Las sombras me lo dirán

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Cuento finalista del tercer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR DIEGO CASTEJÓN MOLINA
ILUSTRADO POR SARA PÉREZ
ARTÍCULOS | KIDS
MÉTODO CIENTÍFICO | TERRAPLANISMO | TIERRA
14 de Enero de 2021

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Vamos hacia el aeropuerto de Edimburgo, donde tomaremos un avión de vuelta a Madrid, y no paro de mirar por la ventana del coche, fijándome en las suaves sombras que dejan las señales que hay junto a la calzada. Con una sonrisa que delata mi impaciencia, miro a mi abuela Julia, que se sienta a mi lado en el coche que conduce mi padre.

Mi abuela me devuelve la sonrisa y me toma la mano con suavidad, mientras yo vuelvo a mirar por la ventana y recuerdo por qué no paro de fijarme en todas las sombras.

El día anterior, estábamos paseando alrededor de un lago que tenía ocas y se encontraba cerca de una pequeña montaña a la que habíamos subido por la mañana. Creo que allí arriba habían coronado a algún rey de Escocia encima de una piedra o algo así. Yo estaba aburrido, sentado junto al lago, viendo cómo las ocas se alejaban hacia la otra punta. Un abuelo y su nieta les estaban tirando migajas de pan y esa era una oferta que las ocas no podían rechazar.

Había salido el sol, un compañero que apenas se había asomado durante la semana que llevábamos de vacaciones. Pronto noté como una mano me revolvía el pelo con suavidad y la voz de mi abuela me preguntaba que por qué estaba enfurruñado.

No le contesté, pero tampoco quité su mano de mi cabeza. Era agradable tenerla allí.

—Mira, Juan, te voy a contar una cosa que acabo de leer en un periódico local. Al parecer, una de cada cuatro personas de aquí se cree que la Tierra es plana. ¿Qué te parece?
—¡Hala, pero si es redonda! Eso lo sabe todo el mundo…
—¿Es redonda? ¿Y tú cómo sabes que lo es?
—Lo dijo la profe Rosa cuando nos habló de los planetas —dije, orgulloso de prestar atención en clase.
—¿Y si ella estuviera equivocada? ¿Crees que los dos podríamos comprobar si lo que dijo es verdad?
—Pues como no construyamos un cohete y saquemos una foto desde la luna… ¿Sabes hacer eso abuela? —Dije, esperanzado.

La abuela se rio de forma contagiosa y me dijo que ella no sabía construir un cohete, pero que había un juego que podíamos hacer con las sombras para comprobar si la Tierra era redonda o plana. No pude mirarla sin incredulidad.

—Dime, ¿cómo crees que son los rayos de luz? ¿Paralelos?
—¿Qué es eso?
—Pues como las vías del tren
—Ah, rectos… Pues yo siempre que pinto el sol, los rayos no llegan rectos a la Tierra. Son como una estrella, van en todas direcciones.

La abuela me miró con una sonrisa, se agachó y recogió una pequeña piedra.

—Mira, tírala cerca de la orilla y miremos la forma que tienen las ondas que salen.

La obedecí. Me encanta tirar piedras al agua. La tiré y me fijé en las ondas. Tenían forma circular, como era esperable. Entonces me di cuenta de qué era lo que mi abuela quería decirme.

—Ya veo, abuela, estas ondas van en todas direcciones, como los rayos de sol que yo pinto.

La abuela me sonrío y asintió, mientras me daba otra pequeña piedra. Me indicó que la tirase todo lo lejos que pudiera, pero sin que cayera cerca de las ocas.

—Hay que tener cuidado con las ocas. No se debe molestar a los animales, y, además, las ocas son muy vengativas —me dijo.

Tiré la pequeña piedra todo lo lejos que pude y entonces me sorprendí. Las ondas cerca de donde la piedrecita había caído eran circulares, como antes. Pero cuando llegaron hasta nuestra orilla eran rectas.

—Pero… ¡Son rectas, abuela! ¿Qué ha pasado?
—Que la tiraste lejos. Cuanto más lejos te encuentras de algo que genera ondas, más rectas te llegan. Prueba más veces a ver si en todas pasa lo mismo.

La obedecí. Tiré seis piedras más y siempre pasó lo mismo. Comprendí qué me quería decir mi abuela.

—Entonces, los rayos del sol llegan rectos porque el sol está muy lejos, ¿verdad abuela?
—Cierto, cierto. Y ahora, dime. Si todos los rayos llegan rectos, o mejor dicho, paralelos, y la Tierra fuese plana ¿Qué crees que pasaría si tuviéramos un bastón como el mío aquí y otro en Madrid y midiéramos sus sombras en el mismo momento del día?

La pregunta no era fácil. Cogí un palo y busqué un lugar en el que pintar en la tierra. Dibujé una larga línea recta que representase la Tierra plana y dibujé dos palitos muy alejados sobre la línea. Uno estaba en Madrid y otro en Edimburgo. Luego pinté muchos rayos de sol, paralelos, como me había dicho mi abuela. Miré el resultado de mi dibujo. La solución parecía clara.

—Abuela, pues si la Tierra fuese plana las sombras deberían medir lo mismo, ¿no?
—Muy bien. ¿Y si fuese redonda?

Cogí de nuevo mi palo y me puse a pintar. Dibujé un arco y, como antes de venir a Escocia había mirado donde estaba en un globo terrestre, dibujé un palito más o menos donde estaba Madrid y otro donde debería estar Edimburgo. Luego pinté los rayos de sol.

—Qué curioso, abuela. Según mi dibujo, la sombra en Edimburgo debería medir más…

La sonrisa de mi abuela se hizo muy grande. Se sentó en un banco y me tendió su bastón.

—Vaya, así que las sombras deberían ser diferentes si la Tierra fuese redonda… Son las cinco en punto de la tarde, las seis en Madrid. Si medimos la sombra ahora y mañana a la misma hora en Madrid, sabremos quien tiene razón. ¿Quieres que la descubramos?

Agarré el bastón sin dudarlo, mientras sacaba una cinta métrica de papel de IKEA que siempre llevaba en mi bolsillo. No tendría que creer a nadie. Lo iba a comprobar por mí mismo. Las sombras me lo dirán.

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