La cuna de los héroes

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Cuento finalista del tercer concurso de cuentos infantiles Ciéncia-me un cuento. Organizado por la Society of Spanish researchers in the United Kingdom (SRUK/CERU).

TEXTO POR MARCOS LLEMES
ILUSTRADO POR LAIA ROMERO ORTEGA
ARTÍCULOS | KIDS
CORONAVIRUS | MÉTODO CIENTÍFICO | VACUNAS
5 de Enero de 2021

Tiempo medio de lectura (minutos)

Si había algo que Jacobo recordaría de la cuarentena era que en la tele no se hablaba de otra cosa.

Coronavirus esto.
Coronavirus lo otro.
Que coronavirus aquí.
Que coronavirus allá.

Jacobo y su padre solían escuchar las noticias cuando se sentaban a comer.
Desayunaban aprendiendo medidas de prevención.
Almorzaban conociendo nuevas características del virus.
Merendaban formas de sobrellevar el aislamiento.
Y al final del día cenaban estadísticas sobre los países afectados.
Pero había algo que a Jacobo le interesaba aún más que todos estos datos: «¿Cuándo descubrirán la cura?», se preguntaba.

A Jacobo le extrañaba que, después de tantas investigaciones, todavía nadie hubiera dado con la cura definitiva para el virus que había paralizado el planeta.
Simplemente, no lo entendía. «¿Por qué se tardan tanto? —preguntaba entonces—. ¿Tan complicado es estudiar un virus?».
Estas eran solo algunas de las preguntas que se planteaba a diario.

Jacobo quería ser un hombre de ciencia. Su papá le decía que tenía madera para ello, pues para ser un científico era crucial contar con preguntas bajo la manga.
Lo que no sabía su papá era que Jacobo no siempre encontraba respuestas a esas preguntas. Y por mucho tiempo el niño pensó que esto no era una buena señal. Pero ahora tenía razones para dudar.
Había escuchado en la tele que los científicos que estudiaban al coronavirus tenían muchas preguntas sin respuestas.
En ese aspecto, al menos, Jacobo no se diferenciaba tanto de ellos: «Tal vez no tener respuestas también sea parte de la vida de un científico», suponía.

Un día, mientras cenaba, escuchó en las noticias que la COVID-19 era una enfermedad provocada por un virus desconocido —el SARS-CoV-2— y que por ello se tardaba tanto en encontrar un tratamiento adecuado.

—Pero, ¿cómo lo hacen? —Preguntó, como si el experto en virología que hablaba en la tele le pudiese contestar—. ¿Cómo se estudia algo de lo que apenas se sabe nada?

De quien obtuvo una respuesta, en cambio, fue de su papá, sentado al otro lado de la mesa.

—Hay varias formas. Pero casi siempre se empieza observando.
—¿Observando? —Inquirió él, un tanto indignado—. No me parece algo complicado.
—Pues puede llegar a ser un trabajo enorme.

Jacobo, no muy convencido, replicó:

—No creo que algo tan simple como observar sea de mucha ayuda para encontrar la cura contra un virus.

El papá de Jacobo se encaminó a la estantería y volvió con un libro en sus manos. Era un libro gordo, de color amarillo mostaza. A Jacobo le llamó la atención una frase escrita en una esquina de la cubierta: La cuna de los héroes.
Se preguntó si acaso ese sería el título del libro y qué significado tendría.
«No parece ser un título indicado para un libro de ciencias», pensó.
El padre de Jacobo abrió el libro por la mitad y comenzó a buscar entre sus páginas. Cuando encontró lo que buscaba, se lo enseñó a su hijo.

—En este libro están los descubrimientos más importantes de la historia —dijo—. Mira aquí, ¿sabes qué es eso?

En la ilustración que le señalaba, se mostraba a un hombre encorvado ante un artefacto de estructura compleja. Jacobo lo reconoció enseguida.

—Un microscopio.
—Así es —contestó su padre—. Este es un dibujo de Robert Hooke, a quien se le atribuye el descubrimiento de la célula. Lo logró tras observar una lámina de corcho bajo el telescopio. ¿Ya ves? Observar.

Jacobo supo a lo que su padre quería llegar.

—Entonces, ¿todo lo que tiene que ver con lo microscópico se ha descubierto gracias a una simple observación? —Preguntó.
—No solo lo microscópico. La observación es una parte clave para la ciencia en todos sus aspectos.

El papá de Jacobo pasó las páginas y se detuvo en un capítulo distinto. El niño vio un señor de barba observando las brillantes estrellas en el cielo.

—Galileo Galilei, por ejemplo —explicó—, vio cosas que nadie se había atrevido a imaginar que existían en el espacio exterior. Estrellas lejanas, satélites y fases planetarias. Incluso formuló leyes físicas que aún son vigentes. Pero, ¿te das cuenta? Todo comienza con la observación.

Este descubrimiento supuso un antes y un después para Jacobo. Jamás se hubiera imaginado que el acto de observar, por simple que pareciera, significaba tanto para la ciencia.
Valiéndose del libro La cuna de los héroes descubrió que, tal como su padre afirmaba, la observación era una parte importantísima del método científico. Muchos de los grandes descubrimientos se habían obtenido gracias a que alguien se había puesto a observar algo por determinado tiempo, en determinado lugar y bajo determinadas condiciones.

«Observando restos fósiles, se descubrió el parentesco genético entre el humano y otros homínidos extintos», decía en la sección dedicada a la biología.

«Las observaciones arqueológicas han permitido clasificar y definir civilizaciones antiguas, muy distantes a nuestros tiempos», leyó Jacobo más tarde.

«Gracias a la observación de los fenómenos meteorológicos, se han previsto huracanes y anunciados periodos de sequía en distintas partes del mundo», decía en uno de los últimos capítulos.

Eran cientos los ejemplos en los que se remarcaba la importancia de la observación científica. En otra parte, Jacobo leyó algo que le interesó todavía más: «Todos los años, gracias a la constante observación científica, se detectan a tiempo diversos cambios en el virus de la gripe y se trabaja incansablemente en vacunas que combatan estas mutaciones».

«¡Vaya! ¡La observación es algo alucinante!», pensó. Esto explicaba en parte el motivo por el que aún no se encontraba una cura definitiva para el coronavirus. Imaginó un equipo de científicos, cada uno en sus laboratorios observando bajo el microscopio, estudiando, analizando y recopilando información que pudiera servir de ayuda para desarrollar una vacuna. Jacobo llegó a la conclusión de que la observación suponía un trabajo enorme, que podía tornarse muy exhaustivo por el tiempo y las energías invertidas. Por primera vez se puso a pensar en las personas que llevaban a cabo todo aquel proceso. Supuso que habría algo detrás del esfuerzo invertido en su labor. Un motivo, o algo así, que los impulsaba a seguir adelante, a no rendirse. Y creyó que ese motivo podría ser la simple curiosidad de saber. O la preocupación por el bienestar de las personas. O el compromiso de brindar una solución a los problemas del mundo.

Estas observaciones aún resonaban en su cabeza cuando Jacobo cerró el libro. Allí volvió a encontrarse con el título que figuraba en la cubierta: La cuna de los héroes. De pronto, ya no le pareció extraño. Ni siquiera inadecuado. Y Jacobo supo por qué: había descubierto su significado.

—La ciencia es la cuna de los héroes.

 

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