuste». Llama la atención que compare en el desarrollo del texto los fenómenos eléctricos y los fenómenos magnéticos a pesar de que los considera distintos, tal vez debió intuir o discutir algunos paralelismos que le hacían plantear en numerosas ocasiones comparaciones entre ambos fenómenos.

Repitió y reformuló experimentos que eran conocidos, cuidó minuciosamente todos los trabajos experimentales que realizó y esto le permitió presentar las propiedades de los imanes, y formular la hipótesis de que la Tierra es un imán. Con un imán esférico al que denominó «terrella», para emular a la Tierra, estableció dos proposiciones sobre el magnetismo terrestre. En la primera distinguía zonas geográficas terrestres reales como los polos y el ecuador de zonas de conveniencia para los geógrafos y matemáticos, aunque sin realidad física (magnética) por ejemplo los trópicos de Cáncer y de Capricornio o los Círculos Polares.  En la segunda, afirmaba que la virtus del imán no sale con el mismo ángulo desde cada punto de la superficie del imán. Por analogía con el concepto de «líneas de fuerza del campo magnético» podemos visualizar los cambios de dirección que estas sufren.

Gilbert efectuó en De Magnete un estudio amplio y bien elaborado acerca del magnetismo terrestre y de la naturaleza magnética de la Tierra, su trabajo minucioso enraíza lo antiguo (la tradición mágica) y la modernidad, resultando precursora, a nuestros ojos, de muchos conceptos que se formularon y estudiaron en siglos posteriores. Y algunas de sus ideas se hallan en la base del pensamiento científico, a pesar de haber sido superadas, su espíritu científico le invita a formular su propia filosofía natural, fundamentándola en experimentos incuestionables. En definitiva, según Gilbert, el magnetismo es el fenómeno más relevante de la filosofía natural porque procede de la forma de los cuerpos principales del universo, y todos los fenómenos terrestres asociados a esta fuerza, como la rotación, y la estructura general del universo proceden y se configuran a su través.

Bibliografía

Amasuno, M. A.: La materia médica de Dioscórides en el lapidario de Alfonso X el sabio (Literatura y ciencia en la Castilla del siglo xiii). CSIC. Cuadernos Galileo de Historia de la Ciencia, Madrid, 1987

Crombie, A. C.: Historia de la Ciencia: De San Agustín a Galileo/T1 (siglos v-xiii) y T2 (siglos xiii-xvii). Alianza Universidad, Madrid, 1979 -la versión española usada, hay otra de 1974-

Herrera, R. M.: Kepler, un gigante observa el Sistema Solar, Principia, Madrid, 2020

Solis, C. & Selles, M.: Historia de la ciencia, Espasa Calpe, Madrid, 2005

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