Temple Grandin. Una vida de película

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Algunas personas piensan en imágenes. Su cerebro funciona como un proyector de diapositivas y son capaces de captar detalles que los cerebros normativos tienden a ignorar. Esto le ocurre a la zoóloga y etóloga estadounidense Temple Grandin. Grandin empleó las ventajas cognitivas que le proporcionaba el autismo para diseñar granjas y mataderos respetuosos con el bienestar animal, reduciendo significativamente su sufrimiento. En la actualidad, una gran parte del ganado de Estados Unidos se maneja en instalaciones ideadas por ella y pueden encontrarse diseños suyos en explotaciones pecuarias de todo el mundo.

TEXTO POR ESTIBALIZ URARTE RODRÍGUEZ
ILUSTRADO POR PAOLA VECCHI
ARTÍCULOS | MUJERES DE CIENCIA
AUTISMO | DISCAPACIDAD
2 de Febrero de 2021

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—Hola, me llamo Temple Grandin. Encantada de conocerle.
—Enhorabuena, Temple, la película es maravillosa —le susurró un hombre alto, con una melena larga y negra y ojos ligeramente rasgados. Su rostro le resultaba familiar. ¿No salía en aquel filme de corte futurista donde un señor grande, calvo y con gafas oscuras sin patillas le daba a elegir entre tomar una pastilla roja y otra azul?
—Muchas gracias, señor. Me alegro de que le gustara.

La recepción del Nokia Theatre estaba abarrotada. Temple había llegado hacía quince minutos con su madre y se había unido al equipo de producción de la película. No conocía a nadie más. La iluminación de la estancia era excesiva para su gusto y todo el mundo hablaba demasiado alto. Durante un instante se sintió fuera de lugar por haber acudido a la gala con su camisa negra bordada, sus botas de cowboy y su lazo rojo a modo de corbata, pero luego pensó que peor hubiera sido presentarse ahí con un vestido de lentejuelas. Qué ridículo hubiera hecho. Menos mal que ya no estaban en 1950.

—¡Temple! ¡Temple! —gritó Claire desde el otro lado del salón. Iba embutida precisamente en un vestido de lentejuelas. ¡Qué casualidad! La prenda era muy larga, terminaba en una cola y llevaba cosidos cientos de pequeños cristales que le proporcionaban un brillo descomunal. A Temple le vinieron a la mente imágenes de La Sirenita y de lámparas chandelier.

Claire la abrazó con ternura y Temple respondió cortés al abrazo. Desde pequeña había tenido problemas con las habilidades sociales, pero su madre y los terapeutas le habían enseñado a comportarse en sociedad sin que el exceso de contacto humano le sobrepasara. «Yo también soy actriz, como Claire», pensó. Temple había tenido que fingir durante años expresiones faciales coherentes y dar besos, abrazos y apretones de manos sin que se notara que le incomodaba. «Deberían darme el Emmy honorífico por toda una carrera en la actuación», rio divertida. 

Por fin pasaron al anfiteatro y se sentaron en los lugares que les habían asignado. Su madre le apretó la mano y la miró con los ojos ligeramente empañados. Temple comenzó a ponerse nerviosa. «No, por favor, ¡ahora no!». En ese momento solo había una cosa que pudiera calmarla: su caja de abrazos.

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Temple Granding
Temple Grandin. Una vida de película. Texto de Estibaliz Urarte. Ilustración de Paola Vecchi. Principia Magazine T6E1. Pincha en la imagen para acceder a la revista impresa.

 

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